Sonia López Iglesias
«Hay un gran problema en nuestra sociedad: la sobreprotección»
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COLABORA2025
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La maestra y psicopedagoga Sonia López Iglesias (Igualada, 1975) se adentra sin prejuicios en la mente adolescente, desmontando mitos y acercando propuestas para una mejor educación para ese momento de la vida. Acaba de publicar ‘Cuando la adolescencia duele’ (Destino), en el que aborda los retos y las necesidades de la salud mental en esa etapa vital y da claves a las familias para comprender mejor a sus adolescentes. Ya antes había apostado por el optimismo en ‘El privilegio de vivir con un adolescente’ (Destino, 2023).
Recoges en tu libro la declaración de una madre al hilo de la entrada de su hija en la adolescencia: «Yo no quiero que mi hija crezca». ¿Por qué da tanto miedo la adolescencia?
Da miedo, sobre todo, porque no la conocemos bien. Hay conductas que nos parecen desajustadas, pero que son totalmente normales en esta etapa. Este desconocimiento nos hace reaccionar de una forma muy errónea, porque muchas veces nos las llevamos al terreno personal. Pensamos que nuestro hijo o nuestra hija adolescente actúan de esa manera porque quiere llamar la atención, llevarnos la contraria o hacer lo que le apetezca. Entender todos los cambios que sufre el adolescente y cómo funciona ese cerebro que está en proceso de transformación ayuda a no tener esa sensación. Las familias tenemos que aceptar que las necesidades educativas, sociales o emocionales de nuestro adolescente cambian de forma radical y que ese adolescente exige esa libertad, esa autonomía que necesita para explorar su entorno sin que vaya de nuestra mano.
Una de las cosas que comentas en el libro es que cuando preguntas a los adolescentes siempre comentan que sus padres los siguen viendo como niños. Pero ¿cómo no caer en eso?
Conociendo esa necesidad imperiosa de libertad de explorar el mundo. Hay que aceptar que ha llegado ese momento, porque es básico. Esa exploración le va a dar conocimientos y a enseñar la importancia de tomar buenas decisiones.
«Si increpamos constantemente los errores de nuestro adolescente, no los va a integrar como algo normal»
Porque al final no puedes convertirte en una adulta funcional si no has sido una adolescente que se ha podido equivocar…
Exacto. En el libro hablo también mucho de la importancia del error como parte imprescindible del aprendizaje. Si increpamos constantemente los errores de nuestro adolescente, no los va a integrar como algo normal. Paralelo al error, también es imprescindible que nuestros adolescentes asuman responsabilidades y tengan muy presentes las consecuencias de sus malas elecciones. ¿Cómo lo conseguimos? A través de la confianza.
Otra de las cosas de las que hablas en el libro es que hemos normalizado mofar la adolescencia, el criticar sin remedio la adolescencia y los adolescentes. ¿De dónde viene esto y cómo se podría corregir?
Yo siempre explico que, si saliese en una entrevista mofándome de una persona octogenaria, por ejemplo, todo el mundo se me tiraría encima. Pero si lo hacemos de un adolescente, eso no pasa. Cuando empecé a escribir mi primer libro, El privilegio de vivir con un adolescente, fui a una librería. Me dije: «¿Qué hay publicado de la adolescencia?». Todo era «socorro, tengo un adolescente en casa», «cómo sobrevivir a la vida con un adolescente». Lo hemos normalizado porque se ha normalizado en los medios de comunicación el hablar sin respeto hacia esta etapa. Esos adultos que utilizan esos titulares lo hacen por dos razones, para llamar la atención y por ese desconocimiento sobre la etapa. Creen que los adolescentes tienen conductas arriesgadas o desajustadas porque quieren, [cuando] es ese cerebro en proceso de transformación que no puede utilizar correctamente las funciones ejecutivas. Pedimos a los adolescentes cosas para las que no están aún preparados.
«Pedimos a los adolescentes cosas para las que no están aún preparados»
¿De ahí viene también que nos sorprendamos luego cuando, como ocurrió con la DANA, los adolescentes se van a limpiar el barro?
