Cultura

«El sexo en la tercera edad es un tema tabú»

¿QUIERES COLABORAR CON ETHIC?

Si quieres apoyar el periodismo de calidad y comprometido puedes hacerte socio de Ethic y recibir en tu casa los 4 números en papel que editamos al año a partir de una cuota mínima de 30 euros, (IVA y gastos de envío a ESPAÑA incluidos).

COLABORA
16
noviembre
2022

Decía el cineasta Ingmar Bergman que envejecer es como escalar una gran montaña: mientras se sube la cuesta, las fuerzas disminuyen, pero la mirada se vuelve más libre, amplia y serena. Eso mismo piensa el escritor Rafael Reig (Cangas de Onís, 1963), cuya perspectiva despliega en su última novela, ‘El río de cenizas’ (Tusquets). El autor asturiano cuenta en esta obra los días finales de un hombre que, viviendo en una residencia de ancianos, decide hacer un último balance sobre su vida para ajustar cuentas con el pasado. Entre el humor y la tristeza y el dolor y la alegría, Reig dibuja el perfil tembloroso de la tercera edad. Hablamos de su obra en Cercedilla, donde lleva años afincado.


‘El río de cenizas’ es una novela sobre la vejez y la soledad. ¿De dónde sale la génesis de la historia? 

Tenía en mente escribir otra novela, pero el caos de la pandemia cambió mis planes. Sentía que no podía escribir como si no hubiera pasado nada, aunque tampoco quería publicar un testimonio dramático. Me gusta la idea de morir con dignidad, especialmente al reconciliarte con el pasado y despedirte como es debido. Me pregunto a menudo cómo estaré dentro de 15 años, así que esta novela ha sido un intento de reflejar mi propio futuro, de contestar a la pregunta de cómo me gustaría morir. La vejez es una oportunidad de vivir como quieras, liberado de muchas ataduras. Cuando yo sea viejo, espero vivir incluso más libre que ahora.

«Jamás volvería a mi veintena: tenía muchas más inseguridades que ahora»

¿Diría que la edad es, sobre todo, mental?

Como tantas otras cosas en la vida. Hoy en día hay un culto a la juventud que no comparto, como si por el simple hecho de ser joven la vida fuera mejor. Jamás volvería a mi veintena: tenía muchas más inseguridades que ahora. Una de las mejores cosas de hacerse mayor es darse cuenta de lo que de verdad importa y no perder tiempo en tonterías. Yo siempre he sido el gordo del grupo –estaba muy acomplejado por ello– y ahora me pregunto cómo es posible que le diera tanta importancia al físico. Ahora me preocupan más otros temas, como la muerte, por ejemplo. 

La muerte es algo central en su obra. ¿Cree que es un tema tabú en la sociedad?

Vivimos de espaldas a la muerte. No se nos educa para entenderla o aceptarla. Cuanto más mayor me hago, más me interesa, sobre todo el camino que lleva a ella y pasa por la vejez. En la tercera edad hay muchísimos temas tabú, como el sexo. La hija de mi mujer trabajó en una residencia de ancianos y me contaba que las relaciones sexuales y la necesidad afectiva en la tercera edad es algo de lo que no se habla nunca, si bien está tan presente como en los jóvenes. Hemos construido un relato social donde parece que los viejecitos solo necesitan jugar al mus por las tardes y jugar al bingo porque nos da vergüenza hablar de la realidad. Por eso me gusta escribir del tema, porque no lo evito. 

Sin embargo, usted afirma que la literatura es el arte de la elipsis. ¿Qué relación tiene con ella?

Con la escritura sucede como con la pareja, hay que saber qué cosas omitir. En la vida hay que saber cuándo hablar y cuándo callarse. Lo peor que me puede decir alguien es que me va a ser completamente sincero. Prefiero la educación a la sinceridad. La literatura es una compañera que me ha dado muchísimas horas de felicidad y quebraderos de cabeza; es mi relación de amor más duradera. Yo me siento escritor cuando estoy cada mañana sentado en la mesa escribiendo, luchando con la página en blanco, no cuando me dan un premio o cuando me entrevistan; ahí me siento como un impostor. Me encantaría que la literatura fuera mi amante, pero sobre todo es una novia complicada con la que convivo a diario.

Habla mucho del amor en sus novelas. ¿Diría que es un tema que le obsesiona? 

Completamente. Lo que todos buscamos es que nos quieran sin que lo merezcamos. Lo que de verdad ansiamos es que nos quieran a pesar de nuestros defectos. Yo creo mucho en el amor incondicional, pienso que eso da sentido a una vida. Supongo que si escribo tanto de amor es porque desde muy joven quise que alguien me acompañara, que me perdonara todo. A mi mujer le suelo decir, bromeando, que me he casado con ella para poder discutir con alguien. Ese es el secreto para aguantar mucho tiempo con alguien: hay que discutir mucho. Esas parejas que nunca levantan la voz me parecen sospechosas, como las que no se ríen juntas. 

«Todos buscamos que nos quieran sin que lo merezcamos, que nos quieran a pesar de nuestros defectos»

Antes afirmó que no es nostálgico, pero en su obra hay una clara voluntad por retroceder al pasado, incluso revisitando los amores que fracasaron.

