Vicente Monroy
«La gran pantalla está pensada para crear memoria; la pequeña, para crear olvido»
Artículo
Si quieres apoyar el periodismo de calidad y comprometido puedes hacerte socio de Ethic y recibir en tu casa los 4 números en papel que editamos al año a partir de una cuota mínima de 30 euros, (IVA y gastos de envío a ESPAÑA incluidos).
COLABORA2025

Artículo
«Donde hay más luz de la necesaria, todo son tinieblas», afirmaba el filósofo Xavier Rubert de Ventós y recuerda ahora Vicente Monroy (1989) en su último ensayo ‘Breve historia de la oscuridad. Una defensa de las salas de cine en la era del streaming’ (Anagrama, 2025). Una obra en la que el autor propone la sala de cine como un refugio en el que pensar de manera diferente y colectiva sobre el mundo que habitamos.
¿Cómo acaba un arquitecto de programador en la Cineteca de Madrid?
Es una pregunta complicada porque tendemos a separar los ámbitos de pensamiento y las artes de una manera muy clara y a mí siempre me han parecido lo mismo. Siempre he creído que las artes tienen que unirse y caminar hacia un destino común. Nunca he sentido la diferencia entre ser arquitecto y trabajar en cosas de cine. De hecho, este libro, que realmente se está leyendo sobre todo por cinéfilos, en realidad es un libro de arquitectura. Creo que además faltan acercamientos al fenómeno cinematográfico desde otros ámbitos. Solemos ver el cine desde el punto de vista del cinéfilo y hay muchos otros puntos de vista muy interesantes.
«En nuestra sociedad hay una obsesión por la luz»
Tendemos a ahuyentar la oscuridad desde las noches de infancia. Sin embargo, reivindicas que «la oscuridad es la condición necesaria de la verdadera luz». ¿Qué nos permiten ver las sombras que no es perceptible a plena luz?
Muchas cosas. En nuestra sociedad hay una obsesión por la luz que se ha introducido en el lenguaje de una manera muy peculiar con conceptos como la transparencia, metáforas como la luz de la razón. Y creo que empezamos a darnos cuenta de que esto, a la larga, es un poco pernicioso precisamente porque para vivir necesitamos esa mitad oscura que siempre ha formado parte de la humanidad. No podemos vivir sometidos a la vigilancia total, ni a la constante exposición de nuestro cuerpo y de nuestro pensamiento, que es lo que hacemos en las redes sociales. Esa hiperconexión y ese exceso de luz que nos cae encima nos está dejando sin muchas herramientas. Necesitamos espacios para cerrar los ojos, espacios para mirar nuestro interior, para lo introspectivo. Yo no hago una reivindicación melancólica que echa de menos la época gloriosa de las salas de cine. Lo que yo pienso es que la sala de cine nos permite juntarnos con gente en unas condiciones muy peculiares: en la oscuridad y fijando la atención. Lo que a mí me interesa es ese espacio de oportunidad que nos permite tener nuevas conversaciones y nuevas oportunidades para pensar qué nos está pasando en el presente.
Aludes a la influencia que tenía una película para esculpir al individuo: «En el interior de la sala del cine se han forjado modelos de conducta, mitos e ideales rabiosamente modernos». ¿No es el cine consumido en pequeña pantalla capaz de conseguir esto?
No, no tiene la misma capacidad. Fíjate, el cine era claramente un arte para crear memoria. Era su finalidad fundamental: crear memoria, producir imágenes que se introducían en nuestro cuerpo. Pasaban a formar parte de nosotros en gran medida porque eran imágenes mucho más grandes que nosotros y a las que estábamos prestando un tipo de atención determinada y además nos llegaban de manera unitaria. Lo que nos pasa con las pantallas portátiles es muy significativo porque estamos todo el día conectados a un flujo de imágenes, pero si antes de acostarte a última hora de la noche piensas en los reels que has visto durante el día no te acuerdas de ninguno. La gran pantalla está pensada para crear memoria; la pequeña pantalla, para crear olvido. Es una estrategia clara de control. Es una estrategia de marketing que forma parte del mercado. Nos quieren olvidadizos. Por eso el flujo de imágenes en internet es fragmentario, seductor; es pernicioso y está relacionado con aspectos sensuales muy básicos del ser humano. Sin embargo, el cine era capaz de crear imágenes profundamente significativas.
