Susan Sontag, el alma inquieta
La polifacética escritora convirtió su intrincada vida en una obra que alcanzó todos los ambientes, desde el más académico hasta el literario, pasando por el cine, el teatro y, como no podía ser menos, el compromiso político en los turbulentos años de la guerra de Vietnam.
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Susan Sontag (Nueva York, 1933); la escritora polifacética, el alma inquieta de América. Admirada por multitudes de lectores y estudiosos de la literatura, referente de la liberación femenina por su declarada bisexualidad. Su figura y su obra la han convertido en uno de los grandes personajes intelectuales del siglo XX. Los vericuetos de su intrincada vida, la misma que la catapultó del ambiente académico al literario, del cine al teatro y al compromiso político en los turbulentos años de la guerra de Vietnam llenan paginas de su biografía.
Susan Sontag nació en el seno de una familia judía. Su padre, tratante comercial, falleció cuando era una niña. La infancia de la escritora, como la recuerda en sus diarios editados por su hijo David Rieff, fue para ella un periodo infeliz porque no dejó de trasladarse con su madre: Long Island, Arizona y, finalmente, San Fernando (California). Al amparo de la luminosa costa del Pacífico accedió a la Universidad de Berkeley, trasladándose posteriormente a la de Chicago, donde estudió Filosofía, Literatura e Historia antigua de la mano de algunos de los principales eruditos del país, como Leo Strauss o Kenneth Burke. Su periplo universitario le sirvió para conocer algunos de quienes más adelante serían personas clave en el mundo del cine o de las letras.
Uno de ellos fue el sociólogo Philip Rieff, con quien se casó con 17 años en un matrimonio que duró ocho y en el que tuvo a su hijo David. En esta época adolescente, en el esplendor postbélico de los años 50, Sontag descubriría también sus inclinaciones bisexuales. Durante esta década publicaría sus primeros trabajos en el número de invierno de la revista Chicago Review, completando su formación en Harvard, la Universidad de Oxford y en la Sorbona sobre filosofía continental europea y clásica griega.
En ese momento, París se convertiría en un descubrimiento para la autora norteamericana. La efervescencia de la que seguía siendo la capital cultural del viejo continente le ofreció conocer a intelectuales de muy diversa índole y cruzar caminos con el escritor Alfred Chester, el filósofo Jean André Wahl y Allan David Bloom; aunque recorrería un largo camino de siete años con la dramaturga de origen cubano María Irene Fornés, con quien viviría en Nueva York desde 1959. No obstante, hay alguien con quien recorrería una larga senda de siete años: la dramaturga de origen cubano María Irene Fornés, con quien viviría en Nueva York desde 1959.
Así, la intensidad, amplitud de miras y diversidad de su vida inspiraron profundamente toda su obra. Durante los sesenta, compaginó la escritura con una intensidad académica en la Universidad de la Ciudad de Nueva York y la Universidad de Columbia. Con apenas treinta años publicó la novela experimental El Benefactor, y en 1967, Estuche de muerte. Sin embargo, no fue hasta 1986 y 1992 cuando alcanzó la fama por sus obras de ficción de la mano del relato La forma en que vivimos ahora, ampliamente aclamada por la crítica gracias al retrato que hizo de la enfermedad del sida, y su best-seller, El amante del volcán, novela que la hizo mundialmente conocida.
Más allá de lo filosófico, la escritora neoyorquina nunca olvidó su lucha por garantizar un país igualitario y competente
Pero Sontag también destacó por su faceta como pensadora, que le hizo abarcar el terreno del arte además de plantear cuestiones de gran calado sobre la existencia. Con su libro Notas sobre lo ‘camp’ se inició en el género reflexionando sobre el concepto de campo y los muy diversos géneros que podía abarcar el genio artístico que se considerase tal, como resulta, por ejemplo, el burlesco. Fue a partir de su ensayo Sobre la fotografía, publicado en 1977, cuando iniciaría su mayor introspección en este área. En resumen, Sontag revitalizó el ensayo estadounidense hasta tal punto que acabó abarcando temas como la prostitución y las drogas. Contra la interpretación y Estilos radicales son una buena muestra de ello.
Su pensamiento filosófico estuvo vinculado no sólo a sus vivencias, también a su compromiso político, siempre orientado hacia el bienestar, el desarrollo cívico y la conservación de la paz. Se opuso fervientemente contra las guerras de Vietnam e Irak, llegando a ser señalada como una agitadora y una radical, en especial cuando se opuso a la intervención militar estadounidense comandada por el presidente George W. Bush en Oriente Medio como respuesta a los atentados del 11-S contra las Torres Gemelas.
En sus diarios, Sontag marcó las líneas generales de su pensamiento a una tempranísima edad: los catorce años. Su lucidez mental se demostró incomparable ya desde entonces, en la temprana adolescencia, cuando escribió que «la única diferencia entre los seres humanos es la inteligencia» o cuando se lanzó con su visión particular de cómo debería ser el Estado: «fuerte y centralizado con control gubernamental de los servicios públicos, los bancos, las minas, el transporte y la subvención de las artes». Además de estas cuestiones universales, la escritora neoyorquina nunca olvidó su género, el femenino, asegurando que «la asistencia del Estado a las mujeres embarazadas sin distinciones como la de hijos legítimos e ilegítimos» también debería estar garantizada para que un país se considerase competente, social y justo.
Un legado imparable
En 2004, Sontag falleció víctima de una leucemia en la misma ciudad que la vio nacer. Con 43 años había conocido el tenebroso azote de la enfermedad, superando un cáncer de mama en estado avanzado mediante un agresivo tratamiento de radioterapia. Descansa en Montparnasse, en aquel París que amó y que impulsó su creatividad, su libertad y, por qué no, también su destino.
De forma póstuma, tanto su éxito como su persona han cosechado avales y detractores, desde intelectuales a ciudadanos comunes, políticos y críticos culturales. Algunos de los casos más sonados fue el escándalo de la acusación de plagio por parte de Ellen Lee sobre una docena de pasajes de su novela En América iguales o semejantes a algunos que aparecen en libros sobre la actriz polaca Helena Modjeska sin mencionar atribución, acusación que lanzaría John Lavagnino en una carta dirigida a The Times Literary Suplement por un pasaje de Roland Barthes. Escritores como Tom Wolfe o la crítica Camille Paglia mostraron su militancia en la oposición a Sontag. Paglia, sin ir más lejos, subrayó su desilusión con la autora.
Es inevitable que as luces y las sombras acompañen a las personas que alcanzan algún grado de notoriedad. Pura naturaleza. La inevitable fuerza de la exposición pública. Sin embargo, es la obra la que prevalece como legado. Y en este sentido, el peso de Sontag, así como de la profunda implicación de su trabajo multidisciplinar, son indiscutibles. Así lo reconocieron periodistas especializados como Steve Wasserman, quien tras la muerte de la autora escribió para Los Angeles Times un artículo en el que hablaba de ella como «una de las intelectuales más influyentes de los Estados Unidos». E incluso del mundo.
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