Economía

«Si la esperanza de vida es de 85 años, la jubilación debería subir hasta los 75»

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12
abril
2021

Mauro Guillén (España, 1964) ve su reputación crecer con constancia desde hace tiempo. Su formación, en la que se unen estudios en sociología y economía, le ha permitido observar con detalle tendencias globales que, a su juicio, ya están remodelando el futuro del planeta. Su nuevo libro, ‘2030: viajando hacia el fin del mundo tal y como lo conocemos’ (Deusto) es el último ejemplo de ese género contemporáneo estrenado en 1918 por Oswald Spengler con ‘La decadencia de Occidente’. «En este libro se acomete por vez primera el intento de predecir la historia», señalaba en su introducción el controvertido autor alemán. Al igual que entonces, inmersos en una nueva crisis mundial, regresa la ansiedad por intentar conocer y descifrar lo que nos depara el futuro.


En tu libro hablas sobre los cambios que llevarán a los países occidentales a un segundo plano, pero también defiendes que los políticos no tienen incentivos para tomar medidas si no son populares en unas elecciones. ¿Consideras la democracia como un obstáculo frente a, por ejemplo, el sistema de capitalismo autoritario asiático?

Hay un debate enorme sobre esto, desde luego. Hace cien años ya existía este debate sobre qué era mejor, si el fascismo o la democracia liberal. A raíz de aquello, con la democracia liberal muy débil, tuvimos la Segunda Guerra Mundial. Pero yo creo que hay otro elemento, que era la Unión Soviética, la cual ya no existe. Rusia puede meter miedo, de acuerdo, pero ya no es la URSS. Es prácticamente una ‘cleptocracia’, un gobierno de los ladrones, no tiene capacidad para hacer una competencia ideológica a nadie. Ahora bien, la democracia puede tener muchas ventajas y muchos inconvenientes. Uno de estos últimos es el hecho de que los políticos lo que quieren principalmente es ganar las elecciones, que son normalmente cada cuatro o seis años. Eso imprime una visión un poco más a corto plazo en su mente y es cierto que, para cierto tipo de asuntos, es más difícil actuar de esta manera. También hay veces que sí se toman decisiones muy a largo plazo. La democracia no es perfecta, pero desde luego es mucho mejor que los demás sistemas.

Sin embargo, sueles mencionar el poder que va a recaer en la Asia del futuro, sobre todo en China. 

Respecto a China, yo creo que este país tiene un problema muy grave: le cae mal a todos sus vecinos. China tiene frontera terrestre con catorce países y con todos ellos tiene disputas territoriales, a lo que se suman los conflictos en las jurisdicciones marítimas, como ocurre con Filipinas y otra serie de estados. Si sumas todos los estados que hacen frontera, además, doblan la población china. Yo siempre digo que la India tiene una ventaja frente a ésta y es que le cae bien a todo el mundo. Solo tiene disputas con Pakistán. Francamente, China tiene unas limitaciones geoestratégicas enormes y, además, es un país muy fácil de bloquear: no tiene acceso al mar abierto, al contrario que los dos poderes hegemónicos anteriores, Estados Unidos y Reino Unido. En este aspecto, incluso India tiene acceso al mar abierto. Y luego, internamente, China es un país que acumula todos los problemas del mundo: las ciudades costeras contra el interior, la cuestión de Tibet, el problema de las regiones musulmanas… Yo hablo mucho con gente del país y nadie se cree nada del Partido Comunista Chino, pero lo tolera. No te hablo solo de líderes empresariales, sino también de gente de clase media. Ellos saben perfectamente que es algo que tienen que tolerar. Creo que el supuesto que ellos hacen es que el partido desaparecerá en algún momento. Y es lógico con lo descafeinado que está ya el tema, ya que el partido se define como comunista cuando están apostando claramente por el mercado. Creo que también hay que añadir a esto el nacionalismo y mercantilismo relacionados con Xi Jinping, pero me parece que se ha quedado en fuera de juego. Con Donald Trump, en el fondo, se llevaba fenomenal: los dos eran mercantilistas, populistas y nacionalistas. Pero este paréntesis que representó Trump se ha terminado. Sí que es cierto que ellos tienen una estrategia muy a largo plazo, pero cuentan con unas desventajas estructurales enormes. No hemos hablado, además, de lo más importante, y es que no tienen una ideología que exportar.

