Siglo XXI

Las tendencias que harán rotar al mundo en 2020

De la revolución digital a la transparencia o la inequidad, el planeta ensaya nuevas vías para ser sostenible, más justo y mejor.

Ilustración

Carla Lucena
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11
febrero
2020

Ilustración

Carla Lucena

Uno nunca contempla una misma corriente de agua, uno nunca se baña en el mismo río. Todo es incertidumbre. Hace casi un siglo que el físico Heisenberg se dio cuenta de ello: vivimos bajo el principio de incertidumbre. Una especie de promesa nunca satisfecha. El mundo atraviesa esa circunstancia. Hay tantos desafíos, retos, desasosiegos que es evidente que habitamos un gozne de tiempo. Una era de cambios. Nada es lo que será y nosotros, los de entonces, ya no somos los de ahora. El planeta convive con el turbio arrastre de los populismos, la emergencia climática, la desigualdad que incendia Chile, Argentina, Hong Kong, Bolivia; migraciones masivas, fruto de la crisis del tiempo, pero también del desplazamiento forzado producido por persecuciones políticas; mientras, el territorio físico se vacía y los ancianos quedan como únicos guardianes entre piedras y adobe de un legado cultural y patrimonial que desparece al igual que hojarasca seca. Y, a la vez, en el mar, el plástico se convierte en olas y mareas, y solo parece que se escuchase la voz del poeta: «Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre? ¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día, las tristes azucenas letales de tus noches?». Ni el autor (Dámaso Alonso) ni el título del poema (Insomnio) podrían encajar mejor en nuestro tiempo.

Existe un extraño balance entre esperanzas y pesadumbres. Nada como la revolución digital refleja ese delta donde confluyen lo mejor y lo olvidable del ser humano. «Tareas complejas como conducir un automóvil pasarán a ser automáticas y la confluencia del 5G, el big data y la inteligencia artificial abrirá el paso al concepto de «todo inteligen- te»», se lee en el trabajo El año de la decisiones, elaborado por el banco privado suizo UBS. Pero la tecnología dejará ganadores y vencidos. La consultora McKinsey calcula que, para el final de la década, podrían haberse perdido hasta 800 millones de puestos de trabajo en todo el mundo debido a los avances tecnológicos. «El crecimiento del empleo se producirá en ocupaciones en las que dominen las tareas no rutinarias, tanto las muy cualificadas y más abstractas como aquellas que, necesitando poca cualificación, precisan de habilidad manual o comunicación interpersonal», sostiene en un documento de BBVA Research.

La tecnología dejará ganadores y vencidos: al final de la década podrían perderse hasta 800 millones de puestos de trabajo en todo el mundo

Esa es una visión optimista basada, a la vez, en una idea sencilla y compleja. La tecnología y sus efectos no son algo inevitable sino que dependen del ser humano. «Los impactos negativos de la tecnología en el futuro del trabajo son una opción, no algo sin vuelta atrás», refrenda Tim O’Reilly, considerado el oráculo de Silicon Valley por la revista Inc. Magazine, partícipe de la web 2.0 y pionero del software libre. La tecnología ha tenido una relación difícil con otro de los grandes problemas de estas dos décadas de siglo: la desigualdad. El economista de origen serbio Branko Milanovic y el célebre pensador galo Thomas Piketty llevan años soñando con tablas de Excel que demuestran sin una sola grieta el crecimiento de la inequidad dentro de las sociedades occidentales. El dolor es profundo. Millones de personas sufren la paradoja de tener trabajo pero no poder subsistir con él. Vargas Llosa lo explicó muy bien: «¿En qué momento se jodió el Perú?». Quizá cuando sus ciudadanos dejaron de hablarse.

«Necesitamos tener una discusión democrática, un debate social, sobre los niveles justos de concentración de bienestar y propiedad. Los milmillonarios deberían mantener algo de su renta, pero ¿todo lo que tienen hoy? ¿Esa es necesariamente la mejor solución? Hoy tenemos fortunas individuales de miles de millones de dólares o euros. ¿Hasta dónde se supone que pueden llegar? Creo que es increíblemente ingenuo pensar que la mejor solución es que no exista ningún límite», reflexionaba Piketty en un encuentro con periodistas en Madrid en el que estuvo Ethic.

