Un momento...
ESPECIAL ESG
Había dejado atrás todo el equipaje. Pero aún seguía llevando consigo la libreta, un barómetro, un termómetro, un horizonte artificial y un aparato llamado cianómetro, con el que medía el azul del cielo. Era junio de 1802 y Alexander von Humboldt –que había recorrido casi toda Latinoamérica y alcanzado tierras a las que pocos europeos habían llegado antes– ascendía lo que hasta ese momento se creía que era la montaña más alta del mundo: el Chimborazo, un volcán inactivo en la cúpula de los Andes, al sur de lo que hoy es Quito, Ecuador. Con manos temblorosas, apuntaba todo lo que veía a su paso: una mariposa, un bicho raro, una flor o una colonia de hormigas. El científico alemán ganó fama por sus viajes y su forma de observar la naturaleza. En una época en la que otros buscaban leyes universales, Humboldt describía las formas de las hojas, los colores de un suelo o los estragos de una roca, según cuenta Andrea Wulf en su libro La Invención de la Naturaleza (Taurus, 2016).
Humboldt no descubrió ningún efecto químico ni una ley física. Pero quizás, explica Wulf en su libro, fue uno de los primeros científicos en hablar del cambio climático, de cómo un bosque tiene la capacidad para enriquecer la atmósfera con su humedad y su efecto refrescante –además de su importancia para retener agua y así proteger el suelo contra la erosión–. Humboldt puso sobre la mesa las bases y la información necesaria sobre lo que actualmente definimos como «biodiversidad» desde tres niveles: ecosistema, especies y genética. Un concepto que genera serias preocupaciones en un mundo que enfrenta los efectos del calentamiento global y el retroceso acelerado de la naturaleza. Hoy, esa interconexión entre las distintas formas de vida ha dejado de ser una curiosidad científica para convertirse en una exigencia legal y un imperativo empresarial.
En la actualidad, las compañías de todos los tamaños enfrentan una creciente presión para cumplir con las nuevas normativas sobre biodiversidad, que buscan frenar el daño ecológico e impulsar un desarrollo más sostenible. Estas regulaciones, impulsadas por acuerdos internacionales y políticas locales, exigen a las corporaciones medir, gestionar y mitigar su impacto en los ecosistemas, obligándolas a integrar la biodiversidad en sus prácticas diarias. Así como Humboldt registraba minuciosamente cada elemento natural, ahora las empresas deben monitorear y reportar la huella de sus operaciones sobre el medioambiente. De acuerdo con los nuevos estándares, no se trata solo de reducir emisiones o gestionar residuos, sino de proteger activamente la diversidad biológica en los entornos donde operan. Las industrias extractivas, la agricultura y la construcción, por ejemplo, deben ahora evaluar cómo sus actividades afectan a las especies locales, los hábitats y los ciclos naturales. «El cuidado a la biodiversidad ha ganado un lugar relevante en la agenda empresarial», afirma Amanda del Río, directora adjunta en la Fundación Global Nature. Para las empresas, explica la experta, adaptarse a estas normativas implica no solo ajustar sus procesos, sino repensar su papel en la preservación del entorno.
De alguna manera, se pide que adopten una perspectiva como la de Humboldt: que observen el mundo natural no como una mera fuente de recursos, sino como un sistema complejo en el que cada elemento tiene un papel insustituible. «Las empresas españolas son conscientes del gran activo que supone la biodiversidad para el conjunto del país y vienen desarrollando acciones para su conservación y restauración desde hace tiempo», comenta Cristina Rivero, directora del Departamento de Industria Energía, Medio Ambiente y Clima de la Confederación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE). El abanico es tan amplio como las características de los distintos sectores, destaca la especialista de la patronal, pero en general aquellas firmas que utilizan los recursos naturales como materia prima o que cuentan con instalaciones que impactan en su entorno son muy conscientes de la importancia de cuidar la naturaleza.
La conservación de la biodiversidad es un interés compartido por toda la humanidad y resulta fundamental para satisfacer necesidades básicas, además de ser un componente esencial de la sostenibilidad, dicen desde la Fundación Biodiversidad. No obstante, la actividad humana ha causado una significativa pérdida de biodiversidad en los últimos años debido al uso desmedido de recursos naturales, la destrucción y alteración de hábitats, la contaminación ambiental y los efectos derivados del cambio climático. A pesar de contar décadas de incidencia política para detener la pérdida de naturaleza, está aún avanza a gran velocidad. En los últimos 50 años (1970-2020), las poblaciones de fauna silvestre han disminuido en promedio un 73%, según el Índice Planeta Vivo (IPV) de WWF, que monitorea casi 35.000 tendencias poblacionales de 5.495 especies de anfibios, aves, peces, mamíferos y reptiles. Las especies de agua dulce han registrado la mayor caída, con un declive del 85%, seguidas de las terrestres (con un 69%) y las marinas (con un 56%). Por regiones, América Latina y el Caribe han experimentado el descenso más acelerado, con una preocupante disminución del 95%, seguidos por África (76%) y Asia y el Pacífico (60%).