¿Frente a la ideología liberal?

Claro, así como la Unión Soviética tenía una ideología que podía exportar, China no: esto es puro pragmatismo, nacionalismo y populismo. Esto no es exportable, no tienen una idea para cautivar al mundo, para convencer. Veo muy complicado que China pueda llegar a ser un poder hegemónico, sinceramente.

Sobre todo por no ser más que materialismo, ¿no?

Es que, ¿quién quiere tener ese sistema? Es un sistema esquizofrénico en el que, por un lado, tienes un partido comunista y, por otro, tienes un sistema de mercado.

¿A qué te referías cuando hablabas de África como la última gran frontera económica?

Hablo de ella en cuanto a que hay un fuerte crecimiento de población, donde está creciendo la clase media y donde ya no hay las guerras civiles del pasado, a pesar de ciertos conflictos y corrupción. Es un continente que, además, tiene muchos recursos, y cada vez invierte más en educación. En diez o veinte años creo que África va a ser un núcleo muy importante en la economía global. En ese continente la tendencia es muy buena.

Pero, ¿este crecimiento repercutirá necesariamente en el propio continente o en la ciudadanía?

Hay muchas desigualdades en África, y la mayor parte del crecimiento se localiza en cinco o seis países de los más de cincuenta en todo el continente. Es un sitio muy diverso, pero está cambiando y yo creo que para bien.

¿Y qué supondría que el centro de consumo virase hacia las regiones orientales del planeta?

Esto es importantísimo porque, en el último siglo, todas las marcas del mundo tenían en mente al consumidor europeo y norteamericano. Esto va a acabarse, porque va a haber el doble de consumidores de clase media en Asia que en Estados Unidos y Europa juntos. Creo que las marcas van a prestar cada vez más atención al consumidor asiático.

«El sistema se va a diluir por sí mismo porque muchos puestos son susceptibles de la jubilación de quien los ocupa»

Un eje central de tus predicciones es el desarrollo demográfico, con una población europea más envejecida. Para sobrevivir a esto, ¿hemos de transformar nuestras economías por completo?

Todo depende de la inmigración, claro. Durante los próximos treinta o cuarenta años el continente va a tener una población muy envejecida y, gradualmente, a lo que vamos a pasar en ausencia de una oleada de inmigración, es a una pirámide de población como las de antes. Al final, los ancianos en algún momento morirán y esto hará que se encuentre un equilibrio… ¡Pero ocurrirá dentro de tres o cuatro décadas si no hay inmigración! Estos treinta años, no obstante, van a ser muy difíciles porque habrá un tercio de la población por encima de los sesenta años.

¿No hay esperanza en la natalidad?

Pregúntale a las mujeres qué es lo que desean. Ellas lo que quieren es tener su propia vida, su libertad, su carrera profesional. Algunas mujeres no tendrán ningún niño, la mayor parte tendrá uno, algunas tendrán dos y muchísimas menos tendrán tres. Por término medio, vamos a estar donde estamos ahora, alrededor de un 1,3 de nacimientos por mujer. En la demografía, además, cabe recordar que todos los cambios tienen lugar cada varias décadas, no es algo ni mucho menos instantáneo.

¿A qué otros problemas estructurales deberá enfrentarse España tras la pandemia?

En España hay tres problemas estructurales que nunca terminamos de abordar y que también ocurren en otros países. El primero es que estamos educando a la gente para trabajos que no van a existir en el futuro. El sector educativo tiene que cambiar. Con este sistema estamos produciendo una minoría de personas que salen más o menos bien formadas, que son las más listas de la clase. Muchas de este grupo se van del país, sobre todo en ciertos campos como la biología. Por otro lado, tenemos una gran masa de gente que no tiene las destrezas que se necesitan para el futuro. Nosotros hemos invertido más en infraestructuras que en educación. Eso es lo contrario de lo que hizo, por ejemplo, Irlanda del Norte, que hoy es un país con una renta per cápita mayor que el Reino Unido. Allí decidieron no invertir tanto en autovías como en educación y yo creo que les ha funcionado. Las autovías son importantes, pero la educación lo es muchísimo más en esta economía en la que vivimos. En segundo lugar, creo que ha quedado de manifiesto que tenemos una arquitectura administrativa que no funciona. Me parece que tenemos el doble de municipios que Alemania, y el sistema autonómico español es una locura. En nuestro país, la corrupción, que aún es un problema importante, ha sido sobre todo a nivel autonómico: Cataluña, Valencia, Andalucía… no ha sido tan grande a nivel central. Ni siquiera en los ayuntamientos.

