Jorge Dioni
«El contenido pornográfico no habla de sexualidad, sino de poder»
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Hubo un tiempo, no hace tanto, en el que las pelis porno tenían un guion, «muy malo», pero al menos «había una narrativa», afirma Jorge Dioni López (Benavente, Zamora, 1974). En su último libro Pornocracia (Arpa, 2025), explora cómo en apenas dos décadas, la industria pornográfica ha dejado de lado las tramas y sus personajes para ofrecer contenido de consumo rápido y no ficción, donde prima «la escena, la actriz pierde protagonismo y surge el deseo de virilizar el poder del hombre».
Uno de los hilos conductores del libro es un trabajo que hiciste con unos compañeros de clase sobre el porno. Corrían los años 90. ¿Cómo ha cambiado su producción y consumo desde entonces?
A nivel industrial, tenemos que pensar que había algo parecido a unos estudios cinematográficos. Es decir, unas grandes empresas que contrataban equipos artísticos y técnicos y funcionaban con esa dinámica: las estrellas hacían cuatro o cinco películas al año, se publicitaban y creaban un star system –sobre todo de actrices–; había festivales de todo el mundo y esas películas se alquilaban o compraban en videoclubs o ferias. Con la llegada de grandes plataformas –que ofrecen contenido gratis– este sistema industrial es lo primero que desaparece y empieza a haber un oligopolio en la distribución, que después se hace también con la producción. Hoy, dos grandes empresas –una en Chequia y otra en Canadá–controlan casi toda la pornografía mainstream. Lo segundo que desaparece es la narrativa: antes se rodaban películas de más de una hora con un guion –muy malo– y, al desaparecer la película, aparece la escena. Esta puede ser de 10 o 20 minutos y es muy realista, porque se rueda cámara en mano, siempre en movimiento y dando la sensación de que todo esto es amateur y no está preparado. Al cambiar la narrativa, cambia también la ficción por la no ficción. Por último, el varón gana mucho peso, porque cambiamos ese star system de actrices por uno en el que el varón tiene la cámara, hace la película y pasa a estar constantemente en el formato. La actriz pierde más protagonismo, se masculiniza y surge el deseo de visibilizar el poder del hombre, que se hace más agresivo para llamar la atención, algo que vemos en las redes sociales.
Mencionas la agresividad de un porno cada vez más salvaje. Debido a Internet y esas redes sociales de las que hablas, la pornografía se ha hecho más accesible y ese porno se consume cada vez a edades más tempranas; de hecho, en el libro apuntas que la edad de iniciación en el visionado del porno en España son los 12 años.
Se pone mucho el foco en los jóvenes y eso nos lleva al pánico social. Yo creo que afecta a todos los hombres, no solo a los jóvenes. Leo muchas historias de abusos en las que detecto que esa persona se ha hinchado a porno y ha perdido la visión de lo que es una relación sexual. Al estar todo disponible todo el rato, nos saturamos. Yo doy clase de narrativa y lo que empieza un relato es el deseo. Puede ser un deseo muy explícito, como llevar un anillo a una montaña (El señor de los anillos, de J. R. R. Tolkien) o que el tiempo se detenga y nuestro amor no pase (La lluvia amarilla, de Julio Llamazares). Y en ese deseo siempre suele haber un obstáculo, que es lo que hace interesante la narración. Es decir, cómo se enfrenta el personaje al obstáculo. Si este desaparece y el deseo no tiene nada adelante, acaba desvaneciéndose. Si lo tenemos todo disponible, acabamos no teniendo ganas de nada. Otra salida es la frustración, estallar, y la representa muy bien la película El club de la lucha de David Fincher: el personaje está tan cansado, tan hastiado que lo único que le hace resucitar es la agresividad y ese club de lucha en el que siente dolor y produce dolor a los demás.
¿Cómo está influyendo esta nueva pornografía en nuestra cultura actual?
