Medio Ambiente

Stop pérdida de biodiversidad

Un millón de especies están al borde de la extinción. Una de cada ocho. Esta crisis ecológica podría ser la antesala de la sexta extinción masiva de la historia de la Tierra si no le ponemos remedio. De lo contrario, el planeta no nos echará de menos.

Fotografía

Luis Meyer & Fundación Biodiversidad
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27
junio
2019

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Luis Meyer & Fundación Biodiversidad

Habitar a 3.000 metros de altura y poseer una excelente capacidad para mimetizarse con la textura rocosa de las laderas le convierte en el más huidizo y menos estudiado de los grandes felinos. El leopardo de las nieves, conocido popularmente como ‘el fantasma de las montañas’, podría ser, en poco tiempo, un fantasma real: su población ha disminuido cerca de un 20% en los últimos veinte años y se estima que solo quedan unos 4.000 ejemplares en el mundo. Según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) y su Lista roja de las especies amenazadas, este misterioso morador de las cordilleras de Asia Central se encuentra en la categoría «en peligro de extinción».

Tres son las principales causas de su desaparición progresiva: la caza ilegal, la pérdida de hábitat por el aumento de ganado y la construcción de nuevas infraestructuras, y como guinda del pastel, el cambio climático, que acelera esa pérdida de hábitat en un ecosistema, además, especialmente vulnerable a sus efectos como es la montaña.

Escapar a los ojos del hombre, pero no a su mano destructora. Sirva de metáfora: como él, un millón de especies corren el riesgo de desaparecer en las próximas décadas. No todas son tan enigmáticas como nuestro protagonista, pero de su supervivencia depende de igual modo, y en última instancia, la nuestra.

Esta es una de las conclusiones más alarmantes del primer informe sobre la situación de la biodiversidad global, elaborado por más de un centenar de científicos de más de 50 países para la Plataforma Intergubernamental sobre Biodiversidad y Servicios de los Ecosistemas (IPBES), auspiciada por Naciones Unidas. «Hemos analizado alrededor de 15.000 documentos publicados desde 1970 y hemos tenido en cuenta el conocimiento de comunidades locales e indígenas, que siguen custodiando gran parte de la biodiversidad global», apunta el investigador Unai Pascual, profesor Ikerbasque en el Basque Centre for Climate Change (BC3) y uno de los autores del estudio.

Teresa Ribera: «No es solo perder ecosistemas, es perder confianza en nuestra capacidad como sociedad para resolver problemas»

«Los resultados del informe han puesto de relieve que la crisis climática es la punta del iceberg de una crisis socioecológica estructural en la cual la degradación de la naturaleza está íntimamente ligada a una fe ciega en el crecimiento económico como base del desarrollo, las reglas y normas institucionalizadas que favorecen este paradigma de desarrollo y las políticas económicas que lo sustentan», advirtió este experto durante el encuentro Stop pérdida de biodiversidad, organizado por la Fundación Biodiversidad en colaboración con la Fundación Abertis. «Sabemos cuáles son los factores directos, como la deforestación o el uso intensivo de ciertos inputs en la agricultura, pero subyacente a estas fuerzas motrices están esas fuerzas indirectas latentes que mueven el mundo: la demografía, los sistemas económicos y de gobernanza, las políticas y, sobre todo, los valores sociales».

La ministra de Transición Ecológica en funciones, Teresa Ribera, justo a la ambientalista Julia Marton-Lefèvre, durante el diálogo moderado por Pablo Blázquez, editor de Ethic

Los ecosistemas naturales ya se han degradado en un 47%, de acuerdo las distintas evaluaciones de IPBES. E incluso en el mejor de los escenarios posibles, la riqueza natural seguirá desvaneciéndose. «Sin una transformación radical de los sistemas de producción y consumo, la pérdida de contribuciones materiales se acentuará y los sistemas de regulación del clima, del agua o del suelo seguirán degradándose, aunque puedan aumentar en algunas regiones. Necesitamos un modelo socioeconómico en el que el capital natural sea la base, y no lo contrario», remarcó Pascual, que mostró su preocupación por la creciente desconexión humana de las sociedades industrializadas con el medio natural, «lo que conduce a que la mayor parte de la población no sea consciente de la importancia crucial de la biodiversidad estructural y funcional no ya para nuestra propia supervivencia, sino para nuestra salud y nuestro bienestar físico y emocional».

El psicoterapeuta y filósofo Erich Fromm acuñó un término para referirse a ese anhelo –ahora precario– del hombre de convivir con la naturaleza: biofilia. Un concepto que más tarde tomaría prestado como título de uno de sus libros –acumula una veintena–el biólogo evolucionista Edward Osborne Wilson, profesor de la Universidad de Harvard y ganador de dos premios Pulitzer, en el que profundizaba en la idea de la «Web of Life», esa «red de la vida» de la que formamos parte. Ambos pensadores vienen a recordarnos una evidencia: tenemos raíces y desde luego no han crecido en el asfalto.

