Siglo XXI
«La ayuda humanitaria no puede sustituir a la acción política»
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En apenas un mes, más de 3, 5 millones de personas han salido de Ucrania. Dentro del país hay cerca de 6 millones desplazados internos, según las cifras que maneja Naciones Unidas. Sin embargo, el conflicto no tiene visos de resolverse en el corto plazo y todo apunta a que el número de personas que huyen de la guerra seguirá aumentando. Conversamos con María Jesús Vega, portavoz en España de ACNUR, la agencia de la ONU para los refugiados.
A inicios de marzo, la Unión Europea (UE) tomó la decisión sin precedentes de ofrecer Protección Temporal a los Refugiados que huyen de Ucrania. ¿Cómo valora esta medida?
Es una medida adoptada por unanimidad, lo que es muy buena señal. Esta directiva permite a las personas ucranianas que huyen de la guerra, a apátridas y a nacionales de terceros países con residencia legal en Ucrania que no pueden volver a su país acceder a una protección inmediata. Además, otorga permiso de trabajo y residencia temporal durante un año, prorrogable hasta tres años. Esto ha provocado que haya una responsabilidad compartida entre los estados de la Unión Europea y, a nosotros, nos ha permitido agilizar la respuesta ante un flujo de personas que no tiene precedentes.
¿Cómo está siendo la respuesta de los países a la hora de atender a las personas que llegan?
En general está siendo muy positiva y generosa. Los países limítrofes a Ucrania –Polonia, Eslovaquia, Hungría, Rumanía y Moldavia– han dejado las fronteras abiertas desde el primer momento, han aliviado las restricciones frente al coronavirus y están ofreciendo atención a las personas que llegan. Están soportando una presión enorme. Solo en los primeros siete días de guerra salieron de Ucrania un millón doscientas mil personas. De ellas, solo a Polonia llegaron 650.000 personas y a Hungría 144.000.
¿En qué se diferencia esta respuesta a la que Europa dio en crisis como la de 2015?
En 2015, la respuesta fue muy desigual: algunos países también fueron muy generosos en la acogida, pero otros no cumplieron con las cuotas que se habían pactado para acoger un determinado número de personas. La agenda de migraciones que adoptó entonces la Unión Europea preveía la distribución de personas que iban llegando a Grecia e Italia; sobre todo de personas refugiadas –que no podían regresar a su país por la existencia de un conflicto–, pero también de personas migrantes que se trasladaban desde otros lugares por otras razones. En el caso de Ucrania estamos hablando de refugiados porque huyen de una guerra particular. En cualquier caso, en 2015, la Unión Europea diferenció entre dos tipos de reparto: por un lado, la reubicación de refugiados dentro de los propios países de la UE y, por otro lado, el reasentamiento de personas que se encuentran en países de fuera de la Unión y que no pueden permanecer en el primer país de asilo.
«Antes de esta guerra, ya había en Ucrania 850.000 desplazados internos por la oleada de violencia de 2014»
La movilización ciudadana también parece extraordinaria. ¿Habéis visto otra respuesta similar en otras crisis en Europa?
En este contexto, la movilización de la sociedad civil ha sido extraordinaria porque –y aquí diría que desafortunadamente– a la gente le toca más el corazón algo que sucede cerca que crisis que están en otro continente. Sin embargo, la respuesta de la ciudadanía con la llamada crisis de refugiados del mediterráneo también fue generosa: centenares de personas iban los fines de semana a Grecia a ayudar a rescatar a gente. Eso es de agradecer. El problema es que, muchas veces, la respuesta ciudadana va por delante de las decisiones políticas. Y no solo eso, sino que influye en las decisiones. En España tenemos la suerte de contar con una sociedad tradicionalmente solidaria con las personas refugiadas.
Vosotros operáis también dentro de Ucrania. ¿Cómo se vive la situación en el territorio?
