«Una relación amorosa o de amistad no puede verse en términos de rentabilidad»
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En ‘Mapa de soledades’ (Seix Barral), el escritor Juan Gómez Bárcena ha recopilado diferentes experiencias solitarias para acercarse a la soledad. Un libro en el que se dan cita personas y personajes que van desde Pedro Serrano, quien inspiró la figura de Robinson Crusoe, hasta María Antonieta, Miley Cyrus, Adolf Hitler o una ballena. Con estos ejemplos, el autor intenta entender la que es considerada la gran epidemia del siglo XXI.
Después de tanto tiempo leyendo, escribiendo y estudiando la soledad, ¿podrías describirla?
Lo primero que tengo que decir es que hay muchas soledades, por lo que hay que hacer muchas distinciones. Creo que hay mucha diferencia entre la elegida y la no elegida. Y dentro de la elegida, a veces se hace libremente y otras no, porque existe una amenaza en el entorno. También hay diferencias de si esa soledad es objetiva o no, es decir, si la persona está separada incluso físicamente de los demás o si solo es una percepción del individuo. Me es muy difícil poder definirla porque hay muchísimas formas de interpretarlas y vivirlas.
La soledad, un término que no tenemos que confundir con solitud.
Según esta distinción, llamaríamos soledad a la experiencia que se fundamenta en un punto negativo. La experiencia de sentirse solo y desasistido de los otros. Y por otro lado, la solitud sería esa experiencia de estar solos, pero no visto de una forma negativa. Usaríamos el término solitud para referirnos a experiencias de cierta plenitud en soledad. Como el alpinista que se va al campo porque se siente bien separado de los demás o la buscada por los artistas.
«Usamos el término solitud para referirnos a experiencias de cierta plenitud en soledad»
Respecto a la que hace referencia a la carencia, dices en el libro que es considerada la gran epidemia del XXI. ¿Cómo se ha llegado a este punto en un mundo tan interconectado?
Creo que es una paradoja que cuando uno la analiza no es tal. El exceso de conexión puede alejarnos de las personas que tenemos cerca. Cuando uno tiene la capacidad de relacionarse con cualquier persona en cualquier lugar del mundo se crea una compulsión comunicativa con el resto y a la vez se nos reclama cada vez más. Eso hace que estemos más lejos, que pensemos en el ausente y nos distanciemos de los que están cerca. Que perdamos calidad comunicativa con ellos. La cuestión es esto último: no sé hasta qué punto hay más comunicación; en cierto modo hay menos. Estar bien comunicado no significa tener más interacciones, sino tenerlas mejores.
¿Cuánto tienen que ver el anonimato y las ciudades en que la sensación de soledad se haya multiplicado?
Mucho. Ante ciudades más grandes y más masificadas, nos encontramos en entornos en los que es más habitual que vivamos en barrios donde nadie nos conoce, que las interacciones sean cada vez más rápidas, que estemos más ocupados, etc. También las formas de trabajo virtuales, que pueden ser positivas en unos casos, pero no favorecen las relaciones laborales. Se da la paradoja de sentirnos solos pero estamos más rodeados que nunca. Pero sí que creo que para mí es pensable un mundo con ciudades grandes en el que no haya un sentimiento de soledad tan arraigado. Ese sentimiento creo que tiene que ver con el capitalismo y el individualismo, con determinadas prácticas y creencias respecto a cuál debería ser el modelo de vida perfecto.
«Es pensable un mundo con ciudades grandes en el que no haya un sentimiento de soledad tan arraigado»
¿Cómo ha influenciado esto en el modo de entendernos a nosotros mismos hoy en día?
Cada vez se nos está proponiendo más la independencia y la autosuficiencia como modelo de vida. Una consigna que nos hace independientes a nivel económico, pero que nos niega determinada interacción y entrega a los otros. Creo que estamos en una sociedad que cada vez valora más negativamente la idea de sacrificarse por el otro, de establecer relaciones sociales que no redunden en un beneficio claro. Cada vez estamos viendo las relaciones en los parámetros de coste-beneficio, como quien invierte en un fondo monetario. Ese tipo de visión nos está llevando a una mayor soledad.
¿Y en el amor?