Exacto. Cuando vemos que esos adolescentes no son tan inútiles como pensamos y sus conductas no son tan desajustadas como pensamos, eso nos ayuda a decir: «Oye, pues a lo mejor estamos mirando muy mal esta etapa».
En los medios insistimos mucho sobre la mala salud mental de los adolescentes. ¿Es ahora peor que antes o ha sido siempre mala?
Pienso que siempre ha sido mala, porque hasta hace pocos años había sido un tema totalmente tabú. Y lo habíamos centrado en que era solo una cuestión sanitaria. Creo que ahí está la gran equivocación. La salud mental de los adolescentes es una responsabilidad que apela a toda la sociedad: a familias, administraciones, docentes, partes sanitarias. Este cambio de enfoque ha dado mucha visibilidad al problema, pero solo ponemos el foco en cómo remediarlo sanitariamente. La solución no es abrir una nueva planta de un hospital para poder ingresar a adolescentes e invertir ahí dinero. Donde tenemos que invertir es en programas de prevención, en familias o en institutos. Yo como docente [veo que] un adolescente igual solo recibe un par de charlas de salud mental a lo largo de toda la secundaria. Es poner un parche que no sirve para nada. Debemos asegurar que se trabaje la salud mental en los planes tutoriales de la secundaria, el bachillerato y la formación profesional.
¿Deberíamos aprender a gestionar emociones como aprendemos matemáticas?
Claro. Es un trabajo que no empieza en la secundaria, sino desde la educación infantil. Si una persona sabe identificar lo que le pasa, va a saber gestionarlo. Hay que darles, desde pequeños, vocabulario emocional; explicarles que no existen emociones buenas y malas, sino desagradables y agradables; y ayudarles a desarrollar estrategias para una buena gestión de sus propias emociones. Pasa por esta formación desde educación infantil y pasa mucho por una formación hacia las familias, poniendo foco en la importancia de que inviertan tiempo en ayudar a sus hijos a desarrollar su inteligencia emocional.
Conectado con esto, ¿qué impacto tiene en esta mala salud que vivamos en un mundo en el que parece que sufrir está penado? Esto es, las voces expertas advierten de que hemos patologizado la vida cotidiana, que parece que no se puede estar triste y que el mundo debe ser siempre color de rosa, cuando la vida no es exactamente así.
Está relacionado en parte con lo que te decía, que parece que hay emociones negativas. Y no es verdad. Hay emociones que son desagradables, porque estar triste lo es. Enseñar a nuestros adolescentes que eso es normal te hace rebajar la culpa. Eso sí, debe desarrollar estrategias. Por ejemplo, cuando siento frustración, necesito entender que puedo sentirla, pero que no debo pagar con los demás las consecuencias. En esto nos centramos mucho en el trabajo de desarrollo de la inteligencia emocional. Por otra parte, a nivel de educación, hay un gran problema en nuestra sociedad, que es la sobreprotección. Muchas familias sobreprotegen a sus hijos evitándoles estas emociones. Se las pueden evitar en casa, pero no se puede evitar cuando ese adolescente se mete en el aula con 35 compañeros. Entonces, no entiende lo que le pasa y no acepta las emociones de los otros. Eso le produce muchos problemas.
«La educación positiva nada tiene en contra de establecer unos buenos límites o unas responsabilidades en casa»
Tú que estás a pie de aula, ¿crees que la sobreprotección ha ido en aumento? ¿O no?
Muchísimo. Creo que ha aumentado porque muchas familias han malinterpretado la educación positiva. La educación positiva se centra en un acompañamiento consciente, estando presente, disponible, y estableciendo a través del respeto. Pero esa educación positiva nada tiene en contra de establecer unos buenos límites, unas responsabilidades en casa y de enseñar a tomar decisiones y hacerse cargo de las consecuencias. Muchas familias han obviado esa parte tan importante, la de consensuar límites, tener responsabilidades y afrontar consecuencias. Han hecho que sus hijos no hayan desarrollado unas estrategias emocionales y sociales que necesitan en su día a día.
