El humano tras la pantalla

La tecnología está revolucionando el mercado laboral y abriendo nuevas oportunidades. Pero, en este ‘boom tech’, las empresas no pueden olvidar que, más allá de estas herramientas, están las personas que forman su plantilla. Las pantallas o los algoritmos deben ser soluciones a los problemas, no el fin último de la transformación digital.

¿QUIERES COLABORAR CON ETHIC?

Si quieres apoyar el periodismo de calidad y comprometido puedes hacerte socio de Ethic y recibir en tu casa los 4 números en papel que editamos al año a partir de una cuota mínima de 30 euros, (IVA y gastos de envío a ESPAÑA incluidos).

COLABORA
15
diciembre
2023

El mundo se ha convertido en un lugar hiperconectado. Las pantallas forman parte de la vida cotidiana desde la primera infancia. Una encuesta de Kaspersky arroja que el 61% de los niños y niñas recibe su primer smartphone «propio» entre los 8 y los 12 años, si bien antes ya empleaban las pantallas familiares. Es casi un hito en el camino del crecimiento, porque una vez que lleguen a la edad adulta las pantallas los acompañarán a todas partes y en todas las áreas de su vida. Un estudio de NordVPN estima que cada español pasa, de media, 28 años, 9 meses y 10 días de su vida online. Esto supone dedicar 58 horas —más de dos días— cada semana a la navegación. De ese tiempo en red, 20 horas se las lleva el trabajo. 

Parece una cifra elevada a primera vista, pero tras el primer momento de pausa no sorprende. La gran revolución del siglo XXI ha sido la transformación digital. Si, en la recta final del XX, internet era un elemento nuevo, curioso y prometedor, estas décadas iniciales de la centuria han demostrado que la digitalización es mucho más transversal que eso. Sobre todo, se ha evidenciado que tiene un impacto tanto en la economía como en los ritmos, las necesidades o las costumbres de trabajo. Por suponer, ha llegado a implicar tanto la desaparición de empleos —y ha puesto en peligro a industrias enteras—, como la aparición de otros nuevos. El Foro Económico Mundial calcula que para 2027 el desarrollo tech habrá cercenado el 23% de todos los trabajos.

Más allá, la tecnología no solo hará que algunas profesiones se queden obsoletas, también ha cambiado la esencia de la jornada laboral. El trabajo se ha convertido en algo que puede ir siempre con cada persona —y de ahí que hayan emergido conceptos como los nómadas digitales o el bleisure— y las fronteras entre el tiempo personal y el laboral se han vuelto cada vez más difusas. A la par, la necesidad de ser más eficientes y resilientes, de buscar una mayor competitividad o de no quedarse obsoletas ante el ritmo de los tiempos ha llevado a las empresas a posicionar la tecnología en el epicentro de sus estrategias, priorizándola en ocasiones por encima de todo los demás.

David Alayón: «En sí misma, la tecnología no es el problema; el desafío está en cómo la aplicamos en la sociedad»

Pero ¿está toda esta revolución olvidando a las personas, a la esencia de lo que hace que los trabajadores sean, en definitiva, seres humanos? 

«Hay que distinguir entre el desarrollo de la tecnología y su implementación en los entornos donde hay personas», explica Lucía Velasco, economista y autora de ¿Te va a sustituir un algoritmo? «En sí misma, la tecnología no es el problema; el desafío está en cómo la aplicamos en la sociedad, especialmente en el ámbito laboral, que es lo que articula la sociedad», recuerda. Se podría decir que la cuestión no está en la herramienta, sino en cómo esta es vista. Y ahí está el problema de partida: «La tecnología se debe ver como un medio y el problema es que se ha utilizado como un fin», resume David Alayón, chief foresight officer y fundador de Innuba.

Por eso, importa reflexionar sobre esta transformación y plantearse todos los matices de estas herramientas. Es crucial, en resumidas cuentas, recordar a los seres humanos al otro lado de la pantalla y plantearse, más bien, qué puede hacer la tecnología por ellos. «Me gusta el concepto de humanidad aumentada», apunta Alayón. Esto es, unas herramientas TI que la mejoran.

Solución y no (solo) problema

No debe perderse de vista que la tecnología puede ser «una palanca de solución», cuando se usa para tener un impacto positivo y como elemento para solventar grandes y pequeños retos del día a día. La integración de estas herramientas puede hacer a las empresas mejores. E impulsarlas a algo no menos importante: el hecho de hacerse todas estas preguntas, analizar su impacto y pasar a la acción también ayuda a plantearse el modelo corporativo. 