Aunque Europa, Asia Central y Norteamérica muestran caídas menos pronunciadas, esto se debe a que en estas regiones los grandes impactos sobre la naturaleza ya eran evidentes antes de 1970. En estas regiones algunas poblaciones incluso han logrado estabilizarse o recuperarse gracias a esfuerzos de conservación y reintroducción de especies.
Tras la pérdida y degradación de hábitats, en primer lugar, se encuentra la actividad agroalimentaria, seguida por la sobreexplotación, las especies invasoras y las enfermedades. Pero también es allí, en el campo, donde se están desarrollando grandes proyectos que están contribuyendo a restaurar la biodiversidad. «La agricultura es una de las principales destructoras de la biodiversidad, pero también puede ser la solución si se implantan modelos de agricultura regenerativa», abunda Del Río.
La agricultura regenerativa que menciona Del Río, y que desde la Fundación Global Nature impulsan en colaboración con grandes empresas del sector, tiene como objetivo mejorar la sostenibilidad y la resiliencia de la producción agrícola a través de prácticas que reduzcan el impacto ambiental, restauren los ecosistemas, promuevan la biodiversidad y mejoren los medios de vida de los agricultores.
Por ejemplo, con Nestlé han puesto en marcha un programa que impulsa prácticas como la rotación de cultivos, la cobertura del suelo, el manejo integrado de plagas o el uso responsable del agua y cultivos de cobertura para mejorar la salud del suelo y el rendimiento agronómico. «Gracias a estas prácticas, los ganaderos han contribuido no solo al bienestar animal, sino también a la sostenibilidad de la industria», dice la directora adjunta en la Fundación Global Nature. Por otro lado, junto con SAN (Sustainable Agriculture Network), trabajan de cerca con proveedores y agricultores en sus cadenas de suministro. Bajo este proyecto, los agricultores reciben capacitación, asesoramiento técnico, cooperan en las evaluaciones anuales de cultivos y co-diseñan planes de acción.
También colaboran con la Bodega Otazu, a la cual dan apoyo para evaluar el manejo de sus suelos y los beneficios de conservar el entorno natural de su viñedo a través de bioindicadores (organismos vivos que permiten medir la calidad de factores como el agua, el aire, el suelo o la biodiversidad) y con casi una veintena de explotaciones de ganadería extensiva de toda España en el pastoreo regenerativo, que es un enfoque de manejo de ganado que busca mejorar la biodiversidad en las zonas de pasto.
Rivero, de la CEOE, señala que múltiples empresas en el país están impulsando proyectos de absorción de CO₂ en bosques y ecosistemas costeros, como manglares y praderas marinas. También menciona iniciativas de reforestación y prevención de incendios que promueven la gestión forestal responsable, el consumo sostenible y la reducción de plásticos mediante el uso de materiales certificados. Además, destaca los esfuerzos para mejorar la biodiversidad marina, incluyendo la detección de vertidos con cámaras de inteligencia artificial y convenios específicos con entidades dedicadas a la investigación y conservación de los ecosistemas.
«La normativa europea, que incluye el Pacto Verde Europeo y la Estrategia de Biodiversidad para 2030, impone requisitos específicos, como la reducción del impacto en ecosistemas, la restauración de áreas naturales y el uso sostenible de recursos», dice Rivero. De igual forma, las empresas están integrando objetivos de biodiversidad en sus estrategias mediante auditorías ambientales, inversiones en tecnologías limpias y prácticas de economía circular. Estos son algunos ejemplos.
«El avance realizado por algunas empresas pioneras para conocer los riesgos asociados a sus dependencias de la naturaleza está induciendo que se empiecen a percibir las oportunidades», afirma Elena Pita, directora de la Fundación Biodiversidad del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico. Esta institución ha puesto en marcha en 2013 la Iniciativa Española Empresa y Biodiversidad (IEEB), que trabaja para promover la incorporación de la biodiversidad en la toma de decisiones de las empresas españolas.
