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Sociedad

Mercedes Cebrián

«Hay un poco de adanismo en la sensación de que el consumo es una cosa reciente»

Fotografía

Lisbeth Salas
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01
agosto
2025

Fotografía

Lisbeth Salas

Mercedes Cebrián (Madrid, 1971) tuvo una epifanía en un Benetton de Roma, a espaldas de la Fontana di Trevi, la primera tienda de la marca que pisaba en décadas. Allí, en medio de los turistas y los jerséis de colores, se dio cuenta de que ir de compras era una de las experiencias de vida que está en plena transformación. El Benetton de su adolescencia seguía existiendo, pero muchas otras tiendas de esa época ya no. Así nació ‘Estimada clientela’ (Siruela), un ensayo muy personal que es «una celebración del arte de ir de compras».


El libro nace del temor a que algo que conociste desaparezca. ¿Está el comercio en peligro de extinción?

No el comercio en general, porque está el online. El físico o presencial no está en peligro de extinción, pero sí cambiando mucho. Hay cosas que están muriendo de todo el universo de ese comercio presencial. Por ejemplo, el negocio familiar, la tienda regida por una familia que luego la heredan sus hijos y nietos.

Leyéndote recordaba la experiencia de ir de pequeña a unos grandes almacenes de esos antiguos en Santiago a comprar el mandilón del colegio. Ya no existen. ¿Acabamos de ver quizás el canto de cisne de ese tipo de compras?

De algunas sí. Toda esa tristeza y miedo a que ocurriera (o comprobación de que había ocurrido en ciertas calles y maneras de comprar) me llevó a escribir este libro. Ahora empiezo a aceptarlo, porque ya tuve mucha tristeza al respecto. Entiendo que muchos servicios que antes la gente pedía —imagínate hacerte una tarjeta de visita— ahora lo haces por internet, no tanto porque quieras hacerlo sino porque ya no hay ese servicio en la pequeña tienda de barrio. Esos servicios o esas compras específicas están ahí, pero no de la manera que en que las comprábamos antes.

«El comercio físico no está en peligro de extinción, pero sí está cambiando mucho»

Una amiga dice que se crió en El Corte Inglés. No imagino a sus hijos diciendo lo mismo dentro de 20 años. ¿Cómo no caer en la nostalgia de pensar que todo tiempo pasado fue mejor?

También la nostalgia viene de que vivíamos en un mundo donde había menos maneras de conseguir las cosas. El Corte Inglés está unido a los recuerdos de muchos niños que vivían en ciudades con Corte Inglés. Como había menos maneras de conseguir lo que queríamos comprar, ciertas tiendas te lo proporcionaban y eso les otorgaba un halo como de ser muy poderosas, como ser casi magos. Un ejemplo de mi generación —yo nací en los 70— era que El Corte Inglés traía una especie de ferias de cada país. La Semana de México, por ejemplo. Traían cosas que normalmente no encontrabas en España y, de repente, aparecía México en tu ciudad. Tampoco viajábamos tanto, que era algo muy inalcanzable. Entonces, el objeto que te traía el comerciante era algo muy valioso, más valioso que ahora. De ahí también es nostalgia por un mundo digamos más ingenuo, donde te ilusionabas más por la dificultad de obtener las cosas.

Porque tenías que esperar a que tu librería de cabecera trajese el libro si no lo tenían…

Claro, casi añoramos un poco la dificultad. A mí me sorprende una cosa. Hacer cola no es algo que me guste ni lo echo de menos. Es una pesadilla hacer cola, pero empiezo a ver gente muy joven (nacida en este siglo) felices haciendo cola para ir a tiendas. Hacen cola y es curioso. Es gente que ha nacido con la vida acelerada, que no están acostumbrados [a ese consumo lento] y que no tienen por qué hacer cola. Pero de repente el ser humano parece que, si desea algo sea por moda, porque está muy bueno o es escaso, va a hacer esfuerzos por ello.

La cola es la experiencia. Por otro lado, ¿crees que tenemos a veces una especie de clasismo con respecto a según qué tiendas? Como la gente que dice que jamás compra libros en Amazon porque hay que proteger a las librerías, pero luego compra productos de ferretería, porque la ferretería de la esquina no es parte de un ecosistema emocional que tengamos que cuidar.

A ver, los libros pareciera que están fuera casi del universo del comercio, cuando es verdad que son artículos que se venden y se compran. Es cierto que con las librerías es casi como si se permitiera ser consumista y cometer excesos, como esa práctica, el tsundoku, que si la haces con otros productos no quedas igual de bien. Para comprar en una tienda física debes tener tiempo y el tiempo es algo que está muy ligado al ocio y a la clase social. La gente no lo tiene. Para buscar algo que se te rompe, una bombilla o lo que sea, tienes que usar tiempo. Se tira de lo fácil, que es el comercio electrónico. Sí es verdad que los libros tienen como un halo. Creo que solo les pasa a las librerías, al resto de tiendas la gente no las ve igual como un patrimonio que hay que cuidar.

«Para comprar en una tienda física debes tener tiempo y el tiempo es algo que está muy ligado al ocio y a la clase social»

De hecho, ¿por qué juzgamos tan duramente las tiendas cuando hablamos de la historia de la cultura colectiva o de la cultura popular? Otras cuestiones de la sociedad de consumo se han convertido ya hace tiempo en material de análisis, pero con las tiendas seguimos pensando un poco lo de «estás escribiendo sobre el consumismo desaforado».

