Siglo XXI
«Durante la pandemia, no colaborar es de una irresponsabilidad casi criminal»
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A Antonio Garrigues Walker (Madrid, 1934) parece no faltarle tiempo ni energía para nada. A sus 86 años, sigue siendo uno de los juristas españoles más reputados, algo que compagina con sus labores de ensayista, dramaturgo y filántropo. En su nuevo libro, ‘Sobrevivir para contarla’ (Deusto), analiza el mundo que nos deja una pandemia que ha puesto a la cola preocupaciones que hace un año nos parecían prioritarias y que hoy, en medio de la emergencia sanitaria, vemos que quizá no eran tan urgentes. «El final de la pandemia va a ser un momento dulce para iniciar de nuevo una actividad muy dinámica, más creativa e innovadora», nos dice al otro lado del teléfono con un optimismo incombustible.
Hace unos años, en una entrevista, nos dejabas un titular inspirador: «Seguimos sin entender que la historia de la humanidad es la historia de las migraciones». Viendo lo que ha pasado en Moria o lo que sucede desde hace años en el Mediterráneo, no parece que la situación haya mejorado en absoluto. ¿Por qué nos cuesta tanto aprender esa lección básica de humanidad y empatía con el otro?
Es una tristeza que la humanidad sea tan poco generosa en temas como las migraciones. Y, sobre todo, irresponsable. Todos los países, prácticamente sin excepción, han tenido problemas de emigración e inmigración. Lo que no podemos hacer es que, cuando queremos que la gente de nuestro país se vaya, nos parezca bien, pero que cuando no queremos que alguien venga nos parezca mal. España ha tenido más de tres millones de ciudadanos trabajando en Francia y Alemania durante mucho tiempo, así que cuando llega el momento de acoger a personas que necesitan tener una vida más digna y saludable, inevitablemente, tenemos que corresponder. Comprendo que no podemos abrir las puertas de par en par, pero eso es una cosa y otra muy distinta es no tener una política generosa frente a la migración. Ningún proceso migratorio ha sido negativo para el país que lo recibe. Al contrario, las consecuencias han sido positivas para los países que acogen.
La ministra de Exteriores iba más allá y sentenciaba tajante que «no tenemos por qué elegir entre ayudar a los españoles y a quienes no lo son». ¿Seguimos siendo la sociedad solidaria de la que presumíamos en los noventa, o están calando los discursos de odio que cada vez ocupan más espacio en el parlamento?
Ya me gustaría que la ministra acabara teniendo razón y que no hiciéramos esa distinción. Pero eso es, en estos momentos, una utopía. Lo que sí tenemos que hacer, por descontado, es darnos cuenta de que no podemos aplicar la doble moral: nosotros, que hemos enviado muchos emigrantes, tanto políticos como económicos, ahora tenemos que corresponder de una manera noble y sincera. Es nuestra vocación social en estos momentos.
«Ningún proceso migratorio ha sido negativo para el país que lo recibe»
¿Qué queda de la idea de esa Europa refugio, uno de los pilares sobre los que se reconstruyó tras la Segunda Guerra Mundial?
La idea sigue ahí, pero el problema está en que a veces se aplica bien y otras mal. Hay países más generosos y países más egoístas, y en Europa esa distinción se ve bien. Hay países como Polonia o Hungría que han decidido establecer políticas restrictivas; en cambio, países como Alemania han acogido a un número de migrantes realmente impresionante. Sigamos el ejemplo mejor y no el peor.
¿Sigue siendo válida esa sentencia orteguiana de España como problema y Europa como solución?
En algunos aspectos, sí. Desde que lo dijo Ortega hasta ahora se ha avanzado mucho, pero todavía podemos mejorar en el sentido de tener un sentimiento más europeo o de tener más contactos con Europa. Ahora bien, estos momentos no son iguales a cuando Ortega pronunció esa frase que, en efecto, sigue siendo verdad en parte.
Hace unas semanas en la tribuna del Congreso se llegó a denominar «estercoleros multiculturales» a las sociedades conformadas por personas migrantes y de distintas procedencias y culturas.
