Cultura

Voltaire, razón y pragmatismo

El pensamiento filosófico de Voltaire, dedicado a la defensa de la razón y de la igualdad universal frente al dogmatismo, constituye hoy una herencia esencial para la construcción de occidente.

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07
diciembre
2023

El amor por una mujer y un duelo. Como en uno de los grandes éxitos de Mecano, pero sin arreglos musicales, el joven François-Marie Arouet reclamó por las calles de París su derecho a batirse en armas con un noble rival. Terminó con sus huesos en la cárcel, aunque no era la primera vez que sus palabras y sus actos le llevaban entre rejas ni tampoco sería la última. Aquella experiencia, que culminó con un exilio en Inglaterra y su posterior regreso a su Francia natal, le sirvió para comprender que los aristócratas de la Edad Moderna jamás le admitirían como uno de los suyos. A partir de ese instante, Voltaire, quien se convertiría en uno de los más destacados filósofos del movimiento ilustrado, centró su mirada en la cuestión de la justicia, la tolerancia y la preeminencia de la razón: las leyes deben ser iguales para todas las personas, el fanatismo ha de ser erradicado con la esperanza de alcanzar un luminoso devenir para la humanidad.

François-Marie Arouet nació en París en 1694, hijo de un matrimonio burgués funcionario de las instituciones francesas. Su padre fue notario y, más adelante, consejero del rey Luis XIV y tesorero de la Cámara de Cuentas. Su hermano Armand sirvió como abogado del Parlamento de París, mientras que su hermana Marie fue esposa de otro funcionario del Estado. La vida del futuro filósofo parecía estar orientada hacia el funcionariado, pero el impetuoso carácter del joven, junto con la buena posición de su familia, le permitió dejar los estudios en Derecho y dedicarse a su verdadera pasión, las letras. De hecho, con doce años había escrito su primera tragedia, Amulius y Numitor, de la que en la actualidad apenas se conservan algunos fragmentos.

Arouet nunca dejó de estudiar ni de escribir, aunque su primera inclinación fue hacia la aristocracia. Los contactos que movió su familia le garantizaron un puesto en la embajada francesa de La Haya en 1713 y después en una notaría de regreso en Francia. Su pasión hacia las mujeres y su picaresca emergieron desde muy temprano. Un momento crucial en la vida de Arouet sucedió cuando fue invitado al salón de Luisa Benedicta de Borbón, duquesa de Maine, donde cayó en gracia tanto por su talento literario como por su actitud lenguaraz. El joven había escrito hasta el momento varias de sus grandes obras, como Oda sobre las desgracias del tiempo o Edipo. Sin embargo, su confianza en el supuesto espacio de libertad que imaginaba que el círculo de aristócratas le ofrecía se esfumó cuando uno de sus escritos satíricos, dirigido al regente de Francia, Felipe II de Orleáns, y su amante, le condujo a la cárcel.

Se desconoce el origen del pseudónimo «Voltaire», aunque podría proceder de «revoltaire» (rebelde)

Una vez liberado, continuó escribiendo y estrenando tragedias y epopeyas, como la exitosa Edipo en 1718 y la muy célebre La Henriada, publicada en 1723 en honor del monarca francés Enrique IV. Vivió y disfrutó de la compañía de numerosas mujeres de alta posición. Su futuro parecía encarrilado: sus obras teatrales tenían éxito y sus manuscritos circulaban con profusión entre la aristocracia. Era admirado y denostado tanto dentro como fuera de las fronteras francesas. Pero sucedió el enfrentamiento con el noble que le llevó de nuevo a prisión y al exilio inglés. Nunca sería admitido entre los aristócratas. La pobreza se desveló ante el escritor como un monstruo incesante. Y Arouet no pensaba quedar a expensas de los caprichos de una clase social que se nutría de la explotación de las otras clases sociales.

Voltaire desencadenado

Se desconoce el origen del pseudónimo Voltaire: bien puede proceder de revoltaire (rebelde), del anagrama de «Arouet le Jeune» o del lugar de origen de su padre, Airvault. En cualquier caso, la estancia en Inglaterra de Voltaire le permitió desvelar sus inclinaciones hacia la filosofía. Se nutrió de la corriente empirista y de la física newtoniana, estudió inglés y se interesó por el pensamiento de filósofos como Alexander Pope, Samuel Clarke o John Locke, quienes influyeron en su pensamiento. En los apenas dos años y medio que residió en las islas británicas Voltaire admiró el alto grado de tolerancia tanto política como de pensamiento y de expresión que se respiraba en la región en comparación con la situación de Francia y los países continentales europeos. A su regreso a Francia, Voltaire diseñó sus tres proyectos vitales: hacerse rico para no depender de mecenas, combatir el fanatismo y difundir la ciencia y la filosofía inglesas.

