TENDENCIAS
Advertisement
Sociedad

Lucila Rodríguez-Alarcón

«La sobresaturación de negatividad nos genera una sensación de excepción constante»

Fotografía

Ewa Wołkanowska-Kołodziej
¿QUIERES COLABORAR CON ETHIC?

Si quieres apoyar el periodismo de calidad y comprometido puedes hacerte socio de Ethic y recibir en tu casa los 4 números en papel que editamos al año a partir de una cuota mínima de 30 euros, (IVA y gastos de envío a ESPAÑA incluidos).

COLABORA
05
noviembre
2025

Fotografía

Ewa Wołkanowska-Kołodziej

En tiempos de polarización, crispación y desconfianza, hablar de amor suena casi provocador. Pero para Lucila Rodríguez-Alarcón, autora del ensayo ‘Activistas del amor’ y fundadora de la Fundación Por Causa, esta palabra no pertenece solo al terreno de lo íntimo. Es también una herramienta política, una fuerza transformadora capaz de reparar los lazos sociales desgastados y abrir una vía distinta frente a la cultura del odio y la división. Durante más de una década, Rodríguez-Alarcón ha investigado las narrativas sociales que condicionan nuestra forma de mirar el mundo. Desde esa experiencia, ha llegado a una conclusión tan sencilla como revolucionaria: sin amor —sin cuidado mutuo, sin empatía activa, sin construcción colectiva— no hay futuro posible. Con ‘Activistas del amor’, propone un cambio de paradigma: sacar la palabra «amor» del ámbito privado y devolverla al espacio público.


¿Cómo nace Activistas del amor? ¿En qué momento surge la idea de escribirlo?

El libro es, en realidad, una investigación que comenzó hace más de diez años, cuando fundamos Por Causa. En 2012, el panorama mediático estaba cambiando a un ritmo vertiginoso: irrumpieron las plataformas, los smartphones, la sobreinformación… El cambio es tan brutal que los medios de comunicación tradicionales no sabían muy bien cómo reaccionar. En ese contexto, nosotros nos preguntamos cómo conseguir que los contenidos sociales tuvieran un lugar relevante en el consumo mediático. Al principio pensamos que bastaba con empaquetarlos mejor, pero pronto nos dimos cuenta de que no era una cuestión de diseño, sino de comprensión. Pero no, no estábamos interpretando lo que la gente sentía, y por tanto no lográbamos conectar emocionalmente con ella.

Desde entonces, llevamos una década tratando de entender qué nos pasa como sociedad, cómo nos sentimos y cómo eso condiciona nuestra capacidad de implicarnos en causas sociales. Activistas del amor es el resultado de todo ese proceso, un ensayo que recopila las conclusiones y los aprendizajes de estos años, bueno, de toda mi vida en realidad.

«Lo que ha cambiado no es tanto el mundo, sino nuestra forma de percibirlo»

Vivimos tiempos convulsos, llenos de noticias negativas, crisis, incertidumbre. Da la sensación de que el mundo se ha vuelto un lugar excepcionalmente hostil. ¿Compartes esa idea?

Creo que lo que ha cambiado no es tanto el mundo, sino nuestra forma de percibirlo. Cosas tremendas han ocurrido siempre. Pero desde que el mundo se hizo global, vivimos hiperconectados, recibimos constantemente información sobre tragedias y conflictos de sitios muy alejados. Y además, los medios priorizan lo horrible: la última hora suele ser un asesinato, una guerra o una catástrofe, no el nacimiento de un niño en un hospital reconstruido. Esa sobresaturación de negatividad nos genera una sensación de excepción constante, como si estuviéramos en estado de alarma permanente. Pero es que eso no es verdad, tragedias ha habido siempre. Y eso nos machaca emocionalmente. Nos deja sin esperanza.

En ese contexto de polarización, reivindicas el amor.

Todos. La Fundación Por Causa, Ethic también… Todos venimos del mismo germen, de ese momento en que hubo una crisis económica brutal y de repente nos damos cuenta de que o colaboramos o no sobrevivimos. El amor siempre se me ha ocurrido, pero la reivindicación me vino cuando empiezo a encontrar tantas resistencias a esa palabra en entornos profesionales. Había compañeros que creían en mí, que confiaban en mí, y que me decían: «Hasta aquí te he seguido, pero con la palabra amor no cuentes conmigo». Y yo me preguntaba: ¿por qué? ¿Qué nos pasa como sociedad para que hablar de amor genere rechazo, mientras que hablar de odio parece perfectamente legítimo? Entonces decidí que había que hacer de esto una bandera, porque si nos quitan esta palabra nos quitan la capacidad de poder trabajar con este concepto de forma constructiva.

«El amor no puede quedar reducido a lo sentimental, ni a la pareja ni a la familia»

Quizás lo disruptivo es sacarlo del ámbito privado y convertirlo en una herramienta social.

