¿Por qué no funciona el ascensor social en España?
Mientras nos adentramos en una nueva recesión, la desigualdad crece a la misma velocidad que la desesperanza: la falta de movilidad social hace que las generaciones jóvenes, sobre todo aquellas con menor nivel de ingresos, se encuentren ahora con menos posibilidad de ascender que sus padres.
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La pobreza es, igual que una jaula, una cárcel asfixiante que atrapa a una parte cada vez mayor de la población. Para muchos de ellos es, además, un destino inevitable e injusto del que no pueden escapar. Los datos económicos brillan dolorosamente en este contexto: según recogía un informe el año pasado, España es el cuarto país de la OCDE donde es más posible seguir estando en el 20% de los hogares más ricos tras cuatro años, y las posibilidades de seguir empobrecido, como en un reverso lúgubre, superan en diez puntos la media de la organización. Aunque las cifras puedan parecer circunstanciales, responden a un contexto que parece asentarse cada vez más sobre unos términos que muestran el enorme peso del origen socioeconómico: la desigualdad no solo condiciona el presente, si no que al heredarse también condiciona el futuro, convirtiéndose en un factor clave para explicar el actual estado de la sociedad española, donde el llamado ascensor social lleva décadas averiado.
Esa movilidad que aquí falla no solo favorece a determinados grupos e individuos, sino a las propias sociedades o conjuntos: no se pierden potenciales talentos y recursos productivos, ni se derrocha la inversión previa de dinero público en políticas sociales y educativas. Su ausencia, además, puede llevar a la reducción de confianza en un sistema sociopolítico que, en última instancia, estaría destruyendo el principio de igualdad de oportunidades, uno de sus pilares ideológicos. «La movilidad social permite que individuos nacidos en orígenes sociales más humildes tengan capacidad de situarse en otro punto de la distribución de la renta y la riqueza. Eso no quiere decir que no vaya a haber gente que pierda su posición de privilegio, ya que para que unos suban, otros tienen que bajar. Sin embargo, si esa dinámica está muy determinada por tu origen social ya no es una dinámica en sí, sino una condena», explica Olga Cantó, profesora de economía en la Universidad de Alcalá. Dicho de otra forma, en el núcleo del concepto de ascensor social se halla la propia idea de oportunidad.
Los datos de la OCDE no invitan al optimismo: en términos de ocupación, por ejemplo, alrededor de un tercio de los hijos de trabajadores manuales continúan ocupando posteriormente este mismo perfil laboral. Si atendemos a los términos absolutos, observamos que la movilidad de clase tendió a descender en clave general y, actualmente, las generaciones jóvenes se encuentran ahora, en esos mismos términos, con posibilidades de movilidad hacia arriba menos favorecedoras que sus padres. «En los hogares son dos las principales vías por las que se pueden transmitir las oportunidades: una vía es directa, es decir, que por nacer en un determinado ámbito familiar ya cuentas con unas posibilidades debido a la actividad de tu familia, a sus relaciones y al tipo de vida que tiene; y otra vía, más indirecta, tendría que ver con el acceso a la educación», señala Cantó.
En España, la inversión en educación con respecto al PIB se halla un punto por debajo de la media de la OCDE
Es en esta última vía en la que España halla gran parte de sus problemas. Según datos de la propia organización, cuatro de cada diez personas con padres de bajo nivel de formación posee la educación secundaria. Sin embargo, tan solo doce de cada cien tiene un grado superior y solo dos de cada cien alcanzan un nivel de estudios de máster o superior. El mismo estudio también indica que cuanto mayor es la inversión, mayor es la movilidad educativa. En España, sin embargo, la inversión en educación con respecto al PIB se halla un punto por debajo de la media, mientras que el gasto por alumno desciende en un 10% respecto a la misma.
La relación entre educación y empleo se ve reflejada también a través de los datos recogidos por el INE, donde aquellos que disponen de niveles más altos de educación tienen más posibilidades de encontrar empleo. Dentro de este ámbito, también hay diferencias de género que abren una brecha de hasta un 20%. Y, según el informe sobre educación publicado por La Caixa este mismo año, mientras el sistema español de educación se caracteriza por tener niveles altos de acceso, también tiene serias dificultades para reducir el abandono escolar –con un 18,3% frente al 10,6% de la media europea– y la repetición de curso. Es en el abandono escolar, de hecho, donde España rompe un lamentable récord, convirtiéndose en el líder de los países de la Unión Europea.
Estos problemas, de carácter estructural, se suman también a la persistencia intergeneracional del alto nivel de segregación por origen socioeconómico de los centros educativos españoles, también por encima del nivel continental. Como refleja el informe de La Caixa, Madrid, con un 27,71%, y Cataluña, con un 24,86%, estarían a la cabeza de la segregación. A nivel nacional, de hecho, la media también supera a la europea por varios puntos, lo que sitúa a España a la cola de los países del continente junto con Rumanía, Bulgaria y Hungría.
