Opinión

La inmigración en una Europa envejecida

Nuestra obligación es recordar que la historia de la humanidad es la historia de las migraciones, un proceso favorable y positivo, clave en el desarrollo de nuestra sociedad.

Ilustración

Carla Lucena
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08
enero
2020

Ilustración

Carla Lucena

El proceso de envejecimiento de Europa puede ya calificarse de intenso y de irreversible. La organización Renacimiento Demográfico nos avisa de que «las muertes superaron a los nacimientos en 2018 por un margen no visto desde hace siglos –tal vez nunca- en años sin guerras ni epidemias. Y la tendencia es claramente negativa». La longevidad creciente y la natalidad en descenso profundo son dramas demográficos que no se podrán corregir con medidas legales ni incentivos económicos. Forma parte del egoísmo humano y de un intenso cambio sociológico.

Todo el mundo occidental va a necesitar regular y favorecer procesos migratorios para mantener la actividad económica y rejuvenecer el país. Canadá ya ha puesto en marcha un plan, –y los demás países, incluido Estados Unidos, a pesar de Trump–, tendrán que seguir ese camino antes o después.

«Occidente va a necesitar regular y favorecer procesos migratorios para mantener la actividad económica»

Dentro del mundo desarrollado, la región europea –y más en concreto la Europa comunitaria– es ya, y va a continuar siéndolo durante bastantes años, el escenario donde el problema de inmigrantes y refugiados va a ser más inquietante, más intenso y más dramático. Al estudiar la situación europea, la primera conclusión, la más inmediata y la más obvia, es que la inexistencia de una política comunitaria común y la diversidad de legislaciones y de actitudes nacionales son factores profundamente negativos en el intento de coordinar adecuadamente los procesos migratorios. Esta situación ha generado (y sigue generando) en la opinión pública de muchos países la sensación de falta o de pérdida de control por parte de los poderes ejecutivos, hecho que ya ha tenido consecuencias políticas negativas de todo orden, pero que podría llegar a generar climas de tensión y violencia incontrolables si no afrontamos con decisión los movimientos crecientes de xenofobia y racismo que la extrema derecha ha puesto en marcha. Sus líderes han demostrado, con absoluta claridad, lo fácil y lo rentable que es manipular la sensibilidad de muchos ciudadanos hasta hacerles que se sientan amenazados e indefensos ante una «invasión» incontrolada de inmigrantes.

Nuestra obligación es recordar que la historia de la humanidad es la historia de las migraciones y que todos los países europeos –el caso de España es singular –han vivido el doble fenómeno de la emigración y  la inmigración en alguna época de su historia. También que este proceso siempre ha sido favorable y positivo y, de hecho, un factor clave en el progreso de la humanidad. Vamos, por lo tanto, a afrontar este tema sin miedos ni reservas. Vamos a ser, además, generosos, solidarios y humanos con personas que necesitan y merecen nuestro apoyo. Entre otras cosas, porque nos van a ayudar a la sostenibilidad y al crecimiento de nuestros países.

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