La pornografía se ha beneficiado durante mucho tiempo de una sensación de transgresión. Playboy se sirvió de esta cultura de la transgresión para resignificar el discurso patriarcal y adaptarlo a la contracultura de los 60. Es decir, usted puede seguir siendo un tío que desprecia a las mujeres y a la vez rebelde, moderno y adaptado a la nueva cultura; usted puede leer a todos estos intelectuales y después, en las páginas centrales, tenemos una mujer para que la disfrute. Muchas veces se aprovecha esta sensación de transgresión para trasladar un discurso que es profundamente patriarcal y capitalista. El tío de Playboy tiene un harén, que es el sueño patriarcal, y a gente currando en su oficina, que es el sueño capitalista. Y, además, pasa por ser transgresor, que es el sueño de los años 60; ¡es un genio! Además del patriarcado y el capitalismo, el porno también representa la dominación de los fuertes y la producción de dolor.
«El porno influye en las conductas, pero no las crea»
«La historia ha sido una conversación entre hombres blancos heterosexuales y el porno lo sigue siendo», afirmas en el libro. Parece que la historia sigue siendo, en su mayoría, una conversación entre hombres blancos heterosexuales. ¿Qué refleja el porno de la sociedad en la que vivimos?
El porno influye en las conductas, pero no las crea. Pensamos que es un modo de pensar, de causa-consecuencia; es decir, tú ves esto y consecuentemente lo haces. Pero no: tú ves esto y, cuando estás en esa situación, es probable que hagas eso, porque es lo que has visto, si esa es tu única educación. El problema es que muchas veces la programación ocupa un espacio que no ocupa nadie más: si no hay nadie más dando educación sexo-afectiva, entonces tú te comportas así. Yo invito a pensar que, muchas veces, el video pornográfico es uno más en un continuo de comunicación donde puede haber muchos más mensajes relacionados con la competición y con el dominio del fuerte, la idea del ganador: tienes que ganar e imponerte. Esa dinámica de perdedor-ganador, de tener que imponerte a otro todo el rato –porque si no se impone a ti–, constantemente repetida, es la que permea y moldea las cabezas. Y ese mensaje no llega solo desde la pornografía.
«El problema es que muchas veces el porno ocupa un espacio que no ocupa nadie más, porque no hay nadie más dando educación sexo-afectiva»
Efectivamente, en el libro apuntas que el porno es la única educación sexo-afectiva que reciben los adolescentes. ¿Qué consecuencias tiene esto en los más jóvenes? Pero, sobre todo, ¿cómo se puede revertir esta tendencia?
Planteando un discurso alternativo. Creo que la opción prohibicionista –que es la que se está manejando– tiene un recorrido limitado. Prohibirlo va a ser muy complicado, ¿vas a prohibirlo todo? En el caso de que lo hagas, hay gente con discursos políticos autoritarios a la que interesa esa tecnología prohibicionista para vetar otras cosas. Por eso hay que plantear un discurso alternativo, que pasa por recordar que el sexo y la sexualidad son, sobre todo, diversión, comunicación, intimidad y eso requiere un reconocimiento mutuo. Si esas dos personas, en vez de pasárselo bien, deciden hacer lo que han visto y no hay comunicación, probablemente tampoco habrá diversión y sí frustración y dominación del hombre hacia la mujer. Además, por primera vez, los tíos tenemos un cierto malestar con nuestro cuerpo, que nunca hasta ahora había sido juzgado; ahora se buscan tíos que estén buenos y que la tengan grande. Son cosas que con comunicación se pueden resolver. Tenemos una visión de la sexualidad muy patriarcal, donde lo que no es coito es de segunda categoría.
«Tenemos una visión de la sexualidad muy patriarcal, donde lo que no es coito es de segunda categoría»
«El porno representa bien cómo las relaciones humanas se han convertido en relaciones económicas», apuntas. Me gustaría ahondar un poco en esto.
Es ver al otro como un producto, como un servicio. En un momento dado, el capitalismo es una cosa emancipadora. El poder no viene tanto por la sangre, sino porque cada persona puede ser reconocida mediante un contrato. En los últimos años, con la desaparición del valor del trabajo, las personas nos hemos convertido en el producto y el servicio: ya no vendemos el trabajo, nos vendemos nosotros mismos. La evolución de la pornografía a través de los sistemas de videoconferencia lo ejemplifica muy bien; es decir, tú tienes un ordenador con una cámara y puedes monetizar tu intimidad mediante esa cámara. Y nos crea una relación también con el trabajo que la vemos un poco tóxica: esa sensación constante de trabajo/ocio donde ahora todo es lo mismo, todo es trabajo.