No solo creaba memoria, sino memoria colectiva, dices tú…
Absolutamente. Las prácticas de consumo contemporáneas nos están condenando a rutinas de visionado de imágenes cada vez más solitarias. Para mí el cine no es lo que se proyecta en una sala, sino que las películas son una oportunidad para empezar a hablar. El cine de verdad es el diálogo y el pensamiento que creamos alrededor de las imágenes; es toda esa cultura que nos da nuevas oportunidades para pensar en la realidad. Como cada vez vemos las películas más solos, tenemos menos capacidad de tejer discursos a su alrededor. Por eso también los discursos del cine contemporáneo son cada vez más fragmentarios y más infantiles. Esto es una pescadilla que se muerde la cola. El cine se infantiliza, los discursos se infantilizan y esto se retroalimenta. Asistimos a una era un poco trágica de las imágenes en ese sentido. La mayoría de la gran cantidad de imágenes que vemos normalmente en nuestro día a día son totalmente olvidables. Y el cine no, el cine creaba imágenes de las que podríamos estar hablando el resto de nuestra vida. Hay imágenes de las que todavía no hemos terminado de hablar. Las imágenes de los Lumière, por ejemplo, las primeras imágenes de la historia de cine todavía están llenas de vida y de cosas que decir. Esto no pasa con un producto de Netflix.
«El cine de verdad es el diálogo y el pensamiento que creamos alrededor de las imágenes»
Es la diferencia entre una imagen que ilumina y una que ciega…
Exacto. Lo pernicioso de todo esto es que las imágenes que nos ofrece la cultura de masas son imágenes que eclipsan una imagen verdadera que queda más allá. Esa era la gran utopía del cine: ser capaz de ofrecer imágenes nunca vistas en toda la historia del arte, imágenes que no se habían podido pintar, imágenes que no se habían podido esculpir, imágenes que no se habían podido relatar. Y, ahora mismo, lo que nos ofrece el contenido de las redes sociales es justamente una manera de velar esa imagen, de cubrirla con falsas promesas.
Citas a Pasolini, que hablaba de la progresiva desaparición de las luciérnagas de la campiña italiana que alumbraban el camino, como metáfora de una humanidad en vía de extinción por el derrotismo de sus intelectuales. ¿Echas en falta en el cine contemporáneo un discurso que ejerza ese papel de luciérnaga?
Creo que las luciérnagas siguen existiendo, pero hoy más que nunca en los bordes del camino. El cine industrial, el cine que representa la cultura de masas, es un cine domesticado, dirigido hacia el imperialismo, hacia el colonialismo y hacia ideas muy peligrosas. Y, sin embargo, creo que sigue existiendo un cine que se hace en los márgenes, que se hace con las manos, sin grandes grúas y sin grandes equipos industriales, se hace con la cámara a la altura de los ojos. Es un cine pequeño, pero creo que es un cine todavía capaz de encender pequeñas llamas y pequeñas luces.
«El cine que representa la cultura de masas es un cine domesticado»
En la presentación de tu libro hablaste de la tensión que debe mantener todo pensador entre la utopía y el desencanto. Denuncias que la sociedad de ahora nos ha robado la utopía y nos ha dejado solo con el desencanto. Quizás es eso lo que ha enmudecido a los pensadores…
Sin duda. Las imágenes que nos ofrecen las pequeñas pantallas nos dicen que tenemos que vivir desencantados porque son imágenes de cuerpos perfectos que nunca vamos a poder alcanzar, de modelos de vida que nunca vamos a poder llevar, fake news. Son imágenes falsas. Recuperar el placer de ver una imagen verdadera en una pantalla más grande que nosotros, inmersos en la oscuridad y en comunidad, es algo que puede lograr un pequeño milagro.
Otra promesa era la de la democratización del acceso a contenidos con la eliminación de la mediación gracias a internet. Al final hemos acabado mediados por algoritmos. ¿Qué efecto tiene sustituir una intermediación más humana por una artificial?
El cine es un arte especialmente antropomórfico en el que todo está pensado para el cuerpo humano. El lenguaje clásico del cine está codificado en torno al cuerpo humano porque su gran obsesión ha sido colocar al individuo en el espacio, ya sea en un western donde vemos al hombre cabalgando o ya sea en una comedia donde vemos el cuerpo de Chaplin cayendo por el suelo. Y las salas de cine están pensadas para, de alguna manera, encantar al cuerpo humano, para sugestionarlo. Yo tengo la sensación de que sustituir esa humanidad por la falsa inteligencia artificial de un algoritmo es peligrosísimo, porque ¿hacia dónde nos dirige el algoritmo? ¿Cuáles son sus intenciones? ¿Qué quiere de nosotros? Son preguntas que creo que nos hacemos demasiado poco. En ese tránsito de lo que antes llamábamos ver una película a lo que ahora llamamos consumir contenido audiovisual le hemos regalado muchas cosas a una fantasía, al algoritmo, sin saber muy bien por qué se las estábamos regalando.
¿Qué tipo de cosas?
El perder la escala humana significa que la gran mayoría de imágenes que ahora mismo recibimos no nos representan. Representan mentiras que nos engañan. Vivimos sometidos a una cultura del consumo y del control que está siendo muy problemática para generar identidad, para generar memoria, para configurarnos como individuos críticos, como personas capaces de mediar con este mundo tan complejo. Creo que el cine era más capaz de crear imágenes que nos ayudaban a mediar con el mundo.
