El desplazamiento geográfico de las especies
El cambio climático está llevando a que las especies se desplacen de sus zonas de origen o incluso a que desaparezcan. Entender cómo y por qué se están moviendo los distintos grupos de animales —y qué pierden los ecosistemas en el camino— es clave para diseñar nuevas estrategias de conservación.
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A principios de los años 90 ya se anticipaba un aumento global de las temperaturas, pero sus efectos concretos sobre los organismos vivos aún no se habían documentado. Sin embargo, Camille Parmesan, entonces una joven investigadora, detectó que la mariposa Euphydryas editha estaba desplazándose hacia regiones más frescas del norte o a zonas de mayor altitud. Para ello, debió eliminar otros factores como la contaminación o la urbanización y centrarse en zonas que permanecían prácticamente intactas.
En 2003, junto a Gary Yohe, analizó los efectos del cambio climático sobre más de 1.700 especies. A través de un metaanálisis global, demostraron que muchas especies ya estaban desplazándose hacia los polos —a una media de 6 kilómetros por década— y adelantando sus ciclos de reproducción o migración unos 2,3 días por década. En 2013, un macroestudio publicado en Nature Climate Change reveló que los organismos marinos se estaban desplazando hacia los polos a un ritmo de 72 kilómetros por década en respuesta al calentamiento del océano. Y algunas, como el fitoplancton o los peces, a ritmos aún mayores.
Desde entonces, las evidencias no han dejado de acumularse. Una década después, los datos más recientes del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático, el Sexto Informe de Evaluación, de 2023, muestran que cerca de la mitad de las especies evaluadas han modificado su distribución geográfica. Algunas de estas alteraciones están provocando pérdidas de biodiversidad difíciles de revertir y reconfigurando ecosistemas enteros.
Las mariposas, termómetro del calentamiento global
El hecho de que esos primeros estudios se centraran en las mariposas no era casual, pues «responden muy bien a la alteración del hábitat y suelen tener bastante capacidad dispersiva. Por eso muchas se están desplazando al norte y otras, subiendo a las montañas», explica Roger Vila, investigador principal del Laboratorio de Diversidad y Evolución de las Mariposas del Instituto de Biología Evolutiva (CSIC-UPF).
Cerca de la mitad de las especies que han sido evaluadas han modificado su distribución geográfica
Tras dirigir un proyecto internacional que ha secuenciado el ADN del 97 % de las especies de mariposas europeas, Vila destaca que la mayor parte de la biodiversidad genética del continente se concentra en la región mediterránea y que, a medida que se desplazan hacia el norte, esta riqueza genética tiende a perderse. «Nos estamos dando cuenta de que muchas de las especies que se están desplazando al norte son especies generalistas; es decir, con gran capacidad de dispersión y adaptación y con características ecológicas similares», afirma.
Por eso, las investigaciones actuales se centran en entender cómo el cambio climático está afectando a la diversidad genética y por qué algunas especies logran adaptarse mejor que otras. Sin embargo, Vila recuerda que, en el caso de las mariposas, otros factores como el uso de pesticidas o la destrucción de sus hábitats tienen un impacto aún mayor que el cambio climático.
El avance de las especies invasoras
Los cambios en la distribución de las especies también pueden favorecer la expansión de aquellas que alteran profundamente los ecosistemas. Las especies exóticas invasoras han contribuido al 60% de las extinciones globales de las últimas décadas, según la Plataforma Intergubernamental Científico-Normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas (IPBES). Se trata de especies que, con la ayuda del ser humano, se dispersan lejos de su región de origen, causando daños a la biodiversidad.
Las especies exóticas pueden introducirse a una nueva región de forma voluntaria —a través de la jardinería, la pesca recreativa o la caza— o involuntaria, como contaminantes en los suelos, semillas o como polizones en los cascos de los barcos. Por ejemplo, «una de las vías de entrada de muchas especies invasoras es a través de plantas ornamentales», explica Montserrat Vilà, investigadora del CSIC en la Estación Biológica de Doñana.
Una vez establecidas, las especies no nativas se expanden mucho más rápido que las nativas. Mientras que las autóctonas tienen una tasa de expansión de 1,8 kilómetros al año, la de las no nativas es de 35 kilómetros al año. «Si tenemos en cuenta que para poder hacer frente al cambio climático se necesitaría una velocidad de 3,25 km al año, las especies nativas no pueden migrar tan rápido y, por tanto, están en desventaja, mientras que las no nativas no tienen ningún problema», explica Vilà.
Las especies exóticas invasoras han contribuido al 60% de las extinciones en las últimas décadas
De hecho, se observa cierta sinergia entre el cambio climático, la expansión de las especies invasoras y el impacto que pueden ocasionar. «Esto lo vemos muy bien con las especies que se están introduciendo desde el Mar Rojo a través del Canal de Suez hacia el Mediterráneo», apunta Vilà. Y, además de la pérdida de biodiversidad, las especies exóticas invasoras pueden generar importantes riesgos para la salud pública y la economía. Dos ejemplos de ello son el potencial transmisor de enfermedades tropicales del mosquito tigre o el impacto del mejillón cebra, que altera la calidad del agua y puede afectar las infraestructuras.
Conservar la biodiversidad
Tras recibir el Premio Fronteras del Conocimiento, otorgado por la Fundación BBVA, Camille Parmesan señaló que es necesario cambiar el enfoque de conservación, siendo más flexibles y aceptando que unas especies desaparecerán y otras llegarán, además de crear corredores que faciliten los desplazamientos: «En lugar de centrarnos en proteger especies individuales, es necesario proteger la biodiversidad a escala global, rompiendo los moldes tradicionales». Por ejemplo, Parmesan advierte que se perderán algunas especies —como el oso polar—, pero propone conservar sus genes mediante procesos como la hibridación, manteniendo viva la posibilidad de que estas especies reaparezcan si el clima vuelve a estabilizarse.
Como recuerda Montserrat Vilà, proteger un área no garantiza la conservación efectiva ni frena la llegada de especies exóticas. Por eso, los corredores ecológicos deben diseñarse pensando en conectar hábitats con condiciones climáticas compatibles. En el caso de las mariposas, por ejemplo, Roger Vila señala la posibilidad de crear corredores biológicos a gran escala en Europa que conecten hábitats de sur a norte. «No hace falta que sean inmensos, pero es importante que sean áreas abiertas, con flores y algunos árboles que sirvan de refugio del calor extremo», sostiene. Adaptar la conservación al cambio climático es aceptar que la naturaleza no tiene fronteras fijas, sino que fluye, evoluciona y obliga al ser humano a repensar su relación con ella.
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