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Epstein y el MIT: la ética de la financiación sucia en la ciencia

La relación entre el influyente financiero neoyorquino, condenado por delitos de prostitución de menores, y sus cuantiosas donaciones al MIT Media Lab dejan una pregunta sobre la mesa: ¿puede erigirse la mejor ciencia del mundo sobre el dolor de las víctimas de abuso sexual?

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09
octubre
2019
Jeffrey Epstein, durante uno de sus juicios en 2008 || Foto: Zuma/Shutterstock

Hay veces que la realidad supera la ficción y la historia de Jeffrey Epstein es una de ellas. El influyente financiero neoyorquino condenado por delitos de prostitución de menores y acusado de tráfico de menores se suicidó en una cárcel de Manhattan a principios de agosto, e hizo explotar las redes con todo tipo de teorías conspiratorias sobre su muerte. Los internautas especulaban sobre el alcance de la influencia del depravado Esptein para atraer a figuras como Donald Trump, Bill Clinton y el Príncipe Andrew de Inglaterra a su jet privado, a sus numerosas casas o a su isla privada en el Caribe, según los casos.

Pero no muchos imaginaban que pocas semanas después se revelaría que la influencia de Epstein alcanzaría también a instituciones académicas de prestigio como el MIT o Harvard, y a científicos de la altura de Steven Pinker, el autor de En defensa de la Ilustración, Marvin Minsky, el padre de la inteligencia artificial, o incluso el reputado físico Stephen Hawking. Poco a poco se ha ido conociendo cómo Epstein se había labrado una reputación en los circuitos del poder como el «filántropo de la ciencia» o el «hombre de Harvard».

La respuesta del MIT y de su Media Lab

El primer representante académico en dar la cara fue el japonés Joichi Ito, el director del icónico MIT Media Lab. El experto en ética y gobernanza de la tecnología y director del centro desde el 2011 publicó a mediados del mes de agosto en la web del centro una carta donde se disculpaba por haber aceptado donaciones de Jeffrey Epstein. En ella, rechazaba haber estado involucrado, haber oído hablar a Epstein o haberle visto cometer los delitos de los que se le acusa. Sí admitía haber tenido un contacto cercano, hasta el punto de haber estado en sus numerosas casas. También se comprometía a levantar una suma equivalente a las donaciones de Epstein y donarlas a organizaciones en defensa de las víctimas de tráfico sexual.

Unas semanas más tarde, ya en septiembre, el implacable periodista de investigación Ronan Farrow, ganador de un Pulitzer por sus reportajes sobre el acosador Weinstein que dieron lugar al movimiento #MeToo, publicó en el New Yorker un artículo sobre los detalles de la relación entre Epstein y el MIT Media Lab.

Bajo el concepto de «donativo anónimo», el MIT Media Lab ingresó más de 7,5 millones de dólares procedentes de Epstein

Gracias al testimonio de una denunciante y a correos electrónicos y documentos a los que tuvo acceso, Farrow demuestra la estrecha relación financiera entre Epstein e Ito. Una relación que permitió a Ito amasar más de 7,5 millones de dólares en donativos dirigidos por Epstein bajo el concepto de «donativo anónimo». El artículo ponía el acento en cómo Ito y su director de desarrollo evitaron sistemáticamente asociar el nombre de Epstein a las donaciones recibidas debido al hecho de que Epstein aparecía como «donante descalificado» en la base de datos de donantes oficial del MIT. El periodista insinuaba que Ito y su equipo alimentaban una relación con Epstein a espaldas del Presidente del MIT y de la administración de la Universidad. Farrow concluye el artículo con su opinión sobre la verdadera motivación de Epstein: «Epstein utilizaba su estatus de prestigio en las élites institucionales para escudarse de la responsabilidad derivada de su presunta depredación». Un día después de la publicación de este artículo, Ito dimitió de su cargo al frente del MIT Media Lab.

Días más tarde, Rafael Reif, el presidente del MIT, adelantaba dos hechos que habían surgido durante la investigación del asunto que él mismo había encomendado a un despacho externo. Por un lado, Reif reconoce que la Universidad había recibido donaciones de Epstein tras su condena en 2008, y él mismo las había aceptado con su propia firma. Por otro, reconocía que importantes cargos de la administración del MIT eran conscientes y autorizaron a Ito a recibir donaciones de Epstein entre 2013 y 2017. Ito no estaba por tanto solo en la relación entre Epstein y el MIT, tal y como insinuaba Farrow.

