Dame un punto de apoyo y moveré el mundo
Nzuri Daima es una fundación que impulsa educación, cultura y empoderamiento en África Oriental. En Sudán del Sur, ofrece educación y comida a cientos de niños en riesgo, mientras que en Uganda lucha contra la deforestación con más de 50.000 árboles plantados.
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A menudo me siento en el suelo, respiro profundo y doy gracias por lo afortunada que soy. Me gusta sentir la tierra fresca contra mis piernas, el empeine de mis pies y la textura rugosa que acaricio con las yemas de los dedos. Qué suerte tengo, y qué fortuna poder ser consciente de ello.
De niña, soñaba con ser veterinaria para irme a África, pero un cáncer en el cuello me llevó a Canadá justo antes de empezar la universidad. Allí conocí a una chica africana que me dijo que debía ser fisioterapeuta si realmente quería ir a África. Cambié de carrera.
Tenía prisa. No sabía cómo de larga sería mi vida, sobre todo en ese momento en el que sufría constantes crisis de tetania. Suerte que, ante el temor de mis compañeros y el dolor de los espasmos, podía contar con la serenidad y el apoyo de Carlos de la Torre, uno de los profesores de la Universidad Alfonso X el Sabio (UAX) donde estudiaba, siempre dispuesto a ayudar a todo el mundo, y cuya mirada y sonrisa constantes me acompañaron siempre, incluso años después, cuando la vida me puso en el corazón de Sudán del Sur, cuando fundé Nzuri Daima, una fundación que impulsa educación, cultura y empoderamiento en África Oriental. En Sudán del Sur, ofrece educación y comida a cientos de niños en riesgo, mientras que en Uganda lucha contra la deforestación con más de 50.000 árboles plantados. A través de la música y el arte, transforma vidas y sigue apostando por un mundo sin fronteras
Cosas que no cambian y preguntas que lo cambian todo
Habían pasado más de veintitantos años desde que había acabado la carrera, los másters y aquel primer viaje a África cuando Carlos me mandó un mensaje que respondía a una plegaria que acababa de hacer en la India. Yo estaba participando en unos grupos de trabajo de distintas ONGs para construir propuestas que presentar en el G20, pero mi cabeza estaba en Sudan del sur. «Almu, ¿que necesitas?». «TODO», fue mi espontánea respuesta. «¿Y qué te parece si comenzamos con unas muletas?».
Dijo Arquímedes «dame un punto de apoyo y moveré el mundo». La oferta de Carlos se convirtió, literalmente, en esa palanca necesaria. Pocas semanas antes, en Yei, Sudán del Sur, Angela, una niña que participaba en el que presumo que debe de ser el primer grupo de circo acrobático del país, se había roto el peroné. En un país donde la sanidad es un lujo, nunca me había preguntado si existían muletas. Descubrí que no.
En un país donde la sanidad es un lujo, nunca me había preguntado si existían muletas
En la carpintería de Yei, un taller/cobertizo donde los muebles viejos encuentran segundas, terceras o quintas vidas, intenté diseñar unas. Salieron tan pesadas y grandes que los pocos días vi a Angela caminando con la escayola como una bota y arrastrando tediosamente una de las muletas, negándose a usarlas.
Así que cuando de pronto, en mitad de la noche, Carlos desde España me ofreció diseñar un proyecto con estudiantes de diferentes grados de UAX para fabricar muletas adaptadas a Sudán del Sur, sentí que estaba a punto de presenciar un milagro más grande incluso de lo que intuía.
A veces los milagros son personas
Cuando volví a España, UAX me recibió con los brazos abiertos. Unos pocos correos después, regresaba para reunirme con Carlos, hoy jefe de estudios de Fisioterapia, Javier Hermoso, jefe de estudios del Grado de Ingeniería Biomédica y de Diseño Industrial, y Cristina de la Macorra, coordinadora de innovación la facultad de Ciencias Biomédicas y de la Salud de la universidad, además de un fantástico grupo de entusiastas estudiantes de los grados de Fisioterapia, Ingeniería Biomédica y Diseño Industrial. Todos ellos se volcaron en el proyecto trabajando de manera interdisciplinar.
Regresé a África emocionada al pensar que en UAX yo soñaba con África, y ahora UAX viajaba a África conmigo. En Yei compramos internet por megabytes, y la electricidad era escasa. Pero cuando las estrellas se alinean (batería suficiente, datos disponibles y una red estable), los mensajes desde España llegaban como ventanas abiertas con vientos nuevos.
Y de pronto un día, bajo la mosquetera, con el candil encendido y un libro en el regazo, sonó el móvil: «¿Cómo estás, compañera?, por aquí la cosa avanza». Carlos me enviaba los avances del enorme equipo de profesores y alumnos, que habían estado midiendo, diseñando y creando incansablemente con la convicción de que su trabajo llegaría lejos.
Las fotos de los prototipos se descargaban lentamente, llenando mis ojos y mi corazón de dicha. Qué difícil explicar a mis compañeros sudsudaneses la magnitud de la emoción de saber que tantos estudiantes pensaban en nosotros, que nos dedicaban tiempo y esfuerzo. Pero les contagiaba mi alegría, y se reían al ver mi sonrisa hacerse más grande enseñándoles fotos y tratando de explicar… objetos del futuro, que no saben ni que existen. Quizás no tenemos en nuestras manos la solución para los problemas del mundo, pero para los problemas del mundo tenemos nuestras manos.
Quizás no tenemos en nuestras manos la solución para los problemas del mundo, pero para los problemas del mundo tenemos nuestras manos
Cuando terminó el proyecto, pude ser yo quien fuera a recoger los prototipos, vi la presentación llena de cariño, los manuales, las caras sonrientes, y al empaquetar las muletas para llevármelas conmigo de vuelta a África, no pude evitar emocionarme. Pocos podrían entender cuánta gente viajaba en esas muletas de madera desatornillada, vía Cairo primero, hasta Uganda y cruzar el país por tierra hasta Koboco, donde cruzar la frontera hasta Yei en coche es como jugar a la ruleta rusa. Si hay suerte, pensaba, no tendré que explicar a los rebeldes que esos sospechosos trozos de madera son para ayudar a andar.
Estaba tranquila: sabía que, cuando tanta gente camina contigo, eres imparable, y llevaba además una ayuda extra. En una de las muletas, con boli, un alumno había escrito en memoria de su abuela la frase «esto esta chupao».
Estas muletas, pensadas en Madrid y nacidas en África, no solo sirven para quienes sufren fracturas, sino que ayudarán a personas con otras necesidades
Lo mismo dijeron nuestros carpinteros en Yei. Miraron los manuales lo justo, se estudiaron los prototipos a ojo, y replicaron las muletas con pequeñas adaptaciones y maderas más ligeras. Hoy en día, el gobernador de Yei nos ha pedido que construyamos muchas más. Porque estas muletas, pensadas en Madrid y nacidas en África, no solo sirven para quienes sufren fracturas como Angela, sino que ayudarán a personas con otras necesidades: amputados, ancianos, personas con malformaciones congénitas o postraumatismos.
Estoy segura de que las muletas de UAX continuarán su camino y su proceso, inspirarán a otros a creer que quizás también ellos, con un pequeño gesto pueden darle la vuelta al mundo. Quizás, en el futuro, en alguna aldea remota de Suazilandia, unas muletas de madera le cambien la vida a alguien, que no sabrá explicarse como llegaron hasta allí, pero en las que como en un guiño pondrá que la vida hay que vivirla, y que cuando cooperamos juntos… esto está chupao.
Almudena Barbero es fundadora de la ONG Nzuri Daima
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