El techo existe, lo razonable existe. Porque la fractura se abisma. «En Estados Unidos, por primera vez desde la década de 1930, el porcentaje de la riqueza en manos del 0,1% más adinerado es comparable a la riqueza en manos del 90% más desfavorecido». Lo cuenta UBS con ese lenguaje un tanto ensortijado de las finanzas. Y pervive en los legajos de historia y en la memoria. «Se han olvidado las lecciones del periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial, donde la política del Gobierno estadounidense promovió el empleo en lugar de las ganancias de las Bolsas», recuerda Tim O’Reilly. En la próxima década parece complicado que la injusticia económica merme. El controvertido líder Boris Johnson, quien ganó las elecciones británicas el pasado mes de diciembre, y la candidata demócrata a la Casa Blanca, Elizabeth Warren, tienen difícil que sus razonables ideas no sean entendidas en Estados Unidos como una especie de neomarxismo. Subir la tributación a los multimillonarios y las grandes corporaciones, fragmentar empresas tecnológicas, como Facebook, que se han convertido en un problema social, y establecer que todas las empresas en sus estatutos deben concretar sus fines sociales. ¿Qué aportan a la sociedad? Si no son capaces de explicarse, no operan.

El cambio está en las aulas

Entre medias del relato, una parada en los pupitres. La formación trenza todas las grandes tendencias, los retos de estos años que están por llegar. Mezcla memoria y el deseo de una vida mejor. Palabras que acuña como balas el filósofo y pedagogo José Antonio Marina. «La educación tiene tres objetivos: ayudar al desarrollo intelectual, emocional y ético de los alumnos y preparar para la inserción en el mundo laboral. Los tres son importantes y cuando uno se descuida acaba resintiéndose el futuro de los alumnos». Y añade: «Las empresas deben darnos información sobre las habilidades que necesitan, pero tienen muy poco que decir sobre otros aspectos». Vale la pena recordar la anécdota que se atribuye a Henry Ford, al que oyeron gritar: «Cuando necesito dos brazos fuertes para trabajar, ¡me mandan una persona! ¿Qué hago yo con una persona?».

Pero el presente y el futuro son del hombre y los pupitres. Hay voces nuevas. Hay situaciones insólitas. El mundo se desglobaliza. Tras acelerarse durante los años noventa y 2000, la globalización alcanzó su punto máximo en la década de 2010. La fabricación local, el proteccionismo económico y la digitalización cebaron el fenómeno. El planeta, sobre todo por el enfrentamiento entre China y Estados Unidos, será cada vez menos una casa común. Por primera vez en su historia, el país de las barras y estrellas «tiene un mandatario que intenta fracturar Europa en vez de unirla», admite Federico Steinberg, investigador principal del Real Instituto Elcano. Vivimos meridianos de sorpresas. ¿O no?

Aunque la transición será lenta, las renovables pueden convertirse en la mayor fuente de generación de energía para 2030

La emergencia climática arde como una hoguera de San Juan. En los últimos meses, en Australia se han quemado más de cuatro millones de hectáreas, la capa del Ártico es cada vez más fina, los fenómenos climáticos extremos más frecuentes y la COP25 de Madrid resultó un fracaso. En este paisaje agreste, las empresas hablan de transición energética. Repsol, por ejemplo, ya ha dado sus pasos hacia las energías renovables, pero tiene, al menos, 12 bloques de explotación, en una zona cercana a Pikka (Alaska); el mayor depósito terrestre –acorde con varios medios periodísticos– descubierto en los Estados Unidos en los últimos 30 años. Este viaje hacia lo sostenible está plagado de contradicciones. El consumo de petróleo, gas natural y carbón –según UBS– aumentará un 16% hasta 2040. ¿Nada cambia? ¿Todos los días amanecen iguales? «Las compañías petrolíferas expandiendo sus operaciones están poniendo por delante los beneficios a corto plazo frente al bienestar y la salud del planeta y sus ciudadanos a largo plazo», critica Alison Kirsch, investigadora senior del programa de Clima y Energía de la oenegé californiana Rainforest Action Network. Y puntualiza: «No podemos permitirnos construir más oleoductos que facilitan la extracción de más gas y petróleo».