En el amor se está traduciendo en dinámicas parecidas. Cada vez me ocurre más que cuando hablo con personas, veo que verbalizan sus relaciones en parámetros de eficiencia. De ahí los términos de persona vitamina o tóxica. Por supuesto que sé de dónde viene esto y que una persona que nos hace daño sistemáticamente es alguien de quien debemos alejarnos. Pero tengo la sensación de que aplicando el lenguaje del coste-beneficio a las relaciones amorosas, también las estamos degradando. Muchas veces analizamos a los demás desde el lenguaje del capitalismo, de quiénes nos completan y quiénes nos merman, pero no nos damos cuenta de que ese mismo lenguaje aplicado a nosotros haría que muchísimas personas se alejaran de nosotros porque ya no les somos rentables. Una relación amorosa o de amistad no puede verse en términos de rentabilidad. Al menos en el plazo corto. Estamos debilitando esos lazos amorosos, incluso la posibilidad de sentirlos, por un lenguaje muy duro, cortoplacista y totalmente ilegítimo porque estamos aplicando cuestiones económicas a algo que es emocional.
«Aplicando el lenguaje del coste-beneficio a las relaciones amorosas, también las estamos degradando»
¿Cómo impacta la soledad sobre nuestra salud?
Hay estudios interesantes respecto a esto. Como uno que señala que vivir solo tiene tanta letalidad como fumar diez cigarrillos al día. No analiza los motivos, pero quizás una persona solitaria se cuida menos, tiene más dificultades para tener a alguien que le asista si tiene un problema, etc. Pero también es probable que haya una influencia sobre la salud mental. Esto no quiere decir que una persona con tendencia a la soledad sea una persona enferma. Pero sí es cierto que la soledad, cuando no es buscada y se cronifica, tiene un impacto en la salud mental. Un efecto que todavía estamos intentando comprender y que explica por qué muchos países están tan concentrados en este tema: nos estamos dando cuenta de que las personas solitarias son costosas para el sistema sanitario. Me gustaría que fuera por otro motivo, pero creo que por eso hay tanta conciencia a día de hoy.
Es curioso que esas mismas razones que nos hacen sentir solos sirven a otros muchos para sentirse arropados. Un ejemplo podría ser una persona LGTBIQ+ que se va de un pueblo a una ciudad para empezar una nueva vida o las relaciones en internet.
En el libro quería destruir ciertas ideas preconcebidas que al abandonar los matices se convierten en puros clichés. Como que en la gran ciudad se está solo. Esto es en buena medida y cierto, pero la cuestión es si esa soledad es necesariamente mala y en qué grado. Una soledad como la que una persona puede vivir en una gran ciudad es también una forma de libertad. Aquí puedo elegir más o menos quién soy, o revelar mi identidad, algo que podría haber sido complicado en mi entorno. Puedo establecer un nuevo relato sobre mí mismo, que en un lugar pequeño puede ser un corsé asfixiante. Con internet sucede lo mismo. Veo que casi todo el mundo lo relaciona con algo que está destruyendo las relaciones sociales, que nos está aislando, etc. Pero yo lo primero que me preguntaba es si las personas que se sienten solas tienden a encontrar en internet la única fuente de relación social y por lo tanto reciben altos índices de soledad porque han huido de esa soledad. Creo que internet bien usado tiene la capacidad de relacionarnos con personas fuera de nuestro entorno y que son parecidas a nosotros. Quizá yo tengo problemas de relación o incluso no tengo un entorno proclive a ello, pero en internet tengo acceso a esas relaciones. No quería mostrar internet como un enemigo de la sociabilidad, porque no lo es en muchos casos.
«La soledad, cuando no es buscada y se cronifica, tiene un impacto en la salud mental»
De todas las soledades que desarrollas en el libro, ¿cuál es la que más te impresionó?
Me impactaron muchas, pero creo que le tengo un cariño especial a la historia de la ballena. Un animal que canta en una frecuencia que nadie más escucha, que lleva 35 años vagando por los mares intentando comunicarse sin recibir respuesta. Creo que me impacta mucho porque pertenece al mundo animal y porque nos abre otra forma de entender la soledad. También me impresionó la cantidad de reacciones en internet que se sentían igual. Nosotros no podemos saber lo que piensa, pero cuando hacemos el esfuerzo de imaginarlo, nos sentimos identificados. Y creo que eso habla del modo en que nos estamos relacionando, de en qué sentido la vida social contemporánea tiene como posible riesgo una falta de carencia y sintonía con la vida moderna.
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