«La implementación tecnológica puede descuidar las dimensiones humanas y éticas», recuerda Velasco. «Si no abordamos esto con responsabilidad, corremos el riesgo de que la tecnología se convierta en un medio para disminuir el poder y los derechos de las personas trabajadoras, en lugar de actuar como una fuerza democratizadora que beneficie a todos», añade. 

Al final, pensar qué supone toda esta revolución implica volver a un elemento básico, algo tan antiguo —y tan crucial— como la ética. Como señala María Caso, directora de Demos Lab, se necesita «una dirección ética y política» dentro de la compañía y fuera de ella. Caso recuerda que la tecnología ha llegado a ocupar el espacio como si tuviese entidad propia y no como la herramienta que es. «Hay una máxima de que la tecnología sustituye al ser humano y no es así», apunta. «Hace falta un consenso ético y un cambio cultural», asegura, uno que lleve a hablar de derechos en este nuevo contexto —lo que «necesita una reflexión política»— y a abordar cómo ha cambiado el mundo. Al fin y al cabo, la gran transformación en el trabajo en estos últimos 100 años es que ha aumentado la productividad, explica, pero, en un nuevo y muy diferente contexto, seguimos manteniendo la misma jornada laboral de esa época. En definitiva, se trata de hacer una reflexión profunda —y una «ética con la ciudadanía», indica la experta— sobre el trabajo.

Velasco: «La implementación tecnológica puede descuidar las dimensiones humanas y éticas»

Y, aunque todo esto implica pensar las cosas a un nivel macro, impacta a uno más micro sobre el que cada compañía tiene mucho que decir. «La dirección de la empresa tiene que decidir cómo quiere impactar en el mundo y cómo tratar a su personal», señala Caso. Se trata de definir prioridades y utilizar la tecnología para ello. Lo que se ha hecho hasta ahora no está grabado a fuego y las consecuencias más negativas de la digitalización del trabajo se pueden alterar. «Por supuesto que es posible cambiar las cosas», responde Velasco. «La clave está en integrar una perspectiva humana desde el inicio del proceso de transformación digital», explica. Es humanizar la tecnología. «El objetivo es que la tecnología actúe como una herramienta que fortalezca los principios de igualdad, justicia y bienestar», suma, puesto que de este modo se gana en sostenibilidad, productividad, bienestar y justicia. 

Esto podría ayudar a solucionar no pocos problemas del mundo actual. «Todas las empresas pueden mejorar los derechos de sus trabajadores», explica Caso. El boom del burn-out, el síndrome del trabajador quemado, no debería verse como una causa sino como un síntoma de lo que está mal, ejemplifica la experta. Para hacer este cambio, las empresas necesitan ver las herramientas y tener la voluntad.

Dar el salto hacia una realidad en la que el ser humano al otro lado de la pantalla esté muy presente no es ciencia ficción. «Es costoso generar un cambio», concede Alayón, aunque puntualiza el porqué. Romper con la inercia es «muy complicado», pero no imposible. Cuando, durante muchas décadas, se llevan haciendo las cosas de una manera, empezar a hacerlas de otra implica un cierto reseteo. «Lo que cuesta no es hacer las cosas bien, es hacer el cambio», señala.

No es tan diferente a lo que les pasa a las personas cuando tienen que enfrentarse a cosas nuevas. Aun así, es posible encontrar la mecha que llevará a la transformación. «Las empresas son un sistema de personas», recuerda. Con que exista un interés individual —aunque Alayón añade que la regulación es una línea de empuje potente—, se tiene el punto de partida.

El resultado será importante. ¿Se puede ser un negocio estable, rentable y con principios? El experto no lo duda. Añade que el futuro pasa por allí sí o sí; ya que se dará más importancia a las soft skills —algo que ya se está viendo ahora, cuenta Alayón—, esas que las máquinas no tienen, como la empatía, el liderazgo o las habilidades cognitivas. Si a eso se suma que, como indicaba Caso, el gran reto de este siglo es la emergencia ecosocial, se completa la foto.

Y no solo se trata de navegar necesidades y desafíos, sino también de responder a las cada vez mayores inquietudes de la ciudadanía, tanto como consumidora como fuerza laboral, que espera que las compañías no olviden su humanidad.

ARTÍCULOS RELACIONADOS

COMENTARIOS

SUSCRÍBETE A NUESTRA NEWSLETTER

Suscríbete a nuestro boletín semanal y recibe en tu email nuestras novedades, noticias y entrevistas

SUSCRIBIRME