TENDENCIAS
Siglo XXI

Antoni Gutiérrez-Rubí

Polarización, soledad y algoritmos

La posibilidad de crecer en una realidad analógica en pleno siglo XXI está reservada para unos pocos privilegiados. La gran mayoría de los jóvenes de la generación Z ha crecido interactuando con las pantallas y su tiempo inmersos en ellas no para de aumentar.

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26
junio
2025
Imagen de portada de ‘Polarización, soledad y algoritmos’ (Siglo XXI Editores, 2025)

La Waldorf School of the Peninsula se encuentra a solo cinco minutos en coche del Googleplex (la sede principal de Google), a quince minutos de las oficinas de Meta y a dieciséis del Apple Park. Los hijos de muchos de los directivos y directivas de las empresas tecnológicas más importantes del mundo comienzan su formación en esta institución. Pero no solo por la cercanía —aunque seguro que eso también es conveniente—, sino por el método particular de enseñanza que ofrece. En la cuenta de Instagram del centro educativo queda muy clara su propuesta: muchos paseos por la naturaleza, muchos trabajos manuales, mucha lectura de libros y pocos ordenadores, menos tablets y… ¡nada de móviles!

Los hijos e hijas de quienes han dado forma a internet en las últimas dos décadas, de quienes modelan los algoritmos que atrapan la atención de las audiencias, de quienes diseñan las aplicaciones en las que pasamos horas se educan escribiendo con papel y lápiz. Los de Bill Gates no tuvieron móvil hasta los catorce años y los de Steve Jobs tenían prohibido usar el iPad (Guimón, 2019). Algunos exdirectivos de empresas tecnológicas declaran, sin ningún tipo de cortapisas: «Solo Dios sabe lo que [las redes sociales] están haciendo a los cerebros de nuestros hijos», dijo en 2017 Sean Parker, cofundador de Napster y el primer presidente de Facebook (Ong, 2017).

En la Waldorf, las pantallas no están permitidas hasta la secundaria (Velasco, 2019). En una publicación incluso aplauden el libro La generación ansiosa, el best seller del psicólogo Jonathan Haidt, quien en una entrevista llegó a decir que si quisiera destruir la democracia, «inventaría las redes sociales» (Arjona, 2019). «Mucho del libro resuena con las prácticas y el espíritu de nuestra escuela», dicen en el copy de ese post (Waldorf School, 2024). Y esa mirada no contradice a la de los padres de sus alumnos. En los últimos años, en Silicon Valley se ha puesto de moda exigir a las niñeras que limiten el acceso de los niños y niñas a las pantallas. Incluso les hacen firmar contratos para que no utilicen sus propios dispositivos móviles mientras trabajan (Guimón, 2019).

Pegados a las pantallas

La posibilidad de crecer en una realidad analógica en pleno siglo XXI está reservada para unos pocos privilegiados. La gran mayoría de los jóvenes de la generación Z ha crecido interactuando con las pantallas y su tiempo inmerso en ellas no para de aumentar. De acuerdo con un estudio de la organización Common Sense (Rideout et al., 2022), entre 2015 y 2021 en Estados Unidos, se incrementó en casi dos horas la cantidad de tiempo que los jóvenes de trece a dieciocho años les dedican a diario, llegando a un total de ocho horas y treinta y nueve minutos.

