Opinión

Cuando la educación sexual es el porno

La pornografía es la educación sexual de nuestros hijos y no parece que haya mucha preocupación estatal al respecto. Casi 7 de 10 adolescentes accede a estos contenidos de forma frecuente.

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04
julio
2023

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Fue en julio de 2016 cuando tuvo lugar lo que se ha conocido como «el caso de la Manada», en ese momento se puso sobre la mesa un tema hasta entonces poco mencionado: las violaciones en grupo. A buen seguro no fue la primera violación de este estilo, pero sí fue de las más… ¿notorias? Por la violencia, por la impotencia, por lo que suponía de machismo estructural encubierto… Cinco hombres mayores de edad, algunos policías y guardias civiles, la agresión y violación de una joven de 18 años, un portal, los Sanfermines…  Violación, sentenció el Tribunal Supremo.

Nos enteramos entonces que había habido varios casos anteriores en los que se había dirimido entre abuso y agresión sexual y se había resuelto a favor de la agresión al considerar elementos intimidatorios.

Pensábamos –las mujeres en general y las feministas en particular– que tras ese caso habríamos aprendido –la sociedad habría aprendido–, que no volveríamos a ver violaciones similares, que todos nos revolveríamos en contra de semejantes barbaridades. Que, de suceder, solo serían casos muy aislados.

Craso error.

Badalona, Madrid, Logroño… y la lista sigue.

¿La diferencia? Todavía más escalofriante. Ahora las protagonizan los menores.

«Parece evidente que uno no nace con el chip de ‘agresor y violador’ en el cerebro, sino que debe haber otros elementos con lo condicionen»

Lidia Ayora, que dirige el servicio de la Generalitat que asiste a fiscales y jueces para ayudarles a decidir las medidas que deben adoptar frente a los menores que delinquen, explicó hace unas semanas en El País lo que los datos policiales y las memorias de la Fiscalía habían constatado: los delitos contra la libertad sexual cometidos por menores de edad «han ido creciendo progresivamente en los últimos años». Parece ser que se han multiplicado por cinco este tipo de violaciones en la última década. En el último estudio de la fundación ANAR constatan que la víctima agredida por dos o más personas, ha pasado de ser un 2,1% de las violaciones a un 10,5% en 2018. Dentro de esta dramática y compleja situación,  lo único positivo es que «se denuncian más que antes porque hay más conciencia social y menos tolerancia». Mal de muchos consuelo de tontos.

No se conocen las causas de este aumento, pero parece evidente que uno no nace con el chip de «agresor y violador» en el cerebro, sino que debe haber otros elementos con lo condicionen. O sea, que uno no nace, pero sí se educa. En este sentido, el estudio de ANAR, pero también otras asociaciones, asegura que el consumo de pornografía –sobre todo online– a edades cada vez más tempranas, en las que los jóvenes apenas si distinguen si hay o no consentimiento verbal, puede estar detrás de muchas de estas violaciones. La banalización de la violencia y la importancia de formar parte del grupo hacen el resto.

¿Cómo distinguir, a edades tempranas, entre lo que ves y lo que luego puedes o no, hacer? Desde Save de Children aseguran que los y las adolescentes ven pornografía por primera vez a los 12 años y casi 7 de cada 10 (el 68,2%) la consumen de forma frecuente. Este consumo se produce en la intimidad (93,9%) y en el teléfono móvil y se centra en contenidos gratuitos online (98,5%), basados de manera mayoritaria en la violencia y la desigualdad. Imposible que esos porcentajes no afecten en la actitud de nuestros menores. O, dicho de otro modo, es fácil ver cómo construyen su sexualidad los jóvenes a la vista de estos datos.

Está claro que algo está fallando si estamos aquí y que banalizar la violencia derivada del porno no es la solución, como no lo es teñirla de libertad sexual, ni limitar por ley esos contenidos –solo serviría la prohibición–. Y está claro también que si, en los centros educativos hubiera una buena educación sexual, que nuestros jóvenes tuvieran conocimientos al respecto a lo largo de toda su trayectoria educativa, es probable que los casos disminuyeran –no me atrevo a decir que desaparecieran–.

La tragedia actual es que, por mucho que nos repudie, a día de hoy es la pornografía la educación sexual de nuestros hijos y no parece que haya mucha preocupación estatal al respecto. Claro que, que la educación no logre desplazar a la pornografía, nos deja claro a quién beneficia: la industria del porno mueve unos 400 millones de euros anuales.

 

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