«Ahora las películas están hechas para los premios y las redes sociales»
¿Porque hablaba más de nosotros?
Absolutamente. El cine antes se dirigía a las personas. Las películas estaban hechas para las personas. Ahora están hechas para los premios, están hechas para las redes sociales, están hechas para que el algoritmo pueda encontrar en ellas cosas con las que crear fenómenos virales. Ya no están hechas para las personas y eso es muy triste. Pensábamos que el traslado de la gran pantalla a la pequeña pantalla era un traslado sin consecuencias y no es así. Nos estamos dando cuenta ahora de que las series de Netflix están imponiendo un nuevo canon visual. Por ejemplo, está volviendo el primer plano, la centralidad de las imágenes con el fondo difuminado porque quieren que te centres solamente en un elemento, las imágenes son cada vez más oscuras para permitir ver unos poquitos elementos, los guiones se están convirtiendo en una cosa totalmente infantil. Estamos asistiendo a un cambio de paradigma.
Pero el espectador contemporáneo también desconfía más de la imagen…
Bueno, pero es lógico. La célebre anécdota cuenta que Georges Méliès, el pionero del cine francés, se enamoró del cine y decidió dedicar su vida al cine viendo la primera producción de los hermanos Lumière. No por los obreros saliendo de la fábrica ni por el tren llegando a la estación, sino porque se fijó en las hojas de los árboles moviéndose al fondo de las imágenes. Era esa promesa de realidad, esa promesa que el ser humano lleva persiguiendo durante siglos y siglos, al menos desde el Renacimiento: la representación correcta de las dimensiones, del espacio. Era eso lo que nos ofrecía el cine. Hoy en día esas hojas de los árboles que se mueven al fondo de las imágenes están hechas por ordenador encima de una pantalla verde. Es normal que no nos fiemos de las imágenes porque hay muchas imágenes mentirosas hoy en día. El cine tiene que conseguir reencantar.
¿Recuperar la confianza?
Sí, yo creo que el cine tiene la capacidad de ofrecer imágenes de verdad. Lo que le falta al cine contemporáneo para ganarse otra vez la confianza de la gente son relatos. En la pequeña pantalla asistimos a un aluvión de imágenes que se han independizado de la palabra. Ya no hay relatos que aten las imágenes. Y creo que eso está pasando también con el cine contemporáneo. Tampoco hay ya críticos o ensayistas que hablen del cine. Hay que recuperar el relato, recuperar esas palabras que nos den esperanzas y que nos hagan recuperar la confianza en las imágenes. Hacen falta pensadores que nos hagan recuperar la ilusión por el mundo que nos rodea. No podemos seguir pensando que todo es mentira porque eso nos va a llevar a la debacle más absoluta. Los cineastas tienen la obligación de hacer imágenes significativas que den sentido a la civilización contemporánea.
«Los cineastas tienen la obligación de hacer imágenes significativas que den sentido a la civilización contemporánea»
Esto pasa por una recuperación del lenguaje…
Hay una cosa muy curiosa. Jean-Luc Godard, que es un director que me ha interesado mucho siempre, se dio cuenta de que las imágenes se estaban independizando de las palabras y sus últimas películas son un intento de volver a la palabra. De hecho, los títulos son muy reveladores porque se llaman El libro de las imágenes o Adiós al lenguaje. Hay que seguir ese camino de recuperar los relatos, acompañar a las imágenes con el lenguaje y generar discursos a su alrededor. Hay que volver a ir acompañados a ver las películas, charlar de ellas, introducirlas en nuestra memoria. Todo se reduce a una cosa muy sencilla: tenemos que dejar de estar solos. Es muy importante que el cine nos sirva para estar en compañía.
El teólogo Romano Guardini decía que, ante un mundo que perece, la actitud correcta es la de construir un nuevo barco con los restos del naufragio. ¿A qué puerto tendría que llegar el barco construido con los restos del naufragio del cine actual?
Tengo la suerte de programar en la Cineteca y creo de verdad que la sala de cine es una oportunidad y un espacio para generar nuevas maneras de pensar en las imágenes que nos rodean. Creo firmemente que la gente está esperando a que le tiendas la mano para acompañarle a ver las imágenes de una manera nueva. La frialdad que tienen los modelos de consumo contemporáneos nos agota, pasamos más tiempo pensando qué ver que viendo una película que realmente nos guste y al final el visionado se convierte en algo automático. Sin embargo, de las salas de cine todavía sigue saliendo gente con los ojos brillantes y eso es lo que me hace seguir teniendo esperanza en el futuro. Quizá las salas nunca van a recuperar ese mito glorioso del que solemos hablar, cuando estaban llenas y todo el pueblo iba al cine y era el arte del pueblo, pero yo creo que sí que pueden ser un espacio para plantearnos cosas sobre el mundo que nos rodea y para encontrar una chispa de verdad. Seguramente ese es el puerto al que aspirar.
COMENTARIOS