Cambio Climático

La «dieta planetaria» como herramienta contra el cambio climático

El Panel Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC) alerta sobre la necesidad de cambiar nuestro modelo alimentario para frenar el calentamiento global: solo el desperdicio de alimentos está detrás de entre el 8 y el 10% de las emisiones generadas por el ser humano.

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16
abril
2019

En 2018, según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés), más de 820 millones de personas pasaron hambre en el mundo. Cerca de 8,5 millones sufrieron inseguridad alimentaria. A un tercio de la población mundial se le diagnosticó déficit de vitaminas, a 2.000 millones de personas sobrepeso y, a otros 600, obesidad. Por si esto fuera poco, se calcula que alrededor de 1.300 millones de toneladas de comida se desperdician cada año, lo que supone casi un tercio de la producción mundial. Estos datos apuntan hacia una única realidad conocida: la balanza está desequilibrada, aunque no existen soluciones sencillas para remediarlo. ¿Qué es lo que podemos hacer si queremos que todas y cada una de las personas que viven en los cinco continentes tengan acceso a una alimentación saludable, nutritiva y completa? La respuesta podría estar, según señalan los expertos, en la necesidad de que haya un cambio en los hábitos de consumo a nivel mundial, una transformación que también es imprescindible si queremos frenar el aumento de la temperatura del planeta .

Es la conclusión que se desprende del último informe publicado por el Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) que asesoran a la ONU y que han analizado el impacto del uso del suelo en el calentamiento global. Según sus cálculos, solo el desperdicio alimentario está detrás de entre el 8 y el 10% de las emisiones de gases de efecto invernadero generadas por el ser humano. Los científicos resaltan asimismo la necesidad de actuar sobre el sector agrícola, ya que, según sus cálculos, la agricultura y el uso de la tierra están detrás de casi la cuarta parte de las emisiones generadas por el ser humano (aproximadamente el 23%), una cifra que asciende al 37% si se tiene en cuenta las relacionadas con la producción de alimentos. Pero, más allá de actuar a gran escala, también apuntan a la responsabilidad individual para reorientar nuestra dieta hacia una en la que se dé más protagonismo a productos de origen vegetal como las legumbres, los cereales y la verdura, cuya producción requiere un menor uso de tierra y de agua -cabe destacar que el 70% del consumo de agua dulce está destinado a usos agrícolas-. Aunque se incluyan alimentos de origen animal, los expertos recalcan la importancia de que estén producidos de forma sostenible para que precisen menos recursos y generen menos emisiones.

Para alimentar a la población de 2050 tendremos que reducir la cantidad de carne que consumimos e incluso eliminarla de la dieta

Lo que ahora corroboran los expertos del IPCC es una cuestión que ya estaba sobre la mesa. En los últimos años han proliferado estudios, investigaciones científicas y publicaciones relacionadas con la alimentación y la manera en que comemos. A inicios de 2019, la revista científica The Lancet publicaba uno de los último estudios sobre el tema —y uno de los que ha tenido mayor alcance y repercusiones—. Bajo el título de Food in the Anthropocene: the Eat-Lancet Commission on healthy diets from sustainable food systems (Comida en el Antropoceno: dietas para un sistema alimenticio sostenible), el informe vio la luz tras tres años de investigaciones llevadas a cabo por 37 científicos de todo el mundo y financiadas por la propia revista y el Foro EAT. Sus conclusiones son directas y controvertidas, pero en línea con estudios anteriores que parten de la base de que la población mundial no para de crecer –en 2050 habrá 10.000 millones de personas– y de que las consecuencias del cambio climático serán devastadoras para la prevalencia de recursos esenciales para la vida como el agua.