Tú defiendes la psicología del querer. Entiendo que esto no pasa porque todo sea, pues, a lo Mr. Wonderful.
Claro. Está basada en ese respeto, esa comprensión y esa empatía, pero [también] en la importancia de que entiendan de que hay unos límites, unas responsabilidades y una consecuencia de todas mis conductas.
Porque al final decir que algo está mal no es querer menos. Que tu madre o tu padre te echen la bronca a veces es muy necesario.
Claro, es darle seguridad a esa persona de que entiende cómo funciona su entorno. Además, en una sociedad que va tan rápida y está interconectada, el adolescente debe comprender que todo lo que hace tiene unas consecuencias, que no tienen que ser [necesariamente] negativas. Un adolescente que tiene unos límites marcados claros en casa va a sentirse seguro y protegido. Además, ha desarrollado unas estrategias emocionales, sociales y relacionales que le permiten vivir y entender todo lo que pasa a su alrededor.
¿Qué impacto tiene en todo este universo en el que se mueven los adolescentes las redes sociales? Porque puede que te sobreprotejan más o menos en casa, pero en los social media ves un mundo deformado en el que todo es color de rosa.
Las familias debemos tener muy presente que no todas las redes sociales son malas. Es el uso que nosotros hacemos de ellas. Tenemos que centrar nuestra atención en el por qué las usa mi hijo. Los adolescentes no usan WhatsApp, usan el chat de TikTok o Instagram para hablar con sus iguales. Es como el cordón umbilical para relacionarse, como hacíamos los adultos cuando llamábamos a un fijo. Eso es positivo. Pero si las usa porque necesita aprobación constantemente, esa parte es muy negativa. Debemos poner el foco no solo en el contenido que consumen, sino en el porqué de esa utilización. Si necesito colgar una story porque si no mi autoestima baja, estamos haciendo un muy mal uso de esa red social.
También les estamos pidiendo a los adolescentes cosas que las personas adultas no siempre somos capaces de hacer. Los adultos hacen un uso un tanto narcisista de las redes sociales.
Exacto. Igual nos hemos convertido en un mal modelo para ellos. Si yo soy una familia que he colgado todo de mis hijos en redes sociales (el primer día de clase, foto; vamos de vacaciones 10.000 fotos…), mi hijo va a entender que es normal publicitar mi vida constantemente. Si, por el contrario, no lo he hecho y le explico a mis hijos por qué mi vida privada no se publicita, va a ser mucho más fácil que lo entiendan.
Hablando de adolescencia y salud mental y teniendo en cuenta la actualidad de las últimas semanas, es inevitable hablar del suicidio de la adolescente sevillana Sandra Peña. Como experta, ¿qué crees que está fallando en nuestro sistema para que se llegue a esto?
Estas noticias son tremendas. Está claro que, para que una menor llegue a tomar esa decisión, muchas cosas no han funcionado. Pero ponemos el foco en buscar de quién es la culpa, [si] de los profesores, del protocolo… Debe girarse hacia lo que decía antes, invertir para que una adolescente sepa que no se puede meter con otra porque esa conducta va a tener unas consecuencias negativas para esa persona. Hay que invertir en prevención, en educación. Los maestros no recibimos la formación adecuada para prevenir. Estamos en aulas masificadas de 35 alumnos y hay días que no hablas con algunos de ellos, no te da tiempo. Todo eso hace [que sea] como una bomba de relojería. Vamos a poner el foco no en buscar culpables sino en buscar soluciones. La solución pasa por una buena formación, por prevención. Está muy relacionado con esa necesidad de inteligencia emocional.
¿También deberíamos aprender a hablar de estos temas como sociedad?
En casa debemos hablar de [ello]. Yo no sé si mis hijos son acosadores. Va a ser más fácil que no lo sean si yo en casa hablo de estos temas, como adulto no me mofo de nadie o no me hacen gracia los chistes que son muy incorrectos hacia el género o la condición de una persona. Esto pasa mucho por una buena educación en casa. Todo se resume en que el ejemplo arrastra.
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