En la década de 1730, el pensador inauguró el despliegue de cinismo, inteligencia y brillantez dialéctica con la publicación de sus Cartas filosóficas, donde expuso las ideas que circulaban por Inglaterra y señaló a Francia como una nación intolerante y represiva, muy inferior en libertades a las que disfrutaban los habitantes del país vecino. Con Historia de Carlos XII analizó numerosos de los problemas del país y pronto fue un libro censurado. Disfrutó del éxito teatral con obras como Zaïre (estrenada en 1732) y de su relación con la física y filósofa Émilie du Châtelet, quien fue el gran amor de su vida y con quien colaboró en su obra La filosofía de Newton. La marquesa de Châtelet y Voltaire se conocían desde niños. Una vez que se condenó la obra del filósofo y se dictó una orden de detención contra él, la científica le dio cobijo en su castillo en Cirey, donde ambos trabajaron codo con codo en sus propias obras, pero también en construir un legado mayor: convertir la pequeña localidad oriental francesa en el centro intelectual newtoniano del continente europeo. No obstante, la relación entre ambos fue complicada y osciló entre el amor y un poderoso sentimiento de amistosa hermandad: Châtelet engañó al filósofo con un joven poeta, quedó encinta y murió por las complicaciones del parto. La pérdida de su amada impactó profundamente en el filósofo después de dieciséis años de relación.

La cumbre y el legado

«Descartes hacía ciencia como quien hace una novela: todo era verosímil, pero nada verdadero», escribió Voltaire sobre la obra de René Descartes en una de sus Cartas filosóficas. Newtoniano, el francés se enfrentó con vehemencia a los científicos cartesianos. Tampoco ganó demasiados amigos entre los defensores de la fe: obras como Mahoma o el fanatismo (1742), Cándido o el optimismo (1759) o algunos pasajes del Diccionario filosófico (1764) critican duramente tanto la actitud del cristianismo como del islam y del judaísmo. El problema para Voltaire reside en el dogmatismo, que conlleva la intolerancia, y así lo dejó claro en Tratado sobre la tolerancia (1763) a raíz del brutal ajusticiamiento del hugonote Jean Calas. Trasladó su residencia a Ferney, en Francia, y aceptó la invitación de Federico II de Prusia para acudir a Berlín, donde colaboró en la redacción de algunas obras del rey y fue nombrado académico, pero de donde terminó huyendo por una disputa.

La idea de justicia es innata para cualquier ser humano y se nutre de la experiencia directa en el proceso de vivir

La filosofía política de Voltaire entronca con el liberalismo de John Locke y la defensa de un sistema con división de poderes y leyes universales, es decir, iguales para toda la población, independientemente de su clase social, raza, confesión u origen. La clave reside en el derecho natural, en la impresión del pensador. La idea de justicia es innata para cualquier ser humano y se nutre de la experiencia directa en el proceso de vivir. Por tanto, sus consecuencias (la equidad, la igualdad ante la ley, etc.) se erigen como rasgos indispensables para que la libertad individual sea posible y edifique un entorno de prosperidad y equilibrio social.

Voltaire era deísta y su ética se fundamentó en la libertad que todo ser humano posee per se para acometer su propio destino. Se enfrentó a contemporáneos de gran influencia como Rousseau o Montesquieu, acusando al primero de «sensiblero» por lo que consideró el rechazo a la civilización del ginebrino. La vida en comunidad exige de un pacto social que, en opinión del francés, no debe ser destruido ni por instinto ni bajo la luz de la razón. En su historiografía, Voltaire ofrece una imagen no eurocentrista del mundo, como reflejó en sus obras El siglo de Luis XIV (1751) y Ensayo sobre las costumbres (1756). En el Poema sobre el desastre de Lisboa analizó la naturaleza del mal, que reduce a la finitud humana. El destructivo terremoto de Lisboa de 1755 conmocionó Europa y dio lugar a toda clase de interpretaciones, tanto de inspiración religiosa como racionalista.

Voltaire murió tras una larga vida convertido en uno de los grandes filósofos de la historia universal. A sus ochenta y tres años, en su París natal, con su última obra, Irene, abarrotando los teatros de una Francia que estaba a punto de transformarse. Era 1778 y como escribió el marqués de Condorcet en su Vida de Voltaire «esta obra [por las Cartas filosóficas] fue para nosotros el inicio de una revolución». Un giro copernicano que cambió para siempre el destino del orbe occidental una década después.

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