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Realidad, IA y democracia: Consideraciones a partir de algunos autores clave

Desde una ontología social, la realidad es una construcción que depende de la intencionalidad colectiva y de los hechos institucionales. Al manipular la información y la percepción, la IA puede erosionar este consenso y la realidad compartida, que son la base de nuestra vida política.

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25
septiembre
2025

El pensamiento de Hannah Arendt es fundamental para entender cómo la IA amenaza la relación política. Para ella, la política solo es posible en un espacio público donde los ciudadanos debaten sobre una realidad compartida, o «mundo común». Arendt ya había advertido en su obra que los regímenes totalitarios destruyen este espacio al reemplazar los hechos con la mentira sistemática. Todo parece indicar que la inteligencia artificial amplifica esta amenaza a una escala sin precedentes. Pues al generar deepfakes y narrativas falsas, la IA satura el espacio público con desinformación. Esto no es solo un problema de generalización de las falsedades. Potencialmente, nos conduce a la disolución de la realidad, lo que socava la base misma de la convivencia política. Sin una realidad compartida, la pluralidad de voces se convierte en un caos, y cualquier intento de acción colectiva se vuelve imposible.

Desde otra orilla teórica, la «sociedad abierta» de Karl Popper se basa en la capacidad de la sociedad para identificar y corregir errores a través del debate crítico. Este proceso requiere acceso a un cuerpo de hechos verificables. La IA, sin embargo, socavaría este principio al inundar el espacio público con una marea de información de baja calidad y narrativas infalseables. La distinción entre la ciencia y la pseudociencia se vuelve borrosa, y la verdad se reduce a una cuestión de opinión muy personal. Cuando el debate ya no puede apoyarse en una base real compartida, la única lógica que prevalece es la de la emoción y el tribalismo. La «sociedad abierta» se cierra progresivamente en burbujas de realidad autocontenidas, donde la crítica no existe y la democracia se convierte en una batalla de relatos sin fin.

Asentado en la hermenéutica histórica, la obra del historiador Reinhart Koselleck nos ofrece una valiosa perspectiva a través de conceptos como «espacio de experiencia» y «horizonte de expectativa». La historia, en su visión, no es solo un registro de hechos, sino la relación entre lo que hemos vivido y lo que esperamos del futuro. A partir de estas ideas, podemos asumir que la IA puede manipular ambos polos. Por un lado, puede reescribir nuestro espacio de experiencia a través de la creación de archivos históricos falsos, alterando nuestra memoria colectiva. Por otro, mediante algoritmos predictivos, puede generar horizontes de expectativa personalizados, haciendo que el futuro parezca predeterminado y limitando la acción colectiva. Esta doble manipulación disuelve el marco temporal en el que la política ha operado tradicionalmente, rompiendo el hilo de la historia y dejando a la sociedad sin un rumbo narrativo compartido.

La IA ofrece una sensación de libertad positiva ilusoria, al ofrecer un mundo de información y entretenimiento perfectamente curado

Las importantes reflexiones de Isaiah Berlin sobre la libertad también arroja luz sobre el problema de la IA, con relación a la política y la democracia. Berlin distinguió entre la libertad «negativa» (la ausencia de coerción) y la libertad «positiva» (la capacidad de ser dueño de uno mismo). La IA ofrece una sensación de libertad positiva ilusoria, al ofrecer un mundo de información y entretenimiento perfectamente curado. Sin embargo, esta aparente libertad es una forma de coerción radical, ya que el algoritmo limita las opciones y la información que recibimos. El individuo se convertiría en un «esclavo feliz», creyendo que es libre mientras su percepción de la realidad es controlada por una inteligencia ajena. Esta forma de control sutil es más peligrosa para la democracia que la coerción abierta, ya que se oculta bajo la apariencia de servicio y conveniencia.

El sociólogo Hartmut Rosa nos advierte sobre la «aceleración social» que desestabiliza nuestras sociedades. La velocidad con la que la IA genera y distribuye información desborda nuestra capacidad de reflexión. La deliberación democrática, que es por naturaleza lenta y reflexiva, no puede competir con el ritmo de la IA. Esta aceleración produce una desincronización que nos empuja hacia un estado de auto-referencialidad. Nos aislamos en burbujas personalizadas, perdiendo la capacidad de resonar con los demás y socavando la empatía y la confianza, pilares de la acción política.

El potencial «suicidio de la realidad» a manos de la IA no sería un evento repentino, sino un proceso gradual de erosión que socava el fundamento de la vida política. La IA, al fusionar la capacidad de manipulación totalitaria con la eficiencia del mercado, crea un escenario donde la realidad se vuelve un producto personalizable y una mercancía. La democracia, en su esencia, es un proyecto humanista que solo puede florecer en un terreno de confianza y realidad compartida. Si dejamos que la IA nos despoje de nuestro mundo común, nos estaremos condenando a un futuro de soledad y tiranía algorítmica. La batalla por la democracia en el siglo XXI será, ante todo, una batalla por la verdad de la realidad.


Ricardo L. Falla Carrillo es jefe de Departamento de Filosofía y Teología de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya.

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