Siglo XXI

El mundo tras la revolución demográfica

Frente al mito de esa «bomba del tiempo» que puede activarse en una sociedad envejecida, la longevidad trae oportunidades, no solo económicas, sino también existenciales.

Ilustración

Carla Lucena
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18
julio
2019

Ilustración

Carla Lucena

Quizá todo esté escrito ya; todas las palabras imaginadas, todas las frases construidas, todas las imágenes concebidas. Por primera vez en la historia, la Tierra contará con más personas mayores de 65 años que menores de cinco. Quizá todo esté escrito ya y lo reconozcamos en el inicio de El Amante de Margarite Duras: «Un día, ya entrada en años, en el vestíbulo de un edificio público, un hombre se me dio a conocer y me dijo: “La conozco desde siempre. Todo el mundo dice que de joven era usted hermosa, me he acercado para decirle que en mi opinión la considero más hermosa ahora que en su juventud, su rostro de muchacha me gustaba muchos menos que el de ahora: devastado”».

La percepción de la vejez, el transcurso del tiempo, está cambiando en el planeta, sobre todo en las sociedades más desarrolladas. Es cierto que el reloj aún sigue reproduciendo, impertérrito, su tictac de injusticia. Duele, especialmente, en las mujeres. En su célebre ensayo The Insults of Age (Los insultos de la edad), la novelista australiana Helen Garner avergüenza a una sociedad en la que envejecer supone desaparecer de una cultura que equipara juventud con belleza y belleza con valor. Esta cruel aritmética hiere al igual que una amenaza. «Tu cara tiene arrugas, tu pelo es gris; entonces piensan que eres débil, sorda, dependiente, ignorante y estúpida», escribe Garner.

Pese a todo, la vida que se adentra en el siglo XXI está obligada a plantear otras matemáticas. La existencia se alarga. Las causas son bien conocidas: mejora la alimentación, aparecen nuevas técnicas médicas, disminuye la población fumadora y el telón se levanta para estilos de vida saludables. Y el tiempo danza con los mayores. «Por mucho que nos guste hablar de los millennials, el futuro del trabajo resulta bastante más viejo», matiza Roy Bahat, experto de la firma de capital riesgo Bloomberg Beta. Aquí al lado, en 2024, casi un 25% de los trabajadores del mundo tendrá 55 o más años. Entonces, ¿muy pronto será demasiado tarde?

Carmen González Enríquez: «Hay que abrir un debate sobre el derecho de la gente a seguir trabajando más allá de la edad de retiro. Pero hay que dar voz a quienes no lo desean»

Porque discurre una corriente que insiste en que el mundo está armando una «bomba de tiempo». El argumento resulta sencillo. El envejecimiento de la población ceba la tensión de la economía. Trabajan menos personas y cae la productividad. Es más, drenan el sistema. Aumentan los pensionistas y el gasto sanitario. En 2060, el Instituto Nacional de Estadística (INE) prevé que el número de habitantes en España se reduzca un tercio y que los mayores de 65 años supongan un 40% de la población. Y todo resuena más apocalíptico que integrado. Un trabajo de la aseguradora Mapfre defiende que el consumo privado podría caer debido a que los séniores tienden a ahorrar más. El problema resulta escalable a nivel planetario. «La población mundial puede alcanzar los 9.200 millones en 2050, con los mayores de 60 años creciendo a un ritmo del 2,5% en tasa anual compuesta hasta llegar a 2.000 millones», prevé Gonzalo Rengifo, director general de la gestora Pictet AM en España y Latinoamérica.

Cifras insólitas para un mundo desconocido. Naciones Unidas calcula que desde hoy hasta el 2050 el porcentaje de personas mayores de 65 años aumentará en todos los países. Pero en las últimas décadas ese efecto de envejecimiento ha sido solapado por un aumento de la longevidad gracias, principalmente, a los avances médicos. Y si las personas viven una vida más larga, también pueden ser más productivas y contribuir a sostener todos esos servicios públicos que ahora parecen poner en riesgo. «El efecto de la longevidad es básicamente una medida de cómo la edad biológica ha cambiado respecto a la cronológica. Una consecuencia de esta transformación es que el sistema tradicional de medir la edad tiene menos sentido que nunca», escribe Andrew Scott, profesor de Economía en la London School of Economics (LSE). En Estados Unidos, las personas de 75 años tienen la misma tasa de mortalidad que las de 65 años en 1952. Por eso, en Japón y en otros países ricos y encanecidos, diríase que los 80 son los nuevos 65. «Cambia, todo cambia», cantaba con voz emergida de un cenote Mercedes Sosa.

