Transparencia
«En España se toman decisiones políticas y empresariales por amiguismo»
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En la senda de Plá, que en los años 20 decía que en pocos lugares de Madrid corrían mejor las noticias que en el Palace, Carlos Sánchez (Madrid, 1956), periodista económico y director adjunto de ‘El Confidencial’, ha querido ver en el célebre hotel, ubicado frente al Congreso de los Diputados, un símbolo no ya de la buena información, sino de la turbia complicidad entre empresarios y políticos que ha atravesado la historia de España. Así lo expresa en ‘Capitalismo de amiguetes’ (HarperCollins Ibérica, 2024), un híbrido de ensayo y crónica en el que recorre la relación de la gran empresa y la clase política española hasta la entrada del país en la Unión Europea. Hablamos con él en una cafetería de Madrid.
En el relato que presentas, los empresarios aparecen condicionando espuriamente la política española en casi todas las épocas históricas. ¿No es un retrato algo exagerado?
En realidad, considero que es un viaje de ida y vuelta: los empresarios han buscado que los políticos atendieran sus razones puramente particulares, pero los políticos también han acudido históricamente a los empresarios para sacar adelante su gestión. Incluso Franco tuvo que echar mano de los textiles catalanes y de los industriales vascos, que acabaron renunciando a sus veleidades autonomistas en favor de algo que les importaba más: que el poder político les garantizara un mercado interior cautivo mediante medidas proteccionistas. Todo esto tiene su explicación en que, en España, el poder político ha sido casi siempre muy débil; por eso ha tendido a apoyarse en la gran empresa, dejándola, por otra parte, sin incentivos para prosperar vía competencia.
«Los empresarios han buscado que los políticos atendieran sus razones particulares, pero los políticos también han acudido históricamente a los empresarios»
Preguntaba porque en el libro los grandes empresarios aparecen limitando importaciones de cereal aun a costa de matar de hambre a la población; conspirando contra la Segunda República desde su misma proclamación; entregándose a Franco sin reservas…
El gran debate económico de la España de la segunda mitad del siglo XIX y de casi todo el XX es el debate entre proteccionistas y liberales, entre conservadores y progresistas, y la forma de manifestarse ese debate eran los aranceles, que van apareciendo una y otra vez para proteger a los industriales vascos y catalanes y a los cerealistas castellanos frente al intento progresista de abrir España a Europa para que entraran mercancías exteriores a precios más bajos. Es un hecho que se repite; por eso hoy recordamos tantos aranceles: el de Figuerola, el de Cambó, el de Cánovas…
¿Hay alguna etapa que sea más ambigua?
Seguramente las cosas fueron algo diferentes durante la Segunda República, que fue un régimen que intentó atajar las causas de la corrupción crónica de España. Si tenemos en cuenta lo que pasó, por ejemplo, cuando se fundó Telefónica, esto se ve muy bien. Telefónica fue creada hace ahora cien años por la norteamericana ITT, una empresa que por entonces apenas tenía unos miles de teléfonos en Cuba y Puerto Rico, con el objetivo de obtener el monopolio de las redes de telefonía en España. Aunque la sueca Ericsson era una compañía mucho más grande, Alfonso XIII se decantó por Telefónica porque financieramente estaba respaldada por la burguesía nacional. Años después, la República trató de anular la concesión; no lo logró, pero el hecho de que al menos lo intentara demuestra que trató de dotar de mayor transparencia a las relaciones empresariales. Lo triste es que eso solo se consiguió mucho después, con la entrada en la Unión Europea.
De los empresarios dices que no han ejercido de directivos: su objetivo no ha sido la buena gestión, sino rodearse de abogados para influir en la legislación a costa de la buena marcha de la economía. ¿Ha sido diferente en otros países?
Uso esa imagen porque el buen empresario, en teoría, debería relacionarse con otro tipo de profesionales. Pensemos en Inditex y en Amancio Ortega. Cataluña ha sido históricamente la punta de lanza de la industria textil española, pero cuando la Organización Mundial de Comercio aprobó a finales de los noventa el acuerdo multifibras, que liberalizaba el comercio de textiles, con el resultado de que la ropa empezó a ser mucho más barata porque se importaba de Bangladesh, India, China o Turquía, no fue en Cataluña, sino en Galicia, donde apareció una gran firma textil. Es un ejemplo muy claro de por qué los empresarios han tratado de estar siempre cerca del poder político: sabían que sin esa complicidad, su negocio no prosperaría. En España, todavía hoy hay muchos empresarios que son abogados, y no digamos ya entre los diputados, donde son clara mayoría frente a los profesionales técnicos. La sociedad española no ha tenido cuadros técnicos en posiciones de poder, ni siquiera hoy; esa es una diferencia clara con otros países: han faltado economistas, físicos, arquitectos, científicos…
«En España, todavía hoy hay muchos empresarios que son abogados, y no digamos ya entre los diputados»
Y cuando se crearon esos cuadros, las élites buscaron conservar su dominio de clase. Lo señalas a propósito de las escuelas de negocios, que no nacieron para cualquiera.
Es cierto. La enseñanza de la economía y de las ciencias empresariales llegó a España muy tarde. La London School of Economics es de finales del siglo XIX. Aquí, sin embargo, esas escuelas solo nacieron cuando se hizo a todas luces evidente que el régimen franquista carecía de conocimientos técnicos para sacar al país del subdesarrollo. La primera fue la Escuela de Organización Industrial, que es pública, pero otra de las que apareció por entonces fue el IESE, muy vinculada desde sus orígenes al Opus Dei.
