Opinión

Europa, Europa

«Los hijos de la Europa más próspera ponen en peligro los ideales fundacionales de la Unión», escribe el abogado Luis Suárez Mariño.

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18
febrero
2019

Tenía 48 años, su sordera era casi absoluta y casi total era su soledad. Esa sordera, y sus desengaños amorosos y familiares, le habían convertido en un ser huraño y misántropo. Sin embargo, en el fondo anhelaba otro mundo mejor. «La libertad, sobre todas las cosas, hacer todo el bien posible y, aun cuando fuera por un trono, nunca traicionar la verdad». Encerrado en sí mismo, resonaba en su cabeza una música que, como escribió Bruno Walter, «le absorbía en las profundidades y en los abismos de su propio ser». Esa melodía rompía con los esquemas ortodoxos de la creación musical. Las formas tradicionales de la sinfonía, de la sonata o incluso de la música religiosa diferían de la pieza que resonaba en su interior y que, una vez alumbrada, supondría una verdadera revolución y llegaría a erigirse como patrimonio de la humanidad.

Transcurridos dos siglos de esas últimas composiciones del genio de Bonn, Ludwig van Beethoven, sus últimos cuartetos para cuerda, sus últimas sonatas para piano, la Novena Sinfonía o la Misa Solemnis son para quien las descubre de manera casual, llevado por el instinto, la curiosidad o aconsejado por un corazón hermano, la expresión viva de los sentimientos, del dolor y del miedo; así como de los deseos y esperanzas, inherentes a toda vida humana. Por encima de todos esos sentimientos de los que nos habla sin palabras la última música escrita por Beethoven, se alzan el ansia de libertad y la esperanza de la hermandad universal entre todos los seres humanos.

Justamente, el paradigma de esa obra esperanzadora lo representa el Himno a la Alegría con el que termina la Sinfonía nº9 y sobre el que Leonard Bernstein se expresaba en los siguientes términos: «No ha habido un compositor que hable tan directamente a tantas personas: a los jóvenes, a los viejos, a los cultos, a los ignorantes, aficionados, profesionales, sofisticados, ingenuos. Y para todas estas personas de todas las clases, nacionalidades y razas, esta música habla de una universalidad de pensamiento, de la hermandad humana, la libertad y el amor».

Bernstein: «La música triunfa incluso en aquellas personas a quienes la religión les ha fallado»

Y en relación a la Oda a la Alegría de Schiller, que Beethoven introdujo en ese último movimiento, añadía Bernstein: «La música va mucho más allá del poema; le da mayor dimensión, vitalidad y destellos artísticos». Y refiriéndose a la estrofa del poema: «Todos los hombres se vuelven hermanos. Sean abrazados millones. Mundo. ¿Puedes percibir a tu creador?». Continuaba: «La música triunfa incluso en aquellas personas a quienes la religión les ha fallado, porque inspira un espíritu de divinidad, de sublimidad, de la manera más libre y menos doctrinaria que era típica de Beethoven. Tiene una pureza, una franqueza, que nunca se vuelve banal».

Escuchando estas reflexiones, entendemos por qué el Himno a la Alegría, adaptado por Herbert Von Karajan en 1972, fue adoptado como emblema por la Unión Europea. Así representa junto con el lema «unidos en la diversidad» y la bandera que todos conocemos –formada por 12 estrellas amarillas dispuestas en círculo sobre fondo azul representando los ideales de unidad, solidaridad y armonía entre los pueblos de Europa–, uno de los símbolos de Europa.

Tristemente, hoy los ideales que representan esos símbolos y que inspiraron en su origen a los padres fundadores de la UE están en peligro. Son puestos en entredicho por políticos, la mayor parte de ellos nacidos bajo el paraguas comunitario que, impulsado por esos ideales y su desarrollo normativo, ha vivido el periodo de mayor prosperidad y paz conocido en la historia de Europa. Viktor Orbán, primer ministro de Hungría, nació en 1963; Nigel Farage, el principal precursor del Brexit lo hizo un año después, en 1964; Heinz-Christian Strache, vicecanciller de Austria, en 1969; Jussi Halla-aho, líder del Partido Finlandés, en 1971. También nacieron dentro de ese escenario de prosperidad europea Jimmie Åkesson, líder del partido nacionalista Demócratas de Suecia en 1979; Marine Le Pen, presidenta de Agrupación Nacional (antiguo Frente nacional) en 1968, o Santiago Abascal, Presidente de Vox, nacido en 1976.

