Cultura

Julio Cortázar y la ruptura de la convención

Conocido mundialmente por su obra ‘Rayuela’, el escritor argentino escribió diversos libros de poesía, cuento y narrativa, además de traducir la obra del cuentista Edgar Allan Poe.

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19
diciembre
2024

Julio Cortázar nació en Bruselas (Bélgica) el 16 de agosto de 1914. Su padre trabajaba en la embajada argentina como agregado comercial. «Mi nacimiento fue un producto del turismo y la diplomacia», dijo. Su familia tuvo que refugiarse en Suiza durante la Primera Guerra Mundial y en 1918 volvieron a Buenos Aires (Argentina), donde el escritor vivió hasta 1951. Años después volvería a Europa, viviría en un París vibrante y viajaría por distintos países.

En 1935, Cortázar comenzó los estudios de Filosofía y Letras y publicó distintos estudios de crítica literaria. De esta época es conocida su colección de sonetos Presencia (1938). Obtuvo un puesto de profesor que tuvo que abandonar a mediados de los años 40 por problemas políticos –el escritor hacía pública su postura antiperonista–. En un principio se dedicó a la publicación de artículos en revistas literarias y, posteriormente, consiguió el título de traductor oficial de inglés y francés y se marchó a París, donde trabajó para la Unesco. Esta faceta le ofreció uno de sus logros menos conocidos, promovido por una motivación especial: Cortázar se había impresionado durante su infancia con la lectura de los cuentos de Edgar Allan Poe y esa fascinación permaneció durante toda su vida. Tras proponer a la Universidad de Puerto Rico la traducción de los cuentos y ensayos de Poe, en 1953 recibió la aprobación del profesor Francisco Ayala. El resultado fueron más de 2.000 páginas traducidas, uno de los trabajos más importantes que se han realizado sobre el poeta estadounidense.

Además de esta labor traductora, Julio Cortázar también había seguido dando forma a sus inquietudes literarias. El surrealismo era su cimiento, pues se vinculaba estrechamente con esa ruptura de las convenciones y la experimentación con la forma que a él tanto le interesaba. En 1951 publicó Bestiario, al que siguieron Final del juego (1956) o Las armas secretas (1959). Sin embargo, su  momento álgido estaba todavía por llegar. En 1963 se publicó Rayuela, su libro cumbre. Esta obra se consideró revolucionaria por su fragmentación y sus juegos sintácticos y ortográficos. Le otorgó un prestigio incuestionable que desembocó en su consolidación como un clásico de la literatura en español.

Su obra cumbre, ‘Rayuela’, es reconocida mundialmente como uno de los clásicos de la literatura latinoamericana

A lo largo de su vida, el escritor argentino siguió experimentando con el lenguaje y los formatos, y destacó por sus «almanaques», textos donde combinaba narrativa, poesía, ensayo o crónica, como ocurre en La vuelta al día en ochenta mundos, publicado en 1967. Bebía de las relaciones que establecía con otras grandes figuras, como Octavio Paz, Gabriel García Márquez, Alejandra Pizarnik, Pablo Neruda o Cristina Peri Rossi. A esta última le tuvo una especial admiración y le dedicó varios poemas.

En su faceta político-social, Cortázar participó en el Mayo del 1968 y se interesó por la situación política de países como Chile, Cuba, Nicaragua o la propia Argentina, mostrando su apoyo al socialismo y al comunismo. De hecho, cuando el Che Guevara murió, el escritor exponía en una carta: «La escritura, hoy y frente a esto, me parece la más banal de las artes, una especie de refugio, de disimulo casi, de sustitución de insustituible, el Che ha muerto y a mí no me queda más que silencio hasta quién sabe cuándo».

El escritor murió el 12 de febrero de 1984, y sobre la causa de su muerte existen diferentes versiones. Puede que si lo supiera, a él también le hubiera divertido la confusión, pues esta es, en cierto modo, una característica de la creación literaria. «Yo parezco haber nacido para no aceptar las cosas tal como me son dadas», dijo el escritor en una ocasión. Y en ese cuestionar el mundo, se rebeló contra las estructuras literarias existentes, incorporó formas nuevas y confrontó la tradición que llevaba impregnada incluso en su apellido –Cortázar se traduce por «cuadra vieja» en euskera–. Lo de este escritor siempre fue, a fin de cuentas, una cuestión de mirada. Esa que trasciende al tiempo.

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