Desde aquí estamos en contacto diario con nuestros colegas en Ucrania. Trabajar en una zona de conflicto es un reto enorme; los humanitarios están amenazados por las mismas bombas que caen. Cuando pueden acceder a internet nos comunicamos con ellos y les contamos las manifestaciones que están teniendo lugar en los diferentes países o las recaudaciones que hemos conseguido. Eso les ayuda a saber que su situación no está olvidada y nos permite ayudarles en función de la ayuda humanitaria que necesiten en cada momento.
¿Qué os cuentan de esas personas que siguen todavía en Ucrania?
Que están aterradas. A diario escuchan los bombardeos, ven cómo se destruyen los edificios. Son familias enteras que no han podido o no han querido salir de Ucrania, y no se atreven ni salir a comprar porque no hay libertad de movimiento por cuestiones de seguridad. Para nosotros esto último es un reto enorme, porque no estamos pudiendo hacer un reparto regular de la ayuda humanitaria. Por eso solicitamos que se nos permita con un mínimo de seguridad poder llevar ayuda humanitaria a estas personas y que se respete el derecho internacional.
¿Qué dificultades os estáis encontrando para llevarles material de ayuda humanitaria?
Nosotros trabajamos en el país desde 1994, lo que significa que ya estábamos en la crisis de 2014 y conocemos las necesidades ingentes de la población. A pesar de que se han establecido corredores humanitarios para que la protección civil se ponga a salvo y que pueda entrar ayuda humanitaria, hay muchas dificultades para operar en el territorio. Aún así, hemos podido hacer llegar un convoy de ayuda humanitaria hasta la zona centro de Ucrania, hemos distribuido, sacos, mantas, bidones en la zona este, donde hay un mayor número de personas desplazadas ya desde antes del conflicto. Hay que pensar que antes de que el conflicto estallara, en Ucrania ya había más de 850.000 desplazados internos por las oleadas de violencia que hubo en la zona del Donbás. Estamos hablando de gente que ya ha tenido que desplazarse en numerosas ocasiones, que ha abandonado su casa y que la ha visto destruida. A esto hay que sumarle el agravante de que un tercio de esta población son personas mayores que, a nivel de salud y a nivel psicológico llevan una carga muy fuerte porque llevan muchos años viviendo en una situación de conflicto, de violencia. Es gente que se encuentra en las provincias de Donetsk y Luhansk, entre los dos lados de la zona de conflicto actual y que está viviendo en unas condiciones penosas: no hay infraestructuras o estas están dañadas, no hay agua corriente, se corta el suministro de luz varias veces al día… Lo que ahora están viviendo en prácticamente todo el territorio ucraniano, hace tiempo que afecta –y ahora con más intensidad– a las personas de esa zona.
Vosotros habéis asistido a refugiados que huían de diferentes partes del mundo y de diferentes conflictos. ¿Qué consecuencias psicológicas tiene el hecho de ser refugiados?
Ser víctimas de violencia –ellos directamente o sus seres queridos– tiene un enorme impacto psicológico. Imagínate pensar constantemente que esa bomba que ha caído ahí podría haberte caído a ti. Genera una sensación de estar alerta. Muchos pasan las noches en vela y cuando suenan las sirenas tienen que correr a esconderse cogiendo lo necesario, que no es suficiente para cubrir necesidades básicas o protegerse completamente del frío. Cuando cruzan la frontera, muchos vienen en estado de ansiedad o en shock. Algunas madres tratan que los niños vivan la realidad de otra forma y eso también supone un desgaste para ellas. A eso se le añade el desgarro de tener que separarte de tu padre o de tu hermano, porque los varones de 18 a 60 años no pueden abandonar Ucrania. Nosotros estamos en puntos fronterizos, ofreciendo a las autoridades apoyo psicológico para aquellas personas.
«Quienes llegan a la frontera están desgastados física y emocionalmente; muchos vienen en estado de shock»
Además del apoyo psicológico, ¿qué asistencia se le ofrece a aquellas personas que consiguen cruzar las fronteras de Ucrania?