«Ni Orbán, ni Le Pen ni Abascal conocieron las oscuridades en que se vio envuelto el continente durante la primera mitad del siglo XX»

Ninguno de los personajes citados conoció, a diferencia de aquellos que hicieron posible el sueño de una Europa mejor, las oscuridades en que se vio envuelto el continente durante la primera mitad del siglo XX. Quien sí lo hizo fue el antiguo oficial del ejército británico, corresponsal de guerra y primer ministro de Reino Unido (de 1940 a 1945 y de 1951 a 1955) Winston Churchill, quien, tras la experiencia de la Segunda Guerra Mundial, estaba convencido de que solamente una Europa unida podría garantizar la paz; fijándose como objetivo el eliminar de una vez por todas las lacras del nacionalismo y el belicismo.

Fue precisamente Churchill, Premio Nobel de Literatura en 1953, quien en su famoso «Discurso para la juventud académica», pronunciado en la Universidad de Zúrich en 1946, proclamó: «Existe un remedio que, en pocos años, podría hacer a toda Europa libre y feliz. Consiste en volver a crear la familia europea, o al menos la parte de ella que podamos y dotarla de una estructura bajo la cual pueda vivir en paz, seguridad y libertad. Debemos construir una especie de Estados Unidos de Europa».

También el ex primer ministro y ministro de Asuntos Exteriores del Gobierno de Italia, Alcide de Gasperi, quien estuvo encarcelado entre 1927 y 1929, propugnó activamente la unidad europea tras experimentar el fascismo y la guerra, y desde el convencimiento de que únicamente una unión podría evitar que se repitieran semejantes escenarios.

Pongo estos dos ejemplos porque hoy Gran Bretaña pretende su salida de la UE e Italia está gobernada por Salvini, personaje siniestro y antieuropeísta que, junto con los otros líderes europeos antes citados, pretende dinamitar los cimientos de la Unión y resolver los problemas comunitarios desde el enaltecimiento de los sentimientos nacionalistas, el proteccionismo económico y el desprecio de la diversidad de origen, sexual, religiosa, o ideológica; denostando de facto que la «unión en la diversidad» sea uno de los símbolos de la UE y representación de los valores consagrados en los tratados de la comunidad. Estos son: la dignidad humana, la libertad, la democracia, la igualdad, el Estado de Derecho y el respeto de los derechos humanos.

En el preámbulo de La Carta de los Derechos Fundamentales de la UE se reafirman esos derechos, reconocidos tanto por las tradiciones constitucionales y las obligaciones internacionales comunes de los Estados miembros como por el Tratado de la Unión Europea y los Tratados comunitarios, el Convenio Europeo para la Protección de los Derechos Humanos y de las Libertades Fundamentales, las Cartas Sociales adoptadas por la Comunidad y por el Consejo de Europa; e interpretados y aplicados por la jurisprudencia del Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas y del Tribunal Europeo de Derechos Humanos.

«Se acercan las elecciones europeas. Convendrá, de nuevo, escuchar a Beethoven»

Y esos derechos no son algo solamente aplicable a los nacionales de los países integrados en la Unión, ni su aplicación y desarrollo algo exigible exclusivamente por los ciudadanos europeos, sino que su disfrute «origina responsabilidades y deberes tanto respecto de la comunidad humana y de las futuras generaciones». Se acercan las elecciones europeas, convendrá por tanto escuchar la música de Beethoven, y con ese sonido de fondo repasar la historia de la UE y lo que manifestaban sus padres fundadores.

Los partidos que defienden, sin complejos, esos derechos fundamentales y el desarrollo normativo y jurisprudencial de los mismos, deberán hacer un trabajo de difusión de los valores que alentaron su protección y desarrollo, y aunar esfuerzos para diferenciar nítidamente sus propuestas de las de aquellos que quieren disolver la unión; mediante la reformulación de los principios y valores que llevaron a los padres fundadores a construir un espacio común que nos alejase de los demonios que asolaron Europa en la primera mitad del siglo XX.

Los logros alcanzados deben reforzar nuestra esperanza. Como decía Bernstein sobre Beethoven: «Su música nos habla de esperanza en el futuro y de inmortalidad. Por esa razón es por la que amamos su música, ahora más que nunca. En esta época de agonía, desolación e impotencia, amamos su música y la necesitamos, y a pesar de lo desolados que nos encontremos no podemos escuchar su novena sinfonía sin salir de ahí, cambiados, enriquecidos, alentados».

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