«No entiendo el arte si no es desde el riesgo»
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La carrera de Soleá Morente (Madrid, 1985) empezó en territorio de elegías, con una terapéutica participación en el homenaje de Los Evangelistas a su padre, recién fallecido. Durante el último decenio, la cantante y compositora ha desarrollado su potente personalidad artística con elegancia e inteligencia. Aunque reconoce que la pandemia la dejado en una situación complicada y sin llegar a fin de mes, en estos días aciagos reparte tiempo y esfuerzos entre la composición de un nuevo disco y la ampliación de su licenciatura en Filología Hispánica con un máster sobre la literatura del flamenco, algo que llega a lo más hondo de sus raíces.
Tu disco Lo que te falta se publicó la semana en que se declaraba el estado de alarma. Diez meses después, parece que vivamos en un mundo completamente distinto a aquel.
Todo es muy surrealista. Al principio estaba muy triste por las circunstancias. Me dio mucha pena que la situación se comiera así al disco, pero he visto que ha servido de algo: ha acompañado, ha alegrado, hemos reído y llorado con él. Hemos pasado a una nueva manera de vivir con Lo que te falta. Creo que es el disco que más me va a marcar en toda mi carrera.
En la canción homónima, cantas estos versos de La Bien Querida: «Si con lo que tienes no consigues ser feliz, jamás podrás llegar a serlo con lo que te falta». A veces es difícil explicar nuestra insatisfacción en un mundo donde parece que tenemos todo al alcance de la mano.
Lo parece y, en realidad, muchos lo tenemos. Tener salud y libertad es el verdadero éxito y, si te puedes dedicar a lo que te gusta, chapó. Pero te van metiendo todo el rato ese veneno de no poder estar tranquilo, ese espíritu competitivo horrible. Siempre quieres más: no nos conformamos con lo que tenemos porque todo el rato nos están poniendo los dientes largos. Habría que fomentar más lo de valorarse a uno mismo con lo que uno es y lo que tiene. Se avanza mucho más siendo realista, generoso y agradecido contigo mismo y con lo que la vida te ha dado. Siempre estamos ansiando algo y no sabemos ni lo que es.
En No puedo dormir retratas la ansiedad y los fármacos que usamos para contenerla. ¿En estos meses de encierro has conseguido canalizarla en otras direcciones?
Antes de todo esto, cuando hice la canción, tomaba Lexatin, pero ha sido tan potente este hostión de realidad que he dejado de tomarlo. Antes íbamos tan rápido que a veces la ansiedad me podía. Ahora la vivo de otra manera más realista. He aprendido a cuidarme, a elegir de qué y de quién me rodeo, a qué le presto atención. Vivimos una incertidumbre de tal dimensión que no se sabe lo que va a pasar: tengo miedo de mi abuela, de mi madre. Es una situación que me está enseñando a valorar el día a día, lo que tengo y lo que soy, y si es sin Lexatin, para vivirlo de una manera más concienzuda, mejor.
«Conozco a compañeros que están pasando muchas fatigas, que han tenido que dejar la música y ponerse a trabajar de otra cosa»
La pandemia ha mostrado con crudeza la fragilidad y desamparo de muchos ancianos. ¿Cómo asumimos eso en una sociedad como la nuestra, plagada de abundancia y despilfarro?
Me parece espeluznante. ¿Cómo puede ser que esos abuelos y padres que nos han criado y que han dado la vida por nosotros tengan un final tan injusto? El ritmo de la sociedad en que vivimos nos ha ido inoculando el ir deprisa todo el rato, ser súper competitivos, fijarse solo en uno mismo, en tu físico, en tu propia pereza, en tu soledad… Nos hemos ido aislando mucho y vamos a lo nuestro. Sin darnos cuenta, el sistema nos va tendiendo esa trampa. Es un error: hay que prestar más atención a los valores humanos y a las cosas primordiales de la vida.
El flamenco es uno de nuestros tesoros culturales y está reconocido internacionalmente pero, ¿todavía es extraño en su propia tierra?
Está en un momento muy bueno y, como arte vivo que es, va a seguir evolucionando y llegando a más gente. Cada vez lo descubre más público y es maravilloso ver cómo se mantiene, cómo va creciendo, cómo va llegando… Yo eso lo noto mucho en mis conciertos cuando hago algún cante flamenco o algún quejío flamenco, cómo la gente se emociona sea del público que sea. El flamenco no falla. Es más, te va enganchando.
Varias mujeres de tu generación –e incluso de anteriores– acudís a estas fuentes sin prejuicios: cada cual con su discurso, pero siempre con base flamenca. ¿Qué faltaría en esta ecuación para que el flamenco llegue a ser más apreciado por todo tipo de públicos?
Está en ello. Cada vez avanza más y llega a más géneros, como la electrónica o el trap. Solo hay que ver lo que ha ocurrido con mi compañera Rosalía, hasta dónde está llegando y cómo responde la gente, cómo la quieren y cómo lo reciben. Lo que falta es que sigamos trabajando en ello, que el público se siga enamorando del flamenco porque es una lección de vida. He sido aficionada de manera natural porque lo he tenido en casa desde muy pequeña, pero ahora como profesional lo escucho cada día. Estoy haciendo un máster sobre la literatura del flamenco, sobre la literatura popular andaluza. Estoy escuchando mucho a mi padre desde su primer disco y a todos sus maestros. Me aporta el respetarme a mí misma cada vez más y tener los pies en la tierra. Lo que falta es que se siga haciendo flamenco, que se siga sumando gente a su estudio y su ejecución. En esa literatura está escrita la filosofía de la vida: en todos los folclores, en todas las culturas populares, está el conocimiento.
