Opinión

A propósito de la censura

Ninguno de los dos extremos que mantienen tensa (y a punto de cascar) la cuerda raída de nuestra convivencia debe alejarnos de un debate honesto y libre de cualquier tipo de censura.

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01
octubre
2020

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Morning Brew

En los días que devoraba la autobiografía de Woody Allen, recibí una llamada de Juan Soto Ivars, escritor y periodista de espíritu librepensador que se ha especializado en las cazas de brujas en la sociedad digital. Soto Ivars, que no debe dar abasto tal y como está el patio, me explicó que estaba impulsando, junto con el doctor Antonio Sitges-Serra, la publicación de una carta de apoyo en España a la que en Estados Unidos firmaron más de 150 intelectuales –entre los que figuraban rockstars como Noam Chomsky, Salman Rushdie o Margaret Atwood– para advertir sobre la intolerancia de cierto activismo que se tiene por progresista, pero le tira tanto el rollo inquisidor que cualquier día palma de una sobredosis de superioridad moral. La carta desató la tormenta perfecta en la meca de la corrección política, Estados Unidos, un país donde la policía de lo apropiado se ha convertido en todo un poder paralelo, capaz de impedir conferencias, censurar artículos, libros y películas y provocar despidos en el mundo académico y editorial. Por supuesto, entre las respuestas a la carta había críticas lícitas y argumentadas, pero, como señaló la corresponsal de El País en Washington, Amanda Mars, también aparecieron «reproches aparatosos que corroboraban precisamente lo que denuncia el escrito».

La filósofa Adela Cortina me dijo en una ocasión que lo peor que le puede pasar a la democracia es que creamos que ya está conquistada. Y ese es precisamente el fondo de este asunto. Lo publicado por la revista Harper’s pone sobre la mesa algo básico y crucial: justicia y libertad han de ir juntas y de la mano por el horizonte del tiempo. «El libre intercambio de información e ideas, la savia de una sociedad liberal, está volviéndose cada día más limitado», advierte la misiva, que añade certeramente que «la superación de las malas ideas se consigue mediante el debate abierto, la argumentación y la persuasión, y no silenciándolas o repudiándolas». Un dogma colectivizado deriva irremediablemente en sabotaje.

Twitter es el fango donde hoy se rebelan (y chapotean) las masas para imponer su obtusa ley del silencio. Es cierto, aunque suene cursi, que la red democratiza el debate público, pero también lo es que sirve como paredón de fusilamiento en las campañas de acoso digital, tratadas muy certeramente por el propio Soto Ivars en su ensayo Arden las redes, donde da buena cuenta de cómo las jaurías digitales causan estragos también en España. Por cierto, sobre la carta española os diré que aún ando alucinado tras ver cómo algunos retiraron su apoyo tras recibir ciertas consignas políticas.

Hace nueve años que pusimos en marcha Ethic para analizar las tendencias que hacen rotar el mundo. Esto es, desafíos complejos y apasionantes como la revolución digital, la desigualdad, las ciudades del futuro, el cambio climático o la salud del planeta y de los pobres diablos que lo habitamos. Con todos nuestros errores, hemos conseguido crear un espacio de conocimiento plural de reconocido prestigio y seguiremos trabajando duro para que así sea. Con humildad, mencionaré que bebemos de la fuente de la Ilustración, sin duda la más potable. Ninguno de los dos extremos que mantienen tensa (y a punto de cascar) la cuerda raída de nuestra convivencia debe alejarnos de un debate honesto y libre de cualquier tipo de censura. Pero sobre esta cuestión –la nueva censura– reflexiona en estas páginas con mucho más tino e inteligencia que yo el escritor y periodista Daniel Gascón, que en este número se encarga –y es todo un lujo– de nuestro reportaje de portada. ¿Qué más deciros? Que espero que disfrutéis de Ethic 46, queridos amigos.

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