Cultura

Los últimos cines de pueblo

La crisis del cine ha cerrado salas en toda España durante las últimas décadas. Pero, ¿qué hay de los municipios rurales y sus ventanas al séptimo arte?

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24
enero
2024

Hubo una época en la que las grandes ciudades tenían calles enteras dedicadas al cine, las medianas acumulaban salas en sus barrios y la España rural tenía su ventana al séptimo arte en el pueblo de referencia de la zona. Pero no es lo que ocurre ahora: los titulares que anuncian que las salas de cine están en crisis son ya casi un lugar común. En las grandes ciudades, no paran de verse cierres de salas. Pero, ¿qué ha ocurrido con los cines de la España rural?

Lo cierto es que, a pesar de las crisis y de los cierres, no todas las noticias sobre el cine son solo malas. En 2022, se logró superar el número de salas de cine abiertas en España previo a la pandemia, igualando los datos de 2014. Los datos mejoraron de nuevo en 2023, cuando se llegó al máximo de los últimos diez años, subiendo las salas frente al año anterior, según los cálculos de la AIMC. El 64% de la población española vive en un municipio con cine. Eso sí: en las poblaciones de menos de 50.000 habitantes, solo lo hace el 29,4% de las personas.

Los cines rurales han tenido que enfrentarse a varios problemas. Algunos están conectados con los que, en general, afectan a la España rural, como la despoblación, el envejecimiento y las brechas en acceso a la tecnología. Además, no se han mantenido al margen de los vaivenes del mercado que también golpearon a sus colegas urbanos, como el boom de los videoclubs de hace unas décadas, la piratería en el arranque de este siglo y el crecimiento del streaming en los últimos años. La transición digital complicó las cosas para los cines de pueblo que se habían ido manteniendo: la digitalización requería una inversión que no siempre podían afrontar.

Los cines rurales se han visto enfrentados a fenómenos como la piratería y el crecimiento del ‘streaming’

La pandemia del coronavirus supuso un parón para las empresas culturales, también para los cines. Con todo, se recuperaron. En 2022, los cines rurales aragoneses apuntaban que las salas estaban reabriendo, aunque sufrían una caída en los asistentes. «Nosotros llevamos 14 cines en otros tantos municipios de Aragón. Algunos tardaron más y otros menos, pero al final reabrieron todos», le decía entonces a El Periódico de Aragón Pere Armedes, de Circuit Urgellenc, la empresa que más cines rurales gestiona en esa comunidad.

Que los cines rurales sobrevivan no es solo una cuestión de romanticismo cinéfilo. Es una cuestión clave para lograr la igualdad en el acceso a los servicios culturales de sus habitantes y es igualmente una manera de fijar población en esas zonas. Aunque cuando se habla de despoblación se suelen mencionar muchas cuestiones, el entretenimiento o la cultura no suelen ponerse entre los primeros elementos a abordar. Sin embargo, son igualmente cruciales. Y, no menos importante, la continuidad de estas salas rompe estereotipos sobre lo que pasa —y cómo es— la España rural.

En algunas comunidades autónomas, gobiernos regionales y diputaciones tienen programas que llevan carteleras de exhibición a sus municipios rurales, aprovechando espacios como las casas de la cultura o los pabellones municipales para crear cines eventuales. En otras zonas se organizan festivales de cine. Es lo que ocurre en Villafranca del Bierzo, con su festival Cinefranca en un teatro del siglo XIX, o en Cans, con su Festival de Cans que juega con la homofonía de esta aldea de Porriño con el Cannes de la Costa Azul.

Lo interesante es, sin embargo, cuando se consigue que los cines como tales sigan existiendo y ofreciendo pases, desde películas de estreno a todos esos contenidos que se exhiben en las salas cinematográficas. En la España rural siguen operando unas cuantas salas. Los cines de toda la vida —y de larga historia— que sobreviven se suman a iniciativas que quieren volver a llevar el séptimo arte a esas áreas. Es lo que hace Proyecfilm, que ofrece tanto cine ambulante —un modo de acceder a las películas tan antiguo como el propio cine y que también ofrece La Barraca de cine— como la gestión de salas en entornos rurales. Los municipios ponen el espacio y ellos ponen los contenidos y la tecnología. «La gente quiere la experiencia de ir al cine, salir de casa, verla con sus vecinos», le explicaba hace unos años a El País Alberto Fuentes, tercera generación de la familia detrás de esta empresa.

En algunas comunidades autónomas, gobiernos regionales y diputaciones tienen programas que llevan carteleras de exhibición

El amor al cine de quienes están detrás de las salas ha ayudado a que en algunas zonas se mantengan abiertas las pantallas. En Xàbia, no han dejado de tener sala de cine en 65 años gracias al cine Jayan, con una cartelera variada y una sala de las de toda la vida. Lo mismo ocurre en A Ramallosa, en Nigrán, o en Marín, donde dos empresas familiares han conseguido que sus cines —el Imperial y O Seixo, respectivamente— sigan activos con más de 70 años de vida.

Igualmente, importa el amor por el cine el de quienes viven en esas zonas. El ayuntamiento granadino de Pedro Martínez compró el edificio de su cine cuando la familia propietaria lo puso en venta para rehabilitarlo y volver a proyectar películas. El de Isaba se mantiene en este municipio del Pirineo navarro desde hace 80 años. «Tiene más de 80 años, pero no tenemos registros de cuándo exactamente pudo construirse», le contaba el alcalde, Carlos Arnaut, a El Periódico de España. «Estamos muy orgullosos de él, lo apreciamos, lo mantenemos con mucho cariño». Ahora, opera con voluntarios de la Asociación Cultural de Amigos del Cine y mantiene programación durante todo el año (son más activos en verano y más esporádicos en invierno).

Que el cine retrate también a esa España rural lleva a su vez a sus espectadores de vuelta a las salas. Pasó, por ejemplo, con Alcarràs, que se convirtió en un motor en Cataluña para los cines rurales. Porque, al final, la clave para la supervivencia de estos cines de pueblo está en que sesión tras sesión sus vecinos se sienten en sus butacas.

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