¿Te ha pesado el apellido en algún momento de tu carrera?
Sí. Si te digo que no, tampoco te lo vas a creer. Por una parte, siempre ha sido muy positivo y me siento muy afortunada de pertenecer a mi familia, de tener un padre tan genial y unos hermanos y una madre tan increíbles. Por otra, cuando empiezas a tomarte en serio la vida, dices «¡ostras, dónde me he metido!». Esa fase la he superado. No ha sido fácil, ha sido un conflicto interior intenso, pero me puede la afición, me puede el amor por el oficio de mi casa. Cuando uno supera ese tipo de miedos, de prejuicios que no sirven para nada, se hace más fuerte. Cada vez me hago más fuerte ante ese tipo de críticas y comparaciones que reconozco que me han llegado a afectar.
Quizá uno de los puntos clave de ese proceso puede ser perder el miedo a equivocarse.
Ese miedo es inevitable. Yo lo sigo teniendo. Estoy grabando mi cuarto disco y ese respeto, hasta cierto punto, siempre está. Es como cuando teníamos exámenes: si has estudiado y te has preparado, cuando llega la hora el miedo se va disipando un poquito y piensas que no era tan complicado. A veces el monstruo hay que quitarlo de la espalda, cogerlo por las solapas y enfrentarlo cara a cara. Estamos en una época muy buena para hacer eso, la gente se está expresando de una manera muy libre. Las expresiones artísticas más potentes nacen de ese miedo también, porque son las diferentes y las que provocan reacciones, sean buenas o malas. Eso cuesta mucho al que elabora un trabajo de ese calibre, porque lo fácil es hacer algo obvio y evidente. Yo siempre me meto en jardines y sufro mucho. Y gano poco dinero, también tengo que decirlo: es puro amor al arte, a la manera de hacer las cosas que he visto en mi casa, que ha hecho mi padre. No entiendo el arte si no es desde el riesgo.
«Me da miedo que esta situación se aproveche para perseguir más a la cultura»
Hablando de dinero, ¿todo este parón cómo te está afectando?
Para el sector cultural está siendo una masacre, pero gracias a Dios a nosotros no nos falta un plato de lentejas. Todo lo que voy ganando lo voy invirtiendo en otros proyectos y al final no puedo salir de casa de mi madre. Estoy a ver si vendo el piso de La Chana para poder seguir adelante. Es una manera un poco exagerada de hablar, pero no lo estamos pasando bien. Conozco a otros compañeros que están pasando muchas fatigas, que han tenido que dejar la música y ponerse a trabajar de otra cosa. Si esto sigue así, intentaré alternar los discos y los conciertos con algún trabajo en otro sitio.
En el sector musical, el virus quizá ha ensanchado las desigualdades entre los artistas que tienen más posibles económicos y los jornaleros de la música. ¿Cómo se aborda eso?
Es muy complicado. Tengo compañeros técnicos de sonido, productores y gente que no llegamos a fin de mes. Y me incluyo, lo que pasa es que aún no tengo hijos ni grandes responsabilidades y estoy invirtiendo todo este tiempo en la creación. Pero si no tienes un alto nivel, si no eres un artista de los que van tirando haciendo conciertos, esto se aborda buscando otro trabajo o pidiendo ayudas, y no hay muchas. Es una pena y da muchísima rabia, pero hay que resistir, permanecer vigilantes y pensar que podemos con esto. Me da miedo que esta situación se aproveche para perseguir más a la cultura y que, cuanto más atontados estemos, sea mejor para algunos. Una de las mejores terapias es el arte, que te puede salvar la vida.
«El flamenco tiene una sinceridad, una verdad y una emoción bestial que cada vez parece que entendemos más»
Sabiendo que vuestro trabajo tiene ese ascendiente sobre las personas, ¿por qué le cuesta tanto al sector de la música articular una resistencia, algo con lo que ser interlocutor a nivel político?
Porque es muy difícil que te escuchen y eso cansa. Por una parte, hay que tener dos pares para que te escuchen y para pegar un puñetazo en la mesa; por otra, el sistema dominante es opresor y te tapa la boca. Lo que interesa no es la evolución, el conocimiento, el entendimiento o el luchar por una sociedad igualitaria, son otro tipo de mensajes que están por todos lados. En ellos se invierte muchísimo dinero, pero no sirven para nada en el fondo, solo para hacernos perder el tiempo y convertirnos en esclavos de las grandes empresas que dominan el mundo. Es tan difícil porque luchamos contra un gigante llamado capitalismo, pero esa rabia no hay que perderla. Por eso el flamenco expresa muy bien esas fatigas, la cultura del pueblo. Más aún, del pueblo gitano, tan perseguido y maltratado. Tiene una sinceridad, una verdad y una emoción bestial que cada vez parece que entendemos más.
Las ganas de seguir están ahí. Ya estás trabajando en tu cuarto álbum, que quizá vaya por caminos más rockeros.
El productor [Manuel Cabezalí] está sacando un sonido muy interesante. Me gustan mucho Beach House, The War On Drugs, Sufjan Stevens… Grupos que he escuchado mucho durante este tiempo. Estamos trabajando en unas canciones muy minimalistas, muy sencillas, muy indie por explicarlo de alguna manera. Rescatan esas atmósferas que te van envolviendo y me sirven para explicar este aura de incertidumbre que hay. Es un sonido especial el que estamos sacando. Y tengo mucha ilusión porque por primera vez las ha escrito y compuesto yo. Estamos trabajando en seis canciones y me gustaría que fuesen tres o cuatro más y tener un disco. Estoy en ello.
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