Envejecer en el siglo XXI supone enormes desafíos. La estadística es un saber, a veces, sostenido sobre la injusticia. No todas las personas vivirán más y de forma más sana. El tiempo no transcurrirá igual. Esta ecuación está alterada por las diferencias en los ingresos, la educación, el estilo de vida y el entorno de cada individuo. Avanzar en los años de la existencia solo aumentará estas distancias. «La demografía es una ciencia que nos permite predecir el futuro con exactitud. Sabemos lo que pasará dentro de 20 años: un tercio de la población española tendrá más de 65 años. Vamos a vivir más. Que también vivamos mejor es algo que está en nuestra mano: tenemos tiempo para prepararnos», defiende Jesús Ángel González, responsable de comunrativa del Grupo Liberty Seguros.

Jean-Dominique Seta: «El envejecimiento de la población implica trasformar el sistema de pensiones y de asistencia sanitaria y una necesaria lucha contra la soledad de las personas mayores»

¿Pero estamos listos? ¿Tenemos ese tiempo? Necesitamos políticas que actúen sobre la vejez y la longevidad. Y hasta ahora el discurso resulta muy pobre. La edad de jubilación actual proviene del siglo XIX, cuando los 65 años eran casi el límite de la existencia. Infinidad de voces, sobre todo alrededor de la empresa, plantean como gran respuesta al «problema del envejecimiento» aumentar la edad de jubilación. Sin embargo, para quienes no puedan aprovecharse de una vida más larga y saludable, aumentar ese tiempo es una crueldad. ¿Queremos construir una sociedad sobre los dientes de sierra de la injusticia? «Hay que abrir un debate social y político sobre el derecho de la gente a seguir trabajando más allá de la edad de retiro. Pero también hay que dar voz a quienes no lo desean o no pueden», reflexiona Carmen González Enríquez, investigadora principal del Real Instituto Elcano.

La edad del Antropoceno ha situado al hombre en el cruce de caminos que marcará su futuro como especie en esta vieja casa azul y blanca. El cambio climático, el advenimiento de los robots y la inteligencia artificial en el trabajo, el manejo del tiempo y sus repercusiones decidirán nuestro puesto en la pirámide. «El envejecimiento de la población implica trasformar el sistema de pensiones y de asistencia sanitaria, adaptar nuestras condiciones de vida y una necesaria lucha contra la soledad», describe Jean-Dominique Seta, responsable de la gestión de la cartera de acciones temáticas de CPR Asset Management.

mayores

Pero ese viaje, allí donde termina la noche, que es la soledad, deja un eco que entremezcla pensiones y demografía. En España cada vez nacen menos niños. Siete palabras escritas en piedra. Pero no es solo ese el problema. «Entre las razones por las que los españoles deciden no tener hijos existe un cambio cultural motivado por la elección de un estilo de vida diferente, pero, sobre todo, lo que marca la diferencia es la coyuntura económica de las familias», observa Pierre Gagnoud, director general de Edenred España. Los datos del INE, que cita el experto, demuestran esta frustración. Más de la mitad de las familias (51,6%) invierte unos 350 euros mensuales en la guardería de sus hijos. Además, el 56,6% no recibe ayudas públicas para soportar este gasto. La inercia que genera esta situación es un drama anunciado. «Madres y padres no pueden permitirse abandonar su puesto de trabajo si quieren dedicarse a los hijos, ni reducir las jornadas laborales o trabajar desde casa», apunta Gagnoud. Y añade: «Para frenar el envejecimiento y recuperar la sostenibilidad del sistema, las familias tienen que poder conciliar vida profesional y laboral, y recibir, entre otras, ayudas para llevar a sus hijos a un centro infantil mientras trabajan». Alemania, Japón y Singapur han propuesto estrategias que caminan esos pasos.

David Sinclair: «Al final de este siglo, viviremos 150 años. Existirán pastillas para mejorar las defensas contra las enfermedades y el envejecimiento»

Hacen falta políticas que sepan conducir el boom que deja la longevidad. Una mayor existencia exige repensar la educación, que deberá ser continua y extendida en el tiempo. Dos variables donde España suspende. «El mundo educativo español, tanto en sus niveles no universitarios como universitarios, se ha desentendido del trabajo, lo que ha generado disfunciones dramáticas», advierte el pedagogo y filósofo José Antonio Marina. «Existe una enorme cantidad de empleos ocupados por individuos hípercualificados, lo que es un despilfarro y una fuente de frustración». Por eso, alza la voz y la palabra para reclamar que deberíamos cuidar más los sistemas de «orientación profesional». Seat, por ejemplo, ha hecho un análisis de las competencias y conocimientos que se necesitarán de aquí a diez años. De medio a largo plazo. «Es la base para facilitar la transformación de nuestro equipo», destaca la directora de la Escuela de Aprendices del fabricante de coches, Laura Carnicero.  Además, los datos avalan esa necesidad: según la Comisión Europea, en España el 40% de los empleados ocupa puestos de trabajo que no requieren esa titulación, mientras que la media en el resto de la UE apenas asciende al 23,5%.

