Sociedad

Voltaire en España

La difusión de la obra de Voltaire ha sufrido prolongados silencios y es que a lo largo de su vida, el pensador luchó contra el exilio y la censura. En ‘Voltaire’ (Arpa), Martí Domínguez repasa la biografía del filósofo que gobernó la opinión del siglo XVIII.

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04
mayo
2023

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Voltaire ha sido un autor temido e impugnado en la totalidad de la geografía española, y su éxito ha sido muy circunstancial, y siempre asociado a movimientos sociales radicales y anticlericales. Como escribe Christopher Todd, desde el inicio de la Guerra Civil hasta 1963 no apareció en España traducción alguna de Voltaire; casi treinta años de un silencio muy significativo. Y Francisco Lafarga, en Voltaire en España, donde lleva a cabo un brillante y exhaustivo trabajo de las relaciones de este autor con la cultura española, indica que a partir de 1762 se aplicó la prohibición in totum para sus obras, «incluso para los que poseían licencia para leer libros condenados». Por tanto, la difusión de Voltaire ha sufrido prolongados silencios, penosamente quebrados por tímidos periodos de aperturismo, todos ellos ligados a los movimientos liberales.

Sin duda, el teatro fue lo más apreciado en España, y lo más traducido y comentado en los círculos culturales contemporáneos. Las obras de Voltaire a menudo se representaban sin indicar el nombre del autor y falseando incluso el título de la tragedia (Alzira apareció como El triunfo de la moral cristiana y Zaira, como La fe triunfante del amor y cetro), y aun así, a pesar de estas cautelas, en ocasiones algunas obras fueron denunciadas a la Inquisición.

El teatro era en cualquier caso lo más tolerado del autor francés, y el botánico Antonio José Cavanilles, durante su estancia en París, reconocía que leía y disfrutaba con las tragedias de Voltaire. Pero no todos los ilustrados estaban a favor, algunos incluso veían en el teatro una escuela de vicio, y el carmelita Onofre de Asso advertía de la imprudencia: «Si los Heroes del Teatro Tragico de Francia, Corneille, Racine, Crebillon, Voltaire, y Marmontel llenaron el Templo de Apolo de palmas, y laureles, hollaron impunemente en el de la Religión. Estos grandes hombres se dejaron arrastrar del furor poético, hasta consumir la libertad en el fuego de la imaginación; y no siendo delincuentes en sus personas, brindan en copas de oro à los emulos de su gloria, el veneno mas sutil».

Las obras de Voltaire a menudo se representaban sin indicar el nombre del autor y falseando incluso el título de la tragedia

Pero, sobre todo, a Voltaire no le perdonaban sus «errores en materia de Religión», y numerosos autores españoles se manifestaron contrarios a sus planteamientos y lamentaban que tanto ingenio y tan bella pluma se hubieran prestado a aquel juego indecente e impropio de un gran hombre. El propio Feijoo lo citaba tan solo en una ocasión en el Teatro crítico español, y lo tildaba de «discreto autor de la Historia de Carlos», y Juan Pablo Forner, famoso como polemista y por su virulenta línea antifrancesa, se despachaba tratándolo de «escritor extravagante, arrojadizo y poco docto en lo íntimo de las ciencias». En realidad, son pocos los autores españoles del siglo XVIII que alzaron su voz en defensa del escritor francés, y que escribieran con admiración e, incluso, se declararan discípulos. Tan solo Leandro Fernández de Moratín, en una de las notas de la Relación del auto de fe de Logroño de 1610 —que, al parecer de Menéndez Pelayo, «respiran finísimo volterianismo»—, puso una cita del Diccionario filosófico sobre el tormento dado a Micaela Chaudron (quemada en la plaza pública de Ginebra, acusada de ser hechicera). Incluso el erudito valenciano Gregorio Mayans, que mantuvo una corta correspondencia con Voltaire, no podía dejar de manifestar a sus otros corresponsales su inquietud por el trato epistolar con el filósofo: «[…] bien sabe V.S.Ilma. que es uno de los mayores ateístas que viven hoy. Y así, habré de estudiarle para impugnarle cuando quiera Dios que yo escriba sobre el derecho natural».

Si Voltaire fue poco leído durante el siglo XVIII español, en cambio, sus detractores fueron bien aupados por diversas traducciones: el feroz ataque de Sabatier de Castres (Tableau philosophique de l’esprit de M de Voltaire, 1771) se imprimió en dos versiones y las mil páginas de Nonnotte encontraron a un esforzado traductor y a un dispuesto editor (los errores históricos y dogmáticos de Voltaire). Asimismo, el libro de Guyon fue traducido por fray Pedro Rodríguez Morzo, comendador de los conventos de Toledo y Madrid, de la orden de la Merced Descalza, predicador del rey y censor de sus libros, con el título El oráculo de los nuevos filósofos, M. Voltayre impugnado y descubierto en sus errores (1769), con un gran éxito de recepción, y con varias ediciones. En el prólogo, el traductor ponía su granito de arena antivolteriano: «Debemos suponer en Voltaire el odio mas impecable y considerarle como un atleta que hace profesión y gala de no desnudarse de las armas mas sangrientas, hasta ver si puede abrir brecha por donde introducir el veneno contenido en sus libros y doctrinas».

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Quizá no resultaría impropio afirmar que el tímido volterianismo español produjo una dosis ingente de antivolterianismo

Así pues, quizá no resultaría impropio afirmar que el tímido volterianismo español produjo una dosis ingente de antivolterianismo, y que, a su vez, las obras del «herege Voltaire» recibieron los peores epítetos de la Inquisición, convirtiéndose enseguida en un autor de la llamada primera clase, formada casi exclusivamente por heresiarcas.

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Con todo, Voltaire aparece como capitán de una conspiración anticristiana, acompañado por otros «sofistas de la impiedad», entre ellos, Diderot, Rousseau, d’Alembert y Federico II de Prusia. Pero el poeta es el peor de todos ellos, pues «es fluido, noble, fácil, rico y elegante quando quiere serlo; […] atrevido hasta la desvergüenza, arrostra, niega, afirma, inventa, falsifica la Escritura, los Padres, la historia: usa igualmente del sí y del nó; da golpes por igual en todo, sin importarle en dónde, con tal que haya herido». Todos estos ejemplos muestran el temor que produjo en España el autor de Cándido. Voltaire y Rousseau («Roseau» o incluso «Rosó», según la peculiar ortografía de Bocanegra) pasan a ser «las dos más firmes columnas de la impiedad».


Extracto del libro ‘Voltaire‘ (Arpa), por Martí Domínguez.

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