Conjuntamente con las autoridades de los países limítrofes apoyamos en el asesoramiento sobre el asilo, con funciones de interpretación o de identificación de grupos vulnerables o menores no acompañados. En Moldavia hemos establecido un puente aéreo con materiales de ayuda humanitaria. Hemos establecido un almacén con sacos de dormir, pañales, papel higiénico, bidones de agua, mantas. A eso se le suma la solidaridad por parte de todos estos países: te encuentras desde quien, cartel en mano, ofrece traslado gratuito hasta quien ofrece casa para dos familias. Esto alivia las fronteras, porque en la entrada de Moldavia hay caravanas de 15 o 20 km. La gente tarda tres días en llegar.
¿Crees que esta guerra podría ser un punto de inflexión en el trato sobre los refugiados?
Es un horror que haya una guerra, pero si esta circunstancia ayuda a que haya más personas que entiendan, empaticen y quieran ayudar a la gente que sale de su país huyendo de la violencia, será uno de los únicos aspectos positivos de toda esta situación. Es muy importante tener en cuenta que no solo son los refugiados de Ucrania. Ahora son refugiados de Ucrania, pero hace un poco más de un mes estaban los refugiados afganos en Siria o personas procedentes de Burkina Faso, Venezuela, Yemen… Nos estamos desangrando. El número de refugiados crece a un ritmo que los humanitarios no podemos responder. La acción humanitaria no puede ser un sustituto de la acción política. Por eso a veces nuestro trabajo es tan frustrante: estamos paliando situaciones provocadas por la inacción política. En todo el mundo hay ya 84 millones de personas desplazadas por guerras y conflictos, y cada año vamos batiendo récords. No habíamos visto una cifra tan alta de refugiados desde la Segunda Guerra Mundial. En este sentido, lo de Ucrania es una crisis más que agrava la situación.
¿Qué le pediría a los ciudadanos y a los políticos?
Que tengan una mayor sensibilidad, que vean igual a una persona rubia de ojos azules que a una persona que viene de un país árabe o de África o que tenga rasgos orientales. Todos tienen en común el haber tenido que huir de su país para poner a salvo su vida. Todos son gente valiente que ha conseguido burlar a la muerte en varias ocasiones y que no viene aquí para robarnos nada –como algunos dicen–, sino para vivir. Tienen derecho a vivir, ellos y sus hijos. Pedir que se les trate como nos gustaría que nos tratasen a nosotros si desgraciadamente estuviéramos en una situación similar.
Son muchas las personas que sienten impotencia por no poder ayudar a las personas que huyen de Ucrania. ¿Qué pueden hacer los ciudadanos de a pie para colaborar?
Nosotros, para responder a la emergencia de manera eficiente, estamos canalizando la ayuda a través de contribuciones económicas. Antes de la guerra, la asistencia en Ucrania solo recibía un 9% de la financiación total, y ya había 850.000 personas desplazadas en el país que necesitaban ayuda humanitaria. Hay diferentes formas de contribuir: a través de donaciones en la ayudaucrania.com o haciéndote socio de ACNUR. El apoyo económico nos permite adaptar la respuesta a lo que necesiten las personas desplazadas dentro y fuera de Ucrania en cada momento. La situación cambia por horas. Uno de los problemas que tiene el boom de solidaridad (que hay que agradecer, sin duda) es que a veces hay excedentes y no hay manera de darle salida a todo lo que llega, porque igual se necesitan mantas y al cabo de unas horas, biberones. Por eso es importante que las personas o entidades que están mostrando su solidaridad lo hagan de manera coordinada con los países que reciben a los desplazados para evitar acumulación o duplicidades. A nosotros, el apoyo económico nos permite dar una respuesta de emergencia acorde a las circunstancias. Por ejemplo, una de las cosas que estamos distribuyendo, además de los materiales de primera necesidad que tenemos en los almacenes de la región, son tarjetas con dinero en efectivo para que las personas refugiadas puedan comprar lo que necesiten.
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