Opinión

La sociedad inerte

La hiperconectividad y el fin del liderazgo ético nos han convertido en una sociedad inerte, que se ha olvidado de ser ciudadanía y espera el siguiente movimiento sin hacer nada.

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31
enero
2025

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Desde hace 500 años, el mundo occidental ha sostenido sus estructuras de poder sobre el aserto «el fin justifica los medios». Este lema apenas ha perdido vigencia a lo largo de este periodo, soportando revoluciones burguesas y proletarias, fascismos y comunismos, estados liberales y sociedades del bienestar. El fin en la cúspide del poder y los medios como las arduas escaleras que conducen al éxito.

Todo apunta a que 2025 será otro año más de sustos que de tratos. La sucesión de liderazgos que perfila el horizonte parece caracterizarse por la demagogia, la mentira, el odio y la sinrazón.

Tal vez nada nuevo. Y, aun así, preocupante. Después de 500 años, la hegemonía occidental, con raíces grecolatinas, base cristiana y pátina de mercado libre, está más comprometida que nunca. Hemos llevado al límite lo de alcanzar el fin y, junto a los medios, también hemos olvidado –o relativizado al extremo– la razón de ese logro. 500 años después, hemos involucionado del «fin y los medios» al «fin por el fin».

Vivimos tiempos impostados, donde casi nada es lo que parece. La economía ya no es productiva, sino especulativa; el ahorro carece de interés, salvo que sea inversión; la tecnología luce en su faceta más pueril mientras la ciencia agoniza por falta de recursos; y la política, lejos de buscar el bien común, se obsesiona con restos identitarios que garantizan cuotas de poder.

Ni auctoritas ni potestas. Líderes globales cortados por el mismo patrón: egos disparados, carentes de toda grandeza. Falsos líderes para tiempos de urgencia. ¿Qué puede salir mal?

Siempre surge la misma pregunta: ¿cómo disociarnos de los líderes que tenemos? La realidad es que no podemos. Son nuestros. Aunque nos cueste asumirlo, emanan de nosotros. Nuestras criaturas. Nuestros monstruos.

Existe una relación histórica entre el liderazgo y la ética, un equilibrio complejo porque la ética sin liderazgo es solo un postulado, y el liderazgo sin ética muta en horror. Ese equilibrio inestable requería un pegamento: la reputación.

La ética sin liderazgo es solo un postulado, y el liderazgo sin ética muta en horror

Sin embargo, la tecnología de la información ha sustituido reputación por huella digital, logrando en apenas 20 años que lo malo no solo prescriba, sino que se olvide, enterrado bajo toneladas de datos absurdos. Ahítos de inmediatez, perseguimos la novedad como gatos enloquecidos.

Persiguiendo el fin con todos los medios, hemos perdido el referente del liderazgo ético (el único liderazgo real), olvidando la ejemplaridad de la reputación y menoscabando nuestro desempeño como ciudadanos. Todo ello al sacrificar nuestra conciencia social a favor del poder más vocinglero.

Decir que tenemos lo que merecemos no es del todo exacto. Tener es resultado de buscar. Para alcanzar el liderazgo actual, habría sido necesario que como sociedad nos hubiésemos encaminado activamente hacia este nihilismo pseudolibertario. En definitiva, tendríamos que haber sido hombres de acción.

La sociedad global, especialmente la occidental, lleva más de dos décadas instalada en la autocomplacencia, esperando que todo vuelva a la normalidad. Pero esa normalidad no comparte los mismos atributos para todos. Si ya es difícil definirla, fijar una única y universal es una quimera.

La sociedad global lleva dos décadas esperando que todo vuelva a la normalidad

Deseamos que todo regrese a lo que cada uno considera sus «buenos tiempos». Ante la dificultad de ubicar esos verdes pastos de manera genérica, parece razonable dar un paso atrás y ganar perspectiva. Aunque resulta casi imposible definir el fin, podemos indagar en los medios que nos han llevado a este liderazgo impostado.

Primero, matamos la historia y fijamos el horizonte en la perfecta autorregulación. El fin era el dinero, y los medios, los créditos y las hipotecas sin interés. Después, matamos el periodismo y creamos un universo de comunicación global sin intermediarios, en defensa de la libertad de expresión. El fin era el dato, y los medios, la entrega gratuita de nuestra información personal.

Aderezamos todo esto con plataformas de ocio interminable, que reemplazaron el tedioso ejercicio de leer por el mucho más ameno de mirar. El fin era atontarnos, y el medio, huir de la realidad. Finalmente, accedimos a ansiolíticos y antidepresivos, al soma. El fin era la felicidad, y el medio, el olvido del dolor.

Ha sido un proceso insidioso, tal vez casual, pero no inocente. Dejamos de ser una sociedad de consumo para convertirnos en una sociedad informada 24/7. De ahí, pasamos a ser una sociedad cansada, luego tonta y, ahora, una sociedad a la espera de acontecimientos.

Una sociedad inerte, que se ha olvidado de ser ciudadanía y, mientras flota en la nada, espera el siguiente movimiento. Ese fin, por esos medios.


Xurxo Torres es escritor y consejero delegado de Torres y Carrera.

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