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«Se ha reducido el optimismo, la ‘joie de vivre’, a una especie de infantilismo»

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17
diciembre
2025

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Desencantados. De la política, de las relaciones, del presente… algunos incluso están ya desencantados del futuro. Hay un cansancio generalizado, un desánimo totalizador. El cinismo toma cada vez más espacio y pensar la vida desde el optimismo se tilda de naíf. El diagnóstico es claro: a la visión del mundo hoy le falta encanto. En ‘La seducción del encanto’ (Herder, 2025), el filósofo Miquel Seguró Mendlewicz reflexiona sobre ese brillo perdido y propone «una alternativa a la sociedad del desánimo».


Actualmente parece que se ha romantizado el desánimo, que el pesimismo está de moda, que ser «realista» es entregarse al nihilismo. Pero dice claramente: el nihilismo ni es más auténtico ni más valiente que el optimismo, está en una posición igual de frágil. ¿Por qué tanta gente cree que debe enfrentar la realidad actual desde el desánimo y el desencanto?

Como siempre, hay varios factores, personales, sociales, ambientales, y nunca hay que poner sobre la balanza solo uno de ellos, porque es un caso situacional el desánimo o los desencantos que se pueden dar en cada uno. A partir de los años 70, en la filosofía occidental, se ha puesto el foco en lo negativo, en llevar la crítica a un unilateralismo de la visión de las cosas que fundamentalmente busca poner de relieve lo que no funciona. Yo creo que eso ha sido una especie de moda intelectual que si bien tiene su razón de ser –porque lamentablemente hay muchas cosas que no funcionan o que funcionan mal y que hay que poner el ojo en ellas para intentar revertirlas, al mismo tiempo ha habido un desprestigio del optimismo o de ver las cosas positivas de la existencia o de la vida. Esa ha sido una tendencia en la filosofía occidental de los últimos años que, de alguna forma, ha reducido el optimismo, la joie de vivre, a una especie de infantilismo, de inocencia o de ingenuidad. Son dos cosas que no tienen nada que ver una con la otra: se puede ser absolutamente crítico de lo mal que va el mundo en muchos aspectos y al mismo tiempo reconocer que hay muchas cosas buenas en ese mismo mundo, que existe la solidaridad, el amor, la confianza, la bondad. Lo cual no eclipsa que tengamos que estar con los ojos muy abiertos a todo lo que no es solidario, bueno o a todas las desconfianzas que nos pone el mundo sobre la mesa a nivel social. O a las situaciones disruptoras que rompen las dinámicas constructivas y de lazos afectivos. Sí que creo que hay una tendencia social, intelectual y cultural en nuestro tiempo que es –en relación a mi libro Vulnerabilidad– que es la voluntad de cerrar el círculo y replegarse para no sentirse vulnerable o afectado.

«En momentos de crisis hay una tentación de replegarse sobre uno mismo»

Porque además mucha gente (sobre todo los jóvenes) está intentando llenar el vacío que genera el desánimo con dogmatismos, con la nostalgia por un regreso al hogar al que no se puede volver, porque como bien dices, es una nostalgia del tiempo y no del espacio. Y esto es grave porque lleva al nihilismo antidemocrático, a la romantización de los autoritarismos, a la xenofobia y a un supuesto llamado a «volver a un pasado mejor».

En momentos de crisis hay una tentación de querer replegarse sobre uno mismo, y ver que todo lo que queda fuera como algo potencialmente malo, negativo o peligroso. Eso es muy peligroso porque lleva a posiciones personales y sociales que no son sostenibles. Porque no construyen comunidad y no exploran la parte constitutiva de la vulnerabilidad que es positiva: el diálogo, la relación, el aprendizaje unos de otros. Por eso yo siempre digo que la democracia es el sistema más acorde con nuestra condición vulnerable. La democracia es cambiante, dinámica, frágil, también, por eso hay que cuidarla, justamente porque refleja nuestra condición abierta y frágil.

«La democracia es el sistema más acorde con nuestra condición vulnerable»

Encantar y encandilar no son lo mismo. ¿Por qué, en la búsqueda por el encanto, hay tanta gente encandilada por los discursos autoritarios, por la «servidumbre voluntaria» de las redes sociales, por las narrativas neoliberales de que toda persona puede ser empresaria de sí misma y llegar adonde quiere solo con esfuerzo?

Encantar y encandilar no tienen nada que ver, entre otras cosas porque etimológicamente el encanto tiene que ver con una melodía, es plural, relacional, relaciona varias notas. En cambio, cuando uno se encandila, queda prendido por una luz, por la candela que ilumina y ciega, es ir hacia afuera, buscar aquello que se cree que no se tiene para poseerlo, comprarlo, adquirirlo. En cambio, el encanto nos presupone dentro de la situación. Una situación encantadora es una situación que nos implica, nos obliga a ponernos en diálogo con el resto de la sinfonía. En el encandilamiento, luego llegan los disgustos al ver que esa luz no lo es tanto y que lo que aporta a nuestra vida es más oscuridad más problemas.

Estoy pensando en el «desencantamiento del mundo» del que hablaba Weber y todo lo que se ha desatado ahora con el tema del nuevo disco de Rosalía, el christiancore y el nuevo auge de la espiritualidad y el misticismo. ¿Cree que es un intento de «reencantamiento» a través de los símbolos de un credo que (supuestamente) se había dejado atrás? ¿Un intento por llenar el vacío que había dejado la secularización de la sociedad?