Otro de los factores fundamentales relacionados con la movilidad social son las políticas públicas de rentas que, como señala Cantó, son especialmente importantes a la hora de cohesionar la sociedad. «Estas políticas tienen que ver con coberturas de situaciones límite, como la que estamos viviendo ahora mismo. Son políticas no solo destinadas a aquellos sumidos en la pobreza más extrema, sino también a aquellos miembros de la clase media-baja. Si no existiesen esta clase de políticas lo que ocurriría es que no solo se agravaría la pobreza de aquellos hogares más humildes, si no también a aquellos que estaban un poco más arriba», explica. Así, la erosión de la clase media, especialmente la clase media-baja, salta como una de las alarmas más graves en estos términos. La cantidad de este estrato, según explica, proporciona un indicador fiable sobre la igualdad de un país y, en el caso de España, entre los años 2012 y 2014, gran parte de los hogares que a él pertenecían terminaron engrosando las listas de los más humildes. «Es lo que pasa en países como EEUU, donde tienen una escalera con muchas personas bajo el umbral de la vulnerabilidad, muy poca clase media-baja y media-alta y bastante más clase alta. En España, durante esos años, nos empezamos a parecer más a esta estructura de escalera», afirma.
Esto es, en parte, uno de los efectos de la gran recesión iniciada en 2008. Desde el inicio de la crisis y hasta 2015, la pérdida de renta media entre las personas más pobres fue de un 21%, mientras que entre las más ricas fue de un 2,1%, tal y como indican los datos recogidos por el INE. En esa línea, según afirman desde la organización Save The Children, las políticas redistributivas de las políticas públicas españolas es menor que la de otros países europeos: de este modo, mientras la media de reducción de la desigualdad mediante transferencias sociales alcanza un 40,2% en la Unión Europea, en España la cifra lo hace tan solo hasta un 31,9%. Entre las consecuencias más graves se encuentra el aumento de la pobreza severa, que entre 2008 y 2015 aumentó tres puntos más que la media del continente. A ello se suma que, como publica Eurostat, el nuestro es de los países europeos en los que la desigualdad aumentó de forma más evidente, con un 7,1%.
En cuanto a la redistribución, destaca el hecho de las prestaciones por desempleo y el sistema de pensiones: en España, la riqueza se redistribuye principalmente según el IRPF y la contribución –es decir, las propias cotizaciones a la Seguridad Social– del ciudadano al sistema. Sin embargo, este sistema difiere negativamente de aquel implantado en nuestro entorno, donde la redistribución no está tan sujeta a la contribución previa de los ciudadanos. «Toda la cuestión del empeño, del esfuerzo, la igualdad… solo tiene sentido cuando puedes garantizar altos niveles de movilidad», señala Marta Gutiérrez Sastre, profesora de sociología en la Universidad de Salamanca. «Hay que tener, al menos, la expectativa de la movilidad social para comprender todo nuestro funcionamiento. Si este no existiera, se nos romperían conceptos tan necesarios para nuestro funcionamiento como la igualdad de oportunidades», añade.
Desde el inicio de la crisis, la pérdida de renta media entre las personas más pobres fue de un 21%, mientras que entre las más ricas fue de un 2,1%
En España, según el informe de Save The Children, la limitación de la movilidad social se agrava por dos peculiaridades: la tasa de sobrecualificación –una de las mayores de Europa– y la estructura del mercado laboral, que hace que haya mucha demanda de empleo no cualificado y, por tanto, no tanto espacio para personas jóvenes formadas. Atrás quedan ya las décadas de desarrollo de 1960 y 1970, probablemente las más positivas en términos de movilidad. Entonces, mientras el desarrollo del país crecía exponencialmente también tenía la gran capacidad de absorber empleos en los altos estratos sociales. Ahora, sin embargo, ya no existe un factor de tal calibre y la movilidad se encamina hacia un anodino estancamiento. «La movilidad social existe porque la igualdad de oportunidades y la meritocracia son principios que nos vertebran, son parte de los grandes discursos sociales», afirma Gutiérrez. Cantó coincide: «Si la movilidad es tan baja que depende prácticamente por completo de tu origen social seremos una sociedad con muchos problemas. Sobre todo, porque a la población le pasaría como en el Medio Oeste americano, donde no ven esperanza. Una cosa es ser pobre, y otra no tener esperanza de no dejar de serlo nunca», añade.
Otros nombres como Ivan Krastev y Stephen Holmes comparten también la misma perspectiva, pero situándolas en el concreto contexto estadounidense. «La pérdida de empleos fijos y bien pagados por parte de las capas más bajas entre las clase media blanca estadounidense supuso un golpe tan duro para su amor propio como para su bienestar material», afirman en su ensayo La luz que se apaga. Es parte, según explican, no solo de la elección de Donald Trump, sino de la pérdida de fe global en el liberalismo. Frank Luntz, consejero de comunicación del Partido Republicano, lo explicaba hace dos años con palabras más transparantes. «[Trump] les dice que importan, que su voto cuenta. Están abandonados o jodidos, y han estado esperando mucho tiempo a que alguien les diga que su vida importa», concluía. Con la vista puesta en el otro lado del charco, quizá la conclusión sea que el ascensor social no solamente está averiado en la planta de nuestro país, sino que el fallo está en el corazón del sistema.
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