David López Canales
«La cocaína es la droga que mejor representa esta época de hipercompetitividad»
Artículo
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En ‘¿Una rayita?‘ (Anagrama), David López Canales (Madrid, 1980) se pregunta «por qué en España se consume tanta cocaína y no se habla de ello». Mediante un repaso por la evolución social de esta sustancia —desde la imagen construida a su alrededor, pasando por las campañas de prevención hasta su situación en otros lugares del mundo—, el periodista y autor de libros como ‘El Traficante’ o ‘Un tablao en otro mundo’ se propone iniciar «una conversación pendiente».
¿Cuál fue el origen del libro y qué fue lo que más le chocó para empujarle a desarrollarlo?
El libro era una excusa para intentar responderme a la pregunta de por qué se consume tanta cocaína en España. Se lo propuse a la editorial porque creía que había un fenómeno que encierra muchas realidades, muy poliédrico, y del que no se habla. Hace mucho tiempo que no se debate sobre drogas. Es un tema totalmente cerrado. No solo en el ámbito político, también en las conversaciones cotidianas. Y lo cierto es que el consumo de esta sustancia está totalmente descontrolado, volviendo a niveles históricos. Me chocaba, sobre todo, la normalización y el consumo tan desorbitado. Tengo 45 años y crecí con las campañas del «no a la droga», con un enfoque totalmente prohibicionista. Era la idea de que las drogas eran el demonio. Luego llego a la edad adulta y veo lo naturalizada que está, cómo hemos pasado en tres décadas de ese «no» rotundo a un consumo generalizado en todos los sectores y esferas.
«Me chocaba sobre todo la normalización y el consumo tan desorbitado»
Comienza con el caso de Miranda de Ebro, la localidad que fue señalada en 2007 como la de mayor consumo de Europa y que generó un boom informativo, y luego menciona el caso reciente de Tarragona, que pasó desapercibido.
Es que no entiendo ese cambio. De vez en cuando surgen noticias así, más motivadas por el morbo, pero sin ir más allá, sin comprobar si es cierto o qué necesidades hay detrás de ese consumo. O por qué España siempre figura entre los rankings. Siempre aparece entre los primeros puestos de consumidores del mundo, y sin embargo no se ha intentado estudiar por qué. Más allá de esa explicación política de que como históricamente hemos sido un puerto de entrada se consume más. Eso influye, claro, porque hay más disponibilidad y los precios no suben, pero no basta para explicar el fenómeno. Lo comparo con Portugal, que es un país vecino con fronteras abiertas y donde se consume diez veces menos. Así que la teoría del puerto de entrada no se sostiene por sí sola.
¿Cómo ha evolucionado la percepción de la cocaína, de símbolo de glamour a sustancia de consumo generalizado?
En los años 80, un gramo de cocaína costaba lo mismo que ahora, pero los sueldos eran muy diferentes. Solo podían acceder a ella ciertas élites financieras y artísticas, y por eso tenía esa imagen aspiracional. Pero, con el paso de las décadas, el precio se ha mantenido y se ha extendido a otros sectores. Ya no se consume por imitación de las élites o por su supuesto glamour. Ha perdido esa asociación con la creación artística o el poder económico. Y, sin embargo, sigue habiendo estigma, incluso entre quienes la consumen. Tengo la hipótesis de que, entre los más jóvenes, la cocaína se percibe como la droga de los mayores. Igual que nosotros no bebíamos coñac porque era cosa de abuelos o de padres, ahora la coca se ve como algo de generaciones más adultas.
«La teoría del puerto de entrada no se sostiene por sí sola»
¿Qué ha fallado en las campañas para prevenir su consumo?
Antes que nada, uno de los grandes problemas es la doble moral social. En el Congreso solo se habla de cocaína en términos de criminalidad, accidentes y adicciones. Y estoy seguro de que hay diputados que la consumen, quizá de forma ocasional, quizá regular. Es cierto que hay adicciones, criminalidad o accidentes vinculados a las drogas, pero eso es solo una parte del fenómeno. Con las campañas pasa lo mismo. Ese alarmismo de que si te metías una raya te morías tenía un efecto contrario: quien lo hacía y no moría pensaba que era mentira. O el «di no a las drogas» como única respuesta. ¿Qué pasa con los que decían que sí? ¿Y con quienes disfrutan de meterse una raya de vez en cuando? ¿O con quienes la consumen por evasión, por desfase o porque les permite rendir más en su ritmo productivo? Ante eso, el «no» radical no funciona. El problema del prohibicionismo es que no es realista. Se ha demostrado que ni la criminalización ni la prohibición funcionan: los cárteles son más grandes y circulan más drogas que nunca, sobre todo en sociedades occidentales. Se ha planteado el fenómeno con un «no» rotundo y considerando a todos los consumidores como enfermos, impidiendo una aproximación más realista y poliédrica. Habría que normalizar la realidad y trabajar no solo para prevenir, sino para tratar a quienes tienen una adicción.
