Cultura

«La relación que tenemos las mujeres con la vejez es una batalla contra el paso del tiempo»

Fotografía

lsabel Wagemann
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25
junio
2024

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lsabel Wagemann

La escritora y editora Magalí Etchebarne (Buenos Aires, 1983), autora de ‘Los mejores días’ (2017) y del poemario ‘Cómo cocinar un lobo’ (2023), acaba de ganar el Premio Ribera del Duero de Narrativa Breve con ‘La vida por delante’ (Páginas de Espuma, 2024). En los cuatro cuentos que componen el libro, sus personajes expresan con agudeza la complejidad de la pérdida, la vejez, el desamor y la muerte, a la vez que exponen la teatralidad que conllevan, tantas veces, las relaciones humanas.


El libro se llama La vida por delante, pero los cuentos también están atravesados por la muerte de los padres, de una relación, de las ganas de vivir. ¿A qué se debe la paradoja?

 ¿A qué se debe tanta oscuridad? [Risas]. Recién hablaba con alguien que me decía que la que lo atraviesa todo es la pérdida y me pareció una buena manera de redondearlo. Porque es verdad que a veces aparece la muerte literal, la muerte de la madre. Pero en el primero en el que no hay muerte parece que la muerte asoma. Uno sabe que esa mujer está grande y posiblemente en unos unos años muera, pues finalmente en el tercero está muerta. Pero hay pérdida, como decías vos, del amor, de los seres queridos. Yo creo que fue algo que me iba apareciendo mientras escribía, y además me daba cuenta de que a mí me resultaban oscuros los temas. Me pongo a escribir muchas veces porque algo me duele, porque me quiero vengar de eso que me duele y quiero escribirlo para estrujarlo y hacerlo sonar y romperlo, convertirlo en algo o simplemente odiarlo en el papel. Pero sí, el dolor apareció mucho durante la escritura y yo me preguntaba, como qué mal leer esto, tan rodeado de personajes a los que les pasan tantas cosas y la oscuridad siempre asomando. Después me di cuenta de que aparecían algunos desvíos, escenas un poco tragicómicas, que también eran formas de vengarme de eso doloroso, de esta manera en la que estas mujeres, por ejemplo, se definen a sí mismas, como «excombatientes». La narradora, la niña, las define así: unas mujeres entre rabiosas y compasivas.

«Lo más doloroso es desconocer al otro, al que amas, y no encontrarlo»

Justo te iba a decir que las protagonistas de los cuentos son todas mujeres que están sufriendo, en mayor o menor medida, algún tipo de pérdida: del amor, de la belleza, de la juventud…

La pérdida de la juventud que además a priori no tendría nada de malo. Es crecer. Hay una valoración extrema de la juventud, pero también hay algo que las mujeres vivimos con mucho espanto, que es el paso del tiempo. En general, la relación que tenemos con nuestra propia vejez no es para nada de curiosidad, ni de calma, sino una batalla contra el paso del tiempo. Estamos muy dispuestas a hacer casi cualquier cosa para frenarlo. Y se nos invita todo el tiempo a que hagamos cualquier cosa para frenar el paso del tiempo. Eso en general es algo que me da mucha rabia, me enoja mucho esa concepción de que las mujeres tenemos que ser niñas, siempre tenemos que parecer jóvenes y que «es vieja pero es guapa»… La belleza en la vejez como una sorpresa. Una incapacidad de encontrar belleza ahí. Y creo que eso es algo que replicamos entre nosotras, que nosotras también lo reproducimos porque en general fuimos educadas y crecimos en ambientes en los que las mujeres se relacionaban así con su propia vejez. Mi abuela, de hecho, había dejado de mirarse en el espejo. Un poco exagerado en el cuento, pero no le gustaba verse, decía que esa no era ella. Eso siempre me generó mucha curiosidad. Y también crecer pensando que tu propia vejez es tan extraña y tan ominosa. Es muy político también. En un ensayo sobre los cánones de la belleza, Susan Sontag habla de cómo las mujeres nos relacionamos con vergüenza: el cuerpo de la mujer vieja es obsceno. En cambio, con el cuerpo de un hombre viejo, qué bien le quedan las canas, adquirió sabiduría, está más lindo, incluso. Es rarísimo que uno diga que una mujer que envejece está más linda, y eso es absolutamente desquiciante para mí, me genera mucha rabia. Entonces creo que también es un poco una parodia, una burla.

Muestras la vejez como una guerra, dice uno de los personajes, «y por eso su ejército». Y también que la vejez es la extrañeza pura. Pero, por otra parte, muestras que la vejez y el deterioro cognitivo también pueden estar tocados por la lucidez, por una memoria que se abre.

Quizás es un poco idealizado. Antes de que mi madre enfermara, yo había leído un librito de Annie Ernaux, No he salido de mi noche, un diario que lleva sobre la vejez de su madre y los cuidados que le da en su casa y en un asilo hasta que la madre muere. En un momento, en esos raptos de senilidad y, como vos decís, de lucidez, la madre le dice: «No he salido de mi noche». Una frase muy poética. Me acuerdo que cuando mi madre envejeció, yo iba detrás de ella buscando cuándo me iba a decir algo poético y no aparecía nada. Está un poco idealizado, pero yo creo que algo pasa en la memoria en el final, que se abren accesos a recuerdos muy anteriores que incluso habían estado tapados y olvidados durante años y que en esos días finales resurgen con mucha nitidez.