planetas

La transición será, tiene que ser; sin embargo, será y es lenta. Aunque llegan nuevos aires. La Agencia Internacional de la Energía (IEA, según sus siglas en inglés) predice que el 43% del aumento de la demanda se cubrirá por energías renovables. Hidroeléctrica, solar, eólica, geotermal y bioenergía. El planeta sabe que tiene que cambiar, el problema es que lo hará a distintas velocidades. China y Estados Unidos (al menos con la Administración Trump) parecen más comprometidos con el crecimiento económico que con el cuidado del medio ambiente. Hacen falta manos que mezan los campos. «Los inversores y los reguladores tendrán un papel crucial para ayudar a acelerar la transición hacia energías limpias», comenta Valentina Kretzschmar, directora de investigación de la consultora energética Wood Mackenzie. Ya se sienten esas miradas nuevas. Pictet Clean Energy, un fondo con enfoque medioambiental, excluye de su cartera empresas con más del 20% de las ventas o el beneficio bruto de exposición relacionado con carbón, petróleo o energía nuclear. De hecho, las renovables pueden convertirse en la mayor fuerte de generación de energía para 2030. «A este cambio contribuye que su coste disminuye con las economías de escala, los avances tecnológicos y la mejora de la financiación», desgrana Eric Borremans, experto global en sostenibilidad de la gestora Pictect AM.

Standard & Poor’s cifra los estragos producidos por el plástico en el litoral marino en 11.600 millones de euros

Pero todo eso suena como entresacado de un manual de economía avanzada. El planeta se está quedando sin números y sin tiempo. Queda el Insomnio del poeta. «Y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar los perros, o fluir blandamente la luz de la luna». Esta angustia de ser hombre, de protestar, escribió Dámaso Alonso, cuando nadie protestaba, se ha trasladado al mar; que se ha vuelto plástico. «Sin lugar a dudas, es el gran desafío medioambiental de nuestro tiempo, y cómo respondemos a él determinará la salud de la Tierra en el futuro», advierte Séamus Clancy, responsable de la firma de reciclaje Repak. La amenaza sobre el inmenso azul resulta intensa. La agencia de calificación de riesgo Standard & Poor’s calcula que los estragos producidos por el plástico en el litoral marino alcanzan los 13.000 millones de dólares (11.600 millones de euros) anuales. El impacto es directo sobre el turismo, las pesquerías y la biodiversidad. La cifra, claro, se convierte en una ola gigante si avistamos toda la mar. Unos 139.000 millones de dólares (124.500 millones de euros). El carísimo pago al barquero de esta marea de plástico en el planeta. Una ecuación cuya resolución es una incógnita. Incluso si los consumidores reciclasen, pensemos, el 100%, no estaríamos ni siquiera cerca de ese porcentaje, escribe el ingeniero químico Megan Robertson en la prestigiosa revista científica Science. La razón es que muchos desechos no se pueden reciclar porque son una combinación de materiales. Y solo parecen quedar palabras vacías, colgadas como ropa tendida al viento. «Nuestros fabricantes están trabajando para conseguir un ambicioso objetivo de reutilizar, reciclar y recuperar la totalidad del packaging de plástico en 2040, con objetivos intermedios durante 2030», defiende Steve Russell, antiguo vicepresidente del área de plásticos de la patronal química estadounidense (ACC, por sus siglas en inglés). Pero sabe que su propósito son palabras en la arena.