Pero uno de los principales retos en materia de diversidad es analizar el desempeño de las empresas. «No siempre es fácil establecer métricas que indiquen cómo una actividad económica afecta a la biodiversidad, pues los procesos de los ecosistemas son complejos y diversos», destaca Isabel García Tejerina, senior advisor en la consultora EY. A diferencia de lo que sucede con la mitigación del cambio climático, donde las toneladas equivalentes de carbono actúan como métrica universal, no existe una forma única consensuada para evaluar el desempeño de una empresa en materia de biodiversidad. «La gran variabilidad de las situaciones lo hace más complejo», agregan los expertos de la consultora. Aun con propósitos diferentes, han surgido en los últimos años iniciativas y marcos voluntarios para facilitar a las empresas que puedan medir, gestionar y divulgar sus impactos.
Entre las iniciativas clave en el ámbito de la biodiversidad, destacan dos importantes acuerdos internacionales. El primero es el Marco Mundial de la Biodiversidad de Kunming-Montreal (KMGBF), aprobado en diciembre de 2022, que subraya la importancia de la biodiversidad para el bienestar humano y la prosperidad económica. En su Meta 15, de un total de 23, se establece la necesidad de adoptar medidas administrativas y normativas que promuevan actividades empresariales responsables que reduzcan los impactos negativos en la biodiversidad y fomenten modelos de producción sostenibles. El segundo es la Agenda 2030, cuyos Objetivos 14 y 15 se enfocan en la conservación de los ecosistemas, haciendo un llamado a la acción colectiva, incluidas las empresas, para lograr estos objetivos.
A nivel europeo, diversas legislaciones impulsan a las empresas a actuar en beneficio de la biodiversidad. Entre ellas se destacan el reglamento sobre taxonomía, que clasifica las actividades económicas sostenibles, y la directiva sobre información corporativa en sostenibilidad (CSRD), que obliga a las grandes empresas a reportar sus impactos y riesgos relacionados con la biodiversidad. «Las empresas tendrán que establecer sus objetivos de mejora y el modelo de gobernanza interna para conseguirlos», resalta Alberto Castilla, socio responsable de Sostenibilidad de EY. Además, las Normas Europeas de Información sobre Sostenibilidad (NEIS) definen estándares específicos sobre biodiversidad. La directiva de diligencia debida y el reglamento sobre la comercialización de productos vinculados a la deforestación también exigen a las empresas medidas preventivas para mitigar impactos negativos a lo largo de su cadena de valor.
A pesar de los esfuerzos actuales, el Foro Económico Mundial destaca la pérdida de biodiversidad como uno de los principales riesgos para el planeta con un impacto directo en el PIB mundial, ya que más de la mitad de este depende de la naturaleza. En respuesta, la Ley de Restauración de la Naturaleza de la UE, que entró en vigor en agosto, establece como objetivo restaurar al menos el 20% de las zonas terrestres y marítimas para 2030 y todas para 2050. Esta ley exige a los Estados miembros presentar Planes Nacionales de Restauración, con medidas específicas que involucren a las empresas en los esfuerzos de restauración de ecosistemas.
Además, el artículo 13 de la ley promueve la plantación de 3.000 millones de árboles para 2030, un objetivo que muchas empresas ya están incorporando en sus estrategias de descarbonización. A ello se suma la reciente celebración de la Cumbre de Biodiversidad (COP16) en Cali, Colombia, en la que se ha logrado una asistencia récord de más de 23.000 personas y donde también se han dado pasos importantes como el reconocimiento de los pueblos indígenas y afrodescendientes, englobado en el mecanismo de evaluación del Marco Mundial de Biodiversidad de Kunming-Montreal, así como en la protección de áreas marinas en aguas internacionales.
En esta cumbre, un tema crucial como la financiación no avanzó lo suficiente, especialmente para los países con menos recursos, complicando la posibilidad de llegar a un acuerdo sólido. Más de 190 naciones firmaron el Marco Mundial de Biodiversidad de Kunming-Montreal, comprometiéndose a proteger el 30% de los ecosistemas del planeta y restaurar otro 30% de los degradados para 2030. Para alcanzar esta meta, se calcula que el gasto anual global debería sumar unos 200.000 millones de dólares, provenientes de fuentes tanto públicas como privadas, necesarios para implementar planes y estrategias de conservación.
Sin embargo, en la práctica, aún no se han establecido mecanismos concretos para movilizar estos fondos. En lugar de exigir aportes obligatorios, el compromiso financiero continúa siendo voluntario, lo cual genera incertidumbre sobre la disponibilidad real de los recursos para cumplir con los objetivos.
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