«Lo único que tenés es tu pasado, el futuro es completamente incierto»

Recientemente, varios documentales premiados han mostrado las caras del alzhéimer: La memoria infinita, de Maite Alberdi, Toda una vida, de Marta Romero, por ejemplo. Precisamente, tus cuentos presentan esa realidad y lo que implica: por un lado, el borramiento de la identidad –tanto de quien olvida y no se reconoce a sí mismo como por parte de quien cuida, que no le reconoce–. Y por otro lado, está el tema de los cuidados. En uno de los cuentos, un personaje dice: «La ternura es cara, pero es lo único que puede salvarte, no es el amor». ¿La ternura como salvavidas?

Es cierto que es un borramiento, que incluso es más doloroso que cualquier enfermedad del orden de los físico, porque se da exactamente eso que decís: el desconocimiento absoluto. Obviamente, de quien lo padece sobre sí mismo. Pero yo creo que el desconocimiento que uno siente con el otro, no saber quién es, a pesar de que vos sigás teniendo la misma cara, no reconocerte, no encontrarte ahí. Eso deja muy lejos la ternura. Lo que surge ahí primero a veces es pánico, miedo, odio, tristeza y mucha rabia: «Quién es esta ahora acá medio déspota». En general la locura tiende a lugares violentos. Y lo más doloroso es desconocer al otro, al que amas, y no encontrarlo, decir ¿quién es este? Yo intentaba poner por delante la ternura porque queda muy enterrada. No hay nada tan ingrato como cuidar a alguien que no está valorando tu cuidado, no te está registrando, no le importás porque no podés importarle, porque su cabeza está en otro lugar y eso genera mucho odio. Esa figura de los cuidadores, quienes cuidan a los viejos, yo creo que son los verdaderos héroes de cada día, las personas que cuidan el cuerpo de los otros. Son trabajos de un nivel de entrega, sacrificio y contacto con el dolor muy extremos. Además, está muy mal pagado, casi que es un trabajo de la última escala y, en definitiva, es de las cosas más tremendas y exigentes que existe.

También hay en La vida por delante una suerte de disyuntiva sobre si debemos enfocarnos en el presente o en el futuro, qué es mejor. Dice la narradora de uno de los cuentos que había noches en las que el futuro se le venía encima como un derrumbe. Y en otro que «no hay que pensar en nada que a una la aleje del presente, como los astronautas, siempre atados a lo que te pueda devolver a la gravedad de tu tiempo».

Claro, la hermana en ese cuento es un poco más conectada con estos discursos del aquí y ahora. Yo tenía un profesor de un taller literario que siempre decía «pasado, pasado… pasado». Que esta misma conversación ya se está convirtiendo en pasado, inmediatamente. De chiquita me obsesionaba el pasado, las fotos que mis padres me mostraban en blanco y negro de su juventud, de mis abuelos, y todo era como una película que en algún lugar tenía que estar guardado, donde yo iba a poder acceder a ese archivo. No podía ser que eso estuviera deshecho, que hubiera desaparecido. Y la idea del futuro también. De hecho, me mandaba cartas cerradas para abrir cuando tuviera 20 años. Porque lo que me obsesionaba era pensar qué pasaba, si yo iba a seguir siendo yo, o si me iba a transformar en otra. Claramente entendí que me transformé en otra, que no soy esa que era y qué bueno, también. En los relatos, el pasado siempre está, son personajes que no pueden dejar de recordar y que, si bien lo que se recuerda quizá no es algo cronológicamente ordenado y aparecen recuerdos que son como fotos o escenas que uno tiene guardadas y que no se van, pasa la vida y te seguís acordando con total nitidez de una tarde. Y esa tarde quedó grabada y quizá no tiene ningún mensaje, ningún sentido más que ese. Pero me gustaba, que esos personajes conviven con la memoria. Lo único que tenés es tu pasado, el futuro es completamente incierto, no existe realmente.

«La escritura es algo muy teatral: una es un poco actriz cuando escribe»

Es muy interesante cómo planteas la teatralización de las relaciones humanas, como si de alguna manera siempre estuviéramos haciendo un perfomance. Y luego nos la pasamos repasando las escenas, repitiendo las palabras que dijimos y los silencios. Aunque también muestras la teatralidad del dolor, el drama.

Primero que nada, para mí la escritura tiene algo muy teatral en términos de que siempre que escribo me imagino actuando, la narradora que construyo no soy yo, es un personaje. Le pongo algunas características, me animo a que diga cosas que yo en mi vida no diría porque no las pienso del todo, no estoy de acuerdo, pero me animo a inventarle una personalidad y eso ya me parece un gesto un poco teatral. Y después en las escenas. El último relato es el que condensa lo teatral de todas las maneras: en la discusión de una pareja, que se reproduce todo el tiempo, se pelean en el auto, en las vacaciones, se pelean volviendo, discuten. Para mí la discusión siempre tiene un tono absolutamente teatral: uno va a lugares comunes, el tono que usas para discutir, que en general no es el tono que usas para hablar, apelás a gestos teatrales. Y te volvés alguien con un texto muy agudo, estás dispuesto a decir una cantidad de cosas que funcionan como una espada, te ves como un karateca del lenguaje. Estás dispuesto a destruir al otro. Eso me parecía sumamente teatral. Yo tenía la idea en la cabeza de escribir una obra de teatro que fuera una mujer discutiendo con todos los que se le sentaran adelante. Será que la pelea me parece en sí una escena muy teatral, que lo tiene todo, están solo los dos personajes bajo los reflectores, dándolo todo en el lenguaje para destruirse. Pero creo que en general es un gesto incluso macro. La escritura como algo teatral: una es un poco actriz cuando escribe. También después, cuando tenés que hablar de tu propio libro, te volvés una actriz, tenés que inventar otra ficción.

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