No soy historiadora ni este es un libro de historia. Es un libro muy personal que tiene vocación de atlas de los formatos de tiendas y maneras de comprar que he conocido. Disciplinas como la filosofía o la sociología no han prestado mucha atención a ciertos aspectos por considerarlos menores. Cuando se empezó a estudiar la historia de la vida privada se empezó a tener en cuenta la cotidianidad como parte importante de la historia. En la filosofía falta eso. Hablando el otro día con el filósofo Joan-Carles Mèlich me decía que ve que en la filosofía no se presta atención a nuestro vínculo emocional con los objetos, que es mucho. Las compras tienen que ver con lo material y han sido denostadas por eso. He intentado en todo momento mientras escribía este libro pensar en las tiendas como en la relación que tenemos con los cafés tradicionales. Sí hay más libros sobre los cafés de tertulias o los históricos o sobre lo importantes que son para la historia de las ciudades. Supongo que porque ahí se reunían artistas e intelectuales. Pero creo que es bastante parecido. Dentro de una tienda no se reunían filósofos a hablar, pero sí se han establecido relaciones sociales o se han aprendido muchas cosas. Son un lugar importante para las ciudades.

Es verdad que existe una especie de virtuosismo asceta de «yo no compro nada».

Sí. Creo que hay un poco de adanismo últimamente en la sensación de que el consumo, la transacción económica para hacerse con un bien material, fuera una cosa reciente. Antes del dinero ya estaba el trueque. Siempre hay gente que necesita algo que otro tiene o fabrica, incluso aunque quieras hacerte tú todo en casa. Si me quiero hacer un jersey de lana, tengo que comprar lana, porque ya es mucho pedir que también la tenga yo. Siempre voy a necesitar algo que yo no sepa fabricar. La compra está ahí, presente. Es parte de la historia de la humanidad. No la hemos inventado ayer. Lo que sí creo que es contemporáneo es el exceso de producción y de consumo, pero el consumo en sí va con nosotros, con el ser humano.

«Ir a una calle de tiendas o a un supermercado resulta como una especie de refugio»

Hace unos años fui a Birmingham y en la oficina de turismo que dijeron que el must entre las cosas para ver era un centro comercial. Si vas a París o Londres te mandan a la zona de las tiendas. ¿Por qué nos fascina aún la calle comercial?

Lo pensé como una pequeña epifanía cuando estaba escribiendo el libro. Estuve en una calle comercial en Zúrich. Me decía «¿qué pasa en esta calle? ¿Por qué es mejor que otras o por qué la recomiendan?». Obviamente, para que compres, pero llegué a estar hasta un domingo cuando estaba todo cerrado. Por una inercia de siglos o porque viene en las guías, la gente paseaba por allí para dejarse ver. Me sentía parte de la ciudad. Me sentía un poco como en una película haciendo de extra, pero de extra importante. Como quienes hacen de centuria romana en una película de romanos. También ir a una calle de tiendas o a un supermercado resulta como una especie de refugio, porque son experiencias que todos hemos experimentado; me siento entrando en un lugar familiar. Las tiendas también han tenido eso de refugio.

Además, es casi quizás como un lenguaje universal. Como en ese viaje a Polonia cuando eras adolescente en el que acabasteis preguntando al guía: «¿No hay como un Corte Inglés en el que comprar los regalos para la familia?»

Nos enseñó eso, un Corte Inglés del comunismo, muy interesante también. En el fondo, en las tiendas o el centro comercial se manejan unas dosis de libertad bastante grandes. En otros sitios tú no puedes entrar. Tú no puedes entrar en un ministerio porque está fresco y te quedas un rato, aunque se supone que es un lugar del Estado. En las tiendas sí te dejan entrar. Nadie te va a poner pegas porque para consumir no ponen pegas nunca. Encontrar un lugar donde permanecer sin pagar nada en la ciudad no es tan fácil. Sorprendentemente, una tienda lo es.

Hablabas antes de los supermercados. ¿Son las tiendas una ventana al mundo real en el que vive la gente del lugar?

Sí. Para mí lo es claramente. Por eso me apena un poco cómo se empobrece el paisaje comercial de una ciudad con las franquicias y, cuando ya llegas a una calle, esto «me lo sé» y lo hay en todas partes. Quedan las librerías, aunque no las puedas disfrutar porque no entiendas el idioma, como un lugar autóctono y los supermercados, porque ahí ves de verdad lo que comen.

«Me apena un poco cómo se empobrece el paisaje comercial de una ciudad con las franquicias»

Un poco en ese sentido, hablas en el libro de tus experiencias en tiendas del bloque del este.

Fui justo antes de que cayera el Muro a Polonia. Era adolescente y España ya estaba en la Unión Europea. De repente, ahí me coloqué como «uy, vivo en un país más rico que este», cosa que me sorprendió. La manera de comprar en las tiendas era ya no más lujosa, sino que todo estaba en mejor estado. Los envases allí eran como de papel de estraza y tenían una fotocopia del producto que vendía, una cosa que me resultaba muy ajena. Luego fui a Moscú, en 2015, a unos grandes almacenes que en su día fueron soviéticos, pero ya eran muy convencionales. Salvo que tenían un restaurante que imitaba un comedor soviético. Es una cosa muy perversa que hacemos ahora, imitar situaciones en las que no querríamos vivir, pero digamos que recordándolo con nostalgia porque resulta como «simpático».

Y para cerrar, ¿cuáles serían las tiendas que conservarías en una cápsula del tiempo?

Alguna librería atendida por libreros que te conocen y tú a ellos, eso seguro. También pondría las pescaderías, porque siento que es algo que en algún momento será un lujo y no nos damos cuenta, donde una persona experta te atiende personalmente y te prepara el pescado como tú quieres, te lo envuelve y habla contigo. Es una atención de primer nivel. De hecho, recuerdo una vez en Inglaterra que había una pescadería tradicional, como las que conocemos aquí, y había unos niños de un colegio que los habían llevado para que vieran lo que era eso. Me dio miedo.

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