Cultura

Fred Vargas y la humanidad en peligro

Aunque lo suyo es la novela policiaca –que le valió, entre otros reconocimientos, el Premio Princesa de Asturias de las Letras en 2018–, la autora francesa se pone la gorra de la lucha climática en su nuevo libro: si sabemos que el calentamiento global amenaza la Tierra, ¿qué puede hacer nuestra especie para corregir esta situación?

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Valeria Cafagna
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07
abril
2020

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Valeria Cafagna

Hija de Philippe Audoin, surrealista próximo a Breton, Fred Vargas (París, 1957) es una autoridad literaria en todo el mundo. El apellido adoptado lo escogió –como su hermana, la pintora Jöe Vargas– en homenaje al papel que interpretó Ava Gadner en La condesa descalza. Arqueozoóloga e historiadora de formación, el protagonista de buena parte de su producción literaria, el inspector jefe Adamsberg, ha eclipsado el trabajo de la escritora tanto en el Centro Nacional de Investigación Científica Francés como en el Instituto Pasteur. Lo suyo es la novela policiaca, que le valió, entre otros reconocimientos de distintas latitudes, la recepción del Premio Princesa de Asturias de las Letras en 2018. Hace una década, Fred Vargas publicó un breve texto sobre ecología que tuvo una formidable repercusión. De su vigencia habla el hecho de que fuese escogido para inaugurar la COP24 celebrada en Katowice (Polonia), momento en que la escritora decidió ampliarlo. El resultado es un lúcido ensayo, La humanidad en peligro (Siruela).

El arranque de esta profusa reflexión, desprovisto de posturas ideológicas, es el calentamiento global que amenaza a la Tierra y el cambio climático que puede acabar con ella y con nuestra especie. La cuestión es qué hacemos para corregir esta situación. El libro está vertebrado en tres ejes: una crítica feroz a la desinformación, una exhortación radical a la moderación y una serie de acciones concretas encaminadas a iniciar lo que denomina la Tercera Revolución –después de la Neolítica y la Industrial– para evitar la hecatombe.

La escritora divide en su ensayo al mundo en dos perfectos conjuntos: por un lado, el de los gobernantes (no solo políticos, sino aquellos derivados del poder económico y financiero), y la gente (una masa anónima y crédula). Ellos dominan. Nosotros, devorados por los impulsos de la publicidad, obedecemos comprando de manera desaforada e irresponsable. Solo atajando la desinformación podremos cambiar nuestra conducta.

«Todos sabemos que la temperatura está subiendo, que los hielos se derriten, que los océanos están sucios, que la contaminación nos invade, que hay especies animales que se están extinguiendo, que los pesticidas y los metales pesados contaminan nuestra alimentación y nuestro organismo. Pero, más allá de ese conocimiento muy difuso y general, ¿qué sabemos?», se pregunta. Frente a gobernantes y multimillonarios movidos por su avaricia, ante la falta de acuerdos definitivos en las diferentes cumbres del clima, somos nosotros –a juicio de Vargas– quienes, guiados por asociaciones y ONG, debemos actuar. «Desde hace por lo menos cuarenta años, los gobernantes dejan que esta carrera mortífera prosiga sin freno. Hay que saber que un calentamiento de más de cuatro grados centígrados significa diez más en los continentes; y la Tierra, que se habrá vuelto árida, enjuta y sofocante, será entonces inhabitable».

«Desde hace por lo menos cuarenta años, los gobernantes dejan que esta carrera mortífera prosiga sin freno», escribe

Vargas se centra en una serie de conceptos clave capaces de hacer viable la Tercera Revolución que implicará, entre otras cosas, que asumamos cada vez más una conciencia ecológica como sociedad. «Consumamos productos de la agricultura y de la ganadería biológicas, acelerará la caída de los sistemas actuales, evitaremos ingerir pesticidas y permitiremos alimentar al conjunto de la población presente y futura». Asimismo, aconseja reducir de manera drástica –hasta en un 90%– el consumo de carne, y recuerda que el binomio ganadería-agricultura es la primera causa de contaminación del agua en el mundo, y responsable de la deforestación, del agotamiento de los suelos, del fósforo y de las lluvias ácidas.

Anteponer el tren al avión siempre que sea posible y disminuir el uso del coche en provecho del transporte público (o cinético, caminemos), decantarse por la adquisición de un automóvil eléctrico pese a que suponga un mayor desembolso o escoger las baterías de iones de sodio, que no usan litio, son otras de las sugerencias de la francesa.

A los dirigentes internacionales les urge a incluir «la cuestión de la biodiversidad en todas las políticas públicas y preservar a toda costa la vida animal y vegetal que aún existe en la Tierra, pues sin la biodiversidad nuestra supervivencia será imposible». «Debemos proteger los bosques y, junto a ellos, el agua vital, declarar a los de la Amazonia, Indonesia y la cuenca del Congo Patrimonio Mundial de la Humanidad y detener su desforestación», añade.

No hay elección. Estamos en tiempo de descuento: «Hemos construido una vida mejor, hemos tirado al agua nuestros pesticidas, al aire nuestros humos, hemos conducido tres coches cada uno, hemos vaciado las minas, hemos comido fresas traídas de la otra punta del mundo, hemos viajado por todas partes, hemos llenado de luces las noches, nos hemos calzado zapatillas deportivas que destellan al andar, hemos crecido como población, hemos regado el desierto, acidificado la lluvia, creado clones; francamente podemos decir que lo hemos pasado bomba». No queda otra. «La madre Naturaleza, agotada, mancillada, exangüe, nos cierra los grifos –los del petróleo, los del gas, los del uranio, los del aire, los del agua…–».

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