Exacto. El amor no puede quedar reducido a lo sentimental, ni a la pareja ni a la familia. Es una capacidad neurológica que todos tenemos, un estímulo que nos genera bienestar. Pero el sistema ha relegado estas herramientas al terreno de lo banal, al entretenimiento o al espacio doméstico, cuando en realidad son esenciales para el equilibrio social. Y eso no es casual. El ámbito privado tiene un punto de banalidad. Un sistema basado en el control de masas no puede permitirse que el amor —con su potencial transformador y colaborativo— se convierta en un principio organizador.

«Un sistema basado en el control de masas no puede permitirse que el amor se convierta en un principio organizador»

¿Cómo defines tú el «activismo del amor»?

Para mí, el amor es el entender que el bien común es la base del bien individual. Y no al revés. El origen de cualquier bien individual se genera en el bien común. Activismo del amor es no olvidar nunca esto. Porque el sistema te empuja constantemente a separarte, a competir, a encerrarte en ti mismo y a estar solo. Pero si logras mantenerte fiel a esa idea —que tu bienestar pasa por el bienestar de los demás—, aunque el camino sea más difícil, acabas encontrando una paz interior muy profunda. Es un activismo exigente, porque va a contracorriente, pero también muy reparador.

También hay una reivindicación de género en tu discurso. Históricamente, el amor se ha asociado a lo femenino.

Bell Hooks explica que durante siglos, los únicos que hablaron del amor fueron hombres, pero siempre desde su posición de poder. A las mujeres se nos asoció el amor con la sumisión, no con la acción política. El sistema ha construido jerarquías piramidales también a través de las emociones. Ha hecho de la colaboración una debilidad y del control una virtud. Ahora mismo están coexistiendo muchas fuerzas y por eso también el sistema ahora mismo está tan tensionado, porque la sensación de que las cosas no están bien es generalizada. Y empieza a haber como un valor para ir afrontándolas. No se sabe muy bien por dónde ir, pero sí que hay como intuiciones. Yo espero que el libro ayude a mucha gente que tiene esas intuiciones a encontrar el camino, que seguro que lo tienen ahí, en la punta de los dedos o en el límite de su pensamiento.

La sociedad, sobre todo la gente joven y yo creo que también los millennials, están pidiendo ruptura y de verdad que el amor es rupturista. En el sentido más literal. El amor rompe con la lógica del individualismo, del miedo. Lo decía el otro día en una conversación con una ministra: no uses «empatía», usa «amor». La empatía suena meliflua; el amor es una palabra grande, poderosa, valiente.

Has analizado mucho a las generaciones jóvenes. ¿Cómo ves su relación con todo esto?

Creo que las nuevas generaciones son más conscientes de lo que pensamos. Las mujeres millennials, por ejemplo, son la generación del Me Too, y eso ha creado un sentido de comunidad muy fuerte. En los hombres, sin embargo, veo más desorientación: buscan espacios de pertenencia y a menudo los encuentran en discursos basados en el odio, porque el odio también une. Es una forma de compañía, pero destructiva. Muchos jóvenes se sienten solos, y lo reflejan los datos de salud mental. Saben que necesitan vínculos, pero no siempre identifican que la respuesta está en el amor, en el cuidado mutuo.

Seguimos haciendo esa división entre hombres y mujeres.

Es lo que promueve la estructura social. A la mujer no le penaliza el tener sentimientos, pero también se le ha permitido el ser más sensible y tener más relaciones. De hecho, yo creo que el futuro es femenino. Creo que los grandes liderazgos que nos pueden sacar de aquí son principalmente mujeres.

Cuéntanos algún ejemplo que a ti te haya marcado especialmente, que te haya inspirado, de activismo del amor.

El más importante para mí es cómo ganó Manuela Carmena en las elecciones en un entorno muy polarizado; ella no solo llevó un discurso constructivo, sino que expresó sus sentimientos: compasión, cariño… Hay más políticos que tienen el amor en sus discursos: Jacinda Ardern, la que fue primera ministra de Nueva Zelanda; José Mújica; Zohran Mamdani, candidato a la alcaldía de Nueva York: Claudia Sheinbaum, la presidenta de México…

Todos ellos tienen un discurso distinto, de sentimientos, de cuidar a las personas. Ahora mismo tenemos claros ejemplos en el mundo de que no interesa para nada el odio. Que interesa más un sistema, un estado, un modelo en el cual las personas estén bien.

¿Qué esperas que se lleven los lectores de tu libro?

Sobre todo, esperanza. Este libro es un grito de esperanza. Me emociona cuando me escriben lectores de distintas edades, profesiones y contextos diciéndome que se han reconocido en sus páginas. Una bibliotecaria me dijo hace poco algo que me tocó profundamente: que Activistas del amor es como el Indignaos de Stéphane Hessel, pero adaptado a nuestro tiempo. Ojalá sea así. Ojalá despierte la ilusión y la pasión necesarias para reconstruir, poco a poco, un modelo más humano y solidario. Los cambios no tienen por qué ser rupturistas en el sentido destructivo. Podemos transformar desde dentro, con amor, sin romper, sin arrasar, pero avanzando.

ARTÍCULOS RELACIONADOS

COMENTARIOS

SUSCRÍBETE A NUESTRA NEWSLETTER

Suscríbete a nuestro boletín semanal y recibe en tu email nuestras novedades, noticias y entrevistas

SUSCRIBIRME