El gusano y la resurrección
Este verano, unos científicos lograron revivir un gusano que había permanecido alrededor de 46.000 años en el permafrost. ¿Es este el primer paso hacia una realidad digna de ‘Parque Jurásico’ o uno hacia una mejor comprensión del medio ambiente?
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El permafrost es el nombre que se da a todo terreno que ha permanecido congelado al menos durante dos años. Estos terrenos, conformados por rocas, tierra y sedimentos que quedan amalgamados en un todo por el hielo, se encuentran, en su mayor parte, en el hemisferio norte de nuestro planeta. Groenlandia, el Tíbet, Alaska o Siberia acumulan la mayor parte de permafrost de nuestro planeta.
Justamente en el permafrost siberiano, fue en el que, hasta mediados de este año, permanecía congelado un gusano del que no se tenía conocimiento científico. A finales de julio el gusano resucitó. O lo resucitaron. Un grupo de científicos del Instituto Max Planck de Biología Celular Molecular y Genética (Dresde) publicó un estudio que explicaba cómo habían encontrado dicho gusano en el permafrost del sector costero del Ártico Nororiental, a unos 40 metros por debajo de la superficie, y lo habían devuelto a la vida simplemente rehidratándolo. En realidad, el gusano no estaba muerto, sino en estado de criptobiosis, una especie de sueño profundo en que los organismos permanecen latentes pero inactivos. La criptobiosis permite a ciertos organismos sobrevivir a condiciones ambientales extremas, incluida la ausencia total de agua y oxígeno, la salinidad excesiva y las bajas temperaturas que provocan la congelación.
El calentamiento global está provocando que el permafrost, incluyendo todos los organismos que en él han sobrevivido durante miles de años, comience a descongelarse en determinadas zonas de nuestro planeta. Concretamente, el gusano de nuestra historia, bautizado como Panagrolaimus kolymaensis, llevaba en estado de criptobiosis alrededor de 46.000 años. Y es aquí donde radica la importancia de esta «resurrección» que bien podría sonarnos a ciencia ficción de saldo. De hecho, más de uno ha imaginado que, desde que se consiguió revivir al gusano de nuestra historia, algún científico carente de ética podría dedicarse a revivir organismos de mayor tamaño y traernos una especie de Parque Jurásico, en el que los dinosaurios vuelven a la vida. Pero nada más lejos de la realidad.
El gusano no estaba muerto, sino en estado de criptobiosis, una especie de sueño profundo en que los organismos permanecen latentes pero inactivos
Las terribles consecuencias que podría acarrear para los humanos –entre las cuales no se encuentra el regreso de los dinosaurios– es lo que hace importante la descongelación del permafrost y de los organismos que lo pueblan en estado de criptobiosis. Por un lado, el permafrost mantiene retenidas toneladas de metano y CO2 en el subsuelo, y su progresiva liberación solo aceleraría el calentamiento global que ya sufrimos.
Por otro, están los propios organismos que permanecen retenidos en el permafrost. En 2016, también en Siberia, un niño de 12 años falleció y decenas de personas fueron hospitalizadas. El motivo fue un brote de ántrax liberado al descongelarse una capa de permafrost en la que permanecía el cadáver de un reno y, con él, microbios tan antiguos como el gusano Panagrolaimus kolymaensis. El número de virus y microbios, desconocidos hasta ahora, que permanecen en estado latente en el permafrost es elevado y su descongelación conllevaría, sin duda, dramáticas consecuencias para nuestra salud.
El caso del Panagrolaimus kolymaensis, por tanto, reviste una importancia científica que va más allá de cualquier anécdota. El gusano compartía con otra especie de larva sí conocida y ya estudiada diversos genes que los científicos han identificado como los necesarios para ingresar al estado de criptobiosis. Conocer bien estos genes y seguir experimentando con otras especies dormidas en el permafrost permitirá avanzar en la toma de medidas preventivas ante la descongelación que ya está provocando el calentamiento global. Igualmente, al poder estudiar el modo en que dichas especies se han adaptado a ambientes tan extremos, será más fácil desarrollar estrategias de conservación ante dicho calentamiento global.
No hablamos de revivir a los dinosaurios. Pero todo lo relacionado con el permafrost guarda sorpresas. Así, en 2021, el ingeniero genético George Church fundó Colossal Laboratories & Biosciences, cuyo principal objetivo es revivir al mamut siberiano insertando secuencias de su ADN, recuperadas de restos ubicados en el permafrost, en el genoma de elefantes asiáticos. Church aseguró que su iniciativa está orientada únicamente a repoblar Siberia con mamuts para que estos ayuden a proteger el permafrost y evitar que se descongele.
En los tiempos en que los mamuts paseaban por la tundra, contribuían a mantener el subsuelo lo más frío posible al aplastar el musgo contra el suelo y aplanar la nieve que pisaban. Tanto el musgo aplastado, que no conduce bien el calor, como la nieve aplastada, que aísla menos el subsuelo del frío ambiente, permitían que el permafrost permaneciese a bajísimas temperaturas.
Sin saber cómo acabará la aventura de Church ni cómo evolucionarán los estudios de los científicos del Instituto Max Planck, podemos afirmar que conocer el comportamiento del permafrost y los organismos que en él anidan puede ser muy útil para nuestra propia subsistencia.
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