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Luis Antonio de Villena

«A quien es viejo se le va excluyendo»

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©Luis Antonio de Villena
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09
julio
2025

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©Luis Antonio de Villena

Dos nuevos títulos constatan la fuerza literaria del poeta y escritor Luis Antonio de Villena (Madrid, 1951). A principios de año, los poemas de ‘Miserable vejez’ (Visor), y más recientemente, la semblanza ‘Aubrey Beardsley. Decadente y maldito’ (Fórcola). Conversamos con el poeta para exponer las características de sus últimas obras y la relación que tienen con los candentes temas de actualidad, ya que, al igual que los buenos libros, siempre aportan sus mitades de conmoción y de sabiduría.


¿Por qué cree que despierta pudor, en la faceta política y social, el debate sobre el papel y el derecho al envejecimiento digno o la falta del mismo?

La sociedad, si uno se fija a nivel teórico, a nivel general, lo lleva muy bien. Lo lleva, incluso, estupendamente bien. Decreta que los viejos son maravillosos, que así viven; llegan a decir, alucinantemente, poco menos que están «en la mejor edad de su vida», algo que es del todo respetable, por supuesto, ya que son cuidados y mimados, pero, en fin, no deja de ser el discurso oficial, exagerada y apabullantemente buenista. Lo que sucede es que no es real. Y no lo es porque toda esa gente venerable luego es llevada a las residencias, es metida en el Imserso, están hartos de decir que les duele una cosa, otro día les duele otra…

¿Qué opinión tiene del edadismo en la sociedad actual?

Volvemos a lo mismo. Esa persona vieja, en teoría, tan puramente fantástica, a la hora de la verdad no lo es porque no se le admite en determinados ámbitos: no puede trabajar, es apartado, se piensa que tiene la cabeza tonta y ya no sirve, se piensa que debería estar, como se decía antes, «con la sopita y el buen vino»… A quien es viejo se le va excluyendo. Eso sí, de facto lo van excluyendo; de nomine, todo son bondades.

«Hay temas que uno, de joven, no puede tratar»

En la poesía, como le ocurre a muchos novelistas, ¿pueden darse las mejores creaciones cuando se cuenta con una edad avanzada? ¿O es, en cambio, una expresión de juventud sempiterna?

No tiene ninguna norma. En el arte, no únicamente en la poesía, puedes referirte a la novela, a la pintura, etcétera, hay gente que hace sus mejores obras de joven. ¿Por qué? No se sabe. Antes se hubiera dicho que debido al don de la musa. Otros las hacen de viejo, claro, no es algo infrecuente. Los ejemplos típicos podrían ser Cervantes o Goethe con sus respectivos segunda parte de El Quijote y Fausto, que son sus grandes obras de vejez. En el caso contrario está Rimbaud, pero porque no escribió más pasados sus veinte años. Refiriéndome a este libro, a Miserable vejez, que no sé si es mejor o peor, he oído críticas que dicen que es uno de mis mejores libros si se hace la comparativa con otro, juvenil, que es Hymnica, de 1979. Se contraponen, porque Hymnica es una exaltación de la juventud frente a Miserable vejez, aunque dentro de este abunde bastante ese mismo elogio. Igualmente, hay temas que uno, de joven, no puede tratar. Se podría hablar a una edad como la suya de la vejez, pero sería un ensayo, sería solo posible desde la teoría, porque la experiencia de la vejez es nula todavía. En poesía, sobre la vejez, no conozco muchos libros. De ensayo sí: está el famoso La Vieillesse, de Simone de Beauvoir, pero en poesía no. Diría que existe un pudor que impide abordarla. Un buen amigo mío, que es poeta, pero que no le gusta nada que se trate todo eso de las medicinas, el malestar, le da como yuyu, me había dicho que le había gustado mucho pero que algún poema, como el titulado Hospital, no lo había querido leer. En la escritura, yo siempre he intentado reflejar lo que veía, con una suerte de inocencia, quizás, sin rebusques ni queriendo epatar. Si hablo de la vejez, sé que se mide por el dolor, por la incomodidad, por las múltiples dolencias. Temas que la mayoría de la gente evita y trata de encarrilarlos hacia el discurso oficial. En el fondo, lo que ves es la lucha de los individuos contrariados por ese discurso y lo que les ocurre verdaderamente. Savater decía que una cosa es la vida y otra es la vida humana. En el libro, intento hacer una defensa interior sobre la vida humana, la que sí tiene encanto.