«Uno de los grandes problemas es la doble moral social»
¿Existe un camino intermedio?
Sí, se llama reducción de riesgos. Tiene un enfoque realista: reconoce que ni todo es crimen, ni todos son adictos, ni todo deriva en enfermedad o accidente. Si abordamos el fenómeno solo desde esa perspectiva, dejamos fuera las campañas informativas, educativas o de prevención que podrían ir dirigidas a la mayoría de consumidores.
Hay iniciativas como Energy Control que van en esa línea.
Exacto. Energy Control es un ejemplo claro de reducción de riesgos. Parte de aceptar que hay consumidores y que cada uno tiene su libertad individual. Se trata de que, al menos, sepan qué están consumiendo. Es educar sobre cómo hacerlo de forma más segura: controlar el ritmo, analizar lo que te metes, evitar consumir en condiciones insalubres… Es mucho más útil y realista que decir que la cocaína es como un gusano que se mete en el cerebro y te mata. Eso no es cierto; lo otro, sí.
«Se ha demostrado que ni la criminalización ni la prohibición funcionan»
¿Cómo afecta el lenguaje con el que se habla de las drogas?
Muchísimo. La comparación entre la cocaína y la heroína es muy clara. La heroína era la del yonqui; la coca, la del yuppie. No es lo mismo decir «meterse un tiro» que «picarse». O usar «prevalencias» en lugar de «consumidores»: así solo hablas de quienes tienen una enfermedad, y excluyes al resto del debate. Igual que en inglés, donde dicen abuse en lugar de use. Ya estás hablando de abuso, con su carga negativa. El lenguaje condiciona la visión que tenemos de las cosas. Y el vocabulario con el que se habla públicamente de drogas es el del prohibicionismo. Crea un marco mental que estigmatiza a unos y absuelve a otros. No todo el que consume es un adicto, ni por consumir algo vas a morir. Son sustancias peligrosas, sí, pero no hay que estigmatizar ni a quien decide consumirlas ni a quien sufre una enfermedad. Igual que hoy no se estigmatiza a quien tiene una depresión, afortunadamente.
¿Hay iniciativas que intenten cambiar esta tendencia?
En cuanto a la legalización, se ha mencionado de forma muy superficial, pero el debate no existe realmente. Ha habido alguna advertencia como la de The Economist, que decía que el consumo es imparable, que los cárteles siguen creciendo y que hay que replantearse el modelo prohibicionista. Pero ni en España, ni en la UE, ni en Estados Unidos hay un debate serio. Ni una conversación pública que apunte a un cambio de paradigma a corto plazo, aunque sí haya habido avances, por ejemplo, con el cannabis en algunos estados de EE.UU. Y lo veo poco probable. ¿Qué político se atrevería a plantearlo? Lo tacharían de consumidor o de irresponsable. Dirían que está promoviendo un problema social. Y tienen parte de razón: ya hay suficientes sustancias legales perjudiciales como para legalizar otras aún peores. Además, no es una decisión que dependa de un solo país, sino que habría que tomarla a nivel internacional.
«Lo llamo la paradoja de la droga: es hija de esta sociedad enferma, pero también es la vía para huir de ella»
¿A qué se debe su éxito y proliferación? Se llega a decir que hemos pasado de consumir drogas para conectar con un dios a hacerlo para desconectar de uno mismo.
Vivimos en una sociedad que busca el placer inmediato. Y no solo con la cocaína: también con los likes, los maratones de series, cualquier estímulo que genere dopamina. Queremos gratificación instantánea, no toleramos el malestar. La cocaína es la droga que mejor representa esta época y esta sociedad: hiperproductividad, hipercompetitividad. Sirve para estar más despiertos, rendir más, producir más. Pero también es la droga que permite evadirte en el ocio. Es muy simbólico: forma parte del sistema de hiperconsumo individual, y a la vez es una respuesta a ese mismo sistema. Lo llamo la paradoja de la droga: es hija de esta sociedad enferma, pero también es la vía para huir de ella.
¿Ayuda la literatura sobre la cocaína, como los libros de Don Winslow o Escohotado?
Creo que todo lo que sirva para plantearse cosas ayuda. Ya sea sobre el consumo de cocaína o de ansiolíticos, y sobre cómo abordarlo para que vivamos mejor. Aunque a alguien no le interese porque nunca la va a probar, este es un problema más amplio que nos afecta a todos. Yo no he profundizado en otros libros, solo quería entender su evolución. Antes de plantear este ensayo, revisé si había algo parecido. Hay estudios e informes, pero faltaba algo sencillo, breve, que sirviera como piedra de toque, como un álbum de fotos desde el que empezar a hablar del asunto.
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