A mí ese tipo de definiciones me escandalizan, sobre todo, moralmente. Vuelvo a insistir en que no ha habido ningún proceso migratorio que no haya tenido efectos positivos para el país que lo acoge. Y eso afecta no solo al tema económico y social, sino también al cultural. España es resultado de la mezcla de culturas. Pero no solo nos pasa a nosotros, todos los países han tenido un proceso similar.
¿Pone esa crispación política en peligro los avances en materia de tolerancia, democracia y progreso social de las últimas décadas?
La polarización política siempre es negativa. No podemos soñar con que haya un acuerdo político total, pero sí puede haberlo en algunos temas –como el cambio climático, las migraciones o la desigualdad, los temas básicos de la sociedad– en donde sí podría haber mucho más acuerdo. En el caso de nuestro vecino país, Portugal, se ha demostrado que en algunos temas todos los partidos políticos lo han logrado. En España, en ese aspecto, deberíamos poder llegar a acuerdos sensatos.
«Los valores culturales son los que definen la calidad de una democracia»
Tras agotar los años de progreso de la Transición, ¿dónde se encuentra España? ¿Somos un país sin proyecto?
No, creo que no. En España tenemos una pandemia sanitaria que está generando una pandemia económica, y las crisis económicas nunca suenan bien en términos políticos, porque generan fenómenos de polarización, pero a eso hay que resistirse. España va a sufrir un descenso económico igual que los demás países. Parece ser que vamos a caer más que ningún otro o algo parecido a Italia, pero eso siempre ha sido así. Los datos que tengo dicen que España va a ser de los que más sufra este año y, en cambio, de los que tenga un crecimiento mayor el año que viene. Vamos a aceptar una cosa y también la otra. No tenemos derecho al pesimismo.
Por la emergencia sanitaria, la pulsión nacionalista parece haber quedado en segundo plano –pese a algunos intentos por volver a ponerla sobre la mesa–. ¿Volverá a resurgir con fuerza cuando pase el coronavirus?
El nacionalismo no va a desaparecer nunca. En su grado más extremo o en su grado más suave siempre va a estar. El problema está en que, en estos momentos, como es lógico, lo urgente prevalece sobre cualquier otro tema, y lo urgente es la pandemia. El no colaborar, no hacer las cosas conjuntamente, sería de una irresponsabilidad casi criminal. El nacionalismo no es que haya desaparecido, sino que ha dejado paso a la urgencia de la pandemia. Pero volverá. Queda pendiente el cómo España enfrenta ese nacionalismo, pues cabe la posibilidad de un diálogo político eficaz. Es decir, no es un debate imposible o irremediable: el diálogo puede lograr realmente resultados espectaculares.
Más allá de esos debates, el cambio climático sí es una cuestión que ya nos preocupa y que seguirá ahí. ¿Qué papel crees que jugará el Green Deal en los próximos años?
Cada vez nos damos más cuenta de que no es un tema puramente estético, sino que es de una gravedad profunda. Por tanto, tenemos que llegar a acuerdos globales. Deberíamos empezar por Europa: tenemos que darnos cuenta de que los nacionalismos a nivel europeo están muy bien, pero concederles un peso tan enorme es tremendo. Y en el cambio climático o el terrorismo o temas generales lo que hay que hacer es ponerse de acuerdo. En Europa nos cuesta mucho hacerlo, pero hay cosas en los que no vamos a tener más remedio que negociar. El problema de la UE en estos momentos es que siempre ha ido bien cuando el eje franco alemán funciona bien, pero en estos momentos está un poco debilitado. Angela Merkel está de salida y Macron no impulsa ese eje. Ahí es donde tenemos que ver qué podrían hacer países como España e Italia para proteger a Europa y darle riqueza, vitalidad y dinamismo.
¿Puede ser la lucha contra el cambio climático uno de los hilos que ayuden a coser de nuevo las brechas de Europa?
Me gustaría tener ese sentimiento, pero he visto que, incluso en temas como el terrorismo, no llegamos a acuerdos. Me imagino que a lo mejor en el tema del cambio climático tendremos éxito, pero darlo por seguro sería una actitud demasiado optimista.
«En los países donde hay más igualdad económica, la sostenibilidad política y de convivencia es mayor»
En España, una de las mayores brechas que nos rompe es la desigualdad, sobre la que alertó el relator especial de la ONU a principios de año, y que con la crisis actual se ve acuciada. ¿Por qué no funciona el ascensor social?
