TENDENCIAS
Advertisement
Sociedad

La culpa como brújula: por qué no deberías quitártela tan rápido

La culpa, esa vieja conocida tan incómoda, se ha convertido en una emoción «tóxica» que hay que eliminar cuanto antes.

¿QUIERES COLABORAR CON ETHIC?

Si quieres apoyar el periodismo de calidad y comprometido puedes hacerte socio de Ethic y recibir en tu casa los 4 números en papel que editamos al año a partir de una cuota mínima de 30 euros, (IVA y gastos de envío a ESPAÑA incluidos).

COLABORA
02
diciembre
2025

Vivimos en una época obsesionada con sentirse bien todo el tiempo. Si una emoción duele, la solución que nos venden es rápida, brillante y sin esfuerzo: medita, agradece, repite afirmaciones, haz journaling, toma algo natural. Todo menos parar y mirar de frente lo que sientes. Especialmente si se trata de culpa. Porque la culpa, esa vieja conocida tan incómoda, se ha convertido en una emoción «tóxica» que hay que eliminar cuanto antes.

Pero ¿y si no fuera tan tóxica? ¿Y si quitártela deprisa no te convierte en alguien más sano, sino en alguien más irresponsable?

La culpa no siempre es un lastre. Muchas veces, es una brújula.

La culpa tiene mala prensa, y no sin motivo. Hay una versión de la culpa que es dañina, sí. Esa que se instala sin sentido, que aparece por cosas que no controlas o que otros te han enseñado a vivir como errores tuyos: sentir deseo, decir que no, poner límites, priorizarte. Esa culpa no sirve de nada. Esa sí hay que revisarla y sacarla cuanto antes. Pero hay otra. Una que molesta por algo muy concreto: porque toca. Porque duele con razón.

Esa culpa es la que aparece cuando has hecho daño a alguien. Cuando actuaste en contra de tus propios valores. Cuando mentiste, traicionaste, fallaste o te aprovechaste. Y no, no hay afirmación positiva que la borre. Ni debe haberla.

Desde la psicología conductual lo sabemos muy bien: las emociones no están ahí para joderte la vida, están para orientarte. Cada una cumple una función. La tristeza te hace parar. La ansiedad te prepara para actuar. El enfado te protege. ¿Y la culpa? La culpa te señala que algo que hiciste no encaja con quien quieres ser. Es un sistema de alarma. Te incomoda, te pincha, te remueve… porque quiere que hagas algo con eso.

La culpa funcional (sí, la hay) no busca castigarte. Busca alinearte. Te dice: «Esto no va con tus valores. Esto no es lo que defiendes. Mira lo que has provocado. ¿Qué vas a hacer al respecto?».

Lo que mucha gente quiere, en realidad, no es gestionar su culpa, sino silenciarla

El problema no es sentir culpa. El problema es no saber qué hacer con ella. Porque lo que mucha gente quiere, en realidad, no es gestionar su culpa, sino silenciarla. Quitársela de encima cuanto antes, sin revisar si de verdad tiene sentido. Y eso no es sanación emocional. Eso es intentar ser un psicópata con buen branding.

Lo diré sin rodeos: si haces daño y no sientes nada, no estás siendo «emocionalmente inteligente». Estás siendo peligroso. No toda incomodidad emocional es un error del sistema. A veces es la señal más clara de que te has desviado de tu propio mapa moral. Y la única forma de volver a él es pasar por esa incomodidad, no esquivarla.

Intentar liberarse de la culpa sin haber pasado por la responsabilidad es como querer quitarse la resaca sin haber dejado de beber. Quieres el alivio sin el proceso. Y lo siento, pero no funciona así.

El proceso sano con la culpa empieza con reconocer el daño. Sigue con reparar, si es posible. Continúa con aprender. Y solo después llega el alivio. En ese orden. Lo demás es autoengaño.

¿Te duele la culpa? Bien. Pregúntate por qué. ¿Es porque hiciste algo que no va contigo? ¿Porque dañaste a alguien? ¿Porque te traicionaste a ti misma? Entonces no la silencies. Escúchala. Déjala hablar. Es incómoda, sí. Pero también es honesta. Y si la ignoras demasiado tiempo, te volverás insensible. Empezarás a justificarlo todo. Y cuando te quieras dar cuenta, ya no sabes quién eres, ni por qué te sientes tan desconectado.

Nos han hecho creer que el objetivo es sentirnos bien todo el rato. Pero eso es una trampa. Porque a veces, sentirte mal es lo más coherente que puedes hacer. Te recuerda que aún te importa algo. Que tienes un código interno. Que hay líneas que no quieres cruzar.

La gente que se pasa la vida anestesiando la culpa en nombre del amor propio muchas veces no está sanando, está evitando. Y claro, es más fácil repetir «me perdono» frente al espejo que hacerte cargo de las consecuencias de tus actos. Pero lo uno sin lo otro es postureo emocional.

La culpa, bien trabajada, puede convertirse en una guía brutal de autoconocimiento

¿Quieres sentirte mejor? Empieza por actuar mejor (según tus valores).

La culpa, bien trabajada, puede convertirse en una guía brutal de autoconocimiento. Te ayuda a entender qué valores son realmente importantes para ti. A ajustar tus decisiones. A reparar vínculos. A crecer. Pero solo si dejas de tratarla como un virus que hay que eliminar.

Así que no, no te «liberes» de la culpa como quien se quita una camiseta vieja. Pregúntate primero qué te está diciendo. Qué parte de ti te está reclamando responsabilidad. Qué puedes aprender de ahí.

Porque si huyes de toda culpa sin filtro, lo que estás buscando no es paz. Es impunidad.

Y la paz, cuando es real, no viene de evitar sentir. Viene de saber que, aunque te hayas equivocado, has hecho lo necesario para volver a alinear tu vida con lo que de verdad importa.

ARTÍCULOS RELACIONADOS

COMENTARIOS

SUSCRÍBETE A NUESTRA NEWSLETTER

Suscríbete a nuestro boletín semanal y recibe en tu email nuestras novedades, noticias y entrevistas

SUSCRIBIRME