Sí, pero no es por nostalgia: el personaje de mi última novela busca ajustar las cuentas con el pasado porque no se puede vivir en paz si tienes conflictos pendientes. A mí me ocurre igual en mi vida personal, necesito recordar el pasado, pero no busco habitar en él. Cuando publiqué Amor intempestivo, tres exnovias me escribieron enfadadas porque las mencionaba en el libro. Bueno, son gajes del oficio. No creo que se puedan recuperar los amores del pasado, y si alguna vez lo intentamos es en un intento absurdo de recuperarnos a nosotros mismos en una época que ya no existe. A veces no anhelamos a la persona, sino al recuerdo de lo que éramos con ella. 

También plantea la importancia del compromiso y la redención. ¿Pretendía hacer un elogio de esos temas? 

Sí, porque creo en el amor para siempre. Ahora está muy de moda el amor líquido de Bauman, pero yo entiendo el amor como un compromiso y una renuncia, y así lo evidencio en mis novelas. El compromiso es permitirle a quien quieres que te reclame cosas, es la voluntad y la tenacidad de estar con alguien contra viento y marea, incluso a veces contra uno mismo. No hay aventura más difícil, pero tampoco más valiosa, que la de construir un proyecto vital con otro y cuidarle como compañero de vida. Mi amigo Luis [Landero] dice que el amor es un tormento de la imaginación, y tiene razón, porque al final querer significa construir al otro y dejar que te construyan. No me refiero solo a relaciones de pareja, sino también familiares. 

Llama la atención que, en las relaciones familiares que pueblan su novela, haya muchos silencios y cosas que no se dicen. ¿Son los secretos un elemento narrativo a la hora de hablar de la familia?  

Todas las familias se basan en algún secreto y en la protección de este. De hecho, muchas veces la familia se refuerza intentando proteger o contener informaciones que nadie quiere sacar a la luz. Hay asuntos familiares que son como el elefante rosa en la habitación: todo el mundo lo ve, pero nadie lo señala; simplemente se convive con ello. Por ejemplo, mi madre bebía demasiado, pero nadie decía nada: nos unimos en torno a la protección de ese secreto a voces. Eso es muy provechoso como material literario, pero también humanamente. Me parece impresionante cómo las personas podemos unirnos y crear nuestra propia historia por conveniencia (e incluso cómo se estructuran muchas relaciones en torno a esos silencios, cómo se llega a crear una comunidad basada en ello). 

¿Cree, como hacía Flaubert, que cualquier cosa puede resultar interesante si se la mira con la suficiente atención? 

Sí, por eso me parece más importante la forma en la que se escribe de un tema que el propio tema en sí. Si pones un poco de atención, incluso la gente aparentemente aburrida puede enseñarte muchas cosas. El problema es que nos falta tiempo libre para observar y disfrutar de lo que tenemos delante de los ojos. La mayoría de la gente vive por inercia. Saber mirar y esforzarse por transmitirlo al lector exige un trabajo que no todo el mundo está dispuesto a hacer. A mí esos discursos de los escritores tocados por las musas me parecen ridículos: la inspiración tiene que encontrarte trabajando. Escribir es complicado precisamente porque requiere mucho esfuerzo y, sobre todo, mucha soledad. 

«Nos falta tiempo libre para observar y disfrutar de lo que tenemos delante de los ojos. La mayoría de la gente vive por inercia»

Últimamente proliferan las escuelas de escritura. ¿Considera que se puede enseñar a escribir?

Creo en el talento y en la suerte, pero no en imposibles. También creo que la lectura es la base de todo. Me resulta inconcebible que se quiera publicar antes de haber leído mucho. Para mí, escribir es la mejor forma de pensar, y me parece perfecto que se dé la oportunidad de desarrollar eso en academias, pero para desarrollar una gran novela se necesita algo que no se puede enseñar. Hay cosas que se tienen o no se tienen, y el don para la escritura es uno de ellos. 

¿Cree que las redes están mediocrizando el panorama cultural? 

Me preocupa que se esté perdiendo la capacidad de pasar la tarde leyendo un libro sin coger el móvil. Cuando viajo en el transporte público, veo a todo el mundo pegado al teléfono, como si no existiera otra cosa. Los que aprovechamos para leer somos poquísimos. Me da la impresión de que nos estamos volviendo adictos a los likes y las redes; creo que cada vez perdemos más tiempo con cosas superficiales. 

Mencionaba antes la sátira como herramienta narrativa, y en su obra mezcla a menudo el drama y la comedia. ¿Es el humor una clave de su literatura?

Sí, desde siempre. El humor es una protección ante las agresiones, me parece la mejor defensa. Cuando me puedo reír de algo, ya no le tengo miedo, y eso me permite vivir más feliz. Siempre he defendido que hay dos cosas de las que debe disponer un buen novelista: el humor y la compasión. Cuando era profesor en el instituto, se lo explicaba así a mis estudiantes: si me caigo de esta silla, os reiréis, pero si me veis sangrando, sentiréis compasión porque os pondréis en la piel del otro. La escritura tiene que ver con eso: con hacer reír al lector, pero también con intentar que se ponga en la piel del personaje. Si leemos es justamente para habitar otros cuerpos, para vivir otras vidas. Yo nunca he sido pregonero en Toledo, pero he leído El lazarillo de Tormes y lo he sentido igual. El equilibrio entre el drama y la comedia es la clave de una buena novela, y creo que también de una buena vida.

ARTÍCULOS RELACIONADOS

COMENTARIOS

SUSCRÍBETE A NUESTRA NEWSLETTER

Suscríbete a nuestro boletín semanal y recibe en tu email nuestras novedades, noticias y entrevistas

SUSCRIBIRME