¿La brevedad en Miserable vejez se debe a una exigencia estilística? ¿Quería buscar ese choque con el lector?

La longitud de los poemas surgió de manera natural. Es verdad que cuando los corregía tendí a acortarlos más que en ocasiones anteriores. No ha dado mal resultado. La brevedad también se ha debido a no querer repetirme, a pesar de que las variantes en poesía son un tema, pero no he querido extremar, que si no, se corre el riesgo de aburrir.

«Siendo viejo, tienes que buscar una ciudad en la que ciertas comodidades estén cubiertas»

Hay tres poemas hacia el final del libro que componen un tríptico del Chamartín que usted conoció en la infancia. ¿La ciudad se vuelve hostil para quienes deciden envejecer en ella?

Viví de niño allí. Mis padres eran devotos del Real Madrid, y no habiendo sido yo nunca un interesado del fútbol, ni lo soy, un día escuché en el himno, uno que no es el que canta Plácido Domingo, aquello de «mi viejo Chamartín», refiriéndose al nombre primitivo del estadio Bernabéu. Lo he tenido cerca durante toda mi juventud. Era un estadio que nada tenía que ver con el actual. Parecía más un circo romano. En la esquina había una piscina para socios, pequeña, muy bonita, con un león junto al escudo del Madrid de donde salía el agua. Iba muchísimo entre semana… ¿Las ciudades están peor? Sí, para mi gusto, ahora, preferiría vivir en una ciudad más pequeña. No tengo una fascinación especial por Madrid a pesar de tener mucha raíz familiar. El problema está en que, siendo viejo, tienes que buscar una ciudad en la que ciertas comodidades estén cubiertas. Hace años sopesé mudarme a Huelva, a Punta Umbría. Busqué casa, incluso. Pero la idea se deshizo porque, entre otras cosas, mi sociedad médica, el punto más cercano donde podían atenderme, estaba en Málaga. Cuando se es joven, no entra en los planes el ponerse enfermo. No piensas que vaya a pasarte nada grave. Aparte, por cuestiones de mudanzas, elegiría también el tener una casa en una de esas ciudades que llaman «de la España vaciada», dejando parte de mis cosas en Madrid. No me disgusta, pero debido al hecho de que ahora llevo una vida más moderada. Si hace veinte años me hubieran preguntado si me quería ir de Madrid, hubiese dicho que no. Tenía una vida nocturna fabulosa.

«[En la vejez], hay gente que da por clausurada la vida sexual»

La pasión y la pulsión sexual, cuando uno llega a viejo, ¿aminoran o persisten?

Las dos. Depende mucho de cada uno. Hay gente que da por clausurada la vida sexual. Como si dijeran, bueno, esto ya se pasó. En los hombres va muy ligado a los problemas de próstata, que lo tienen el 80% de la población masculina llegada a una edad. Y mucha gente cree que un hombre sin próstata deja de tener vida sexual. En mi caso, que me operé de ella hace unos años, fue por una operación benigna. Mi médico me contó que todo eso es una leyenda, que la vida sexual no desaparece. Cambia, sí, porque la ausencia de próstata provoca la eyaculación inversa, no hay salida de nada, y esto hizo que el médico, muy trágicamente, me dijera que no iba a poder tener hijos. ¡Qué drama en mi caso!

Complementando a este libro de poemas, la semblanza de Aubrey Beardsley supone todo lo contrario: rapidez, gozo, arrebato, muerte. ¿Cuándo descubrió su figura e ilustraciones?