Sin embargo, el capitalismo tiene la «virtud» de transformar cualquier problema en una oportunidad de negocio. Ya sea empaquetado como activo financiero o como propuesta de inversión. Y el tiempo de los hombres no es una nota a pie de página. «Las personas mayores rechazan que se las considere ancianos, quieren ser respetadas, buscan el reconocimiento de los otros, son fieles a las marcas, evitan malgastar y tienen conciencia social y ambiental y, sobre todo, ahorro. Esto genera muchas oportunidades para sectores importantes de la economía», relata Ismael Vallés, profesor en el Departamento de Marketing de Esade.

La industria farmacéutica es el primer beneficiado. Aunque algunas de sus imágenes remitan a la ciencia ficción. «Al final de este siglo», comenta David Sinclair, genetista en la Universidad de Harvard, «la gente vivirá 150 años porque habrá una combinación de avances que conducirán a pastillas que podemos empezar a tomar a los 30 años diseñadas para mejorar las defensas contra las enfermedades y el envejecimiento». Para lo bueno y lo malo, será una sociedad medicamentada. En 2020, la mitad de la población del planeta, estima Gonzalo Rengifo, de Pictet AM, consumirá más de una dosis de medicamento al día frente al 33% de 2015. «Y la demanda de aplicaciones médicas seguirá creciendo independientemente del ciclo económico», estima. De hecho, las ventas de tecnología médica pueden llegar en 2022 a los 529.800 millones de dólares (unos 474.000 millones de euros). Nuevas prescripciones, nuevos dispositivos, telemedicina, residencias para mayores, robots médicos, seguros de vida o productos de alimentación dirigidos a quienes tienen más de 65 años. El negocio enumera tantas entradas como la Enciclopedia Británica. Aunque una de las más numerosas lleva a la acepción de «consumo». Un cambio que rota sobre dos ejes. «El concepto de salud y bienestar. La alimentación forma parte ya de la prevención de las enfermedades. Son los alicamentos. Y, por otro, las compras se vuelven más cercanas y próximas al domicilio», narra Ángeles Zabaleta, gerente en consumo de la consultora Nielsen.

José Antonio Marina: «La enorme cantidad de empleos ocupados por individuos hipercualificados supone un despilfarro y una fuente de frustración»

Otra vez se escucha la voz abisal de Mercedes Sosa: «Y así como todo cambia / que yo cambie no es extraño». Se fractura esa línea de puntos invisibles que enlazaba estudio, trabajo y retiro. El paradigma con el que se ha construido la vida durante decenios se ha roto. Muchos mayores de sesenta o setenta años no solo están sanos sino que sienten la necesidad de trabajar y ser productivos. No son una «carga», como les imponen algunos titulares de prensa. Surgen conceptos nuevos. Por ejemplo, génior, una reacción frente a sénior y junior. «Es una persona proactiva, independientemente de su edad, preparada siempre para trabajar por cuenta propia, pero, sobre todo, en la última parte de su vida laboral», analiza Paco Abad, director de la fundación Empresa y Sociedad. Y remata: «Representa una generación longitudinal, no transversal por edad, con el gen de la curiosidad activo».

Pero también es una generación de estrellas fugaces y agujeros negros. En Estados Unidos, el 70% de la renta está controlada por quienes tienen más de 60 años. Este poder económico arrincona a los jóvenes. «Existe un desequilibrio político entre generaciones. Los mayores tienen claros sus intereses: aumentar su pensión. Ningún partido que quiera gobernar hoy en España podría proponer un recorte. En cambio, los intereses –y por lo tanto también los votos– de los jóvenes están dispersos», advierte Carmen González Enríquez. Este «choque» entre edades exige un debate público. Porque a día de hoy pierden los más jóvenes. Y resulta injusto.

El mundo pertenece al tiempo y el tiempo es el dominio de los mayores. Pero muy pronto, en esta sociedad embelesada con la juventud, nadie se reconocerá ya en las frases de Margarite Duras: «Tengo un rostro lacerado por arrugas secas, la piel resquebrajada. No se ha deshecho como algunos rostros de rasgos finos, ha conservado los mismos contornos, pero la materia está destruida. Tengo un rostro destruido»

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