Las nuevas megaciudades del Sur Global
En 1990, había diez ciudades en el mundo con más de 10 millones de habitantes. Hoy, son 44. Y aunque en muchas de ellas se están llevando a cabo iniciativas para hacerlas más sostenibles, su impacto medioambiental es enorme.
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En la actualidad, el 54% de la población mundial vive en ciudades y el 46% en entornos rurales. Para 2050, se calcula que el porcentaje pase al 70% y 30% respectivamente. Dos cifras que dan cuenta de la velocidad vertiginosa con la que crecen las ciudades, y es aún más evidente si hablamos de megaciudades. Estas son áreas urbanas con más de 10 millones de habitantes, aunque en ocasiones es difícil determinar sus límites, especialmente cuando se despliegan por espacios con una organización territorial diversa.
En cualquier caso, se estima que en este momento podría haber 44 megaciudades en el mundo, 39 de ellas en países del Sur Global. Según un análisis de Oxford Economics, esta cifra no hará más que crecer. Para 2050, podría haber 67 megaciudades, y el mayor crecimiento demográfico sería en grandes ciudades de África y Asia-Pacífico.
Estas enormes aglomeraciones ofrecen un gran dinamismo económico y social, con abundantes oportunidades de negocio y trabajo, que atraen a numerosas personas que viven en las regiones de alrededor. Pero presentan también múltiples desafíos.
Uno de ellos es la planificación urbanística. Muchas de estas ciudades se caracterizan por un crecimiento explosivo, que se produce en cortos periodos. Esto provoca un aumento imprevisto de las necesidades de infraestructura, vivienda y servicios públicos que no se llegan a cubrir. Así, la escasez de vivienda provoca que aparezcan asentamientos informales y marginales, donde no existen infraestructuras adecuadas. Además, la expansión de la ciudad sin control del uso del suelo genera un urbanismo desordenado, con invasión de zonas no aptas y presiones en ecosistemas, que amplifican los riesgos climáticos y sociales.
Y es que otra enorme problemática de las grandes ciudades son los costes medioambientales que generan. Las ingentes concentraciones de población (que van acompañadas de mayor tráfico, alta densidad de industrias, etc.) elevan los niveles de contaminación en el aire, lo que agrava el cambio climático. Además, el consumo de recursos como el agua o la energía y la generación de residuos dejan una importante huella ecológica. La expansión urbana también consume terrenos agrícolas, bosques y humedales, afectando a la biodiversidad y a la capacidad de absorción de carbono de esas regiones.
Por otro lado, las grandes ciudades tienen a calentarse más por el «efecto isla de calor urbana» y es habitual que estén en territorios vulnerables al aumento del nivel del mar, olas de calor, sequías o inundaciones. Así, las grandes ciudades son responsables de contribuir al cambio climático, pero son también víctimas del mismo. Surge entonces la pregunta: ¿es posible hacer crecer estas megaciudades de una forma sostenible?
En algunos países de Asia y África se han anunciado zonas especiales de desarrollo urbano bajo un marco de smart city, donde se potenciarán las energías renovables, la movilidad eléctrica o los edificios de bajo consumo. Es el caso de Egipto, donde se anunció una nueva ciudad al este del Cairo que contaría con un desarrollo urbano planificado y sostenible y aliviaría la congestión de la capital. Se trata de un proyecto comenzado hace unos 10 años, que proporcionará, una vez finalizada, capacidad para 8 millones de personas. Pero, como explica Bianca Carrera Espriu en un artículo de African Business, el proyecto no incluye provisión de vivienda adecuada para familias de bajos ingresos, por lo que no parece una solución para la mayor parte de la población. Además, desde el punto de vista ambiental, la expansión hacia el desierto requerirá una infraestructura totalmente nueva que, previsiblemente, aumentará la huella de carbono.
Más del 70% de las emisiones globales de gases de efectos invernadero provienen de las grandes ciudades
Otro ejemplo similar sería Nusantara: un proyecto anunciado en 2019 de una nueva capital para Indonesia ubicada en la isla de Borneo, que sería una ciudad verde, que cumpliría el objetivo de neutralidad de carbono para 2045, usaría energía 100% renovable en toda la ciudad y contaría con infraestructuras inteligentes. Se comenzó a construir en 2020 y se ha fijado 2028 como fecha para convertirla en la capital política. Sin embargo, ha recibido numerosas críticas al considerarse que su construcción implica la deforestación de una zona de bosque tropical con alta biodiversidad y el desplazamiento de comunidades indígenas.
Lo que evidencian estos proyectos es que vender el concepto de «ciudad sostenible» es relativamente fácil, pero llevarlo a cabo en un contexto real no lo es tanto. Huelga decir que son proyectos extremadamente costosos, pero incluso obviando este aspecto, lo cierto es que este tipo de iniciativas tienden a privilegiar a las élites, generando exclusión y, a pesar de promoverse como ciudades verdes, implican un gran impacto ecológico inicial.
Mientras tanto, hay megaciudades que están logrando avances a la hora de mejorar la movilidad, la planificación urbana o la resiliencia climática, aunque los progresos son lentos. Así, en Seúl han logrado reducir un 12% las emisiones de gases de efecto invernadero entre 2005 y 2021 gracias, entre otras medidas, a la transformación del río Cheonggyecheon (se eliminó una autopista elevada para crear un corredor ecológico de 10 km en pleno centro), a un sistema de transporte público digitalizado y electrificado y a una alta inversión en eficiencia energética en los edificios.
Y en Shenzen (China), el desarrollo de distritos ecoindustriales con gestión circular de residuos, el fomento del transporte público eléctrico o los programas para edificios de cero emisiones, también facilitaron una reducción drástica de la contaminación del aire.
Son datos alentadores, pero anecdóticos. A día de hoy, más del 70% de las emisiones globales de gases de efectos invernadero provienen de las grandes ciudades. Y como señala el informe de la ONU Hábitat Cities and Climate Action (2024) para que esto cambie, hace falta un completo cambio de paradigma en el que las ciudades se transformen para participar de la solución climática.
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