«Es una ilusión pensar que podemos controlar las versiones de nuestra historia»
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La desigualdad, las diferencias de clase, la maternidad, las relaciones familiares y la memoria son algunos de los pilares sobre los que Margarita García Robayo (Cartagena, Colombia, 1980) ha erigido su obra, a la que este año se suman dos nuevos títulos: ‘El afuera’ (Cuadernos Anagrama) y ‘Alegría’ (Páginas de Espuma), ilustrado por la artista plástica Powerpaola. Aunque uno es un ensayo y el otro es un relato de ficción, ambos libros hilvanan los asuntos que tejen el universo de la autora: una clase media que se aferra a su mundo privado, el cuestionamiento sobre la autenticidad de los recuerdos, una jerarquía social estrictamente demarcada y un afuera decadente, con el que se transa «como con alguien que te extorsiona».
Tanto en el El afuera como en Alegría aparece claramente el tema de las clases sociales. El afuera muestra la pulsión de la clase media por «procurarse un buen adentro», de crear una isla, un escudo, frente a un exterior que se percibe hostil. Mientras tanto, en Alegría expones lo aspiracional «clasemediero», por ejemplo, decir que se tiene una segunda residencia, por humilde que sea…
La arquitectura social de Latinoamérica es esencialmente desigual. En mis libros suelo hacer foco en un sector social que me resulta llamativo (y familiar), que es la clase media. Es una abstracción problemática, sin embargo, por momentos parece un compartimento en el que se coloca aquello que no alcanza los extremos. Esa clase, al menos en la zona geográfica en la que crecí, que es el Caribe colombiano, se caracteriza por ser arribista, «wannabe», como diríamos en Cartagena. El mayor peligro que entraña este sector es el descenso, pero también parece bastante claro que las posibilidades de ascenso son escasas o nulas. Esto da como resultado individuos muy aferrados a sus pequeñas conquistas, a su mundo privado.
«La clase media es una abstracción problemática; parece un compartimento en el que se coloca lo que no alcanza los extremos»
Precisamente, la desigualdad es uno de los grandes temas en tus obras. Lo que llamas el rasgo común de las ciudades latinoamericanas: «Muy pocos ricos, demasiados pobres y unos cuantos clasemedieros que, cada vez más, de un modo casi inconsciente, y en general después de reproducirse, huyen espantados del afuera». También la estratificación, las jerarquías… ¿Cómo viven los personajes la amistad interclases?
Alegría, justamente, es un buen retrato de la amistad interclases, una especie de genealogía de esa relación fallida entre los dos personajes. A cierta edad, dice en el texto, la amistad es posible porque hay poca conciencia del entorno. Se refiere al período en el que Ana y Yoli, siendo niñas, eran amigas. Pero una vez se adquiere conciencia esa relación se vuelve insostenible. Quien se sabe patrón automáticamente empieza a demandar los servicios del empleado y su conducta se modifica, aunque persista el afecto. En Alegría se dice de Ana que dejó de ser amigable y pasó a ser, como todos los patrones, amable y displicente.
Un paralelismo entre ambos textos es «la bestia»: ese afuera al que se enfrenta el tío José Antonio con machete. En el ensayo la bestia es un espacio público hostil, inseguro, y en el cuento es el monte, esa selva que se traga cosas, animales y personas…
El razonamiento es similar: el afuera como enemigo, como amenaza, como peligro, como intrusión, como aquello que penetra en nuestro espacio privado para romperlo, ensuciarlo, aniquilarlo.
«La memoria no se construye individualmente»
Y es que en los textos también hay una violencia siempre latente: la inseguridad, por un lado, y las noticias de secuestros o la toma de la finca, por el otro. Me pregunto si el personaje de Yoli en Alegría representa justamente esa violencia latente, pero también la salida del paternalismo: es la hija de los caseros quien ayuda, quien salva, a la hija de los patrones…
Es un rasgo característico de este tipo de vínculos: quienes sirven son, además, una especie de protectores obligados de sus patrones. El nivel de dependencia del patrón frente al empleado se ve de muchas maneras. En el caso de Alegría, Ana comete un error y Yoli la cubre. No queda claro que Ana se lo haya pedido, tampoco que, de hacerlo, Yoli hubiese podido negarse. Lo natural, lo lógico, en este tipo de vínculos es que el servidor acuda solícito a proteger a su patrón.
Otro tema muy presente en tus libros es la memoria. Por ejemplo, en Alegría, Ana decide no contarle a su amiga lo que pasó en la carretera. Quiere ser la dueña absoluta de la versión de los hechos. ¿Es posible?
Es una ilusión a la que nos aferramos, pensar que podemos controlar las versiones de nuestra historia. Cada quien transa con la versión que le resulta más cómoda y liviana de llevar. El problema es que la memoria no se construye individualmente, en el caso del cuento hay más de un involucrado, es decir, hay más de una versión de esa noche que, de salir a la luz, podría subvertir la versión instalada por Ana. Porque ella cree que puede controlar la versión, que puede no volver a ver a ninguna de esas personas en su vida.
«La única herramienta que un padre o una madre tiene para intervenir en la memoria de sus hijos es el afecto»
Y también muestras que la memoria familiar son tantas memorias como miembros haya en la familia. Sin embargo, expones en El afuera cómo los padres intentan «inocular recuerdos felices en sus hijos», implantar a voluntad unos «recuerdos de futuro». ¿Cómo crees que se transa con la falta de control que tienen los padres sobre el mecanismo de la memoria? ¿Con el hecho de que, al final, los hijos sacan sus propias interpretaciones, su propia fabulación?
Todos los padres que conozco intentan intervenir en los recuerdos de sus hijos. Es muy interesante que justo en el período más sensible de la vida –cuando todo se está formando, cuando parece que lo que se fija permanece– las personas seamos incapaces de recordarlo, ¿no? No se tienen recuerdos racionales de los primeros años, pero sí emocionales. Para mí, la única herramienta que un padre o madre tiene para intervenir en la memoria de sus hijos es el afecto que pueda darles. Tenía un pediatra al que le consultaba cada bobada de madre primeriza, él me escuchaba atento y al final me decía: «Lo único que un bebé necesita es que lo quieran». No podemos controlar sus recuerdos del futuro, pero podemos agregar algún filtro de bienestar y contención.
Para cerrar, quisiera retomar algo muy bello que escribes en el ensayo: «Un lenguaje para defenderse allá afuera: es todo lo que tengo para darles». Con palabras, armar a los hijos hasta los dientes… ¿El lenguaje como salvación y como escudo?
El lenguaje como una expresión amplia: desde palabras, hasta la sensibilidad necesaria para sobrevivir afuera. En mi escala de recursos que sirven para defendernos de las desavenencias, la palabra ocupa un lugar bien importante. Es el antídoto de la agresión, por ejemplo. Cuando carecemos de un lenguaje para argumentar, empiezan los gritos.
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