Opinión

Un suspiro y un silencio

La pandemia ha acaparado todos los focos en los países más desarrollados, pero una buena parte del mundo se ha visto afectada por otras consecuencias de la covid que no tan evidentes: la miseria, el hambre y las migraciones forzadas, un imponente reflejo de la desigualdad a la que se enfrentan aquellos territorios cuando les azota una crisis sanitaria de este calibre.

¿QUIERES COLABORAR CON ETHIC?

Si quieres apoyar el periodismo de calidad y comprometido puedes hacerte socio de Ethic y recibir en tu casa los 4 números en papel que editamos al año a partir de una cuota mínima de 30 euros, (IVA y gastos de envío a ESPAÑA incluidos).

COLABORA
06
julio
2021

Escuchar. Aprender a hacerlo, me parece, es indispensable. Durante los últimos meses he charlado con personas que tienen una particular concepción del dolor y de la vida, del anhelo y de la realidad. Blanca (pseudónimo) es una de ellas. Desde su Venezuela natal, esta mujer caminó hasta Colombia durante los días más cruentos de la pandemia, sencillamente, para no morir de hambre (¿es ‘no morir’ un sinónimo de ‘vivir’?). En esa travesía, sus cuatro hijos y ella misma supieron lo que era dormir cubiertos por un manto de estrellas. Es decir, durmieron y amanecieron en la calle. Y comieron lo que otros ya habían tirado a la basura. Así pasaron cuatro días hasta que, finalmente, llegaron al país vecino. Blanca sueña con ser repostera o panadera. O tener cualquier otro oficio que le permita un techo, una mesa, y una vida digna. ¿Y el amor? No tiene tiempo para pensar en eso, sólo le quedan fuerzas para luchar para que los suyos jamás vuelvan a necesitar de lo que otros han desechado.

También charlé con Linda. Esta antigua emprendedora venezolana sabe muy bien lo ásperas y densas que pueden ser las propias lágrimas. Ella misma las tuvo que tragar hace unos meses cuando su hijo le pidió un juguete nuevo. Él, como todos los niños, quería uno, pero la nevera, aquella tarde, ya se había quedado vacía. Y ambos se fueron a la cama con hambre. «¿Tú sabes lo que es tener que decirle a tu hijo que no puedes comprarle un juguete porque ni siquiera hay comida en la casa?», dijo. Por supuesto, entre lágrimas que sonaban como la arena misma dentro de su voz. Linda sacó a sus pequeños de su país gracias a su llanto y a su desesperación. «¡Déjenme sacar a mis hijos, si se quedan aquí, morirán de hambre!», gritó en la frontera con Colombia. ¿Miedo a la pandemia? Más miedo le daba morir sin intentar huir de la tristeza y de la miseria.

«Yo también, después de hablar con ellas, les pregunté lo mismo: «¿Y cómo te sientes?». Las respuestas, lógicamente, son tan distintas como sus voces, como sus mundos»

Al poco tiempo hablé con Arussi. Ella, que es famosa por su activismo feminista,  me contó que el 8 de marzo, el Día Internacional de la Mujer, en 2019, muy cerca de su casa apreció una (otra) chica sin vida. Ese mismo día la entrevistaron y le preguntaron sobre la importancia su lucha social. Respondió que tal vez no sirva para nada, porque al día siguiente, con seguridad, sucederá lo mismo. Luego se arrepintió de su declaración, pero no de sus sentimientos, ya que en su país, México, cada día más de 10 mujeres aparecen sin vida entre la tierra de suelos sin dueño, flotando en ríos sin memoria. Un año después, y muy cerca de su casa, otra jovencita apareció asesinada. Ese mismo mes, marzo de 2020 (considerado el más violento de los últimos tiempos) se reportaron 2.585 asesinatos. ¿Qué mata más, un virus o la impunidad?

Semanas más tarde, conversé con una chica que asiste a migrantes del África subsahariana. Los ayuda cuando llegan a las costas españolas después de una travesía marítima y desértica que difícilmente el castellano puede definir. Me contó que lo más duro de su trabajo es tener que decirle a esas personas que en Europa (la tierra tan anhelada, la que idealizaron lanzándose al mar –aún sin saber nadar– cogidos de un flotador y de un sueño) la pesadilla continúa. Me habló de xenofobia, de incomprensión y de niños abandonados y desorientados buscándose un futuro donde ni siquiera conocen el presente. Ella, cuando puede, les pregunta: «¿Cómo te sientes?». Dice que eso, a muchos, les devuelve una vida que creyeron extraviada en el Mediterráneo. ¿Cuando la fragilidad de la vida es la misma que la de una ola que se rompe en la arena, dónde queda el miedo?

Yo también, después de hablar con ellas, les pregunté lo mismo: «¿Y cómo te sientes?». Las respuestas, lógicamente, son tan distintas como sus voces, como sus mundos. Sin embargo, cada una inició con un suspiro y un silencio. Son tiempos pandémicos, dicen.

ARTÍCULOS RELACIONADOS

COMENTARIOS

SUSCRÍBETE A NUESTRA NEWSLETTER

Suscríbete a nuestro boletín semanal y recibe en tu email nuestras novedades, noticias y entrevistas

SUSCRIBIRME