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Amor propio

Alejarnos de quienes nos quieren mal

El amor propio importa, pero no es una varita mágica que te inmuniza contra los comportamientos dañinos de los demás. Pensar eso es caer en un espejismo.

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22
mayo
2025

Vivimos en una cultura que, sin darnos cuenta muchas veces, le da la vuelta a las situaciones de abuso y las coloca sobre la espalda equivocada. Cuando alguien sale de una relación tóxica, abusiva o directamente violenta, no tarda en escuchar la cantinela: «Es que te falta amor propio»; «si te hubieras querido más, esto no te habría pasado»; «claro, es que tú lo permitiste».

Y así, sin pestañear, el foco se gira y toda la conversación se convierte en un examen a la víctima. Como si el problema estuviera en ella. Como si la raíz del abuso fuera su baja autoestima y no, qué cosas, el comportamiento abusivo del otro.

Esto, además de injusto, es peligrosísimo. Porque cuando enfocamos la atención únicamente en quien sufre, dejamos fuera del análisis al verdadero responsable: quien hace daño.

Y ojo, esto no significa que el amor propio no importe. Importa, claro que sí. Pero no es una varita mágica que te inmuniza contra los comportamientos dañinos de los demás. Pensar eso es caer en un espejismo.

Hay una idea muy cómoda que nos encanta comprar: si yo me quiero lo suficiente, nadie podrá manipularme, engañarme o abusar de mí. Suena bien. Da sensación de control.

Las personas con la autoestima muy bien puesta también pueden ser maltratadas

Pero es mentira. La realidad es que hay personas con la autoestima muy bien puesta que también han sido maltratadas, engañadas o manipuladas. Porque el problema no está solo en lo fuerte o frágil que estés tú en un momento dado. El problema está en que hay personas que saben exactamente dónde apretar para romper a los demás. Y lo hacen. Porque pueden. Porque quieren. Porque no tienen escrúpulos.

Así que, mientras sigamos preguntando cosas tipo «¿por qué permitiste esto?», seguimos poniendo la lupa donde no toca. Lo verdaderamente útil sería preguntarnos por qué algunas personas creen que está bien tratar así a los demás. ¿Qué hay en la cabeza y el sistema de creencias de quien maltrata, manipula o controla? ¿Qué legitimaciones sociales siguen existiendo para que alguien piense que tiene derecho a destrozar psicológicamente a otra persona?

Porque si no empezamos a hacer estas preguntas, lo único que conseguimos es perpetuar la culpa en quienes menos la merecen.

El discurso del amor propio como armadura solo añade presión a la víctima

Además, hay un problema añadido: este discurso del «amor propio como armadura» mete una presión enorme sobre la persona que ha sido víctima. Porque ahora no solo tiene que lidiar con el daño recibido, sino también con la culpa de «no haber sabido protegerse». Y eso la deja doblemente atrapada: primero por el abuso y después por la autorecriminación.

Esto no significa que no tengamos que trabajar en nuestra autoestima o en nuestras herramientas personales. Claro que sí. Pero hay que entender el contexto: el amor propio es importante para la recuperación, para reconstruir después, no para culpabilizar durante. Decirle a alguien que ha sido manipulado o maltratado «deberías haberte querido más» es como decirle a una persona atropellada «deberías haber mirado mejor». Puede que hubiera margen de maniobra en algún momento, pero el atropello sigue siendo culpa del conductor.

Cambiar el foco no solo es más justo, es necesario para avanzar como sociedad. Porque mientras sigamos colocando la lupa sobre la víctima, el agresor sigue operando en la sombra, casi invisible, casi impune. Y eso perpetúa el ciclo.

Necesitamos empezar a hablar más claro sobre los comportamientos abusivos: identificarlos, señalarlos, no justificar jamás sus dinámicas bajo la excusa de «algo habrá hecho la otra persona» o «bueno, es que se dejó». Esa mirada ya está caduca.

Y hay otro punto clave: este tipo de mensajes bienintencionados, pero dañinos, no solo afectan a las víctimas actuales, sino que también crean miedo en quienes todavía no han pasado por una situación así. Mucha gente desarrolla la idea errónea de que, si les pasa algo parecido, la culpa será suya por no haber sabido cuidarse lo suficiente. Eso genera un caldo de cultivo de inseguridad y desconfianza en uno mismo que no hace más que reforzar el problema.

Además, pensemos en esto: si realmente todo se resolviera con amor propio, ¿para qué necesitamos leyes, protocolos de protección, o sistemas de justicia? La existencia misma de estos mecanismos demuestra que el problema no es individual, sino social. No podemos individualizar algo que es estructural.

En definitiva, el discurso fácil de «ámate más y así nadie podrá hacerte daño» hay que desmontarlo. No solo porque es simplista y falso, sino porque deja en la estacada a quienes más apoyo necesitan. La pregunta urgente no es por qué alguien permitió un abuso. La pregunta urgente es por qué hay gente que sigue creyendo que abusar está bien. Cambiar el foco de esa conversación es la única forma de empezar a hacer justicia real.

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