Julia Marton-Lefèvre: «No debemos sentir pena por la naturaleza, sino ser conscientes de que nos aporta alimentos, medicinas y agua»

Lejos de él se trasladaron los científicos de IPBES. Al lejano corazón de la selva y también a la cercana España rural. «Nos sentamos con numerosos pueblos indígenas y comunidades locales para que nos compartieran todos esos conocimientos tradicionales que atesoran. Desde la Amazonia hasta los Picos de Europa, la gente que gestiona esas zonas tiene un interés total en mantenerlas, ya que dependen directamente de ellas. Sus sistemas de valores les permiten desarrollar otras maneras de gestionar la riqueza natural, y esos entornos en los que viven alcanzan los mismos niveles de biodiversidad que algunas áreas protegidas que hemos logrado mantener a base de inversión económica», reflexionó Victoria Reyes, investigadora de la Universidad Autónoma de Barcelona, durante la jornada. «Por eso, cuando me preguntan qué país hace mejor sus deberes en materia de biodiversidad, digo que ninguno: a nivel nacional, todos tienen los mismos intereses económicos. Son algunas sociedades y comunidades locales las que, a través del manejo de la naturaleza, han alcanzado sistemas sostenibles», recalcó.

biodiversidad

Los investigadores del informe IPBES Unai Pascual, Victoria Reyes y Álvaro Fernández-Llamazares

En efecto, cualquier proyecto de protección de la biodiversidad suele tener un éxito relativo cuando se da la espalda a estas comunidades, en opinión del investigador de la Universidad de Helsinki Álvaro Fernández-Llamazares. «Promover áreas protegidas es absolutamente necesario, pero hay que tener en cuenta una serie de criterios para establecerlas en zonas con oportunidades. Por otro lado, muchas de ellas carecen de financiamiento suficiente», arguyó, si bien cabe destacar que España ha cumplido con el compromiso internacional de declarar protegida al menos el 17% de la superficie terrestre y el 10% de la marina: supera, de hecho, el 27% y el 13% respectivamente. El experto subrayó la importancia de un cambio radical en nuestra escala de valores: «¿Y si protegiéramos nuestra calle como si fuera Doñana?». Asimismo, reivindicó una «reordenación sistémica y estructural» que haga la biodiversidad «transversal a todas las políticas, de forma intersectorial y sin ser competencia exclusiva de un ministerio».

Una idea que comparte la ministra de Transición Ecológica en funciones, Teresa Ribera, quien mantuvo un diálogo con Julia Marton-Lefèvre, exdirectora general de la UICN y miembro del Bureau de Europa Occidental y otros estados de IPBES. Durante su intervención, Ribera insistió en que las soluciones frente a la acelerada extinción de especies «no pasan por aprobar una política sectorial concreta», sino que deben llevar aparejadas «políticas fiscales, agrarias y de preservación de especies», porque los alimentos, el comercio y la salud dependen de ello.

Unai Pascual: «La crisis ecológica es la punta del iceberg de una crisis socioeconómica estructural»

«España vive un momento crucial, porque la gente ha sentido una sacudida emocional ante los efectos más evidentes de la crisis climática y la pérdida de biodiversidad», expresó Ribera. Somos, en sus palabras, «grandes importadores de pérdida de biodiversidad». Recuperar ese efecto biofilia definido por Erich Fromm requiere que «todos los ciudadanos seamos conscientes y mucho más honestos, consecuentes, informados y exigentes con nuestros actos», según Ribera. «Hay una total desconexión con el origen de aquello que consumimos y con los impactos de su producción, hablemos de la deforestación derivada de la producción de aceite de palma o de la contaminación provocada por los tintes de nuestros pantalones. Tenemos poco tiempo, hay una demanda muy fuerte, y no podemos defraudar la expectativa. No es solo perder ecosistemas, es perder confianza en nuestra capacidad como sociedad para resolver problemas. Por tanto, ataca al principio democrático y a la capacidad de la sociedad para buscar el bien común», concluyó.

«El PIB debería incluir otros elementos, como el valor de los bosques», propuso por su parte Marton-Lefèvre. La asesora independiente en medio ambiente indicó que, de cara a la Cumbre del G-20 que se celebra el próximo año en Riad, Europa «tiene que reforzar su liderazgo». «La Unión Europea debe sentarse con los Gobiernos que niegan los problemas medioambientales para intentar convencerlos de que la pérdida de biodiversidad es prioritaria en la agenda mundial». Lefèvre planteó un cambio de óptica: «No debemos sentir pena por la naturaleza, sino ser conscientes de que nos aporta alimentos, medicinas y agua». Y recordó, a modo de ultimátum: «El planeta no necesita que le salvemos, se las arregla muy bien sin nosotros».

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