De hecho, apuntas, «el porno refleja bien cómo la aparición de un nuevo modelo económico devalúa el trabajo y obliga a las personas a autoexplotarse para sobrevivir creando estructuras laborales individuales». Ya no existe el trabajo, sino una renta del capital humano; la fuerza laboral desaparece como categoría. Si el motor de la historia es la lucha de clases, entonces ¿qué pasa cuando esta categoría desaparece?
Hay una corriente de pensamiento neoliberal que dice que tú eres una empresa, todo el mundo es una empresa; te vendes aquí mismo y conectas con alguien que quiere comprarte, que quiere comprar tu tiempo o algo que vendas. No existe la relación trabajo-empresario, trabajo-capital, sino una relación entre dos capitales: humano y económico. Y alguien compra ese capital humano que tú pones en circulación. Si el motor es la lucha de clases y no hay clases, porque todos somos capital, no hay motor. De hecho, el proyecto político más potente que hay ahora mismo es el atraso: volver a un modelo autoritario (de zar en Rusia, de rey en Estados Unidos), a un regreso a sistemas y estructuras que devuelven a ese hombre blanco heterosexual el poco poder que había perdido.
«En el camino [de la modernidad a la posmodernindad a través de lo explorado en la primera] perdemos la capacidad de goce. Quizá porque es algo que precisa conocer al otro», afirmas. En la era de la IA, donde las redes sociales y plataformas digitales rigen nuestras vidas, ¿cómo vamos a conocer al otro si ni siquiera nos conocemos a nosotros mismos?
Hablando, lo cual requiere un tiempo. El amor, incluso la sexualidad, es algo que requieren atención y un poquito de tiempo.
«El amor, incluso la sexualidad, es algo que requieren atención y un poquito de tiempo»
Que es precisamente lo que parece que no tenemos, porque en esta economía de la atención es como si nos faltase el tiempo para invertir en esos pequeños detalles, que son la vida…
El tiempo es la gran cuestión, porque es lo que te está impidiendo disfrutar de otras experiencias. Quieres ir rápido y acumular experiencias. Puede ser más interesante una comida de tres horas que de veinte minutos o una relación sexual de seis horas, con ratos para hablar, que acabar en 10 minutos. Esa es la clave: conocerse, interesarse por la otra persona, escuchar, atender. Quiero saber quién eres, qué deseas, qué te gusta y, así, descubro yo también qué me gusta y qué deseo.
«La clase media también quiere ser especial y cree que la condición de propietario le iguala con la élite. La hostia será de escándalo», opinas. Lo cual me lleva a una entrevista publicada hace poco a un influencer inmobiliario en la que afirmaba que el nuevo porno inmobiliario está en Madrid.
Sobre la idea de la gran herencia: tanto en el Reino Unido como Estados Unidos se van a heredar miles de billones y en España billones, y se va a dividir entre propietarios y no propietarios. Esa clase media cree que la condición de propietario le acerca a la élite, a la gente que disfruta del porno inmobiliario. Tener uno o dos pisos no te acerca a la élite; de hecho, cuando esa élite privatice la sanidad y las pensiones, tú tendrás que vender tus pisos para pagarte una pensión o una operación. Y la hostia será de escándalo.
«Quizá lo importante no es la pornografía, sino para qué sirve», apuntas. ¿Para qué sirve la pornografía?
Para excitar. Normalmente siempre se pone el énfasis en la primera parte: ¿qué es pornográfico? Suele ser sexualidad explícita con el objetivo de excitar a alguien que no está presente. A mí me interesa esa segunda parte –con el objetivo de excitar a alguien que no está presente–, porque veo que hay mucho discurso político cuya base es simplemente excitar, tener algo que mantenga excitada a la gente todo el rato. El presidente [ya] no es un gestor, sino un creador de contenido. Y también está el elemento de «que se jodan los otros». Todo es hacer daño al otro para excitar a los tuyos, que es el objetivo de la pornografía. El contenido pornográfico no habla de sexualidad, sino de poder.
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