A mí no me extraña todo este fenómeno, esta vuelta de la religión, porque en el fondo la pregunta por Dios nunca se ha ido, siempre está ahí, acompañándonos en la experiencia humana. Solo que toma diferentes formas o intensidades diferentes en función de los momentos vitales. No me extraña que vuelva porque justamente lo que nos falta es una anchura de miras. Los horizontes han quedado demasiado estrechos y demasiado circunscritos al individuo, al mí, me, conmigo, a búscate la vida tú sola, sé empresario de ti mismo. Un horizonte muy claustrofóbico que, una vez más, no le da salida a la condición vulnerable de nuestra existencia y tampoco les da salida a las preguntas. Habrá que ver cómo se va articulando todo esto, porque falta la perspectiva del tiempo, hay que ver cómo se compaginan el individualismo al que estamos acostumbrados con la necesidad de comunidad. Qué tipo de comunitarismos se van a crear, qué individualismos se van a matizar, toda la cuestión de las redes sociales, de la estetización de la vida, cómo todo esto entra en relación con este nuevo interés por la religión y por Dios. Y necesitamos un tiempo para verlo y emitir una perspectiva con cierta solvencia sobre el asunto.

«En el fondo la pregunta por Dios nunca se ha ido»

Dedica una parte del libro a la tecnología y a las redes sociales de la que destaco esta frase: «Al tecnopoder le puede resultar demasiado fácil rentabilizar nuestro desánimo». ¿No lo está haciendo ya? ¿Qué podemos hacer al respecto?

Las redes sociales puede ser que amplifiquen las ambigüedades que como seres humanos tenemos, pero las ambigüedades son nuestras, no de las redes sociales. La tecnología, que es una herramienta fantástica para hacernos la vida más fácil, puede también complicarnos y en vez de ayudarnos a vivir mejor, puede ser usada para fines completamente negativos. La cuestión para mí no es tanto las redes sociales en sí o la tecnología en sí, que nunca son neutrales, pero no tienen que ser forzosamente negativas. Incluso esto me hace pensar en la necesidad de encontrar una especie de chivo expiatorio para sentirnos un poquito mejor nosotros. Tienen que ver con estas críticas al sistema neoliberal, todo esto, que parece que el sistema está afuera y que no somos nosotros los que también colaboramos a que el sistema persista y siga siendo así. Con las redes sociales lo mismo: las ambigüedades tienen que ver con nosotros. Otra cosa es lo que dices, que existen seguramente intereses que están muy atentos a todo esto para sacar el mayor rendimiento posible.

¿Quizá por eso la proliferación de perfiles en redes sociales de gurús, coaches, astrólogos y ‘mentores’ de autoayuda que venden fórmulas mágicas para rendir, hacerse rico, «manifestar todo lo que sueñas», etcétera?

Bueno, yo no los pondría en el mismo saco a todos. Tendríamos que ir caso por caso a ver qué se refiere cada uno. Pero sí me quedo con esto de la «fórmula mágica», que no tiene nada que ver con el encanto. A veces confundimos el encanto con la magia, con algo inesperado, que rompe la lógica de los acontecimientos o como milagrosamente aparece. El encanto, que naturalmente tiene una parte de extraordinario, no es un milagro, es un acontecimiento, que no es exactamente lo mismo. No es pensamiento mágico, en el sentido de encontrar una solución completamente inesperada y que rompa todo tipo de lógica y todo nexo causal.

«Lo complicado del encanto es que tiene un punto de inefable»

Frente al chute dopamínico, ¿cómo hacerle frente a la anhedonia? ¿Cómo recuperar la agencia y reencantar la propia vida?

No tengo ni idea cómo se hace para recuperar la agencia y reencantar la propia vida [risas]. Lo complicado del encanto es que tiene un punto de inefable. Hablamos mucho de él pero no sabemos exactamente cómo opera, cómo se puede propiciar. Solo tenemos pistas. No sé, me voy ahora a las fiestas de Navidad. Tú te puedes esforzar por hacer una comida de Navidad lo más bonita posible, con el mejor ambiente, la mejor decoración, y que salga mal. Has intentado propiciar todo lo que está en tus manos del encanto pero no se ha dado. Y al revés: a lo mejor le pones mucha desgana, pero a veces sin poner muchas ganas pues a veces salen mucho mejor de lo esperado. Y esa es la gracia y la desgracia del encanto: tiene un punto de contingencia que no controlamos. Por lo tanto, no te sé decir. Quizás ahondar en lo que no, en lo que seguro no le da encanto a la vida…

¿Cómo qué?

Como el individualismo, porque nos absolutiza –y no somos seres absolutos, olvidamos nuestra condición vulnerable y relacional–, como el exceso de un ritmo forzado en relación a los ritmos de producción, el máximo provecho, la marca personal, superarse. Pero también en la vida en general: aprovechar el tiempo, las vacaciones a tope, el deporte, siempre estar bien… Todo esto es un estrés, una autoexigencia que también obstaculiza las condiciones para que el encanto pueda aparecer y lo que hace es agobiarnos e impedir que el encanto se despliegue a su ritmo. Porque, a mi modo de ver, el encanto tiene que ver con eso: propiciarlo, cuidarlo, pero al mismo tiempo husmear e intuir el ritmo que puede tomar. Y un poco explorar ese misterio. Claro, si vamos acelerados y lo queremos controlar todo, si tenemos que aprovechar todo, si hay que llenar, llenar, llenar todo de emoción, de pasión, de certidumbre, pues es imposible que el encanto pueda aparecer porque tiene un punto de disruptivo en el sentido que añade complejidad. Añade otras capas a la individualidad, al subjetivismo. En un momento cultural tan subjetivo y tan centrado en lo que tú puedes hacer, en que todo está en tus manos, en ser tu propia marca, pues obviamente esto llena tanto el espacio que impide a los demás agentes del encanto a aparecer. Aunque insisto en que no hay ninguna fórmula mágica, porque el encanto, para bien o para mal, tiene que ver con la contingencia y la finitud de lo que somos.

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