No funciona porque no nos damos cuenta de que somos uno de los países más desiguales de Europa, y con este tipo de desigualdad creciente, la sostenibilidad social se hace muy delicada. Y por eso esperemos que sea un tema en el que los partidos políticos también empiecen a operar de acuerdo. La desigualdad, como todo el mundo sabe, siempre va a existir. No hay un país en que todo el mundo tenga la misma igualdad en todos los terrenos. El problema está en reducir las cuotas de desigualdad al máximo. Eso se ha logrado, por ejemplo, en los países nórdicos. En cuanto al coeficiente Gini –que mide la desigualdad en los Estados–, España está en la escala más alta y, en cambio, hay países que tienen escalas muy razonables. En los países donde hay más igualdad económica, la sostenibilidad política y de convivencia es mayor. Si la desigualdad va creciendo, la posibilidad de una ruptura o de una explosión social se hace más clara.
¿Y qué mecanismos tenemos para reducir esta desigualdad?
Fundamentalmente el mecanismo fiscal, pero también el convencimiento propio de la sociedad y de los empresarios, los sindicatos y de todas las fuerzas, para darse cuenta de que hay que ir reduciendo esa desigualdad de una manera acelerada.
Cambiando de tercio, autores, técnicos, artistas, promotores, editoriales… una inmensa mayoría se quejan de abandono por parte de las instituciones. ¿Qué pasará con el sector cultural en esta incipiente crisis?
La vida cultural española es potencialmente riquísima, pero luego tiene problemas graves: la cultura necesita dinero y no hay en España el tipo de intercambio de riqueza entre el mundo rico y el cultural, como lo hay en otros países. Por otra parte, tenemos que empezar a entender que la cultura también genera una enorme riqueza: el tener buenos museos, buen teatro, buena literatura… eso la genera. Por lo tanto, lo que hay que hacer es apoyar la cultura desde todos los puntos de vista. No hay un partido político que diga que no lo hace, pero hay que pasar de las palabras a los hechos. Y ahí es donde estamos más o menos parados últimamente. Yo no digo que el problema sea fácil, porque no se trata de subvencionar la cultura in aeternum. Se trata de apoyarla, a veces con medios económicos, a veces con medios políticos, a veces a través de los medios de comunicación.
¿A qué crees que se debe esa falta de financiación en comparación con otros países?
En España no hay una valoración de la cultura como se da en otros países y nadie cree ni se da cuenta de que la cultura genera riqueza. Suelo poner como ejemplo el caso de Málaga, donde hay un alcalde que reconoce que la cultura es un valor esencial para vitalizar y enriquecer a la ciudad. Málaga, a través de los museos, está haciendo una tarea realmente increíble de atracción no solamente de visitantes españoles, sino también extranjeros. Los valores culturales son los que al final definen además la calidad de una democracia. Cuanta más cultura, mayor calidad democrática; cuanta menos cultura… ahí la calidad democrática está en peligro.
«El día en que este maldito virus nos deje se va a producir un momento feliz»
La polarización de la que hablábamos, ¿ha llegado también al sector cultural?
Siempre se ha hablado de cierta polarización, de que hay una cultura de izquierdas y una de derechas, eso es inevitable. Pero permitir que esa polarización dañe en su conjunto a la cultura es lo grave. Se puede llegar perfectamente a acuerdos. Hay una cultura que tiene que englobar y superar los límites de cualquier ideología.
Si en marzo decíamos que de esta saldríamos mejores, ahora parece que nos conformamos con salir. ¿Cómo crees que lo haremos?
Al salir de una pandemia se genera siempre un sentimiento de optimismo, de euforia. Eso espero que pase también en España. El día en que este maldito virus nos deje se va a producir un momento feliz. Nos daremos cuenta de que podemos hacer muchas más cosas de las que creemos y que, sobre todo, va a haber muchas menos limitaciones en todos los aspectos. El final de la pandemia va a ser un momento dulce para iniciar de nuevo una actividad muy dinámica, más creativa e innovadora. No creo que la humanidad y la ciudadanía aprenda mucho de estas situaciones, pero tiene que haber algo distinto a lo de antes. Algo tendremos que aprender. Espero que cuando termine, sea en los próximos seis meses o en el próximo año, se genere una nueva dinámica en la sociedad española.
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