Opinión

Ciudades frente a la emergencia climática

Nuestros políticos, de uno y otro color, deben entender que la defensa del medio ambiente no se puede convertir en otra obtusa batalla partidista.

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15
enero
2020

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En Nueva York, los devastadores efectos que en 2012 provocó el huracán Sandy, con ráfagas de viento de 120 kilómetros por hora, marcaron un antes y un después en la lucha que la ciudad más icónica y cosmopolita del mundo, símbolo de poder y modernidad, libra contra el cambio climático. Durante esos días, en los que murieron 68 personas solo en el estado de Nueva York, en la capital del mundo se produjo el caos: túneles del metro totalmente inundados, millones de personas sin suministro eléctrico, calles anegadas. El impacto económico fue de 16.773 millones de euros. Una de las zonas que más sufrió las consecuencias fue el bajo Manhattan, en el distrito financiero de Wall Street. El nivel de crecida de las aguas llegó a los 3,4 metros en el área de Battery Park, una cifra récord en el registro histórico de la ciudad.

Los informes científicos del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) no se andan por las ramas: en el próximo siglo, la isla de Manhattan, como otros muchos puntos del planeta, puede desaparecer como consecuencia de las subidas del nivel del mar. Nueva York es, en efecto, una ciudad costera y, por tanto, especialmente sensible a las alteraciones climáticas, pero lo cierto es que ninguna urbe del mundo está realmente preparada en la actualidad para hacer frente a los efectos del cambio climático. Los desvelos de los urbanistas contemporáneos pasan por deshacer gran parte de lo que se hizo en el siglo pasado: reconquistar espacios y volver a situar a las personas en el centro de gravedad de las ciudades.

«Los desvelos de los urbanistas contemporáneos pasan por deshacer gran parte de lo que se hizo en el siglo pasado»

Si nos movemos en el mapa, hay que detenerse en Copenhague y en su estrategia ecovanguardista, con la que pretende convertirse en la primera ciudad del mundo neutra en emisiones de carbono en el año 2025. Su plan de descarbonización contiene medidas ambiciosas pero realistas: 60.000 metros cuadrados de nuevos paneles solares; calefacción 100% procedente de energías limpias; implantación de 100 nuevas turbinas de energía eólica; reducción en un 20% del consumo de calefacción y electricidad comercial; un 75% de movilidad urbana centrada en el transporte público y en los desplazamientos a pie y en bicicleta; y aprovechamiento total de los residuos orgánicos para generar energía.

En España, hay tímidos avances en las grandes ciudades y algunos casos de éxito interesantes en ciudades pequeñas como Pontevedra o Huesca, –donde los peatones han recuperado su espacio–, y medianas, como Málaga, cuyo hábil y desprejuiciado Ayuntamiento ha convertido esta ciudad en un atractivo laboratorio para innovaciones conectadas con la inteligencia sostenible. Aún queda mucho por hacer y los cambios más decisivos están aún por llegar. Nuestros políticos, de uno y otro color, deben entender que la defensa del medio ambiente no se puede convertir en otra obtusa batalla partidista, como lamentablemente ha ocurrido con el proyecto de Madrid Central.

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