Opinión

Vacaciones en los plásticos del mar

Ya de vuelta a España, con las pilas cargadas después de una gran desconexión, nos tropezamos con lo de siempre: un hemiciclo vociferante y crispado, víctima de la ansiedad, el frentismo, las eternas rencillas, los rastreros cálculos electorales y las pulsiones populistas

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Carla Lucena
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10
febrero
2020

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Carla Lucena

Después de un año de dura batalla editorial, y con la satisfacción (y la resaca) de haberlo dado todo en ese ring informativo en torno a los grandes retos sociales y medioambientales de nuestra época que es Ethic, hicimos las maletas para pasar las vacaciones de Navidad en Camboya. Tras veintitantas horas de aviones y aeropuertos (¡ay, Greta, miserere nobis!), atiborrados de comida muy poco sana (lo que decía: ¡miserere nobis!), de buenas películas en pantallas de 9 pulgadas –desde Blow up a Rocky, Dolor y gloria o la perturbadora The favourite– y después de haberme zampado lo que me quedaba de una novela de Javier Cercas, llegamos a Phnom Penh, la capital de un reino feudal donde la pobreza ruge como un animal herido. A través de una app rollo Uber, pedimos un tuk tuk para ir hasta el hotel: vivimos en un mundo tan-tan global que la tecnología llega a algunos sitios antes que el pan. «Mamá, aquí está todo roto», decía, exhausta, nuestra hija Bruna, que tiene cuatro años, mientras miraba a su alrededor. «¡Guau, papá, van cinco en una moto y ninguno lleva casco!», exclamaba emocionada Lea, la mayor, que ya ha cumplido siete. Mientras, la estampa de esa familia camboyana se difuminaba, envuelta en una sonrisa, entre el bullicio y el polvo, avanzando hacia un futuro incierto a lomos de una imposible y destartalada motocicleta.

De fondo, siempre, el más cruento pasado: entre 1975 y 1979, durante la dictadura de inspiración maoísta de Pol Pot, los jemeres rojos asesinaron a dos millones de personas de una población que no llegaba a ocho. ¿Sabíais que el delirante señor Pot –conocido como el Hermano Número Uno– descubrió lo que era el marxismo en París, donde tuvo el privilegio de estudiar en los años 20? Durante su escabechina fanática, los jemeres rojos también destruyeron importantes templos, símbolos del esplendor cultural del Imperio de Angkor. Allí, en ese suelo sagrado, nuestras hijas se arrodillaron y rezaron junto a un monje budista. Mi despiste existencial es tan mayúsculo que hasta entonces no había realmente interiorizado que la oración, incluso para un agnóstico, es un lenguaje de esperanza universal.

«La oración, incluso para un agnóstico, es un lenguaje de esperanza universal»

Mientras navegábamos por el golfo de Tailandia, pescamos barracudas al atardecer –sobre todo mi mujer, Sandra, cuya destreza es siempre muy superior a la mía– y vimos paisajes de una belleza desbordante que han quedado impresos en mi memoria. También nos cruzamos con ugly people, como dijo el capitán de nuestra embarcación. Cuando, antes del almuerzo, paramos para hacer algo de buceo, junto a nosotros fondeó un barco con gangs y maleantes de esa mafia china que domina los casinos de Sihanoukville. «Mejor buceamos mañana», le dijimos al patrón cuando vimos que dos de ellos, bastante tajados, trataban de subir a nuestro barco. «Eran piratas malos», sentenció la pequeña Bruna con una serenidad pasmosa. Los últimos días los pasamos en la isla de Koh Rong, un paraíso herido por el progreso: cientos de kilos de residuos inundan cada día sus aguas y ensombrecen sus playas paradisíacas. Como canta Sr. Chinarro: «Ay, señoras y señores, ¿qué esperaban encontrar? Vacaciones en los plásticos del mar».

Ya de vuelta a España, con las pilas cargadas después de una gran desconexión, nos tropezamos con lo de siempre: un hemiciclo vociferante y crispado, víctima de la ansiedad, el frentismo, las eternas rencillas, los rastreros cálculos electorales y las pulsiones populistas. «Yo te doy lo único/ que puedo darte ahora: si no amor/ sí reconciliación», dejó escrito Claudio Rodríguez. Nosotros, desde este laboratorio de conocimiento para el cambio que es Ethic, seguiremos trabajando duro para construir un espacio de reflexión y resistencia para el pensamiento libre, un refugio editorial donde la palabra progreso recobre acaso su significado. Es un placer, ya lo sabes, andar contigo este camino, querido lector.

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