Una sensación de pérdida parecida es la que siente la España que se vacía. No es un fenómeno exclusivamente español. La atracción de las ciudades desarticula muchos espacios. Las Tierras Altas de Escocia son un relato de esa despoblación. Hay propuestas para generar redes que vertebren esa geografía, diríase, hueca. La tecnología quizá sea la más poderosa. Otra son los transportes. Pero asumiendo un déficit. Es difícil darle lógica económica a apeaderos donde casi nadie sube a los trenes. «Pero quizá se pueda sacar mayor partido a las carreteras secundarias», propone el ingeniero experto en movilidad y transporte Henning Strugman. Hacen falta medidas frente a números que hieren como amenazas. La Unión Europea admite que una provincia con menos de 12,5 habitantes por kilómetro cuadrado está en serio riesgo de despoblación. Tres provincias españolas viven por debajo de ese umbral: Soria, Teruel y Cuenca. De hecho, la media en España es de 93 personas por kilómetro cuadrado. Números que trasladan incertidumbres. Hace unos meses, el premio Nobel de Economía Paul Krugman escribía en The New York Times: «Hay fuerzas poderosas detrás del declive, a veces relativo y otras absoluto, de la América rural. Y la verdad es que nadie sabe cómo revertir esas fuerzas».

El tiempo de las mujeres

El feminismo ha irrumpido como el movimiento social más importante de lo que va de siglo. «Los mercados son buenos valorando algunas cosas, pero no otras». Las mujeres son esas «otras». Como explica Vicky Pryce, economista británica, en su libro Women vs. Capitalism (Mujeres versus capitalismo, que no está aún traducido al castellano) «las mujeres son un recurso valioso, cuyo verdadero valor no es comprendido ni reflejado en los precios del mercado». De ahí se entiende el techo de cristal, la diferencia salarial con los hombres y el abandono prematuro de la carrera profesional, obligadas a elegir entre trabajo y familia. Esto tiene que cambiar. Esto va a cambiar. En los próximos cinco años, acorde con el trabajo de la consultora McKinsey & Company, Women in the Work Place 2019, se incorporarán un millón de mujeres más a puestos directivos en Estados Unidos. Y suya será buena parte de la prosperidad. El año que viene poseerán 65 billones de euros. Un 32% del total de la riqueza de la Tierra. Si una vez hubo un Siglo de las Luces, este es el Siglo de las Mujeres. Incluso las finanzas, un mundo de corbata y pantalón, llega a su fin. «Es un lugar fantástico para que trabaje una mujer. La gente piensa que es como El lobo de Wall Street, donde todo el mundo está sentado y se gritan unos a otros alrededor de diez pantallas. En realidad, nuestro trabajo resulta reflexivo, tranquilo y calmado», cuenta Koline Rosenberg, gestora de fondos de Fidelity International.

Menos calma y menos tranquilidad se vive en esos arrabales del mundo donde la frustración ha orillado la sensatez mientras era sustituida por los populistas de derecha o izquierda. A comienzos de siglo, cuando la década se acodaba, los populistas tenían la presencia de la sombra de un junco. Desde entonces, sus resultados en comicios europeos han pasado del 7% a más del 25% de media. En 1998, no hace tanto tiempo, solo Suiza y Eslovaquia –una por razones económicas y la otra, raciales– tenían Gobiernos populistas. Dos décadas más tarde se han sumado otros nueve. El número de europeos regidos por un Gobierno al menos con un populista en el gabinete ha aumentado de 12,5 millones a 170. Nada sucede por nada. Todo tiene su lógica. Aunque duela. «La globalización provoca mucha desafección en bastantes personas. Y la forma de expresar su angustia es votar a partidos que no son los tradicionales», analiza Branko Milanovic. La angustia tiene que remitir porque con facilidad se transforma en desesperación.