Mientras que los jóvenes de clase alta pasan siete horas y dieciséis minutos de media ante pantallas, los de clase media y baja dedican más de nueve horas

Esto incluye actividades de todo tipo, como el uso de redes sociales, navegar por internet, jugar, leer, estudiar, etcétera. El dato esconde una brecha notable: mientras que los jóvenes de clase alta pasan siete horas y dieciséis minutos de media ante pantallas, los de clase media y baja dedican más de nueve horas. Por otro lado, entre la clase baja y la alta de los niños de ocho a doce años la diferencia es incluso más grande, hay una diferencia de tres horas y once minutos. En España, la situación no es muy diferente. Según el Estudio Pasos 2022, publicado por la Fundación Gasol (2023), el tiempo que los niños y adolescentes le dedicaron a estos dispositivos aumentó en 20,6 minutos respecto a 2019, pero el total fue de unas tres horas y veinte minutos por día. En todo el mundo, el confinamiento por la pandemia de la COVID-19 nos acercó aún más a nuestros dispositivos. «El número de niños mirando pantallas más de seis horas al día se sextuplicó, y el tráfico de las aplicaciones infantiles se triplicó» (Hari, 2023: 438).

¿Y qué actividades concentran más interés durante todo ese tiempo que ocupan los jóvenes frente a sus móviles, tablets u ordenadores? Otro estudio de Common Sense (Radesky et al., 2023) exploró esto en detalle analizando durante una semana el comportamiento de doscientos tres adolescentes y preadolescentes. Como media, un 42% del tiempo total se dedica a revisar redes sociales, un 19% a ver vídeos en YouTube y un 11 % a aplicaciones de juegos. Ninguna otra actividad sobrepasa el 10%. En España hay algunos datos que sugieren un escenario parecido. Por ejemplo, hoy en día los jóvenes de dieciséis a veinticuatro años son los más activos en redes sociales de entre todos los ciudadanos (Mena, 2022).

Todo indica que, mientras los padres de Silicon Valley intentan aislar a sus hijos e hijas de sus inventos, las y los centennials de todo el mundo pasan cada vez más horas frente a una pantalla.

El objetivo: la atención

Las personas jóvenes (como también muchas adultas) no tienen como meta de vida pasar un tercio de su día con los ojos pegados a una pantalla. Sin embargo, los dispositivos móviles y sus aplicaciones, en particular las redes sociales, están hechas para capturar nuestra atención. Ese es su modelo de negocio: atraer y mantener nuestro interés para presentar publicidad y recopilar datos personales que luego se puedan vender a empresas y organizaciones que utilizan esa información para personalizar sus mensajes y ofrecer más publicidad. Lo explican muy bien Tim Wu (2020) y Johann Hari (2023) en sus libros Comerciantes de atención y El valor de la atención, respectivamente.

Veamos unos ejemplos. En el estudio de Common Sense (Radesky et al., 2023) que analizaba la actividad de un grupo de jóvenes durante una semana, la mitad recibió al menos doscientas treinta y siete notificaciones diarias y dos de cada diez llegaron a acumular más de quinientas. Es decir, los móviles los reclamaban si dejaban de usarlos, y cuando los usaban, querían mantenerlos enganchados. Algunas aplicaciones usan programas de recompensas, como TikTok Lite, que es la versión ligera de TikTok. La Unión Europea le abrió un expediente por su componente adictivo, debido a que otorga puntos a los usuarios por sus interacciones y la cantidad de uso, los cuales pueden ser canjeados a posteriori por productos como tarjetas de regalo de Amazon (Ramírez, 2024).

Pero, más allá de esas ideas puntuales, uno de los métodos de enganche más extendidos y famosos es el scroll infinito, una acción diseñada para que los usuarios puedan recibir una cantidad sin fin de contenidos, uno tras otro, sin tener que pasar de página nunca. En la actualidad, está presente en casi todas las redes sociales, pero TikTok y los reels de Instagram han sido los que mejor la han explotado en lo que se refiere a los jóvenes. De acuerdo con el mismo análisis de Common Sense, casi la mitad de los centennials del estudio usaron TikTok durante más de dos horas al día. En las entrevistas posteriores, algunos participantes destacaron que su encanto es la simpleza, ya que se reciben vídeos sin necesidad de elegir o buscar.


Este texto es un extracto de ‘Polarización, soledad y algoritmos’ (Siglo XXI Editores, 2025), de Antoni Gutiérrez-Rubí

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