El origen de los dioses
Dioses, esos seres hiperbólicos y extraordinarios que explican el mundo, dan sentido a la vida, vierten de significado cuanto acontece y ofrecen respuesta a los misterios que perturban al hombre. Pero, ¿en qué momento aparecieron?
Artículo
Si quieres apoyar el periodismo de calidad y comprometido puedes hacerte socio de Ethic y recibir en tu casa los 4 números en papel que editamos al año a partir de una cuota mínima de 30 euros, (IVA y gastos de envío a ESPAÑA incluidos).
COLABORA2025

Artículo
Los humanos siempre miraron al cielo en busca de respuestas. Tantas veces allá arriba situaron, sobre nuestras cabezas, la morada de los dioses, vigilantes, acechantes, compungidos, custodios. Cuándo irrumpieron en el sentir y el razonar del hombre es un misterio, varía según las diferentes culturas. Hay indicios de que ya se extendían determinadas creencias relacionadas con el más allá y con deidades en la Prehistoria (periodo que abarca desde la aparición del hombre, otro punto nebuloso en el tiempo, y la invención de la escritura), por los rituales encontrados en los enterramientos, como los hallados en el yacimiento Sima de los Huesos, en Atapuerca, que data de hace alrededor de 430.000 años, o las Venus paleolíticas (de hueso, marfil, piedra, madera…), como las de Grimaldi o la de Willendorf.
En primera estancia, casi cualquier cosa cuya naturaleza se desconocía era tomada por una entidad suprema: las tormentas, los relámpagos, la luna, el sol, el fuego… El trato con ellos carecía de reglas y normas. Eran equívocos y erráticos. Poco a poco, los dioses se hicieron más tratables. Al principio, resultaban sumamente caprichosos: eran capaces de pedir a un buen hombre que sacrificara a su hijo, destruían ciudades, ponían a prueba la paciencia humana hasta límites extravagantes, convertían a humanos en cisnes, olivos, arañas, estatuas de sal, piedras, los obligaban a subir rocas una y otra vez, a sostener hasta la eternidad la bóveda celeste, provocaban su ceguera o dolor inconsolable en el parto. Con la aparición de la escritura y la complejidad social, los dioses se convirtieron en lo que los antropólogos califican de «moralizantes». Al dotarse de moral, facilitaron la cooperación y la solidaridad entre extraños en sociedades cada vez más pobladas.
Los registros escritos más antiguos sobre dioses se encontraron en Mesopotamia (actuales Irak y Siria), alrededor del 3.500 a.C., y se los debemos a los sumerios, que ya recogen la colaboración entre humanos y divinidades para evitar el desorden en el poema Enûma Elish (en escritura cuneiforme, entre 3.500 y 3.000 a.C.). En él se nos habla del dios Marduk, que derrotó a la diosa Tiamat, asentando la tranquilidad en este valle de lágrimas. El panteón es nutrido: Anu, dios del cielo, Enlil, de la tierra, Ea, de los ríos… Una de estas deidades, Innana, murió y resucitó para que al mundo no le faltara la fertilidad.
Al dotarse de moral, los dioses facilitaron la cooperación y la solidaridad entre extraños en sociedades cada vez más pobladas
En el Antiguo Egipto, otra de las religiones más antiguas del mundo, el sanctasanctórum lo conformaba Ra, dios del Sol (con cabeza de halcón y disco solar), al que se le atribuía un código moral conocido como «maat», Amón, dios de la creación, Osiris, dios del inframundo, Isis, diosa de la fertilidad, Horus, de la guerra, Anubis, de la muerte, Seth, del caos…
La tercera religión más veterana se ubica en Asia Central, el hinduismo, que venera a Brahma, creador del universo, Shiva, dios de la destrucción y la renovación, Visnú, diosa de la bondad, Ganesh, el de la buena fortuna… De ellos habla el libro sagrado de los Vedas (II milenio a.C.).
Resultan asimismo decanos los dioses mesoamericanos (los de las civilizaciones precolombinas, como mayas o aztecas): Ix, diosa de la luna (maya); Taandoco, dios del sol (mixteca); Tláloc, dios de la lluvia y el trueno (nahua), Huitzilopochtli, dios de la guerra (azteca)… Datan de entre el 400 y 200 de nuestra era.
Solo el judaísmo, el islamismo y el cristianismo hablan en singular de dios. Son las tres religiones monoteístas. Estos tres dioses existen desde siempre (desde antes, incluso), pero el cristiano se diferencia de todos los demás por lo que se conoce como «el escándalo de amor», entrega su vida para salvar a justos y pecadores. No hay contraprestación alguna en su entrega. Es la generosidad moralizante y divina por excelencia.
Gea, la diosa que no requiere varón
Acaso la mitología griega sea la más prolija en cuanto a los detalles de la aparición de los dioses. Lo recoge Hesíodo en su poema Teogonía, del siglo VIII o VII a.C. En el principio era el Caos y entre el Caos la diosa Gea, la Madre Tierra, sin participación masculina (esto es único entre los dioses) engendra a Urano (dios del cielo), las montañas y el Ponto (territorio que se extendía por Asia Menor, bordeando el Ponto Euxio, es decir, el Mar Negro). La vida surge para los griegos exclusivamente del principio femenino.
Más tarde, Gea concibe, ahora por la gracia de la intervención de su hijo Urano, a los Titanes, que representan las fuerzas naturales, a los Cíclopes, esos seres de un único ojo forjadores de las armas de los dioses del Olimpo, como el rayo de Zeus, y que simbolizan la fuerza artesanal y la fuerza bruta, y a los Hecatonquires, gigantes con cien brazos y cincuenta cabezas, alegoría de lo indómito de la naturaleza.
Acaso la mitología griega sea la más prolija en cuanto a los detalles del origen de los dioses
Urano, temeroso de que le arrebaten el poder, confina a sus hijos allí donde la luz del sol no alcanza, pero Gea, que se apiada de sus criaturas, forja una hoz con la que Cronos, el más joven de los Titanes, y el único con suficiente valor, se arroga la proeza: castrar a su padre. Parte de los genitales cercenados cayeron en el mar, alumbrando a Afrodita, diosa del amor, el deseo y la belleza, enseñándonos que de la destrucción puede brotar la gracia y que lo bello es capaz de transformar el mundo.
Los pedazos de los genitales de Urano que recalaron en la tierra generaron las Erinias, conocidas como las Furias, metáfora de la venganza y la justicia fatal, los gigantes y las Melias, ninfas de los fresnos. Y así hasta conformar los dioses del Olimpo, seis masculinos (Zeus, Poseidón, Hades, Apolo, Hefesto, Ares y Dionisio) y seis femeninos (Hera, Atenea, Deméter, Afrodita, Artemis y Hestia).
Miles de años después, en el decir de George Steiner, el hombre sigue sintiendo nostalgia de lo absoluto.
COMENTARIOS