¿Crees que el país debería organizarse en un plano más centralizado, entonces?

Yo creo que tiene que haber muchísimo más control del gasto, mucha más auditoría, así como una reorganización de las competencias. Luego tienes el tema de nuestra relación con el resto del continente. La Unión Europea se suponía que era un proyecto en el cual debía haber más unidad y yo francamente cada vez veo más división. Las diferencias que separan el este del oeste y el norte del sur son cada vez más grandes. En algún momento va a haber que decidir qué es lo que se hace en Europa, y España tiene cierta capacidad de actuación gracias al peso de su economía. ¿Vamos a estar construyendo la unión de modo que las diferencias son cada vez mayores? ¡Porque eso es lo que está ocurriendo! Creo que este es un eje fundamental. Deberíamos tener una política más activa en cuanto a tener más influencia en Europa. Una influencia unificada, para conseguir objetivos favorables.

Hay quien habla de que España puede aprovechar, en cierta medida, el relativo vacío de poder que va a dejar de Merkel. ¿Estamos ante una oportunidad?

Eso es algo muy difícil. Alemania es la que está pagando todas las cuentas aquí. El euro sin Alemania no sería el euro. Éste durará hasta que ellos tengan paciencia con todo lo que ocurre. Yo creo que la clave está en establecer una política de alianzas. Por una parte, por el este de Europa, y por otra, con el resto de las grandes economías. Hay que hacer más ahí. Al fin y al cabo, España es grande dentro del contexto europeo, pero por sí misma es incapaz de influir en un sistema de 27 entes estatales.

Defiendes también la necesidad de flexibilizar la economía en un momento en el que el debate, sin embargo, se sitúa más en la estabilidad y la seguridad económica. ¿No son deseos opuestos?

La rigidez del mercado laboral ha afectado principalmente a los jóvenes, manifestándose con una tasa de desempleo brutal y con unos puestos que muchas veces no tienen todas las garantías. La cuestión es que se siguen protegiendo puestos de trabajo que están ocupados por personas por encima de los cuarenta o los cincuenta años. A medida que se vayan jubilando, desaparecerán. Mucha gente joven se queda todavía viviendo con sus padres, esperando a que se mueran para heredar el piso. Esta es la solución social, no tanto política, que se le quiso dar a la tremenda crisis que empezó en la década de 1970 y que explotó sobre todo en la crisis de 2008. El sistema se va a diluir por sí mismo porque, como digo, muchos puestos son susceptibles de la jubilación de estas personas. La cuestión, sin embargo, es la siguiente: ¿Con qué modelo vamos a sustituir esto? Los próximos diez años, seguramente, vamos a poder decir «basta» al hecho de tener dos mercados de trabajo, que es básicamente lo que estamos viviendo. Yo creo que es muy importante llegar a un nuevo entendimiento aquí, un entendimiento en el que alcancemos un mercado de trabajo para todos. Un mercado que premie el esfuerzo, la preparación y la flexibilidad. En estos momentos, un prejubilado gana más que un joven que acaba de salir de la universidad. En este sentido, los próximos veinte años van a ser muy duros porque estamos en una transición: van a seguir viviendo los que nacieron durante el baby boom, que están llegando a la jubilación, y vamos a tener que pagarles las pensiones. A esto se le suma una economía que todavía no se ha transformado del todo para ser competitiva, y el hecho de que no hemos educado a los jóvenes en lo que se les tenía que haber educado.

¿Crees que esto fracturaría el clima social?

Claro, claro. Incluso peor. Podemos llegar al punto en el que la gente joven diga «A mí no me compensa estar en España».