Es un libro que no tiene nada nuevo, en realidad, porque originalmente salió como prólogo en el año 1983. Me lo pidió mi amiga Esther Tusquets para Lumen. Quiso publicar en un tomo muy lujoso, en tapa dura, la obra gráfica de Beardsley. Como me gustaba el tema, me empleé y lo hice extenso. Creo que quedó bien, pero bueno, ahí lo dejé. El editor de Fórcola, no sé cómo, topó con un ejemplar, lo leyó y decidió que se podía publicar como un tomito independiente, añadiendo una amplia selección de los dibujos de Beardsley. Me vino como regalado. No toqué nada del texto, lo releí y me pareció que estaba correcto, con el estilo de ese momento. Él sí añadió una modificación, y me gusta decirlo porque fue una metedura de pata, porque fue solo en una palabra, pero cuando se lo dije se murió de vergüenza. Se ve que en un momento vio la frase en francés «J’ai baisé ta bouche, Iokanaan», y en aquella época, baiser todavía significaba «besar» y no el actual «follar». Le dije que no había leído la obra de Wilde [refiriéndose a Salomé], lo avergoncé todo lo que pude porque era una falta garrafal. Un chafarrinón que, naturalmente cuando se lo indiqué me contestó que perdón, que en la próxima edición se corregiría, y yo que muy bien, pero que tenía que tener en cuenta que aquello había sido brutal. Cambiar «besar» por «follar»… Y, a ver, ¿cómo va a follarle la boca? ¿Con un palo? Es una sola palabra, pero mira tú por dónde, el editor fue a hacerse el chulito y le salió al primer palomino, zurraspa, y lo puedes poner así, que es un dicho clásico. Pero bueno, ya se excusó. Me preguntabas de mi conocimiento sobre Aubrey Beardsley, y esto viene de antiguo, le diría, porque he trabajado mucho la obra de Oscar Wilde. Las ilustraciones que hizo para su Salomé no le complacieron, entre otras cosas porque eran más modernas, no eran exactamente del estilo-gusto de Wilde, que hubiera preferido algo más barroco, y también porque su relación era un odi et amo permanente. No todo el mundo lo sabe, pero eso se traduce en que en varias ilustraciones de la luna para obras de Wilde, el rostro que se caricaturiza en ella es el suyo. Además, el albacea de Wilde, Robert Baldwin Ross, hizo un libro sobre Beardsley, y eso siempre me gustó, me gusta todavía, aunque me inclino más por Wilde. Como relato en el libro, las primeras obras de Beardsley son de tipo prerrafaelita, con su mundo del ciclo artúrico, y son menos originales. A medida que avanzó se fue transformando y su elegancia se hizo distintiva y más distinguida.

«La literatura debe consolarnos, protegernos, llevarnos a un mundo distinto, como ambulancias medicalizadas»

¿Se puede mantener la racionalidad cuando los tiempos parecen volverse dementes? La literatura, la poesía, ¿deben protegernos o explicarnos lo que sucede a nuestro alrededor?

Está cada vez más difícil. Deben consolarnos, protegernos, llevarnos a un mundo distinto, como ambulancias medicalizadas, en todos los sentidos, para sobrellevar un mundo que es espantoso. He vivido mucho y, de lo que tengo conciencia, esta época me parece de lo peor. En todo. Estamos gobernados por locos. Tristemente, se hace verdad un dicho que está en la Gramática de la lengua castellana de Antonio de Nebrija, de 1492, que es pura actualidad: «Los sandios hacen los banquetes a los sabios». O sea, los tontos dan de comer a los listos. Los tontos gobiernan. Es un viejísimo tema, pero ahora ya ha alcanzado el nivel de disparate. Gustavo Petro, el presidente de Colombia, con sus discursos ininteligibles. Donald Trump, una bestia salvaje, haciendo de Estados Unidos un país de escoria. Aquí, Yolanda Díaz, cuyo discurso no se entiende porque no sabe sintaxis, equivoca las concordancias, hablando muy mal el español. Pedro Sánchez y su egomanía llevada a la enfermedad. Benjamín Netanyahu, un criminal. Vladimir Putin, un dictador camuflado. Nicolás Maduro, un dictador sin camuflar. Al final, esa Europa que la mula de Trump desdeña, es el sitio que menos mal queda. Europa es un refugio pese a los detalles. Aunque si se hace el recorrido, no dejas títere con cabeza.

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