sostenibilidad

Por primera vez se sabe con certeza –dentro de lo difícil que resulta medir personas que a veces parecen, desgraciadamente, niebla– que en Europa residen unos 4,8 millones de inmigrantes no autorizados. La mitad viven en el Reino Unido y Alemania. Son los datos que publicaba el noviembre pasado The Pew Research Center y se basan en 2017. Resulta fácil asumir que, dos años después, la cifra será mayor. Esta diáspora humana se agrava en países en conflicto –como Venezuela, Siria o Libia– o sencillamente pobres, como Bangladesh. Y en aquellos en los que el sol abrasa y las tierras arden o se anegan. Los refugiados climáticos se estima que podrían medirse en millones. De hecho, un trabajo del Banco Mundial de 2018 prevé que en 2050 habrá 143 millones procedentes de América Latina, el África subsahariana y el sudoeste de Asia. Al fondo, la COP25 ha sido un fiasco y las temperaturas parecen abocadas a seguir subiendo. También la factura: solo los desastres meteorológicos le han costado al mundo 650.000 millones de dólares (582.000 millones de euros) en los últimos tres años, según Morgan Stanley. «El cambio climático va a poner a prueba la fortaleza de nuestros sistemas económicos y políticos», advierte Nicholas Stern, presidente del Centro para el Cambio Climático, Economía y Política de la London School of Economics (LSE).

La atracción de las ciudades desarticula muchos espacios: España, las Tierras Altas de Escocia o Norte América afrontan el reto de la despoblación

Sin embargo, no todo es una advocación a la tristeza. Uno de los asideros de la esperanza del hombre es la salud y su viaje con la tecnología. «La asistencia sanitaria estará cada vez más digitalizada. Nuevas aplicaciones, como por ejemplo, software de salud pública, telemedicina y diagnóstico por imágenes asistido por inteligencia artificial ayudarán a definir y prestar la asistencia, a mejorar la eficacia del diagnóstico y a trasformar el sector de la atención sanitaria», cuentan en UBS. Y la revolución de la terapia genética permitirá algo tan asombroso como editar genes, reemplazarlos o incluso cambiar células enteras. El ser humano se asoma al tiempo máximo de vida que marca su reloj biológico. Mira a los ojos de los límites de su existencia. Y esto también exige alimentación. En 2050 habrá 9.000 millones de almas sobre esta vieja casa de agua y tierra, y necesitarán proteínas, y serán caras y poco sostenibles. Sobre todo las animales: producir un kilo de carne de vaca exige 43.000 litros de agua. Una enorme cantidad. Pero el cereal tampoco tiene la sed de un cactus. Un kilo de trigo precisa 1.000 litros de agua. La agricultura tecnológica es la esperanza (o la maldición) de las mañanas que vendrán.

Pero en este viaje entre lo integrado y lo apocalíptico puede haber, al final, espacio para la luz. El mundo exige más transparencia. Elizabeth Warren, una especie de martillo de Thor de los mercados financieros y sus excesos, como hemos visto, exige claridad, aire. La luz debe filtrase por las grietas, porque ese es su verdadero propósito. «La revolución de internet y las redes sociales ofrecen oportunidades pero hacen más vulnerables a las empresas. No paramos de ver casos de compañías cuyos valores son conocidos por la opinión pública, sufren una crisis de reputación, sus ventas se hunden, el precio de la acción se desploma y los accionistas pierden su capital», advierte el economista José Carlos Diez. De ahí que sea la época del activismo accionarial. Las compañías han visto las orejas al lobo. «Las empresas tienen que tener una perspectiva a largo plazo. Es básico en estos tiempos», indica Emilio Ontiveros, presidente de Analistas Financieros Internacionales (AFI). «Es una forma de no caer otra vez en los años del exceso».

Días que son hijos, parafraseando el poemario de Dámaso Alonso, de la ira. Hace unos meses, la Business Roundtable (BRT), el principal lobby empresarial americano, que agrupa a 181 grandes organizaciones como ExxonMobil, JPMorgan Chase, Apple o Walmart, redefinía el «propósito de una empresa». Las ganancias del accionista pasaban a ser un objetivo más y se hablaba de «proteger el medio ambiente, fomentar la diversidad, la inclusión, la dignidad y el respeto». El sentido, ahora, es crear valor para todos los grupos de interés. Acabar con los años de Insomnio. Cuéntame, poeta, «¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre? ¿Temes que se te sequen los gran- des rosales del día, las tristes azucenas letales de tus noches?».

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