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La seducción del encanto

Al desánimo contemporáneo se le hace complicado hablar de encanto porque apenas puede con la carga de lo que desde los tiempos de Descartes creemos que es el único refugio seguro que nos queda cuando el mundo se nos diluye: el ego.

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07
noviembre
2025

Al desánimo contemporáneo le falta altura de miras existencial porque apenas puede cargar con su propio peso. Al desánimo contemporáneo se le hace complicado hablar de encanto porque apenas puede con la carga de lo que desde los tiempos de Descartes creemos que es el único refugio seguro que nos queda cuando el mundo se nos diluye: el ego. Ego sum: sé tú mismo, búscate a ti mismo, cuídate a ti mismo. ¿Y de los demás qué noticias tenemos? Disuelta la distancia creativa de la que emanan los lazos afectivos solo se tiene en pie Don Narciso, el santo patrón de los desencantos. A nuestro tiempo le sobra egocentrismo, del que cuesta Dios y ayuda ayunar. Nunca faltan edulcoradas psicogominolas del tipo «todo es un aprendizaje» o «todo forma parte del proceso» para mantener en la pole position de nuestras prioridades la centralidad del ego, pero para revertir el desánimo del alma eso no es suficiente.

En esta tesitura emerge con estruendo la estética del nihilismo,el otro protagonista principal del desánimo contemporáneo, que trata de presentar el «desencantismo» como delicatessen espiritual. Una romantización del desánimo que no aporta mucho, porque del exceso de pesimismo poco bueno sale. El nihilismo no es ni más auténtico ni más valiente que el optimismo; es, a lo sumo, una posición vital igual de frágil. ¿Por qué ridiculizar el optimismo como si fuera una posición poco lúcida o de fases poco desarrolladas de la conciencia existencial? Si al horizonte se lo pinta solo con tonalidades grises es esperable que lo único que nos devuelva es una imagen satinada de la existencia.

El optimismo voluntarista es problemático, que nadie se lleve a engaño, pero no menos lo es el pesimismo radical. El mundo es polícromo y también regala belleza, bondad y hasta esperanza. Aprender a estar en él implica saber dar forma a esa riqueza cromática y descubrir si es posible dejarle espacio a la gratitud y a la inocencia, además de a los refunfuños y al recelo. Mejor no buscar donde no hay: el desencanto es una grieta por la que solo se cuela la oscuridad.

‘Ego sum’: sé tú mismo, búscate a ti mismo, cuídate a ti mismo; ¿y de los demás qué noticias tenemos?

Desencantarse es sentir que se apagan las luces del mundo y que anochece en los reinos del ser. La lógica nos dice que para que se haga la oscuridad primero tiene que haber luz. La lógica nos dice que el desencanto es subsidiario del encanto y que sucede un poco como con el mal de amores, que presupone haber amado mucho antes. Buenas noticias, pues: el desencanto no tiene la primacía ontológica. Pero nadie vive a golpe de silogismos y, por mucho que se esgriman lógicas de este tipo o se publiquen libros que pretendan enseñar cómo hacer que las cosas hagan clic, el encanto ni se agenda ni se programa. El encanto es un evento siempre inédito y no depende de desearlo mucho, poco o nada. Si no, raro sería quien no estuviera encantado de la vida 24 horas al día, 7 días a la semana. El hecho de que haya montones de libros tratando de dar con la tecla de la felicidad y de la plenitud es la prueba textual de que no funcionan y de lo metafísicamente desubicados que andamos.

[…] parte del desencanto de nuestra época tiene que ver también con la renuncia voluntaria a plantearnos cuál es nuestro lugar en la trama de la existencia. Parece que nuestras vidas se reducen a la pequeña morada del ego sum porque fuera no sabemos qué hay. La posverdad, el simulacro, la insustancialidad de las relaciones personales, la falta de confianza social, la falta de metarrelatos, la falta de esperanzas… Son eslóganes que invitan a cualquier cosa menos a salir al mundo. Con tanto vértigo, lo que apetece es retirarse a la cueva, agachar la cabeza, meterse en la cama-útero, bajar la persiana y tratar de perderse en la neblina de sueño. Para nuestra desazón, no obstante, constatamos que perder de vista el mundo no sirve de mucho. Entrar en el caparazón no nos devuelve al paraíso perdido, al pasado perdido, al tiempo perdido. El devenir sigue con su implacable ritmo y la conciencia no atina a saber cómo olvidarse de sí misma. Vivir dentro de un caparazón no hace que nuestro ser en el mundo se convierta en un plácido estar por casa.


Este texto es un fragmento del libro ‘La seducción del encanto. Una alternativa a la sociedad del desánimo’ (Herder), de Miquel Seguró Mendlewicz. 

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