«¿Vamos a estar cotizando treinta años y cobrando pensión veinticinco? Eso es algo insostenible»

Parte del fallo de la educación, de hecho, es esa famosa fuga de cerebros.

Sí, pero los que se van del país en realidad son aquellos que vienen de arriba. Se van a Londres, a París… a donde sea. La gran masa de gente, incluso la que tiene un título universitario, se queda en España, y más de la mitad está subempleada. Es gente que hizo Derecho, por ejemplo, y que ahora está trabajando en algo que no se corresponde con su nivel de cualificación.

Aún así, hay muchos que opinan que la flexibilidad puede llevar a una uberización de la economía.

Claro, pero estamos en lo de siempre. ¿Qué países han logrado resistir el golpe de la competencia de los países asiáticos? Suecia, Dinamarca, Holanda o Irlanda. ¿Qué han hecho? Invertir en educación, tener unos impuestos altísimos para mantener una fuerte red social, crear unas universidades de primer nivel. Son muy pocos los que han conseguido hacer eso, y estamos compitiendo con Corea del Sur o China. Allí, a la gente no le interesa tener vacaciones pagadas durante treinta días al año sino tener la oportunidad de trabajar muy duro para salir adelante y mejorar cada vez más. Su mentalidad es muy opuesta a la nuestra. Allí nadie piensa en jubilarse a los sesenta y poco años, mucho menos prejubilarse. Lo que quieren es seguir trabajando y mejorar en la vida. Están en otra onda completamente distinta, que es en la que estábamos nosotros en la década de 1950. Esto nos pilla actualmente en una encrucijada: no somos el modelo de país nórdico y, además, tampoco somos un modelo de país de corte asiático. Estamos en medio y, así, no podemos competir ni con unos ni con otros. Debemos dar un salto para convertirnos en un país de estilo nórdico y centroeuropeo o estaremos condenados a seguir compitiendo con los países asiáticos. Y, en ese caso, está claro lo que va a pasar con los salarios: van a caer, junto con el nivel de vida.

Pero las diferencias culturales y políticas entre los países asiáticos y los europeos, de todos modos, son enormes. ¿La jubilación a los sesenta y cinco años no responde más a una cuestión de calidad de vida que a la longevidad o la productividad?

Sí, bien, ¿pero y quién te paga la jubilación y la calidad de vida? Lo de jubilarse a los sesenta y cinco años cuando la esperanza de vida era a los setenta años tenía sentido… pero la esperanza de vida ahora es de ochenta y cinco años. Me parece muy bien que la gente se quiera jubilar, ¿pero quién se la va a pagar? ¡La edad de jubilación tiene que subir! Si hoy la esperanza de vida es de ochenta y cinco años, la jubilación debería subir hasta los setenta y cinco años como poco. ¿Vamos a estar cotizando treinta años y cobrando pensión veinticinco? Eso es algo insostenible.

¿No es algo también ligado a la productividad? Cuantos más años, menos capacidad de trabajo puedes aportar, aunque la esperanza de vida haya aumentado.

Bueno, pero no es lo mismo que antes. Hace décadas una persona de sesenta años era alguien viejo, ¡pero hoy no! Gracias a la mejor nutrición, a la salud pública, la medicina preventiva… al nivel de vida, una persona de sesenta años es una persona aún joven, no mayor. Creo que es perfectamente factible que la gente siga trabajando, ¡incluso creo que es bueno!

Sin embargo, ¿no será el trabajo cada vez más dependiente del desarrollo de la robotización?

Sí, pero no en todo. La robotización va a eliminar ciertos puestos de trabajo, pero al mismo tiempo creará otros. No está claro que destruya empleo en total, si bien sí destruye ciertos tipos de empleo.

Antes has comentado la alta fiscalización de ciertos países del norte y centro de Europa. ¿Es imperativa una fuerte presión fiscal para hacer frente a este futuro que sugieres?

Si quieres tener una red de protección social sí, claro. Eso ya es una elección política, una elección de la gente: si deseas una educación, unas pensiones, un sistema de salud, carreteras… Todo eso, evidentemente, hay que pagarlo.

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