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Medio Ambiente

El ecologismo en el cine

‘La princesa Mononoke’ y el cambio climático

La película de Studio Ghibli, escrita y dirigida por Hayao Miyazaki, se ha convertido con el paso de los años en una historia de referencia de la concienciación ecológica.

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01
agosto
2025

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Han pasado cerca de 30 años desde el estreno de La princesa Mononoke, en 1997, y pocas veces una película –especialmente una película de animación– se revela más vigente que nunca, con el tiempo como aliado y dándole la razón. Esto sucede en un contexto de crisis climática y medioambiental cada vez más acusada, con récords de temperatura jamás experimentados desde que se tienen registros, y un auge de las posturas negacionistas que cuestionan la necesidad de revertir sus efectos. Por poner solo un ejemplo, la salida de Estados Unidos del Pacto de París de la mano de Donald Trump al poco de inaugurar su segundo mandato, siendo este el tratado internacional más relevante y jurídicamente vinculante para limitar el calentamiento del planeta por debajo de los 2 grados centígrados.

La princesa Mononoke está considerada una obra maestra de su género, del cine en general, escrita y dirigida por el japonés Hayao Miyazaki, fundador de Studio Ghibli, quien también está detrás de títulos tan aplaudidos por la crítica y avalados por el gran público como la oscarizada El viaje de Chihiro, Mi vecino Totoro o El castillo ambulante. La preocupación por la conservación del medioambiente impregna toda la obra de Miyazaki, con La princesa Mononoke en el centro y su estilo inconfundible de combinar la tradición cultural y la alegoría, la creación de seres fantásticos de gran carga simbólica y unos personajes principales que se rebelan contra el sistema establecido.

El argumento de este clásico del anime, ambientado en la época feudal Muromachi, entre los años 1333 y 1573, se centra en la historia del príncipe Ashitaka, el último de la tribu emishi, quien, acechado por una maldición, abandona su pueblo para buscar la cura en tierras lejanas. En su periplo conoce a San, la princesa de los lobos (la princesa Mononoke), quien lidera la lucha de los guardianes del bosque contra Lady Eboshi, dirigente de la ciudad de hierro. El choque entre ambos mundos, el de quienes buscan proteger su hábitat de la destrucción y el de quienes ven en el bosque una fuente de recursos inagotable y riqueza que expoliar, resulta inevitable.

Como punto de inflexión de la trama, la reflexión crítica, desprendida de estereotipos facilistas y de una complejidad apabullante, en torno al binomio progreso y efectos de una actividad humana desmedida que arrasa con cualquier posibilidad de vincularse de manera respetuosa con la naturaleza y los ecosistemas que lo integran. 20 años tardó Miyazaki en desarrollar la película que lo encumbró como uno de los grandes de la animación fuera de su Japón natal.

Miyazaki mezcla lo natural y lo fantástico para abordar un dilema ético, político y social

Señala Antonio Miguel Santa Cruz en el artículo «Lo que Miyazaki nos quiso decir. Ecologismo y hermenéutica detrás de Mononoke Hime», publicado en la Revista Fotocinema, que, con La princesa Mononoke, Miyazaki «inaugura un nuevo subgénero que bien podría adjetivarse de “mágico”». Esto sucede por la relación que establece entre lo natural y lo fantástico para abordar una temática que trasciende el puro entretenimiento y se erige como un dilema ético, político y social sobre los intentos del ser humano por dominar la naturaleza y el conflicto que deriva de esta realidad, que atenta directamente contra la preservación del medio ambiente.

En Starting Point, un compendio de ensayos y textos y entrevistas de Hayao Miyazaki, recopilados entre 1979 y 1996, el director japonés da cuenta de esa forma suya de entender la naturaleza y sus componentes desde una perspectiva humanista, arraigada al folklore y la mitología. Se refiere a una época en la que «el poder de los bosques era mucho más poderoso que el nuestro», el de las personas. Bajo esta premisa, Miyazaki desarrolla el universo de La princesa Mononoke y sus personajes, muchos de ellos «entes» o animales a los que dota de cualidades asociadas tradicionalmente con lo humano.

«Hay algo que está fallando respecto a nuestra actitud en torno a la naturaleza», que transgrede el mantenimiento de su equilibro armónico, perfecto, defiende el japonés en esta recopilación de sus reflexiones más célebres. Un entrecomillado que recoge el mensaje ecologista que traslada en la película, y que urge a reflexionar sobre el modelo actual de desarrollo y sus implicaciones en la supervivencia de las especies que lo integran.

De acuerdo con los investigadores Kozo Mayumi y Barri Solomnon, Miyazaki también incide en su película en la realidad de los costes medioambientales desiguales que tiene la actividad humana, con mayores y más devastadoras implicaciones en tanto ciertas comunidades carecen de los medios y la información para protegerse de los mismos o mitigar sus efectos. Así lo defienden en su trabajo «The ecological and consumption themes of the films of Hayao Miyazaki», publicado por la revista Ecological Economics, donde establecen una analogía simbólica entre el grupo de lobos que encabeza La princesa Mononoke y los descendientes de los habitantes originarios de un territorio, como lo son los pueblos indígenas.

El proyecto más ambicioso de Hayao Miyazaki hasta su estreno (luego vinieron otras películas y otros éxitos) se ha erigido con el paso de los años como un faro de conciencia ecológica, con un mensaje imposible de obviar a estas alturas del partido. Como alertó recientemente el secretario general de Naciones Unidas, Antonio Guterres, «la humanidad está destruyendo la biodiversidad a un ritmo vertiginoso». En el mundo real, si la princesa Mononoke existiera, estaría perdiendo la batalla de forma aplastante, sin aliados capaces de revertir la situación.

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