En España, ¿cuál ha sido el lobby por antonomasia?
Históricamente, la banca y la industria, dos sectores que no se entienden de manera independiente, porque han sido lo mismo durante muchas décadas. Y el sector eléctrico, que también ha estado muy vinculado a la banca, pero con espacios de actuación propios. En el libro cuento que durante el franquismo llegó a haber ministros que defendieron actualizaciones de la tarifa eléctrica apoyándose en documentos con el membrete de Unesa, la patronal de entonces.
En una época en la que, además, estaban prohibidas las patronales.
Por eso es doblemente curioso el hecho: no solo se aprobaban unos intereses particulares, también se aceptaba que algunas patronales podían funcionar al margen del Sindicato Vertical franquista. Volvemos al viaje de ida y vuelta que comentábamos al principio: el Estado también ha necesitado continuamente a las empresas por su extrema debilidad histórica.
Esos lobbies que mencionabas antes, ¿han tenido la misma fuerza en otros países europeos?
No. Primero porque durante buena parte del siglo XX, España fue una dictadura, lo que quiere decir que la presión de los lobbies no estaba sujeta a ninguna transparencia. En Francia o Suecia, sí: había unos sistemas de fiscalización que evitaban la mayor parte de las tropelías que aquí se han cometido. Y hay una segunda diferencia: en España los lobbies han sido hasta hace nada territoriales, vascos y catalanes, más concretamente, que, por su cuenta o coordinados, han tendido a volverse contra el Gobierno central en defensa de sus intereses. Por eso arranco el libro en el Hotel Palace, con ambos grupos alineados tumbando un impuesto que gravaba los beneficios extraordinarios obtenidos por los industriales como consecuencia de la neutralidad española durante la Primera Guerra Mundial.
El libro narra en buena medida usos que se refieren al pasado y que hoy únicamente perviven de una manera difuminada, pero ¿dirías que esos lobbies territoriales han desaparecido?
Fueron muy potentes, pero seguramente acabaron cuando se fue al traste Convergència i Unió (CiU), que era una formación que defendía legítimamente los intereses de Cataluña, pero convirtiendo el Congreso en una cámara casi territorial que restaba influencia a gallegos, andaluces o asturianos. El Partido Nacionalista Vasco (PNV) siempre ha hecho un poco lo mismo, pero creo que estamos en otra etapa.
Del cuadro general que presentas, ¿qué elementos perviven?
Varios, pero seguramente el peor de todos es el amiguismo, que está muy asentado en la sociedad española. El libro se titula Capitalismo de amiguetes para subrayar eso. Las famosas recomendaciones que antiguamente se conseguían de algún amigo bien colocado para que un hijo o un sobrino pudiera trabajar en una empresa, en un despacho de abogados o en la Administración no han desaparecido. En España se siguen tomando decisiones políticas y empresariales por amiguismo, no por razones objetivas; por eso hay corrupción. El caso de Koldo García es un caso de amiguismo que ilustra que no hemos logrado introducir criterios objetivos en nuestros comportamientos políticos y empresariales.
¿Dónde hay hoy una relación saludable entre la política y la gran empresa?
En aquellos ámbitos donde prima la transparencia. Una ley puede tardar años en aprobarse. Por eso la ciudadanía debe conocer en todo momento con quién se reúne un diputado, durante cuánto tiempo y para abordar qué temas; así como si luego ha tenido alguna relación con empresas a las que haya podido beneficiar. Esta segunda parte es igualmente importante.
«Una de las causas de la desigualdad es el comportamiento endogámico de las élites»
Pero, hablando de sectores, ¿dónde hay menos sospecha?
Tenemos mucha menos información de los sectores regulados, fundamentalmente del eléctrico, que del textil, que apenas está sujeto a regulaciones; o de la banca, que desde que se creó el Banco Central Europeo tiene mucha menos influencia: al ser el BCE una especie de embrión de la unión bancaria, la capacidad de una banco nacional de hacer valer su posición es muy limitada.
Dices en el libro: «Hoy, como ayer, la destrucción creativa zarandea de vez en cuando el orden social. Las élites sustituyen a las élites». ¿Quiénes dirías que son hoy las nuevas élites?
Me lo pregunto habitualmente. Creo que están cursando másteres en las universidades privadas. Se están creando programas carísimos en estas universidades o en torno a ellas, y eso no permite augurar nada bueno: hace décadas que sabemos que una de las causas de la desigualdad es el comportamiento endogámico de las élites.
Esa tendencia al alza de los másteres privados, ¿es una consecuencia de que las élites se organizan? ¿O de cierto fracaso de la formación pública?
Seguramente ambas cosas. La educación, que en España es junto con la fiscalidad uno de los capítulos que más tarde se desarrolló, experimentó un auge en los años veinte y treinta y luego, otro en los cincuenta y sesenta, pero ya desde los noventa vemos que el paradigma del neoliberalismo ha traído aparejado otro tipo de enseñanza. El ejemplo más claro de esto es la Comunidad de Madrid, donde la enseñanza es cada vez más para las élites: los alumnos, con solo matricularse, ya obtienen el pasaporte a ser becarios en una gran empresa, algo que por norma general no pasa con los estudiantes de centros públicos. Es un problema realmente serio y no veo que el sector público se esté moviendo. Y eso que hay un modelo claro, el de las Universidades Politécnicas, centros que nadie cuestiona y que surten de ingenieros a empresas nacionales e internacionales. De ahí debería partir la respuesta a la explosión de la formación privada.
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