Los autores del estudio sugieren que, para alimentar a la totalidad de la población mundial, tendremos que reducir considerablemente la cantidad de carne consumida, e incluso plantean la posibilidad de llegar a eliminarla en su totalidad. Se trataría pues de seguir una alimentación casi vegetariana o, si se prefiere, flexitariana –palabra que hace referencia a aquellos que siguen una dieta basada en alimentos de origen vegetal pero que no excluyen los productos de origen animal–, que según el estudio, disminuiría el número de casos relacionados con enfermedades cardíacas, diabetes o cáncer. Además, propiciaría un uso más sostenible de la tierra y reduciría las emisiones de carbono a la atmósfera.

Con las cifras en la mano, el ganado ocupa más del 70% de las tierras de uso agrícola y apenas se traduce en un 18% de la ingesta de calorías en todo el mundo, según el informe Shaping the Future of Livestock de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) –que señala, además, que la mayor parte se consume en países ricos–. En 2016, un grupo de investigadores de la Oxford Martin School (Reino Unido) concluía que una dieta menos cárnica y más dependiente de frutas y verduras evitaría daños climáticos por un valor de 1.500 millones de dólares.

«La única manera de atenuar el devastador impacto del cambio climático es a través de promover y llevar una dieta para la salud planetaria», advierte el estudio, que reclama que pongamos en el centro de nuestra alimentación las verduras, hortalizas, granos y cereales, legumbres y frutos secos, y que limite el consumo de carne roja a una vez a la semana. Además, esta propuesta aconseja también reducir el consumo de cualquier otra proteína animal a, como mucho, 28 gramos al día.

Los resultados de la investigación, recogidos por el diario británico The Guardian, han generado polémica dentro y fuera del mundo de la alimentación. Gran parte de la comunidad científica internacional se muestra a favor de esta dieta planetaria, ya que se encuentra en sintonía con las recomendaciones de estudios previos como el de la OMS, que aconseja la reducción del consumo de carne. Según expone el rotativo británico, algunos grupos de interés incluso han recibido los resultados de esta investigación con gran entusiasmo. Sin embargo, otros medios de comunicación y empresas le recriminan que quiere «dar forma a las políticas agrarias internacionales». En esa línea más escéptica, diversos especialistas en nutrición sostienen que, una dieta de estas características conllevaría un déficit nutricional importante —relacionado con las Vitaminas B12 y D, el sodio, el potasio y el hierro— y que los países más pobres serían los primeros en sufrirlo. Ciertas asociaciones ganaderas, además, lo han llegado a tildar de «conspiración vegetariana y vegana que solo busca que una industria determinada se haga de oro».

Para frenar los daños irreversibles en nuestros ecosistemas es imprescindible cambiar de manera radical nuestra dieta

Para los investigadores, las críticas parten de la desinformación. «Hay un consenso global que determina que un tercio de los gases de efecto invernadero están relacionados con nuestro sistema de alimentación», aseguran en declaraciones a The Guardian. El estudio refleja cómo, en las últimas décadas, el consumo de carne ha aumentado en exceso y de manera descontrolada. Para frenar los daños irreversibles en nuestros ecosistemas y las enfermedades relacionadas con la alimentación, es imprescindible cambiar de manera radical nuestra dieta porque, de no hacerlo, las consecuencias supondrán un coste irreparable para los países más faltos de recursos. Pero, ¿es este el camino a seguir?

«No vamos a solucionar nuestros problemas medioambientales hasta que nos enfrentemos a los problemas que nuestro sistema de alimentación provoca; y no vamos a solucionar los problemas causados por la industria alimentaria si no cambiamos nuestra forma, colectiva y global, de alimentarnos», asegura la doctora Tara Garnett, experta en seguridad alimentaria y una de las principales investigadoras del estudio publicado en The Lancet. Por el momento, no existe un consenso global respecto a los beneficios de la dieta planetaria, pero la investigación abre la puerta a la reflexión y al debate económico y ecológico –más allá de los argumentos esgrimidos por los partidarios de movimientos de igualdad animal– sobre si en el futuro habrá carne sobre nuestras mesas.

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