La ética del caso Epstein

El profesor de derecho de Harvard –y uno de los padres del campo de la corrupción institucional–, Lawrence Lessig, escribió un criticadísimo artículo en Medium en defensa de su amigo Ito. Para Lessig, en la vida real todas las universidades reciben sistemáticamente donaciones que podríamos clasificar como dinero sucio. Es decir, proveniente de criminales, aunque subraya «siempre que no provenga de su actividad ilícita», y, aún peor, proveniente de financiadores que buscan influir en el resultado de la ciencia y la investigación (pone el ejemplo de los hermanos Koch, que financiaban investigación dirigida a negar el cambio climático).

Lawrence Lessig y Joi Ito en 2008 || Foto: Jason Krüger para netzpolitik.org

Se hace por tanto necesario buscar una vía que legitime la aceptación de tales donaciones. Para Lessig, es moralmente aceptable que una institución reciba donaciones de un financiador criminal si lo hace garantizándose un anonimato. El fundamento del anonimato es evitar que criminales como Epstein laven su reputación a través de instituciones de prestigio como el MIT. En este sentido estaría de acuerdo Diego S. Garrocho, profesor de ética y filosofía política de la Universidad Autónoma de Madrid. «La donación legítima pero anónima de un criminal es moralmente más transitable. Hasta el peor criminal debería tener derecho a poder disponer libremente de su capital si este ha sido legítimamente adquirido, es decir, si se ha obtenido a través de una actividad no vinculada con su historial delictivo. Cierta espectacularización de la censura creo que tiene que ver más con una cosmética moral que con convicciones reales fundadas en valores sólidos y razonados».

Para Lawrence Lessig, todas las universidades reciben sistemáticamente donaciones que podrían calificarse como «dinero sucio»

Sin embargo, el público general se enfureció ante la defensa de Lessig. Y es que Epstein sí que estaba logrando limpiar su reputación, aunque no fuera de manera pública. «Estamos ante una estrategia de un donante que quiere limpiar su nombre, no con su nombre en un edificio, sino invitando a cierta gente a su casa», explica Ricardo Calleja, profesor de ética de los negocios del IESE. Si Epstein, como sentencia Farrow, tenía como motivación principal acercarse a la ciencia de prestigio para tejer una red de influencia que le permitiera continuar con su depredación, el anonimato no sirve de nada.

Es más, de acuerdo con el abogado Luis de Burgos y experto en humanidades, «no puede ponerse en juego el capital reputacional de una institución como el MIT, construido a lo largo de muchos años, y canjearlo o cosificarlo». Aquí estarían implicados no solo Ito, sino también Reif, por estar al corriente y autorizar la aceptación de dichas donaciones.

Más allá de la forma en la que se registraron y aceptaron las donaciones de Epstein, lo verdaderamente relevante es el fondo. ¿Se justifica aceptar los donativos de un criminal para desarrollar grandes investigaciones? De Burgos lo tiene claro: «Ningún avance científico puede sustentarse sobre el dolor de unas víctimas». Para Calleja, la respuesta a esta cuestión depende de la cultura. En la cultura judeocristiana, el culpable puede expiar su culpa a través de una acción y así redimirse del pecado. Por el contrario, en la cultura pagana impera la vergüenza, que hace que ciertas acciones que despiertan un gran rechazo social, como es el abuso de menores, descalifiquen para siempre y por completo la actividad, las ideas, la presencia o la colaboración del criminal. «El problema con Epstein es que claramente su modo de operar creando un entramado de relaciones seguía siendo el mismo después de su condena en 2008», explica Calleja. «Es por tanto imprudente aceptar las aportaciones de alguien tan tóxico», concluye.

¿Hasta qué punto el dinero de un individuo como Epstein determina la ciencia que tanto veneramos en el siglo XXI? Las reflexiones de Adam Rogers, el editor de WIRED, y de Evgeny Morozov, el columnista del Guardian especializado en Internet, vienen a concluir que, si bien Epstein no pretendió influir de manera directa en las investigaciones científicas que financió, sí que deja una impronta. «¿Qué ideas científicas ha definido alguien como Epstein?», se pregunta Rogers. Un tipo que ha sido condenado a prisión por promover y beneficiarse de la prostitución de menores, un tipo acusado de violación de niñas, una persona sin un interés genuino por la ciencia… «La idea de que haya contribuido a sembrar algunas ideas de estos científicos nos tendría que resultar escalofriante» alerta Rogers. «Demuestra la prostitución de la actividad intelectual», concluye Morozov.

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